La espera
La joven pasó varios días recorriendo la ciudad en busca de pistas que la condujeran hacia las personas le habían arrebatado todo. Tuvo que tocar algunas puertas y derribar algunos muros, pero por fin consiguió la información que buscaba.
Los indicios le permitieron saber que se realizaría el traslado de una científica hacia la base de investigación en las aguas del Golfo la noche del viernes. Al llegar el día se dirigió hacia las inmediaciones del muelle y se dispuso a esperar el arribo del equipo de oficiales.
Ella sabía que ese sería el lugar desde el que se recogería a la mujer en cuestión, para llevarla a su destino, así que solo le restaba esperar. Envuelta por el tranquilizante sonido de las olas del mar chocando contra las orillas de la ciudad, dirigió la vista al cielo y quedó hipnotizada por el solemne y blanquecino brillo de la luna. Se mantuvo en ese estado de quietud y paz que le transmitía contemplar aquel astro, hasta que, sin aviso previo, escuchó el sonido de un motor que a cada segundo parecía ser más intenso.
Apartó la vista del cielo y la centró en el convoy que se acercaba al lugar. Se trataban de cuatro automóviles de gran tamaño que eran escoltados por ocho oficiales que viajaban en motocicleta. Si bien era un número mucho mayor al que esperaba enfrentarse, eso no la haría desistir. Decididamente, alzó vuelo hacia el cielo y, cuando alcanzó gran altitud, se precipitó hacia el asfalto provocando tan gran impacto que fue capaz de mover la tierra varios metros a su alrededor. Todos los vehículos que integraban el convoy se sacudieron y la mayoría perdió el control, provocando que se estrellaran los unos con los otros. Sin embargo, Amaris no se inmutó. Ella estaba en medio del desastre que había ocasionado, pero no se preocupaba por nada, simplemente esperaba.
Habiendo neutralizado a gran parte de la escolta, continuó su camino revisando cada vehículo en busca de la científica y derribando a los soldados que salían de entre las llamas buscando pelea. Después de revisar tres de los vehículos por fin llegó al último donde, tras abrir la puerta trasera, se encontró con la mujer de ciencia quien estaba amordazada y esposada de manos y piernas. Se acercó a la mujer, y le quitó la mordaza.
- Mil gracias niña – soltó al instante – Tienes que ayudarme.
- No tengo que hacer nada – respondió fríamente – Tu eres una de ellos.
- Mira esto ¿en serio crees que soy una de ellos? – dijo exhibiendo las esposas, mientras veía con desesperación como el fuego comenzaba a consumir el vehículo – Sálvame por favor.
El calor se intensificaba a cada segundo y Amaris debatía consigo misma sobre si debía ayudar a aquella extraña o no. La miró profundamente a los ojos y notó las lágrimas de desesperación que inundaban estos, supo entonces que le decía la verdad. Se acercó, rompió las esposas y juntas salieron del automóvil.
Ahora solo le quedaba esperar.
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