Capítulo Ⅱ
Paula bajó con las piernas temblando por el ascensor del edificio de Cata. Su mente analítica no podía creer en lo que le acaba de suceder. No podía ser cierto, solo un producto de la casualidad, ¿no?
Al salir miró la luna, brillante y llena, y sintió una fuerte conexión. Quizá era el momento perfecto para ser más flexible y creer un poco más en el azar y la magia. Algo nuevo se había despertado dentro de ella. Algo que su cabeza científica intentaba romper.
—Solo fue casualidad, Paula —murmuró mientras caminaba por las calles vacías—. Se dió en el mismo momento. Sólo eso... y ahora estoy tan loca que hasta hablo sola...
Paula estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no vio la baldosa floja y cayó de rodillas en el suelo. Miró hacia un lado y otro, para cerciorarse de que nadie la estuviera viendo. Estaba caminando sola por la calle a las dos de la madrugada. Estaba perdiendo la razón. Desde que se enteró de la boda de Rafa, su mundo se había trastocado por completo. Se levantó y se limpió las rodillas. Mañana tendría un lindo moretón.
Rafa la ponía loca de remate. Le nublaba la mente, la dejaba sin posibilidades de pensar y de actuar. Desde que había llegado, una semana atrás, ya no podía dormir y comer bien. Su rutina, súper ordenada y cronometrada se vio arrasada con su sola presencia. Estaba tan lindo, tan hombre. Un poco más grande y con el pelo más largo, que hace tres años atrás, la última vez que volvió a la ciudad. Seguro que pasaba horas en el gimnasio o corriendo como solía hacer de más chico.
Y ni que decir de su compañía. Una rubia escultural. Seguro, estudiante de abogacía como él. Lo suponía por la ropa elegante, entallada, como una sirena. Tan diferente de ella y tan del estilo de Rafa. Paula resopló molesta.
Se rozó el jogging con las manos, intentando limpiar los vestigios de la caída, mientras volvió a mirar hacia atrás asegurándose de que nadie la seguía. Buenos Aires estaba cada vez más insegura. No era nada sensato caminar sola por pleno caballito.
Aceleró el paso y sopló el pelo que le caía desordenado por el rostro. Estaba hecha un desastre. No era una sorpresa que Rafa estuviera comprometido con semejante mujer. Ella se sentía dentro de la media. O quizá dentro de la media para abajo. Quién sabe. Los veinticinco años que llevaba de vida fueron centrarse en su cabeza y poco en su cuerpo. Odiaba hacer ejercicio. Aunque lo intentaba. Su cuerpo era bastante curvo y nunca le importó demasiado. Aprendió a aceptarse con su talla 100 de corpiño y su abdomen algo abultado. Le importaba más lo que pasaba por su cabeza y salía de su boca que el talle de pantalones. Y tampoco le faltaron pretendientes, chicos que la desearan por esas mismas curvas. Pero Rafa era su talón de Aquiles. La hacía sentirse insegura y eso no le gustaba.
Dobló en la esquina de su departamento. Por suerte la casa de Cata no estaba tan lejos. Le había caído bien, la energía que emanaba, su seguridad. Como también le caía bien Tina, la mujer de su primo y la que le había recomendado ir a conocerla.
Paula no era demasiado sociable. Como toda nerd pasaba más tiempo con los libros que con las personas. Quizá por eso conectó tan bien con Agustina que era dueña de una editorial y amaba los libros tanto como ella. Quizá podría ser el comienzo de algo, tenía que obligarse a socializar, como le había recomendado su terapeuta. Recordó que se había dado de alta sola. Sentía que su vida estaba en orden y que no lo necesitaba. Hasta que reapareció Rafa, claro. Mañana iba a volver al consultorio y reservar un turno. Ya imaginaba que iba a necesitar mucho ese apoyo.
Subió a su departamento con las piernas doloridas por la caminata y se dejó caer en el sofá a penas cruzar la puerta.
«Te desea», las palabras de Cata retumbaron en su mente. Pero le costaba creerlo. Rafa siempre fue muy distante con ella. Atento y protector como su hermano, pero nada que la hiciera sospechar algún interés más allá. Siempre la había visto como una hermana menor. Y se había encargado muy bien de hacérselo notar. Cata y la magia estarían equivocadas.
Volvió a releer el mensaje. De los nervios y la conmoción no había respondido. Pero tenía que hacerlo. ¿Para qué había reunido el coraje de ir a la casa de Cata y habían hecho ese estúpido hechizo? No podía seguir siendo una cobarde. Aunque la viera como una hermana, aunque iba a casarse con otra, aunque todo era una locura, no podía evitarlo. Debía continuar con lo que había empezado o se arrepentiría toda la vida de no haberlo intentado. Con las manos ya un poco menos temblorosas tecleo una respuesta.
Hola Rafa, cuando quieras nos vemos. Trabajo en el laboratorio de 9 a 15. Después de esa hora podemos tomar un café. Escribíme cuando quieras.
Dejó el teléfono en el apoya brazos del sofá y encendió la televisión con el control remoto. No iba a concentrarse en nada pero las voces del aparato la hacían sentir un poco menos sola. Sabia que le iba a costar conciliar el sueño. Iba a ser una noche larga.
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