Capítulo Ⅳ
13 años atrás
Paula estaba en el jardín trasero sentada en la hamaca con las piernas levantadas y la cabeza pegada a las rodillas. No había parado de llorar desde que había vuelto de la escuela. Y no quería dar explicaciones ni responder a preguntas de sus padres. Desde que empezó la escuela secundaria no se hallaba en ningún lado. Fue un cambio rotundo en su vida y hacer amigos nuevos le costaba horrores. Nueva escuela orientada en ciencias naturales. Le gustaban las ciencias duras y era buena en ellas. Soñaba con ser bióloga. Quizá bióloga marina. Por lo que sus padres decidieron cambiarla a una escuela con esa orientación para que se prepare bien para su futuro.
Y el cambio había sido una tortura. Dejar su lugar conocido le producía mucha ansiedad y sumado a eso tener el rótulo de «la nueva» no era una forma de pasar desapercibida. Era el foco de atención desde el comienzo de clases. Algo que odiaba porque era bastante tímida. Y también, el foco de bromas. Un grupo de chicas no dejaba de meterse con ella. Había pensado entrar en el club de matemáticas de la escuela para socializar y encontrar estudiantes afines a ella. Pero no contaba con que el club participará de las olimpiadas de matemáticas representando al colegio. Fue sumar una presión más a las que ya tenía. Y el resultado había sido horroroso. Ahora no solo era la nueva sino también la que había llevado a la derrota al colegio por quedarse en blanco y balbuceando bajo los reflectores.
Escuchó la puerta del jardín abrirse y vio a Rafa, el amigo de su hermano, acercarse despacio a las hamacas. Intentó secarse las lágrimas y acomodarse el pelo sin éxito. No quería que la viera en ese estado. Rafa le gustaba desde que lo había conocido por primera vez a los cinco años en un partido de vóley de su hermano. En un saque la pelota se había desviado a la tribuna y, como siempre le pasaban las cosas más vergonzosas, había caído sobre su cabeza. Rafa corrió a buscar la pelota y se preocupó por ella de una manera dulce. Detuvo el partido y la acompañó con sus padres a la enfermería. No pudo dejar de mirarlo. Se prendió a sus ojos color miel desde ese momento y para siempre. Unos ojos que ahora la miraban con una mezcla de preocupación y cautela.
—Puedo sentarme —lo oyó preguntar mientras ocupaba un lugar al lado suyo en la hamaca.
—Ya te sentaste de todos modos —contestó Paula intentando esconder la mirada llorosa.
—Veo que estás de mal humor. ¿No tuviste un buen día?
—El más horrible de todos, —Sintió que Rafa se movía a su lado, pero no quería mirar. Se obligó a mantener su mirada al frente. Un punto fijo en la nada.
—¿Puedo saber qué paso? —preguntó Rafa mientras ponía la mitad de un chocolate a la altura de su mirada perdida—. El chocolate siempre es bueno para un mal día. Te doy la mitad del mío.
—No tengo hambre.
—Dale, petiza —continúo clavándole un codazo en el costado que hizo saltar y sonreír a Paula—. Nunca se le dice no a un chocolate. Y menos a los chocolates de Rafa.
Paula sintió que sus mejillas se teñían de rojo. Tomó el chocolate sin mirarlo y se lo llevó a la boca. No iba a discutir por no comerlo. Sabía de antemano que era una batalla perdida.
—Gracias, está riquísimo —balbuceo con las mejillas llenas y Rafa lanzó una carcajada de las que tanto le gustaban.
—Sabía que te iba a gustar. —Se quedaron los dos en silencio meciéndose lentamente en la hamaca mientras el sol caía y Paula empezó a respirar con paz de nuevo—. Si no tenés ganas de contarme qué pasó no importa. Pero sabes que siempre podés contar conmigo.
—Desde que cayó esa pelota en mi cabeza, lo sé.
—Desde ese momento. —Rafa sonrió y puso su mano sobre la de ella—. Soy como tu segundo hermano mayor.
—Uno más pesado y molesto.
Rafa le revolvió el pelo y Paula chilló. La angustia en su pecho se había evaporado aunque sentía un dolor nuevo, quería que Rafa la viera como algo más que una hermana menor. Y en lo profundo sentía que era algo imposible.
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