Doce
Cuando él terminó de hablar, fue el turno de la muchacha de responder. Dio la vuelta entre sus brazos, con cierta dificultad pues él la mantenía presa de aquel abrazo y no disponía de espacio apenas, lo observó a los ojos, acarició su mejilla con cariño y esbozó una sonrisa triste que a él le causó de todo menos alegría.
— No me preocupa lo del sexo, Max —dijo con sencillez—. Eso me da exactamente igual, porque si sucede es porque ambos lo queremos, y en ningún momento se me ha pasado por la cabeza que pretendieses utilizarme de ese modo. Quiero que estés tranquilo, porque no hay nada de eso en mi mente —guardó silencio por si él quería decir algo, pero el muchacho solamente suspiró aliviado ante aquello, por lo que ella siguió hablando—. Yo no quiero ser un impedimento para ti, ni un estorbo. Si quisieras estar con Laura o alguien como ella, yo tendría que aceptarlo. Al fin y al cabo, he llegado a tu mundo la última...
—Pero te he dicho que no quiero estar con otra —apuntilló él.
—Lo sé, pero no es sólo eso. Tus amigos —comentó con incomodidad—, están contigo desde mucho antes que yo, y son tus amigos por algo, ¿me entiendes? Eso no debe cambiar por una chica. No por mí.
—Ya no son mis amigos —sentenció disgustado.
—Me enteré de lo sucedido, y no me parece bien. Aunque dolió, ellos no vinieron a buscarme para decirme esas cosas, simplemente fue una coincidencia... Pero, Max, tenían razón.
El chico quiso aclarar aquello, pero no se lo permitió pues quería terminar de exponer lo que tenía en mente y que, creía, era necesario aclarar.
—Yo no siento que pueda estar contigo, Max. Solamente es un curso, pero lo percibo como si fuese un abismo entre ambos. Tú en bachillerato, yo en la ESO. Yo soy esa cría de la ESO, ¿no lo ves? Sí, quizá es poco importante, pero esa leve diferencia tarde o temprano va a influir. Y, como ya te dije, no me siento suficiente...
—Ya estoy harto —soltó con rabia, separándose de ella mientras daba una vuelta sobre sí mismo tratando de encontrar la forma de dar voz a sus quebraderos de cabeza—. Empezaste a gustarme por una simple razón: eras tú misma sin importar qué. Nadie podía contigo, nada podían decirte que te hiriera, eras directa y clara, con respeto pero sin retroceso. Y eso me encantó. Poco a poco me cautivaste y acabé enamorado de ti como un imbécil... Y sí, cometí errores, pero también me esforcé por arreglarlo así que no puedo aceptar esto. Y no entiendo cómo mierdas has acabado así. ¿Desde cuándo te importa lo que digan los demás? ¿Desde cuándo comentarios vacíos tienen capacidad de herirte? Porque tengo claro que todo esto —abrió los brazos como si abrazase algo en el aire— es porque estás herida de un modo horrible, y no puedo entender por qué. ¡Y eso me desespera!
La chica lo observó en silencio, sin moverse de donde estaba mientras pensaba en sus palabras.
—Supongo que quizá es porque me permití sentir algo por ti... —pensó en voz alta, aunque a un volumen bajo.
—Así que es por mi culpa. ¿Por mí?
Ella no respondió, tan solo trató de sonreír con mirada triste. Max no soportaba verla de aquel modo, se sentía mal al saber que ella había bajado la guardia debido a sus sentimientos y eso había abierto la puerta a las cosas hirientes. Se acercó nuevamente a ella, le cogió una mano y la llevó a su boca para dejar un beso en la palma. Ella deslizó la mano a un lado y acarició su mejilla como había hecho rato antes, con mano temblorosa y aquella tristeza en su mirada. Max, sin previo aviso, lanzó sus brazos en torno a ella y habló con firmeza y decisión.
—Eres mi chica, y punto —sentenció—. Sientes lo mismo que yo, es lo único que me importa. No voy a permitir que nadie te haga sentir así y que te alejes de mí. ¡No te vas a alejar de mí! ¡Me niego! Vas a salir de aquí de mi mano, hoy y todos los puñeteros días. Y voy a estar pegado a ti hasta que te metas en esa cabezota tuya que este es tu lugar —afirmó mientras afianzaba el abrazo.
Salma no pudo decir nada, pero escondió su rostro en el cuello del muchacho y dejó que todo el dolor y la tristeza que había estado sintiendo últimamente se desbordasen de ella en forma de lágrimas. Su llanto no le dolió a él esta vez, porque, de algún modo, sintió que esa vez era buena señal. No se equivocaba, pues a su compañera le estaba haciendo bien sacar toda aquella amargura contenida que, en el proceso, se llevaba también parte de sus preocupaciones e inseguridades.
