3. El príncipe pirata
Mar
Justo como todas las tardes me encuentro en las profundidades de mi fosa marina favorita, un lugar de no tan fácil acceso, con aguas tranquilas y llenas de añoranzas.
Es el santuario de las ondinas. Aunque para mí, es más un refugio, un lugar que me atrae constantemente y me mantiene anclada a él. No entiendo porque me siento de esta manera, generalmente las otras chicas no se sienten tan apegadas a este sitio, pero para mí es diferente, es como si las aguas de la fosa me llamaran, como si mi destino estuviera entrelazado con el de las olas que circulan libremente por las paredes de roca.
Todas las criaturas marinas tienen su toque, además de las diferencias físicas que poseen, tienen una habilidad que los hace especiales. Los tritones tienen su fuerza, las sirenas su canto, las nereidas su conexión con la naturaleza y nosotras, las ondinas, tenemos la magia de nuestros encantamientos.
Nado tranquilamente a través del estrecho lugar, haciendo que mis manos se topen con las inscripciones marcadas en las paredes. Cada una de ellas es un hechizo, una magia que solo puede ser invocada por las de nuestra especie. Aunque actualmente no son más que historia. Ninguna ondina ha vuelto a conjurar un hechizo desde que el rey del océano lo ordenó. Fue hace tanto tiempo que ya olvidamos como hacerlo. Según él, son maldiciones escritas para magullar el orgullo del océano, trucos indignos utilizados para causar dolor. Personalmente, creo que les tiene miedo, después de todo es un poder que no puede controlar y nadie puede evitar temer a un futuro incierto.
—¿Amara? ¿Estás aquí otra vez? —pregunta Sofía, adentrándose a la fosa, con Makena detrás de ella.
Mi hermana Sofía y yo hemos sido amigas de Makena desde que eramos niñas. Quién diría que una sirena de dorada aleta, casi tan brillante como su rubio cabello podría encajar tan bien en medio de dos ondinas.
Sonrío al ver que se acercan a mí, pero mi sonrisa no tarda en desvanecerse al sentir la familiaridad de la situación. No sé porque, pero siento que mi vida es un completo deja vú. La voz de mi hermana menor llamándome, el rostro curioso de mi mejor amiga, mi largo cabello revoloteando por mi espalda, las olas, el océano. Todo se siente como si ya lo hubiera vivido, como si toda mi vida ya hubiera sido escrita y solo estuviera repitiendo acciones hasta llegar al final.
Es aterrador.
Lo que me hace querer asegurar mi identidad. Ser diferente, no sé de quién o de quiénes, pero simplemente tengo la sensación ardiente en mi pecho de no querer ser confundida con nadie más, ni siquiera conmigo misma.
—Llámenme Mar —sugiero en cuánto las tengo frente a mí.
—¿Mar? —pregunta, dirigiéndome una mirada que parece juzgarme de pies a cabeza.
—Si, estaba pensando en tener un apodo.
—¿Pero por qué Mar? —cuestiona Makena, con un brillo curioso asomándose por sus ojos—. ¿No es muy simple? ¿Por qué no solo Amara, o Mara, o yo que sé?
No puedo decirles que siento que esos nombres no me pertenecen a mí, sino a alguien más, a alguien ajena pero cercana a la vez. Ellas me mirarían como una loca si llego a mencionarlo.
—Porque es parte de mi nombre —argumento con indiferencia, como si solo lo hubiera elegido sin ninguna razón especial—. Además, vengo del mar, así que tiene sentido, ¿no lo creen?
—No realmente —suelta Makena, pero rápidamente cambia su expresión despreocupada por una intrigada—. Pero no es por eso por lo que vinimos a buscarte.
—¿Entonces qué es? —pregunto, mientras me impulso hacia arriba para dejar atrás la fosa, con ellas siguiéndome el paso.
—Hay humanos explorando las aguas.
—¿Qué? —pregunto, volteando para mirarlas fijamente a los ojos, buscando cualquier rastro de broma en su mirada. Pero no hay nada más que seriedad en ellas—. Eso es imposible.
O al menos debería de serlo. Hace muchos años, el rey del océano y el de la superficie entraron en un conflicto que amenazó con destruir todo a su paso. Tanto criaturas marinas como terrestres sufrirían las consecuencias de una guerra entre ambos bandos. Debido a la presión del pueblo, ambos reyes, aunque no tan contentos, llegaron a un acuerdo. Ninguna criatura marina pisaría jamás la tierra de la superficie. Podría observarla por encima del agua, pero jamás tocarla. Al igual que los humanos podrían navegar las aguas en sus barcos de madera, pero jamás podrían sumergirse en ellas.
Esa es la regla en la que se forjó todo el tratado. Dos reinos completamente diferentes, separados para siempre por esas mismas diferencias. Que alguien rompa esa ley implicaría el inicio de una nueva guerra.
—¿Dónde? —pregunto en casi un susurro.
El agua tiene voz, y si lo que hablamos llegara a los oídos del rey, le daríamos una razón válida para considerarnos traidoras. Si lo que dicen es cierto, lo mejor es arreglar el asunto en las sombras, sin que nadie se entere.
Ellas también lo saben, por eso no dicen nada más. Sofía simplemente señala con su dedo índice por encima de mi hombro.
Lentamente me doy la vuelta, temiendo lo que encontraré al otro lado. Y es cierto, lo temo.
