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8. Una traición sin honor

Mar

Después de pasar los siguientes días realizando grandes preparativos, estamos listos para llevar Makena a darle un vistazo al exterior.

El barco de Blake está adornado con finos listones dorados —color de la familia real de la superficie— acomodados alrededor de toda la barandilla. Las banderas y velas se alzan con su característico escudo familiar y el viento hace que se ondeen con una gloria casi poética. En lugar de la vestimenta ligera y piratesca que caracteriza a la tripulación, todos están vestidos con elegantes trajes e insignias, como si de una reunión real se tratara.

Incluso Blake ahora lleva su cabello elegantemente peinado hacia atrás, con zapatos de cuero y ropa elegante de seda, además de una banda dorada bordada con hilos de oro, que lleva acomodada sobre su pecho. Es un príncipe en toda su gloria y me hace dudar si el atuendo que llevo es adecuado para la ocasión, ya que simplemente estoy usando el mismo y único cambio de ropa que Lara me dio en un inicio.

—¿Está bien que yo use solo esto? —le pregunto a Blake.

—Eres hermosa con lo que sea que uses —dice, pero ni siquiera me mira. Su vista simplemente se fija en el agua del océano por el que Makena acaba de salir con una deslumbrante sonrisa.

Él ordena rápidamente a sus hombres que bajen un bote para subirla, mientras les da indicaciones a otros para que estén preparados.

Quiero creer que este asunto es demasiado importante para él, que realmente está ansioso por que todo salga a la perfección, que este momento marque el inicio de una nueva era, y que por todas esas razones esté demasiado ocupado como para mirarme aunque sea una sola vez.

Intento convencerme una y otra vez de que todo va a salir bien. Ignoro mis pensamientos negativos mientras veo como el bote, con Makena adentro, va subiendo hasta acercarse cada vez mas a la barandilla del barco.

Me muevo para acercarme a Blake, que está esperando con ansias a que el bote termine de subir, pero justo en mi camino termino encontrándome con Lina.

—Lo siento, no te ví —me disculpo, soltando una leve risilla—. Tener muchos nervios y emoción al mismo tiempo no es bueno para la orientación —bromeo con una sonrisa, que rápidamente se apaga cuando veo que ella no me devuelve el gesto.

El rostro de Lina está completamente serio y hay algo en su mirada que no logro distinguir. Parece una mezcla entre lastima y preocupación. Una chispa, no de emoción, sino de miedo.

—No, discúlpame tú —dice, llevando su mano, tal vez de manera inconsciente, al mango de una espada de metal oscuro que cuelga de su cinturón—. De verdad lo siento —dice, antes de pasarme y seguir su camino, sin volver a dirigirme la mirada.

Es la primera vez que lo noto, pero cuando vuelvo a fijar mi vista en la tripulación, ya no veo solo sus elegantes vestimentas, sino que ahora mi vista también se percata de las espadas que cuelgan de sus cinturones y las dagas que se esconden bajo sus botas. Todos, sin excepción, están armados. Incluso Blake, que más allá de su elegante porte, lleva una daga de oro consigo.

Quiero preguntar la razón de que estén tan alertas, pero antes de que pueda expresar mis dudas el bote termina de subir, y la tripulación, por órdenes de su príncipe, lo empuja hasta el centro de la cubierta.

Me acerco hacia ellos, hasta que Makena entra completamente en mi campo de visión. Ella está vestida con las mismas ropas con las que le rendimos homenaje al rey del océano. Prendas tejidas con las más finas perlas cubren su piel, mientras las escamas de su aleta brillan como joyas bajo los rayos del sol, haciendo juego con su deslumbrante sonrisa y unos ojos llenos de emoción y curiosidad.

Ella trata de intercambiar algunas palabras con los marineros, pero ninguno responde a sus comentarios. Al contrario, se miran entre ellos con ansias mientras esperan las órdenes de su príncipe.

Makena me mira con confusión, pero no puedo darle una respuesta de lo que está pasando, porque yo tampoco lo sé. Me abro paso entre los demás, que no hacen más que dirigirme miradas compasivas cada vez que me acerco más hacia mi amiga, y no es hasta que llego a ella, que Blake se acerca a nosotras con un libro en mano, el mismo que me enseño la primera vez que nos conocimos, y en donde se encuentra información sobre las criaturas del océano.