Dos semanas exactas tras aquello, Salma había logrado reorganizar sus pensamientos, sus dudas y sus intereses y se sentía bien, al fin. Max había ayudado mucho en aquello, a decir verdad, pues estaba decidido a tener de regreso a aquella Salma que parecía brillar con luz propia a principios de curso. Él había tenido la ayuda de Ona, pues también había estado pasándolo mal y, aunque hubiese puesto mucho empeño en lo relativo a Salma, en lo que tenía que ver consigo mismo no le había resultado todo tan fácil.
Volvió a pedirle a aquella muchacha que adoraba pintar que saliese con él y, esa vez, finalmente logró una respuesta afirmativa. En aquel tiempo, Max no habló con sus amigos, pues se sentía traicionado y no perdonaba lo ocurrido. Probablemente todo quedaría en un malentendido si ellos diesen el paso y se disculpasen, pues sabían que habían sido responsables de un montón de quebraderos de cabeza para la pareja, pero no parecían animarse a hacerlo y evadían la situación, cosa que no lo mejoraba.
Los rumores sobre ellos seguían corriendo como pólvora por el instituto, ella recibía miradas que la incomodaban pero se las apañaba para ignorarlas y Max, ajeno a todas esas niñerías que parecían ser el pan de cada día en el lugar, estaba siempre allí para ella, para apoyarla en cualquier cosa y recordarle que, aunque hubiese derribado los muros que antes tenía a su alrededor, no debía dejar que nada ni nadie le minase la moral.
Salma, unas semanas atrás, había terminado el dibujo para el concurso y lo había entregado bastante antes de que el plazo de presentación llegase a su fin. Ahora, solamente debía aguardar a que el momento de las valoraciones llegase y eso era lo que más nerviosa la ponía. Confiaba en sus posibilidades, estaba segura de que había hecho un buen trabajo y nada podría arrebatarle aquella seguridad y confianza.
En los pasillos del centro, la pareja compartía idas y venidas y marchaban siempre juntos, dando un paseo antes de despedirse e ir cada uno a su casa. Las tardes de los miércoles la pasaban juntos y seguían con su rutina de los viernes. El aula de arte había sido testigo de escenas subidas de tono, pues aquel lugar parecía alterarles las hormonas de un modo realmente curioso. Si bien era cierto que Max había decidido que no tendrían relaciones sexuales hasta que llevasen algo más de tiempo —pues seguía preocupado de que ella pudiese pensar que era lo que realmente buscaba—, eso no quitaba que disfrutasen de aquel jugueteo que se traían y las provocaciones eran algo normal entre ellos a aquellas alturas. Los besos, en ocasiones, alcanzaban un nivel más íntimo y debían poner el freno. Los domingos, como ya era costumbre, se encontraban en el parque cuando él había acabado de correr y ella había leído bajo el sol durante un buen rato.
Todo parecía ir bien, y eso les daba una calma que disfrutaban realmente. Estaban en época de aprender lo que es la vida real, casi rozando con los dedos la madurez, y entre un sinfín de cosas, se habían quedado con una sola verdad. Tanto él como Salma habían aprendido una importante lección: todo el mundo habla, pero no por ello tiene razón.
FIN
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Todas las personas debemos seguir nuestros instintos sin dejar que las opiniones de los demás influyan en nosotros, y no debemos cambiar a causa de lo que puedan decir o pensar de nosotros. Mucho menos, cuando no son personas importantes en nuestras vidas.
Salma y Max se enfrentaron a los cuchicheos, a las habladurías y las opiniones ajenas y les costó trabajo actuar según sus convicciones o ideas propias, pero eso no volvería a suceder dado que habían aprendido de la vivencia y habían salido fortalecidos.
Siempre debemos tener eso claro, y debemos ser capaces de aprender de todo lo que viene a nuestra vida. Cuando somos adolescentes todo es muy diferente y las preocupaciones que tenemos en esa etapa difieren bastante de las que tendremos cuando seamos realmente personas adultas con la madurez correspondiente (recordemos que hay gente que no madura nunca), pero eso es así porque aprendemos de los golpes y las experiencias. No os cerréis en banda ante cosas inesperadas, no dejéis que nadie os aleje de vuestros objetivos, intereses o de aquella persona que os haga felices y, sobre todo, no dejéis que nadie os haga sentir menos. La sociedad tiende a menospreciar a aquellos que siguen sus propias convicciones y normas, y no lo esperado o asumido como "normal" y siempre que seas distinto en algún aspecto correrás el riesgo de ser menospreciado o desdeñado. Y no merece la pena, créeme.
Yo, personalmente, me siento identificada con Salma en un aspecto: me repugnan las personas de doble cara, la falsedad, la hipocresía. No puedo con ello, y no finjo lo contrario así que cuando detecto esas cosas si he de decirlo abiertamente, lo hago. De no hacerlo, estaría siendo falsa e hipócrita, y no estoy dispuesta a ello. Salma tampoco. ¿Y vosotros?
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