IV
Habían pasado algunas semanas desde que Hasen y yo comenzamos a vernos en secreto, y nuestra relación, aunque no completamente definida, había evolucionado de forma natural. Cada encuentro, cada conversación, me hacía sentir más atraída por él, como si estuviéramos destinados a encontrarnos en esta etapa de nuestras vidas.
Aquel domingo, como de costumbre, asistí a la misa matutina. Después del servicio, me quedé ayudando a organizar un evento benéfico. Mientras discutía los detalles con algunos voluntarios, noté que David, uno de los jóvenes más activos de la comunidad, se acercaba con su habitual sonrisa amistosa.
—¡Artemisa! —exclamó David, saludándome con un entusiasmo contagioso—. ¿Cómo has estado? Hace tiempo que no te veía en las reuniones de jóvenes.
—Hola, David. He estado un poco ocupada últimamente —respondí, devolviéndole la sonrisa.
David se inclinó ligeramente hacia mí, bajando la voz como si quisiera compartir un secreto.
—Oye, estaba pensando en organizar una salida para el grupo de jóvenes el próximo sábado. Me encantaría que vinieras. Sería genial pasar tiempo contigo —dijo, sus ojos brillando de manera que no supe si era solo su naturaleza amigable o algo más.
Antes de que pudiera responder, sentí la presencia familiar de Hasen detrás de mí. Me giré y ahí estaba, con su mirada oscura fija en David. Aunque trataba de mantener la compostura, podía sentir la tensión en su postura.
—Hola, Hasen. Te presento a David —dije, tratando de romper el hielo.
David, siempre educado, extendió su mano hacia Hasen.
—Mucho gusto, Hasen. Soy David, un amigo de Artemisa.
—El gusto es mío —respondió Hasen, estrechando la mano de David con más fuerza de la necesaria. Sus ojos, sin embargo, no se apartaban del joven.
David, ajeno al cambio en la atmósfera, siguió sonriendo.
—Bueno, Artemisa, espero verte el sábado. Estaré esperando tu respuesta.
Cuando se alejó, Hasen se volvió hacia mí con una expresión que no había visto antes.
—¿Quién es él? —preguntó en un tono bajo y controlado.
—David es solo un amigo de la iglesia. No hay nada de qué preocuparse —le aseguré.
—Parecía demasiado entusiasmado por verte —replicó Hasen, su voz apenas contenida.
Suspiré, dándome cuenta de que este momento era una señal de algo más profundo que necesitábamos resolver. Tomé a Hasen de la mano y lo llevé a un rincón más apartado del patio de la iglesia, lejos de miradas curiosas.
—Escucha, Hasen. Entiendo que estés molesto, pero si vamos a seguir con esto, necesitamos ser honestos el uno con el otro. —Lo miré a los ojos, esperando que entendiera lo que intentaba decir.
Él bajó la mirada por un momento, como si estuviera lidiando con sus propios demonios internos. Finalmente, suspiró y asintió.
—Lo siento, Artemisa. No quiero ser esa clase de hombre que te cela sin razón, pero... —se interrumpió, buscando las palabras adecuadas—. Lo que siento por ti es algo que no había sentido antes, y eso me asusta. No quiero perderte.
Mi corazón se ablandó al escuchar la vulnerabilidad en su voz. Me acerqué más, tomando su rostro entre mis manos.
—Hasen, yo también siento cosas que no había sentido antes. Pero no quiero que esto sea solo una aventura para ti, porque para mí significa mucho más.
Nos quedamos en silencio por un momento, nuestras respiraciones sincronizadas, como si el mundo se hubiera detenido. Finalmente, él habló.
—Artemisa, no quiero que esto sea solo un "veremos". Quiero que seas mi novia. Quiero un compromiso, algo real. —Sus palabras eran firmes, llenas de una determinación que me dejó sin aliento.
Me quedé mirándolo, sintiendo cómo la emoción me inundaba. Jamás pensé que alguien como Hasen, con su vida tan diferente a la mía, pudiera desear algo tan profundo y serio conmigo.
—Sí, Hasen. —Mi respuesta salió en un susurro, pero fue suficiente para iluminar su rostro con una sonrisa que me dejó sin palabras.
Sin pensarlo más, él me rodeó con sus brazos y me besó. No fue un beso apasionado o desesperado, sino uno lleno de promesas y certezas. En ese instante supe que estaba cruzando un umbral del que no habría vuelta atrás.
Nos apartamos justo a tiempo antes de que alguien nos viera. Él me tomó de la mano con un gesto de orgullo y ternura.
—A partir de hoy, Artemisa, somos algo más que amigos. —dijo, acariciando mi mejilla con el dorso de su mano—. Quiero que estemos juntos, a pesar de lo que puedan decir los demás.
—Entonces lo haremos. Pero, por ahora, mantengámoslo entre nosotros —le pedí, sabiendo que aún no estaba lista para enfrentar a mi familia.
Hasen asintió, respetando mi decisión, y volvimos a la iglesia como si nada hubiera pasado, aunque por dentro sentía que todo había cambiado.
Los días siguientes fueron un torbellino de emociones. Hasen y yo nos encontrábamos en lugares discretos, lejos de los ojos críticos de la comunidad. Nuestro amor crecía en cada cita, en cada conversación bajo las estrellas, en cada secreto compartido.
Sabía que eventualmente tendríamos que enfrentar el juicio de mi familia, especialmente de mi padre, pero por ahora, solo quería disfrutar del tiempo que teníamos. Pero en el fondo, una parte de mí sabía que esta paz no duraría para siempre.
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