Él alterna la vista entre Makena y yo, y ahí es cuando noto la diferencia entre sus miradas. A mí siempre me mira como cualquier hombre miraría a una mujer hermosa, con interés, quizá deseo, pero nada más allá de eso. Pero a ella la mira con asombro, como si estuviera viendo algo irreal, algo sacado de un cuento, un ser precioso. La chispa en sus ojos cuando su mirada se fija en la aleta de Makena me provoca un escalofrío por todo el cuerpo.

—Así que si eres real —dice Blake, hojeando el libro hasta detenerse en una de sus páginas. Él lo voltea para que podemos ver el dibujo de una sirena, con largo cabello negro y ojos azules, y unas escamas tan brillantes que parecen esmeraldas—. Ustedes han estado escondidas bajo el océano tanto tiempo que la gente de mi reino empezó a creer que eran tan solo un mito.

—¿Blake? —pregunto, pero la fría mirada que me dirige hace que me arrepienta de haber mencionado su nombre.

—Estos libros, que antes debieron de haberse visto como grandes investigaciones —dice, sosteniéndolo con fuerza—, no son más que cuentos para niños ahora. Las criaturas del océano dejaron de ser reales para nosotros y se volvieron seres mitológicos que se usan para llamar la atención en los festivales. Un mero invento para hacer que los niños se porten bien, porque si no lo hacen, los monstruos saldrán del océano para llevárselos.

—Amara, ¿de qué está hablando? —me pregunta Makena con el rostro pálido. Parece que ella también ha notado que algo no anda bien.

—¿Amara? —pregunta Blake, dirigiéndome una mirada carente de toda la amabilidad que me había mostrado antes—. Creí que te llamabas Mar.

—Es un apodo —explico, y sin siquiera notarlo empiezo a retroceder hasta sentir con mis dedos la madera húmeda del bote en dónde se encuentra mi amiga—. Creo que deberíamos irnos, ha sido mucho por hoy.

El sonido de la daga de Blake siendo desenvainada me interrumpe. Él la balancea sobre su mano, mientras le entrega el libro a uno de los integrantes de su tripulación y hace señas a otro más para que le entregue otro ejemplar. Todos ellos obedecen sin rechistar, y me siento tonta al darme cuenta que en todo este tiempo era la única que no lo veía por lo que realmente es: Un príncipe.

—Escuché que averiguaste que soy el onceavo en la línea de sucesión —dice, lo que me hace pensar que Lina le contó todo lo que hablé con ella—. Te imaginarás lo difícil que sería convertirme en rey con tal competencia. Necesitaba algo que me hiciera destacar de entre todos ellos. Intenté ser el mejor el caballero, después el mejor pirata y cuando ninguna opción funcionó, tuve que aferrarme a los mitos. Si la realidad no te da lo que quieres, debes buscar en la ficción.

Ni siquiera sé porque lo sigo escuchando. Tal vez sea por el tono hipnótico de su voz o la tensión que se esparce por el aire a cada segundo. Pero por ningún motivo quiero creer que es por miedo. Me niego a creerlo a pesar del temblor de mis manos y la debilidad de mis piernas.

Obligo a mis manos a mantenerse firmes y a mis piernas a estar fuertes. Intento sacudir el recuerdo de mi hermana mientras me advierte que no debo confiar en los humanos. Trato de alejar la voz en mi cabeza que me susurra un te lo dije. Y finalmente, tomo la orilla del bote con decisión.

—Nos vamos —declaro, reuniendo toda mi fuerza para arrastrar el bote con Makena dentro, hasta la orilla del barco. Pero apenas puedo dar unos pasos antes de que la tripulación forme un círculo alrededor de nosotras, evitando nuestro paso. Estamos rodeadas y sin salida.

