2. Un tatuaje por cada maldición
Mara
Mundos paralelos. Para muchos no es más que un mito, una teoría no confirmada o un tema frecuente en los libros de ciencia ficción. Pero no hay nadie que crea realmente que sean reales, tal vez nadie excepto yo.
Nunca lo hubiera creído si no lo hubiera vivido por mí misma. La idea de cientos de versiones de mí en esos otros mundos es abrumadora. Muchas Amaras que lucen igual que yo, quizá con algunos cambios, distinto corte de cabello, forma de vestir o de hablar, unas con más pecas que otras. Cosas que varían mucho y a la vez nada.
En esencia, somos la misma persona, en diferentes circunstancias o tiempos. Me gusta imaginar que cada quien tiene su propia vida, una diferente y única, pero sé que no es así.
He conocido a Amaras que viven en mundos con armas tan sofisticadas que solo basta con tirar de un gatillo para que una pequeña esfera salga disparada de forma letal hacia su enemigo; otras que viven en donde los metales aún resuenan en formas de espadas durante las batallas; unas cuantas más que habitan donde los artesanos pulen las más delicadas y a la vez mortales lanzas, que parecen bailar cuando atacan. Éste último es mi hogar, uno simple en donde las peleas se deciden con la fuerza de tus golpes y la mortalidad de los cortes de tus dagas. Pero todas esas diferencias radican solo en el ambiente en donde nos tocó nacer.
Hablando solamente de lo que una Amara es, la única cosa que es diferente en todas nosotras es nuestra personalidad. Unas pueden ser más quisquillosas o narcisistas; hay otras más rectas y honorables; unas más ilusas que piensan que aún pueden confiar en el amor; y otras más a las que se les puede considerar peligrosas y crueles, viviendo para nada más que la venganza. En mi caso, me considero alguien rencorosa. Una Amara que vive en el pasado, sintiendo celos de aquellos que pueden llamarse libres. Si lo pienso bien, pudo haber sido peor.
Lo que verdaderamente me enoja es que jamás he conocido a ninguna Amara que no haya cometido el mismo error en el que todas las demás hemos caído.
Arriesgar todo nuestro mundo por el amor de un hombre. No me imagino algo más patético que eso.
Es como si no pudiéramos evitarlo, como si estuviera escrito en nuestro ser, una mala jugada del destino que estamos condenadas a repetir en cada mundo paralelo en el que existimos.
Esos errores deberían reservarse solamente para los humanos, seres tan simples y banales a los que no les importaría que el mundo ardiera siempre y cuando puedan salir victoriosos.
Nosotras no somos como ellos. Si así lo fuéramos, no hubiéramos puesto está maldición sobre nuestros hombros con tal de salvar al mundo. Soportando el dolor de cada batalla sin ningún tipo de reconocimiento o al menos un gracias que nos haga sentirnos valoradas.
Supongo que sacrificarse por otros es la naturaleza de una ondina, un ser de agua y olas que reside en las profundidades del océano.
A diferencia de otras criaturas marinas como las sirenas o los tritones, nuestra apariencia es más humana. En lugar de aletas que nos ayuden a nadar velozmente por los mares, tenemos piernas con unas cuantas escamas brillantes y dispersas que sirve más como decoración que como algo útil. Pulmones que nos permiten respirar el aire de la superficie y unas ligeras branquias que cubren los costados de nuestra cintura para cuando estemos bajo el agua. Cabellera larga y vivida que nos aportan un toque de belleza superior, capaz de rivalizar con la de las sirenas. Y unos ojos en tonos tan intensos que parecen joyas.
Muchos dicen que somos las criaturas más hermosas que han visto, pero eso no nos sirve de nada.
Quien dijo que la belleza es una arma, mintió.
Puede ser útil si la sabes aprovechar, pero si tienes un espíritu débil cualquiera podrá atravesar tu defensa y derrotarte sin piedad. Justo como me pasó a mí y a cada una de las Amaras de todos los mundos paralelos.
Doy un largo suspiro, tratando de alejar la oleada de pensamientos que invaden mi mente como cada mañana. Doy vueltas en la roca en donde estoy acostada, tratando de encontrar una posición cómoda para poder seguir hundiéndome en mi propia miseria.
Estoy bajo el mar, en donde puedo ver con claridad como una gran capa de agua se extiende hasta el horizonte. No estoy muy lejos de la superficie, pero tampoco muy cerca de la profundidad. Un término medio.
Cuando me encuentro con las Amaras de otros mundos puedo darme una idea de como es su vida. Algunas decidieron vivir en la superficie y aparentar humanidad; otras encontrar como subsistir en armonía en ambas partes; y otras más como yo, que elegimos quedarnos en el que siempre fue nuestro hogar: el océano.
—¡Amara! —grita una voz a lo lejos—. ¡¿Dónde estás?!
