5. La superficie
Mar
Antes de que pueda procesarlo o incluso pensarlo dos veces, me encuentro a bordo del barco de Blake. No mirándolo desde la distancia o acariciando con mis dedos la madera que entra en contacto con el agua, sino en cubierta.
Por primera vez en mi vida mi cuerpo está completamente fuera del océano. Al principio me sentía pesada por toda el agua escurriendo de mi cabello y mi ropa, pero una vez seca, sin toda la presión del mar encima de mí, me siento ligera y por extraño que parezca, libre.
Las tablas de madera bajo mis piel se muestran firmes y cada paso que doy me recuerda que ya no estoy más en casa.
—Toma esto —indica una chica, sacándome de mis pensamientos. Su corto cabello castaño se mueve suavemente con la brisa del viento y sus ojos cafés parecen mirarme con más duda que seguridad—. No estarás planeando usar eso, ¿cierto?
Miro mi atuendo y por primera vez me percato de las diferencias entre nuestras vestimentas. Mi torso apenas está cubierto con un fino tejido de algas marinas que se extiende hasta arriba de mis rodillas, con pequeñas decoraciones de perlas alrededor. En cambio ella, luce unos pantalones ajustados, una chaqueta larga de cuero y unas botas largas, justo como una pirata en busca de un tesoro perdido.
Tomo las prendas que ella me ofrece y le agradezco, pero ella no dice nada más antes de retirarse.
—Espera —la detengo—. ¿Cuál es tu nombre?
—Lina —se limita de decir.
—Es un placer conocerte, Lina —digo, imitando el tono de voz isleño que he escuchado de ellos durante los últimos días—. Yo soy...
—Sé quien eres —me interrumpe, analizando mi aspecto de pies a cabeza—. Su alteza, el príncipe Blake nos ha hablado mucho de ti y de tu... especie.
—¿Su alteza?
—Es un príncipe —dice, encogiéndose de hombros—. Se le debe respeto.
—¿Por qué? —pregunto, dejando que la curiosidad por conocer algo nuevo me invada—. Ustedes se veían muy unidos, creí que serían como familia. ¿Son necesarias las formalidades aún así?
—Considerarse familia del príncipe sin compartir sangre, es grosero —explica, como si estuviera diciendo la cosa más natural del mundo—. Yo solo sigo ordenes.
—Pero él no es un rey.
—Pero podría llegar a serlo.
—Solo si los diez sucesores antes de él mueren o renuncian al trono, según escuché —pronuncio, antes de analizar mis palabras y preguntarme si es seguro decirlo ante ella.
Es obvio que eso no es algo que escuché directamente de Blake, sino algo que descubrí por cuenta propia. Desde que lo conocí he estado pendiente de los rumores de los marineros que pasan de barco en barco. Escuchando conversaciones bajo el agua y uniendo los puntos, descartando las que son tan fantasiosas que es difícil de creer que sean reales y conservando solo las que parecen tener lógica.
Lina no puede evitar soltar una leve risilla, y eso que en verdad intenta contenerla.
—No eres tan tonta como creí —comenta, con una sonrisa satisfecha formándose en sus labios.
Últimamente todos están tomándome por idiota. Mi hermana fue la primera, creyendo que soy lo suficientemente ingenua para dejarme llevar por las emociones y arriesgar todo en lo que creo por un humano. Lo que ella no sabe es que planeo investigar que es lo que realmente quiere el príncipe sin corona. Pero no puedo decírselo, porque si algo sale mal, quiero ser la única afectada.
Después está Lina, la marinera, o más bien pirata, que cree que por ser de diferentes especies no puedo entender lo que sucede a mi alrededor. Y por último, y que realmente espero que no sea cierto, es Blake. Me gustaría que toda la amabilidad que me ha mostrado sea cierta y que en realidad le importo, no por lo que represento —la ondina de las profundidades del océano—, sino por lo que soy. Y una parte de mí, quizá más grande de lo que quiero admitir, quiere creer en él.
—¿Acaso no hay realeza ni nobleza bajo el agua? —pregunta Lina, con un brillo de curiosidad asomándose en sus ojos.
—La realeza es únicamente el rey —respondo, sin poder evitar recordar mi hogar—. No hay príncipes ni princesas, no hay duques ni condes. En el océano no existe ninguna nobleza como la que gobierna en la superficie. Después del rey, todos somos iguales.
—¿Y si el rey del océano muere... acaso no tiene sucesores?
