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5. Una sonrisa.

Capitulo cinco.

Una sonrisa.

KANNA

Estoy recostada sobre el césped húmedo y bien podado, cerca de las gradas, en la cancha de Básquet. El cielo está despejado, sin embargo aún se pueden ver pequeños pedacitos de nube esparcidos por esa hermosa capa azul, casi desvaneciendo. El aire es fresco y ligero. Relajante. Liberador.

Giro mi rostro a noventa grados para inhalar el suculento olor de la hierba combinado con el de la tierra mojada. Suelto un largo suspiro liberando la tensión de mi cuerpo.

No sé qué hora es exactamente, pero si estoy muy segura de que sigue siendo de tarde y aún deben faltar una hora o media hora para que la práctica empiece. Y eso equivale a más tiempo observando lo más hermoso de este planeta:

El cielo.

El césped recién podado.

Chico rubio de ojos penetrantes...

La imagen de ese chico aparece en mi cabeza como el tráiler de una película de Disney, junto con lo que dijo la última vez que intercambiamos palabras.

Necesito olvidarme de ese individuo. ¿Cómo se atreve a faltarme el respeto de esa manera? Cretino. 

Sin embargo, no soy capaz de ignorar ningún pensamiento que tenga que ver con él. Es que tiene un aspecto demasiado misterioso, pero a la vez como si fuera tan fácil de leer.

Ese desgraciado.

Tiene una mirada para morirse.

Espero que no frecuente ni la farmacia ni el restaurante, sino ¿Que sería de mi pobre corazón? Ese chico es peligroso. Me está haciendo sentir cosas que no debería sentir. Es normal que me sienta atraída hacia el, porque ya me ha pasado. Muchas veces.

Que una chica en pleno apogeo hormonal como yo se sienta atraída por un galán cómo ese chico rubio es bastante normal.

¿Verdad?

Claro que sí.

¡Eso es!

Solo atracción ¡Claro! ¿Cómo no me había dado cuenta? Es sólo una pequeña obsesión hormonal que eventualmente pasará, al igual que las otras veces pasadas.

Visualizo una sombra acercarse, luego me envuelve ese olor que conozco tan bien, pero que me da ganas de vomitar.

Carajo.

Suspiro ruidosamente y despego mi espalda del césped para quedar sentada. Uso mis brazos para apoyarme y que mi espalda no tenga que hacer todo el trabajo de sostenerme .

—Hola, Kanna ¿Que te trae por aquí?

Me quedo en silencio por un momento, no me apetecía responderle de inmediato. Por mí, Emma Sano puede irse al infierno ahora mismo y no me inmutaría ni un poco.

—Vengo a prácticar —le doy una falsa sonrisa amistosa girando mi rostro hacia ella para mirarla—, y supongo que tú también ¿No es así?

Arruga sus cejas rubias y me mira con desprecio, da media vuelta y se va hacia las otras gradas que quedan al lado de estas. Su grupo no ha llegado, por eso no se quedó a pelear, sabe que sin ayuda no hay manera de que pueda conmigo.

Miro el reloj de mi muñeca y confirmo que son las tres y treinta minutos de la tarde.

El entrenador está casi al llegar...

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—¡Vamos! ¡Vamos! ¡No sé rindan, chicas!

Si. Yo puedo.

Yo puedo...

Me repito en mi mente una y otra vez.

238 sentadillas. 239. Y...

A este punto mis piernas están temblando, siento mis tendones apretarse, y luego ese dolor punzante recorrer mi columna vertebral. Me duelen la piernas. Me duele el trasero...

No. No duele.

Quema.

Pero yo no me voy a rendir. Son 240 sentadillas en total, y solo me queda una.

Vamos Kanna, tu puedes hacerlo.

Solo baja...

Y sube.

Me animo a bajar, y al hacerlo cientos de gotas de sudor ruedan por mi espalda y mi frente, todo mi cuerpo tiembla y casi no siento las piernas, trato de subir de nuevo...

Pero mis piernas me fallan, y caigo en seco al suelo, como un saco de papas. Las demás chicas lograron completar el ejercicio, pero ninguna se giró a confirmar si me había desmayado o siquiera ver si tenía los ojos abiertos o no. No podía moverme, tenía el cuerpo entumecido y mi respiración era un completo desastre.

Sueño...

El toque final para hacer de este día el mejor de todos; quedarme dormida en medio de la cancha. Mis ojos ya no podían más. Ya se estaban empezando a cerrar ellos solos. El mundo de los sueños arropandome poco a poco.

Que se jodan. Hoy me voy a hechar una siesta aquí...

Y antes de darme cuenta de si estaba dormida o no, sentí que unos brazos fuertes me agarraban para levantarme.

—Arriba, Hanagaki. Este no es lugar para tomar una siesta —es el entrenador. Me levanta como si no pesara nada y luego me carga al estilo cuna.

Que raro, el siempre deja que nos levantemos por nuestra cuenta.

Camina conmigo en brazos, silencioso, hasta llegar a las gradas más apartadas de la cancha, me sienta en ellas, luego él se sienta a mi lado, mirando la cancha con detenimiento.

—¿Ocurre algo, Kanna?

Ya no es necesario que mantengamos esa relación de entrenador y jugador solo como algo profesional. Eso solo delante de los miembros restantes del equipo. Se lo había pedido de favor cuando decidí unirme al equipo de Básquet de la escuela en la que asistía.