Es imposible no reconocer el sonido. Es Sofía. Una ondina como yo y mi pequeña hermana de sangre. Una de las únicas personas que sabe lo de la maldición y los mundos paralelos, porque estuvo ahí cuando ocurrió. De otra forma, no me habría creído.
—¡Amara, aquí estás! —exclama, apareciendo frente a mí. Su largo cabello cobre revolotea en el agua. Es de un tono rojo más oscuro que el mío, casi asemejándose a un castaño, mientras sus ojos amarillos brillan como dos cristales de ámbar—. Te he estado buscando.
—Ya te dije que me llames Mara, no Amara —le corrijo, levantándome de la roca para quedar cara a cara con ella—. Necesito una forma de distinguirme de mis otras yo.
—He escuchado algunos rumores que creí que querrías saber —dice con impaciencia, ignorando mi comentario.
—¿Qué rumores?
—Sabes que desde que surgió la maldición... —explica, dudando un poco—, la prohibición de ir a la superficie fue levantada.
Una ley que murió junto con el rey del océano.
—Ahora las sirenas suelen subir y encontrarse con los marineros —continúa explicando. El interés es claramente notable en su voz—, aunque en realidad algunas de ellas disfrutan encantarlos con su voz y arrastrarlos a las profundidades del mar.
Que las sirenas demuestren abiertamente su crueldad no es algo que me sorprenda. Ya no está el rey y tampoco nadie que las detenga para cometer semejantes atrocidades.
—Ese no es asunto mío —digo con indiferencia.
—Pero los rumores están en lo que cuentan los marineros antes de morir.
—¿Súplicas? —deduzco.
—Información a cambio de sus vidas suelta Sofía—. Aunque nunca funciona.
—¿Y qué dicen los marineros hoy en día? Aparte de presumir su oro y su buen vino.
—El rey de la superficie murió.
Esa noticia hace que mi atención se enfoque por completo en ella, instándola a seguir hablando.
—Dicen que el príncipe Blake, a pesar de ser el onceavo en la lista de sucesión, fue coronado rey debido a que se ganó el favor de su pueblo.
—¡¿Él se lo ganó?! —grito con ironía mientras me levanto furiosa, espantando a un par de peces que nadan cerca de nosotras—. Él se llevó el crédito por salvar el mundo, cuando fui yo quién lo hizo. ¡Humanos tontos! Le aplauden a un principito que ocasionó una guerra y me dejó la carga de repararlo.
Siento como la furia y el enojo corren por mis venas como lava ardiente. Ese maldito cumplió su objetivo, viviendo su vida de ensueño sin restricciones mientras yo me quedó aquí, varada en el mismo lugar en donde me dejó.
—Los humanos no saben lo que realmente pasó —comenta Sofía en un intento por tranquilizarme, sin éxito.
Tomo la lanza que siempre llevo conmigo, un arma fina en tonos plateados que es más filosa que cualquier cuchillo. La sostengo con fuerza, como si haciendo eso pudiera hacer que salga disparada hacia el corazón de ese tipo.
Necesito golpear algo. Necesito golpearlo a él. Como dije, soy resentida. Pero ocasionar otra guerra entre el mar y la superficie sería catastrófico y estúpido a la vez.
Agarro mi cabello, que es tan largo que llega hasta debajo de mi muslos, y lo cortó de un solo movimiento con la lanza, haciendo que cientos de mechones se precipiten hacia la profundidad del océano.
—¡¿Qué estás haciendo?! —grita Sofía con una total expresión de sorpresa en su rostro, como si haberme cortado el cabello fuera el peor acto del mundo. Pero sé por experiencia, que hay cosas mucho peores que estás.
—Estaba enojada —suelto, aflojando un poco el agarre de mi lanza—. Además, estamos en abril y aún no se activa la maldición, lo que significa que me encontraré pronto con mis otras versiones y necesito más que un apodo para distinguirme de ellas.
Sofía trata de protestar, pero no encuentra las palabras para hacerlo. En cambio, fija con pesar su mirada a los tatuajes de mis brazos causados por la maldición.
Cada año es un tatuaje nuevo: una ligera línea curvada, parecida a un alga marina con pequeñas hojas saliendo de ella, rodea mis brazos como cadenas. Llevo 3 del lado derecho y 2 del izquierdo. 5 en total. Y cuando lleve 50 en cada brazo, completando las 100, me habré desvanecido en la nada.
Oculto mis brazos detrás de mi espalda y me echo para atrás para nadar en la dirección opuesta a donde está Sofía.
—Tengo que estar preparada —digo, antes de alejarme nadando.
Pronto, una Amara ingenua en otro mundo paralelo activará la maldición, y nos arrastrará con ella a la batalla, una vez más, como yo lo hice hace 5 años y como otras Amaras continuarán haciéndolo en el futuro, por toda la eternidad.
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