Hay una gran sombra sobre nosotras. Tablones de madera entrelazados entre ellos oscurecen nuestros rostros, tanto que es imposible pasarlo por alto. Pero el problema no es el barco en sí, sino los humanos que saltan al agua, con trajes oscuros cubriendo cada parte de sus cuerpos, dejando que la única piel visible en ellos sea la de sus ojos, que están protegidas por una especie de cristal grueso. Alrededor de su boca hay un artefacto extraño del que salen suaves burbujas. No se parece a nada que haya visto antes, y al observarlos desde la distancia parece que les da un poco de oxígeno, aunque no el suficiente para mantenerse sumergidos durante mucho tiempo.
Ellos no notan nuestra presencia, ni siquiera miran en nuestra dirección, sino que parecen enfocar su vista en ninguna y en todas partes a la vez, como buscando algo, pero ¿qué?
—Vayan a esconderse —les indico—. Voy a ir a investigar.
—No puedes hacer eso, es peligroso —advierte Sofía.
—No lo sabremos hasta que lo intente —digo—. Makena, sácala de aquí.
Hago una seña con mi mano para insistirles que se vayan, a lo que ellas obedecen a regañadientes. Observo un poco más a los humanos, que exploran como si estuvieran en busca de un gran tesoro. Lo que han hecho despertaría una guerra, pero si puedo razonar con ellos, tal vez pueda convencerlos de irse y de no volverse a adentrar al océano.
Cuando veo que ellos nadan de nuevo a la superficie y se suben a una especie de bote al lado de su barco, me dirijo hacia ellos.
Asomo mi cabeza por el agua, y de inmediato soy recibida por los calurosos rayos del sol y por un refrescante aroma a madera húmeda.
Mis ojos tardan un poco en adaptarse al ambiente. No había subido a la superficie en tanto tiempo que la sensación me parece completamente nueva.
—Tú...
Una voz gruesa llama mi atención. Me giro y veo en dirección hacia el bote, en donde los humanos se retiran las mascaras que cubren sus ojos. Fijo mi mirada en cada uno de ellos, la mayoría hombres musculosos de gran estatura y barba pronunciada y un par de mujeres de cortas cabelleras y ojos opacos, nada comparado a la belleza de las de mi especie.
—Un humano no puede sumergirse en el agua —dice uno de ellos, con rasgos más finos que el resto, un cabello rubio y unos profundos ojos verdes que me miran con intensidad. Todo en él parece tan irreal como peligroso.
Me toma un momento darme cuenta de que piensa que soy humana, lo cual tiene sentido considerando que mis rasgos son parecidos a los suyos, más que a cualquier persona del océano.
—Yo no soy humana —aclaro—. Pero ustedes sí, y han quebrantado el tratado —digo, con la voz más firme que puede salir de mí.
El chico de rubios mechones como el sol parece procesarlo un poco, hasta que rápidamente se enfoca en un libro que lleva con él y lo hojea con frenesí hasta encontrar lo que busca y enseñármelo.
—Esto es lo que eres, ¿no? —pregunta, inclinando el libro lo más que puede hacia mí—. Eres una ondina.
La página del libro muestra el dibujo de una mujer, con la mitad superior del cuerpo fuera del agua y las piernas dentro de ella, cabellos largos y vibrantes y pequeñas escamas dibujadas a lo largo de su cuerpo. Quién lo haya dibujado debió de haber visto a una ondina en persona para poderla trazar con tanto detalle.
—Se sumergieron en el océano —les recuerdo, ignorando el libro.
El chico muestra signos de consternación, como si no pudiera creerse que acabo de restarle importancia a su preciado libro, pero no tarda en componerse y poner una sonrisa tímida.
—Creo que no nos hemos presentado —comenta—. Ellos son parte de mi tripulación —indica, señalando a las demás personas del bote. Ninguno de ellos se inmuta por mi presencia, no me ven como aliada ni como amenaza, simplemente como un invitado no deseado, alguien a quien no estaban buscando.
—¿Qué es lo que quieren? —pregunto, tratando de parecer tan segura como ellos, pero algo me dice que no lo estoy logrando.
—Somos amantes del océano —suelta el rubio, extendiendo las manos—. Nos interesa mucho tu reino, solo queremos saber cómo son ustedes y cómo viven. Tal vez en un futuro no tan lejano, pueda haber paz entre nosotros.
Dudo un poco ante sus palabras. Estaría mintiendo si dijera que no había soñado con eso alguna vez. Mi cuerpo me permite adaptarme tanto en tierra como en agua, ambos reinos pueden ser mi hogar, y confinarme solo a uno es frustrante.
Los ojos del chico parecen llamarme justo como los hechizos de la fosa lo hacen. Parece algo hipnótico, como si el destino estuviera decretando lo que debo hacer, siguiendo las acciones de un guión ya escrito.
Me acerco lentamente para tener más visibilidad de esos ojos color esmeralda.
—¿Cómo te llamas? —pregunta, acercando su rostro al mío, haciendo más fuerte la atracción. Me pregunto si él también lo siente.
—Mar —respondo—. ¿Y tú eres...?
—Cierto, olvidé presentarme —dice, con una sonrisa atrevida—. Soy el príncipe Blake, el onceavo hijo del rey de la superficie.
Príncipe Blake.
Ese nombre resuena en mi mente, y cuando lo repito suena muy familiar, como si llamarlo fuera un hábito de mucho tiempo atrás.
Él sonríe, mientras noto en su mirada una pizca de curiosidad o quizá algo más, un sentimiento oculto en su ser que aún no logro identificar.
¿Quién es Blake y qué es lo que realmente quiere?
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