—Cuando te ví en el océano ese día —continúa Blake, ignorando nuestros rostros llenos de confusión y llevando la atención hacia lo que más le importa: él mismo—, dudé que fueras real. Podrías haber sido una ondina como decía el libro o podrías haber sido una impostora. Una humana disfrazada de algo que no es. Pero te seguí el juego, porque eras mi único rayo de esperanza, el primer resultado de una búsqueda realmente implacable, y si lo que decías resultaba ser cierto, entonces seguramente conocerías a alguien que pareciera más... monstruoso.

Las palabras de Blake causan una desesperación en mí tan grande que olvido mi miedo y camino hasta estar justo frente a él. Cara a cara, como habíamos estado antes tantas veces, pero está vez, sin ningún ambiente romántico que nos rodee.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunto, sin dejar de mirarlo a los ojos, y sintiendo como algo dentro de mí comienza a desgarrarse—. ¿Quieres atraparnos para enseñarle a tu reino que somos reales? ¿Crees que con eso te ganarás su respeto?

—Por supuesto que no —niega, abriendo el nuevo libro que tiene entre sus manos—. Lo que pasa con los mitos que es que la gente suele cambiarlos con el tiempo. Los transforma hasta que dejan de ser lo que alguna vez fueron.

Blake me enseña una de las páginas, en dónde una sirena con escamas oscuras recorriendo todo su cuerpo, uñas afiladas como cuchillos y colmillos largos, atormenta a los pobres marineros de un pequeño barco pesquero. Nada más alejado de la realidad. Esa cosa es un monstruo. Es como si los humanos hubieran tomado nuestra historia para transformarla en un cuento de terror.

—Tú lo viste en el festival —me recuerda Blake—. Las personas de la superficie los ven como monstruos. Los marineros se embarcan en el océano con miedo de las leyendas, de los monstruos que habitan bajo las aguas, listos para arrancarles el corazón.

—Eso no es cierto, nosotros no somos así —niego y me giro hacia la tripulación para buscar su apoyo—. Ustedes me conocen. Ni Makena ni yo lastimaríamos nunca a ningún humano. ¡Tienen que creerme!

Todos se quedan callados, solo mirándome con una expresión que no logro comprender. Ahí, entre todos esos rostros, vislumbro el de Lina, que evita mi mirada todo lo que puede y en ese momento, su disculpa resuena en mi cabeza. Ella no se estaba disculpando por chocar conmigo, ella se estaba disculpando por esto. Porque sabía lo que pasaría, porque ya había sido planeado por Blake. Y la lealtad de alguien que podría volverse rey es más importante que la de una simple e ingenua ondina del océano.

—¿Qué es lo que harás con nosotras? —pregunto con resignación, aún dándole la espalda a Blake y disculpándome con Makena entre susurros, sin poder evitar que las lágrimas se filtren por mis ojos. Ella me mira con angustia, incapaz de decir nada, y sin saber como reaccionar a lo que está pasando, o más bien, a lo que va a pasar.

Blake avanza hacia mí y pone sus manos, ahora libres, sobre mis hombros para sujetarme con fuerza.

—Tú me contaste una vez —dice, susurrándome al oído—, que cuando una criatura del océano muere, la magia se disipa y está se convierte en las cosas que se usaron para crearla. Si se usaron caracolas y algas marinas, terminará siendo caracolas y algas marinas. Por lo que si quiero que me crean, tendré que asesinar a tu amiga frente a todo mi reino, en el cierre del festival que se llevará a cabo en el muelle. Es por eso que el barco está tan bien decorado.

Me estremezco ante sus palabras, pero antes de poder reaccionar él me empuja hacia otros tripulantes, quienes me sostienen con fuerza, evitando que me mueva.

—¡No, detente! —grito con todas mis fuerzas, mientras trato de liberarme del agarre, sin éxito—. ¡Deja ir a Makena y tómame a mí!

Blake ignora mis gritos y se dirige hacia Makena, con la daga nuevamente desenvainada y unos pasos seguros y escalofriantes. Ella se impulsa con sus brazos y logra salir del bote, pero sigue en la cubierta del barco, con varias personas rodeándola, lejos de su hogar y en un ambiente completamente nuevo. En esa situación de pánico, no sabe que otra cosa hacer más que suplicar por su vida.