—El rey no puede morir —digo, no por estrategia o para que tema de él, sino porque es verdad—. Él ha existido desde que el océano se extendió por el mundo y seguirá aquí hasta que el océano se seque, y su gobierno durará hasta entonces. Bajo esas circunstancias, un sucesor no es necesario.
Ella me mira con una expresión difícil de interpretar. Parece buscarle una razón de ser a las cosas, una explicación para algo que no está claro, y no vuelve a abrir la boca hasta que una nueva pregunta se formula en sus labios.
—¿Cómo estás seguras de eso? Todo tiene que morir en algún punto —dice, fijando su vista en la tierra que se extiende en la distancia, en su hogar—. Si el rey de la superficie muere, un sucesor toma su lugar, y así sucesivamente hasta el fin de los tiempos. Pero aún si no existiera un rey, creo que es algo con lo que podemos sobrevivir. Si el rey de la superficie es una contraparte del rey del océano... ¿no deberían de aplicar las mismas reglas?
—Es muy diferente —digo, convencida de lo que sé. Yo misma he visto al rey del océano, he estado en su presencia, he sentido su poder, y por ello sé que no hay nada en este mundo que pueda contra él.
Pienso en explicarle porque meterse con el rey del océano no es buena idea, pero no digo nada, porque parece que la brecha entre nosotras es tan grande, que no creo que pueda llegar a comprender la severidad de mis palabras.
Ella y yo no volvemos a hablar en todo el camino. En ocasiones, simplemente cruzamos miradas, justo para desviarla en cuanto somos consientes de todo lo que podríamos decirnos, pero no lo hacemos.
Lina trabaja en el barco: mueve cuerdas, controla el timón, mira con unos binoculares el camino hacia tierra. Mientras yo simplemente me quedo en el borde del barco, admirando como las olas se abren paso cuando golpean la madera, sintiendo la brisa fresca del viento y viendo como nos acercamos más a la superficie, a la vez que nos alejamos de las profundidades de mi hogar.
Blake me hace compañía entre momentos, hablando de lo maravilloso que es su pueblo y de como voy a enamorarme de su reino en cuánto lo vea. Tengo que admitir que él es muy bueno con las palabras, ya que incluso si me dijera que la superficie y el océano son uno solo, yo le creería sin dudar.
Tardamos un par de horas más navegando por las aguas del océano antes de que el barco toque tierra en una costa. Cuando bajamos del barco, la tierra firme se siente tan fuerte que dudo que pueda ser derrumbada.
Me quito las botas que Lina me había dado antes y dejo que mis pies sientan los gránulos de la arena, mientras unas leves olas me mojan con familiaridad.
Sigo caminando, dejando atrás a los marineros que siguen anclando el barco, y me adentro más al mundo de la superficie.
Llego a un punto en donde mis pies tocan la roca que compone caminos tan largos y rectos que siento que puedo perderme en ellos tan solo viéndolos. Siento el calor que emana la tierra y amenaza con quemar mi piel. Siento el viento, más fuerte de lo que nunca antes lo había sentido, y camino en lugar de nadar.
—Es maravilloso, ¿no? —comenta Blake, apareciendo detrás de mí con el aura encantadora que siempre mantiene—. Pero aún no has visto nada.
Él señala hasta un grupo de casas pintorescas, de colores blancos y rojos tan brillantes que parecen sacados de conchas marinas. Todo el lugar está rodeado con altos árboles de madera fuerte y hojas tan verdes como las algas del océano. Jamás había visto uno tan de cerca. Jamás había sentido la piedra bajo mis pies, ni visto construcciones tan geométricas. Tantas cosas de las que me estuve perdiendo y que seguramente no hubiese visto de no haber seguido a este encantador príncipe.
Blake toma mi mano y juntos nos adentramos a su reino, con Lina y otros miembros de su tripulación siguiendo nuestros pasos.
En cuánto entramos, un delicioso aroma invade mi nariz. No logro reconocer de donde viene o que lo causa, pero es cálido y dulce. Los humanos se mueven de un lado a otro, risas y murmullos se escuchan entre ellos y el viento nos envuelve como una suave manta. Las personas se alinean alrededor de la calle, dejando un espacio en medio para algo, o alguien. Muchos de ellos comparten comida o intercambian pequeños círculos dorados por otros objetos o alimentos.
Todo es diferente. Todo es nuevo.
—¡Mamá, mamá! —llaman un par de niños, acercándose a nosotros entre la multitud—. ¡Llegaste!
Cuando están más cerca, noto que no es hacia mí que están corriendo, sino a los brazos de Lina, cuya piel parece más pálida que cuando estuvimos hablando en el barco.
