Luz de luna
Su cuerpo descansaba sobre la blanca arena de la playa. Los rayos del sol parecían dirigirse directamente hacia sus cabellos como si se vieran atraídos por su llamativo color. Al entrar en contacto con ellos proyectaban una radiante luz que se reflejaba sobre las frías aguas del golfo que poco a poco avanzaban sobre la playa e intentaban despertar a la joven de atuendo color níveo. Aunque lo intentó, el frío liquido no pudo humedecer la vestimenta y tan solo se deslizó sobre su superficie y siguió con su camino. Cuando llegó al rostro de la joven logró despertarla. Lentamente daba fin a su primer sueño fuera de confinamiento. Se limpió la arena de sus mejillas y sacudió sus cabellos. Levantó la vista y la luz solar se enfrentó a la de los ojos de la joven. Al comienzo la recién despertada parecía verse derrotada por la penetrante luz, pero de pronto sus ojos se iluminaron y los rayos del sol parecieron huir despavoridos de ella.
La muchacha se incorporó, se estiró un poco y escuchó el aire entre sus articulaciones reventar. Una ligera sensación de placer la invadió. Miró hacia el golfo y vio a su derrotado enemigo emergiendo sobre el horizonte. Sin darle oportunidad para una revancha se dio vuelta y su mirada se encontró con una imponente ciudad.
La reconocía de algún lugar. Tras mirarla algunos segundos, descifró que era la majestuosa Kratos City, la impresionante pirámide de acero y cristal en medio de toda la imagen así lo indicaba. Respiró profundamente y dejó que sus pulmones se llenaran con esa mezcla de olor a agua salada y asfalto humedecido por el rocío. Recordó cada pequeño momento que había compartido con sus padres en esa jungla de concreto. Una lágrima rodó por su rostro, pero no iba a dejar que eso fuera lo primero que la ciudad viese de ella. Rápidamente se secó la pequeña gota cristalina.
Comenzó a caminar y mientras pensaba en un sinfín de absurdos. Sabía que no era una heroína, no podía creer que esas personas existieran todavía, pero sin dudas era alguien que buscaba hacer las cosas bien. No era alguien que vistiera mallas elegantes como en esos cómics donde todos parecían pensar: "¡¿Dónde está mi supertraje?!". Ella no tenía tiempo para perder en eso. Se conformaba con el atuendo que llevaba. Sin embargo, si había algo que creía que era necesario: el nombre.
Hace tanto tiempo que nadie la llamaba por su nombre real. Para los científicos y soldados, ella era solo el proyecto "Amaris". Pensó en ese nombre, quizás no era el de ella, quizás no era el que sus padres le habían dado, pero era el que llevaba grabado en su traje. Al recordar lo que le habían arrebatado sintió algo quebrarse dentro de ella, pero esta vez no hubo lagrima. Apretó el puño, reprimió su ira, y se prometió que no dejaría que aquellos monstruos se olvidaran de aquel nombre que le dieron. Desde ese día sería Amaris.
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