—No pasa nada, solo me quedé sin fuerzas, es todo —mi voz salió tan inaudible que dudo que el la haya escuchado, tenía la garganta seca. No sabía que quedarme sin fuerzas significaba quedarme sin saliva también.

Suspira profundamente y luego me da esa mirada. Esa mirada característica que lo hace parecer como un sabio veterano de la vida.

—No me mientas, Kanna. Conozco a mi sobrina —me toma de la mano y me da un apretón reconfortante—, y, por lo tanto, sé cuándo algo no anda bien.

Me sorbo el moco de la nariz que no sabía que tenía y se me nubla la vista.

No. No. Este no es momento de llorar.

Parpadeo varias veces para alejar ese líquido salado de los bordes de mis ojos.

—¿Kanna?

—Estoy cansada. Esto sólo es el resultado de tener que trabajar como burra hasta en las vacaciones.

—Entiendo.

Me da un asentimiento para que continúe.

Claro. Era obvio que no se iba a confirmar con solo eso.

—Supongo que estar ocupada casi todo el tiempo no es sano.

—¿Supones o solo estás maquillando las cosas?

—¿A que te refieres?

—A que dejes de tapar las cosas, porque siempre van a estar ahí, y mientras más las ocultes, más reales se volverán.

—No estoy ocultando nada.

—¿Segura? Porque no me parece. Yo hago lo mismo o más de lo que tú haces, y no me ves tirado en medio de la cancha ¿O si?

Suspiro en derrota. Este viejo si sabe cómo hacer que uno caiga en razón.

—Solo quisiera tener una vida normal ¿Ok?—suelto de repente, en un suspiro agotado—. Solo quiero ser una adolescente normal, con padres, amigos, lindas navidades y solo tener que estudiar. —El deja de mirarme y vuelve su vista hacia la cancha. Duramos unos pocos segundos así y ya empiezo a arrepentirme de lo que dije...

—Y la puedes tener.

—¿Qué?—enfatizé incrédula.

—Dije que puedes tener una vida normal, Kanna.

—¿Cómo? ¿Resucitando a mis padres?—escupí esa última pregunta sin pensarlo. Si rostro se oscureció desde que mencioné la palabra "padres". Oh no. Lo ofendí.

—Lo siento yo...-

—Entiendo cómo te sientes. Yo también apreciaba mucho a tu padre. Lo extraño.

Mi tío Ronin es el hermano menor de mi difunto padre. Ellos eran tan unidos...

Ya me imagino lo mucho que debió doler, es...

—Sé que duele —su afirmación interrumpe mis pensamientos y me hace enfocarme en él nuevamente—, y se que debió ser muy difícil para tí crecer y que tus padres no estén ahí contigo.

Una lágrima se me escapa y el dolor se hace presente en mi pecho, en lo más profundo.

—Lo fué —mi voz sale quebrada y ronca.—. Y lo sigue siendo.

A este punto ya mis lágrimas están tan acumuladas que empiezan a salir sin control, trato de mantener mis emociones a raya, pero fallo en el intento. Ya no puedo más.

Mi tío Ronin me jala y me abraza con fuerza, así como lo hizo en el funeral.

Jamás olvidaría el día en el me despedí de ellos, definitivamente. Para siempre.

—Es saludable que te permitas sentir el dolor de ves en cuando. Ocultarlo no ayudaría en nada.

De repente empecé a sentirme observada, gire mi cabeza hacia la otra cancha; no había nadie, las chicas ya se habían ido.

Ah, solo fué mi imaginación.

Sin embargo, al fijarme un poco más allá de las gradas, pude ver una figura masculina, lo único que alcanzo a ver de este son su cabello, nariz y labios, debido al resplandor del atardecer que se escondía a sus espaldas.

Bajito...

Rubio...

No puede ser... ¿Será el?

A continuación, este chico hace algo que me deja realmente sorprendida. Algo genuino y bonito:

El sonríe.

Sonríe de una menara que pareciera como si te estuviera dando fuerzas. Cómo si te estuviera tando ganas de seguir luchando.

Mi boca se abre en sorpresa, no sé porqué, pero estoy demasiado sorprendida. Este chico que aún no se bien quien es...

Me sonrió.

Siento un calor extraño en mi pecho y siento más ganas de llorar, pero no de tristeza, aunque tampoco puedo decir que de felicidad, solo sé que este chico me devolvió lo que no sabía que había perdido.

Paz...

Por más sorprendete que suene, este chico, con su sonrisa tranquilizadora...

Me dió Paz.

Este chico me hace un saludo con la mano, se voltea y se va. Veo como se aleja con atención, hasta que su silueta desaparece por completo...

Me despego lentamente de Ronin, y lo miro a los ojos; están rojos, estaba a punto de llorar, él no porta ninguna expresión en su rostro, eso me lleva a una conclusión en específico:

El también necesita que alguien le sonría y que le diga que todo va estar bien porque él no está sólo.

Le sonrió, así como lo hizo aquel chico.

Y finalmente... Rompe a llorar, y yo lo abrazo con todas mis fuerzas, así como él lo hizo conmigo. Consuelo mutuo. Amor mutuo, eso es lo que siento en este momento...

Y paz.

Mucha paz.

—Gracias, tío Ronin.

Y gracias... Chico de la sonrisa reconfortante.

Jamás te olvidaré.

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