Ella se agacha hacia ellos y les habla tiernamente.
—Niños, no pueden estar aquí ahora, estoy trabajando —dice, cambiando su vista hacia Blake—. Le pido su perdón, Alteza. No volverá a pasar.
Los niños voltean hacia nosotros y es cuando noto el terror en sus ojos, mientas se aferran al abrigo de su madre. Ellos se parecen mucho a ella. Sus cabellos también son castaños, al igual que sus ojos, solo que ellos tienen incontables y pequeñas pecas cubriendo sus mejillas. Uno parece ser un par de años mayor que el otro, pero al fin de cuentas, son niños.
Blake hace un ademán con la mano.
—Está bien —dice, con voz autoritaria—. Ve a disfrutar del festival con tus hijos. Puedes ponerte al día después.
Los ojos de Lina dudan, como si nunca antes hubiera recibido un permiso así de su príncipe, como si está pequeña muestra de misericordia fuera la orden más extraña que él haya hecho. Pero esa duda dura solo unos segundos, cuando ella detecta que mi mano sigue tomada a la de él. Finalmente, toma a sus dos hijos de la mano y desaparecen entre la multitud.
La mirada de Blake se posa en ella durante unos instantes. Es severa e incluso parece peligrosa, pero regresa a su habitual amabilidad cuando sus ojos regresan a los míos.
Ambos continuamos caminando, está vez solos, ya que Blake les dio la noche libre al resto de su tripulación. Él y yo nos colocamos en las orillas de una calle, con capuchas sobre nuestras cabezas y el delicioso sabor de un manjar al que él llama pan.
Las personas comienzan a amontonarse más cuando ven a una serie de carrozas acercarse a nosotros, lo que hace que Blake y yo estemos tan juntos que soy capaz de sentir los latidos de su corazón y el calor que amana de su aliento.
Trato de concentrarme en el desfile para no fijar mi vista en él. Las carrozas avanzan frente a nosotros, disfrazadas con hermosos colores y detrás de ellas, personas bailan y cantan en perfecta sincronía. Los niños ríen y los adultos sonríen al ver semejante espectáculo.
Trato de hacer lo mismo, de disfrutarlo tanto como ellos, pero todo lo que siento es indignación al ver a la siguiente fila de carrozas que se aproximan. Si las primeras mostraban la vida en la superficie, estás representan lo que ellos creen que es la vida en el océano, no como lo bello y armonioso que es, sino como lo peligroso que ellos se imaginan, el prejuicio de un mundo que no conocen. Hay personas disfrazadas de criaturas marinas, usando sacos de tela para simular una aleta, pieles de pescado para representar nuestras escamas y grandes uñas afiladas que aparentan garras, y de las que obviamente carecemos.
Para ellos no somos más que monstruos come humanos y a sus ojos, el rey del océano no es más que el peor ser que jamás haya existido.
Las personas se atemorizan por esas representaciones, que a pesar de estar lo más alejadas de la realidad, las creen ciertas. Nosotros jamás hemos hecho eso con los humanos. Nunca los hemos representado como otra cosa además de lo que son: seres finitos y débiles que consumen a otros con tal de conservar el poder. Y ahora aquí, empiezo a creer que es verdad.
Los sonidos de asombro de las personas cambian rápidamente a vítores cuando las siguientes carrozas muestran a caballeros de brillante armadura en tonos plateados y dorados, con brillantes capas rojizas, que no tengo que adivinar que simbolizan la sangre de sus enemigos. Ellos amenazan con atacar a los monstruos e incluso se inclinan sobre ellos con desdén, mientras los que tienen disfraces de criaturas marinas fingen encogerse de miedo.
Está no es la realidad. Sé mejor que nadie que nuestro orgullo no nos permitiría huir de miedo, y que lucharíamos arriesgándolo todo si la situación así lo demandara.
Es ahí cuando un pensamiento invade mi mente. ¿Si los humanos nos atacaran, nosotros lucharíamos contra ellos igual que en está actuación? ¿Iríamos a la guerra antes de buscar la paz?, o incluso antes de todo eso, si ellos supieran lo que soy, que no pertenezco aquí, ¿qué es lo que harían conmigo?
Blake me toma de los hombros. Su agarre es fuerte y sus dedos se mantienen firmes contra mi ropa, al punto de poder sentirlos incluso en mi piel.
—¿Ves? —susurra en mi oído, mandando señales de alerta por todo mi cuerpo—. Es por esto que te necesito.
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