—No, espera, por favor —dice, con todo su cuerpo tendido en la fría madera del barco.

Cuando Blake llega a ella, la toma por el cabello y la levanta para tenerla frente a él. Makena hace una mueca de dolor, mientras su aleta cuelga y se mueve en un intento de liberarse.

—¡No te atrevas a tocarla! —grito, tratando de correr en su dirección, pero las manos que me sostienen hacen más fuerte su agarre, haciendo que mi piel arda bajo sus dedos.

—Necesito una historia —dice Blake, con tanta frialdad que sería capaz de congelar a toda la embarcación—. ¿Qué te parece una historia en dónde intentaste atacarnos? —le pregunta a Makena y ella solo se hunde en el miedo como respuesta—. Y ahí fue cuando nosotros te dimos caza y te llevamos al reino como muestra de que ningún monstruo del océano es rival para un príncipe de la superficie.

Dicho esas palabras, Blake entierra su daga en uno de los costados de Makena y ella suelta un grito desde el fondo de su ser, para después caer con un golpe sordo al suelo de la cubierta.

—¡¿Pero qué estás haciendo?! —grito con desesperación, al ver como mi mejor amiga empieza a desangrarse, y todo por mi culpa.

—Tiene que haber indicios de una pelea —explica Blake, con tanta naturalidad que me causa un escalofrío por todo el cuerpo—. Pero no te preocupes, no le dí a un punto vital, al menos, por ahora —dice, volviendo a dirigirme la mirada.

Él hace una señal y las personas que me sujetan me arrastran con fuerza hasta la orilla de la cubierta, con Blake siguiéndonos de cerca.

—Me traicionaste —digo. Quiero que mi voz salga con furia y odio, pero en su lugar, suena quebrada y ahogada en una completa decepción.

—Eso es lo que pasa con las traiciones —dice Blake, alejando a las personas que me sujetan y tomando él mismo mis mejillas, sin nada del tacto o la amabilidad que alguna vez me mostró—. No la ves venir hasta que es demasiado tarde.

—Dijiste que todo saldría bien —le recrimino, esperando que mis palabras se claven en su pecho—. Lo juraste por tu honor.

—Está saliendo bien —dice con indiferencia—, al menos para mí. Nunca especifiqué a quién me refería. Y además, para este punto ya deberías saber que no tengo honor. Porque el honor no puede darte un trono.

Suelto un suspiro pesado, porque a pesar de que mis brazos están libres y lo tengo justo frente a mi, soy tan débil y tonta que jamás podría llegar a hacerle un solo rasguño sin ser detenida antes por toda su tripulación.

—¿Y ahora qué? —pregunto, con un nudo de emociones en mi garganta.

—Ahora tu amiga morirá —dice, causándome una aguda punzada en el pecho—, yo me convertiré en rey y tú...

—¿Y yo?

—Eres hermosa —dice, como tantas veces me había dicho ya—. Pero ya no te necesito y sería un desperdicio utilizar una daga de oro en ti.

Él se acerca a mí hasta estar a centímetros de mi boca, su aliento contra el mío, su respiración en mi rostro y los latidos de su corazón a mi alcance.

—Supongo que debo agradecerte —dice, dando un par de pasos atrás y quitando su toque de mi piel—. Pero eso también sería un desperdicio, porque al final del día, la historia la escriben los vencedores, y yo decido que tu nombre no será parte de ella.

Blake me empuja. Alcanzo a ver por última vez el rostro de mi amiga inundado por el dolor mientras trata de detener el sangrado con su mano, y a Blake con una sonrisa triunfante, antes de caer fuera del barco, raspando mi piel contra la hiriente madera mientras me precipito de nuevo a las frías aguas del océano.

No puedo hacer nada. Las heridas de mi piel arden con la salinidad de mi hogar y mis lagrimas se pierden entre toda el agua que me rodea. Me hundo, y ni siquiera hago un esfuerzo por nadar. Lo he arruinado todo y lo único que puedo hacer es dejar que el peso de mi error me lleve hasta el fondo del océano, mientras que, por primera vez en toda mi vida, siento que me ahogo.

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