Capítulo Ⅲ
Rafa se despertó con la cabeza retumbando como un tambor. Hacía tiempo que no tomaba tanto. Habían traído una caja de Malbec de Mendoza. Un vino exquisito para compartir con la familia. Habían cenado con sus amigos de la escuela, Guille y Sebastián, para ponerse al día después de tres años de distancias.
El aire de buenos aires no le hacía bien, por eso tomó tantas copas de más. O por lo menos, eso es lo que se dijo a sí mismo. El vino lo relajaba. Le calmaba la ansiedad que se le atoró en el pecho no más llegar a la ciudad. Solo sentir Bs As era sentirla a ella. No podía permitirse volver a ser débil. Y gracias al mismo vino lo había sido. Había caído en la tentación de escribirle.
Ver a Guille era verla a ella, su inocencia, su dulzura, su olor a vainilla y caramelo. Fue hasta el baño y abrió la ducha. Necesitaba un baño urgente para sacarse de encima el embotamiento y el olor a alcohol. Escuchaba las voces de su madre y de Florencia, su novia, en el piso de abajo. Sabía que si bajaba en ese estado le iban a echar una bronca que no tenía ganas de aguantar.
El agua lo despejó un poco, pero las voces chillonas de Florencia y su madre le taladraron la cabeza de igual modo. Estaban desayunando en la barra de la cocina rodeadas de muestras de invitaciones para la ceremonia. Las escuchó discutir sobre colores y texturas. Le parecía una pérdida de tiempo. En una era digital, como la suya, era ridículo enviar tarjetas en papel, y poco sustentable. Pero vaya uno a oponerse a esas dos mujeres. Él no se atrevería.
Se sirvió una taza de café bien cargado y se apoyó a tomarlo en la mesada. Pensó en los ojos de Paula al recibir la invitación a la fiesta de casamiento. Se le revolvió el estómago y el café se le subió a la garganta. ¿Qué estaba haciendo? Se iba a casar con una mujer que no amaba, por presión social y familiar. Había cumplido treinta años y en su familia el que no estaba casado a los treinta era sinónimo de irresponsable. Si quería hacerse cargo del estudio de abogacía de su abuelo, tenía que sentar cabeza. Y Florencia era perfecta: Linda, inteligente, de buena cuna, pero no la amaba. Pequeño detalle...
Lo comprobó anoche cuando la necesidad angustiosa de hablar con Paula lo llevaron a escribirle. La había cagado. Y bien cagada. No estaba listo para verla. No sabía que fuerza lo había llevado a tomar el teléfono. Se sintió un autómata que respondía solo a sus deseos y muy poco a su razón. Algo poco frecuente en él.
Escuchar a sus amigos tampoco había colaborado en la situación. Oír a Sebastián hablar de su mujer y de sus hijos, verlo tan enamorado y feliz, había sido una presión mayor hacia el desastre. Tenía que arreglarlo de alguna manera, pero ¿cómo? No había solución posible. O por lo menos, él no la encontraba. No, a estas alturas de la situación.
—¿Te gustan estas, Rafael? —La voz de su madre lo sacudió de sus pensamientos.
—Si les gusta a ustedes... Por mí está bien. —Florencia lo miró con desagrado.
—Siempre tan expresivo mi futuro esposo. —Las palabras de Florencia le erizaron la piel y no de buena manera. Las cosas se le habían ido de las manos y ya estaba comprometido hasta el cuello con un casamiento que en el fondo no quería.
—Ya sabes lo que opino del tema, querida —respondió con sarcasmo, clavándole la mirada. Últimamente, discutían todo el tiempo. Estaban desencontrados y el llegar a Buenos Aires incrementó más la distancia entre ellos—. Me voy al estudio a ver al abuelo.
Dejó la taza dentro de la pileta y se dirigió de nuevo a su habitación. Al pasar su madre lo tomó del brazo.
—No seas machista, mi chiquitito. Necesitamos que te involucres en la organización. No es solo cosas de mujeres. Es tu casamiento. Uno solo en la vida, con suerte.
—Déjalo, Roxana —resopló Florencia—. Te tengo a vos para ayudarme y te agradezco mucho.
—Que linda mi futura nuera, siempre me tendrás para ayudarte.
Rafael puso los ojos en blanco y subió resignado la escalera. Quería cambiarse de ropa y pasar por el estudio para hablar con su abuelo. Era la persona más importante en su vida, su ejemplo, su referente. Necesitaba su consejo para saber qué hacer con el mensaje que había mandado. ¿Cómo podía enfrentarse a Paula? No podía escapar por siempre. Suponía que iba a ir al casamiento con su familia. Era la hermana de su mejor amigo, imposible evitarla. Y era mejor verla antes de ese momento. La incomodidad de solo pensar en ese encuentro le aguijoneó el pecho. La presión que sentía desde hace unos días se intensificó.
Recordó su último encuentro, el que lo motivó para irse a Mendoza a estudiar el posgrado. Había ido a la fiesta de inauguración del nuevo estudio de arquitectura de Guille y Sebastián. Ella estaba hermosa, como un sueño y un poco borracha por el champán. Todos lo estaban. Abrir ese estudio era el mayor logro de sus amigos. Se cruzaron en el baño y Paula trastabilló y cayó sobre él. La tomó de la cintura para estabilizarla y sentir sus curvas hizo que se pusiera duro al instante. Sus labios se rozaron por la cercanía, olían a cereza y la necesidad de besarla lo intoxicó. Si no fuera porque la mujer de Sebastián justo salió del baño la hubiera besado con locura y quién sabe que más. Fue la alarma roja para alejarse. Necesitaba distancia y encontró la excusa perfecta cuando le llegó la propuesta del máster. Y ahora, con ese mensaje, había vuelto a foja cero. No sabía que fuerza lo poseyó para escribirle, pero estaba seguro de que no era de este mundo.
Estaba metido en el barro hasta el cuello y no había nada firme de lo que aferrarse para salir a la superficie.
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