18. Una flecha, una traición
Mar
No puedo moverme.
Veo como Mara pelea contra la pirata a la que yo casi llegue a considerar una amiga, pero no puedo hacer nada para evitar el enfrentamiento. Aunque más que una lucha, parece un simple choque de armas. Ninguna de las dos realmente quiere dañar a la otra. Solo parecen ganar tiempo hasta que todo termine, hasta que puedan dejar sus armas y decir que ningún bando ha ganado, hasta que haya una tregua o al menos una esperanza de no tener que matarse la una a la otra.
Lina tiene una razón por la cual pelear: aquellos niños pequeños que ví aquella tarde, y que no tienen nada que ver en esto. Al ver como mi alrededor arde en las llamas de la guerra, me pregunto donde estarán escondidos, si estarán en un lugar seguro y que tan probable es que terminen siendo unas víctimas más de está matanza.
Pero contrario a lo que espero, el caos ya se ha extendido incluso en los adentros de la ciudad. Y no falta mucho para que llegue hasta las paredes del palacio. Y con esa vista frente a mí, no puedo evitar pensar en Blake otra vez.
Empiezo a pensar que mis pensamientos son capaces de invocarlo cuando lo veo a unos metros de mí, con su ropa dorada llena de sangre, su peinado desarreglado y una ballesta bañada en oro apuntando a Mara y Lina. Ambas siguen peleando y están tan cerca que él no puede disparar sin asegurarse de que no le dará a su subordinada. No debería sorprenderme cuando noto que ese hecho no podría importarle menos, porque dispara de todas formas.
Sin tomarme el tiempo para pensar, corro hacia ellas y las tiro al suelo antes de que la flecha alcance a darle a alguna. Noto un cosquilleo en mi mejilla y poco después una línea de sangre recorre mi rostro. La flecha me ha rozado, e incluso pudo haberme matado sino hubiera sido lo suficientemente rápida.
A mi lado, Lina mira atónita como su vida vale tan poco para su príncipe. Parece dolerle el hecho de ser tan reemplazable y de que, no importa cuánto luche por él, Blake jamás le corresponderá su lealtad. En cambio, Mara no duda, y dispara su lanza hacia él antes de que pueda cargar de nuevo el arma. La lanza viaja a una velocidad increíble y con su fuerza arrebata la ballesta de las manos de Blake, causándole varios cortes en los brazos.
—¡Maldita! —grita, sacando la misma daga con la que hirió a Makena antes.
Esa palabra molesta más a Mara, quien rápidamente se pone de pie y corre hacia él. Blake intenta herirla con la daga, pero ella lo esquiva con facilidad, toma su brazo para inmovilizarlo y le da un buen codazo en la nariz, haciéndolo retroceder.
Mara está peleando enserio, y la sed de venganza es visible en cada vena que sobresale de sus manos. Ella toma de nuevo su lanza y la balancea hacia el príncipe. Él tropieza hacia atrás y en ese rostro desaliñado y cubierto de cenizas, veo por primera vez una expresión de repulsión. No porque esté a punto de morir y que sus planes de tomar el trono se estén tirando por la borda, sino porque es una Amara la que va a terminar con dichos sueños.
Blake le lanza una mirada de complicidad a Lina, esperando que nuevamente dé su vida por él, pero está vez ella no se mueve. No hace nada más que ver como la muerte asecha a su príncipe, mientras siente el dolor de ser solo un peón más en esta guerra.
No hay a donde escapar, y aunque una parte de mí quiere correr y detener la lanza de Mara, me obligo a no hacerlo. ¿Qué clase de idiota sería si vuelvo a caer con la misma piedra dos veces? Así que simplemente me detengo a ver, mientras mis pensamientos tratan de convencerme de que esto es necesario, de que él se lo merece y de que su muerte solo es una retribución por la vida de Makena.
Mara levanta con furia su lanza y justo cuando la filosa arma está a punto de cortar su cuello, una explosión de energía nos empuja, levantando la arena consigo y entorpeciendo nuestra visión.
Caigo al suelo con un golpe sordo, y aunque no veo a las demás, estoy segura de que también cayeron. Parece que el rey del océano ha vuelto a atacar y resulta imposible estar al pendiente de todo lo que ocurre en este campo de batalla. Intento levantarme, pero antes de que pueda lograrlo, una espada se hunde en mi piel. Mi pierna arde ante el frío metal perforando mi músculo y un grito ahogado sale de mi garganta hasta que se me acaba la voz.
El dolor sentimental es malo, te carcome el corazón y te hunde bajo el arrepentimiento. Pero el dolor físico no se queda atrás. Éste abre tu piel y rasga tus huesos, invade todos tus nervios y hace que la sensación de miedo te invada por completo. Trato de no llorar, pero no puedo evitarlo. Es como si el dolor tratara de salir de mí para no tener que quedarse incrustado en mi ser.
Mi visión sigue borrosa, inhabilitada debido a los granos de arena que flotan a mi alrededor, pero aún así, sé que no hay un atacante. No hay nadie enfrente mío que vaya a sacar la espada de mi pierna para clavarla en mi corazón, ni tampoco alguien que me ayude a levantarme y que detenga el sangrado. No hay nada de eso, ni enemigos ni aliados. La espada vino por su cuenta, arrastrada por los fuertes vientos que ocasionó el ataque del rey. Posiblemente perteneció a un caballero que ahora yace enterrado bajo las cenizas de sus compatriotas.
Y resulta que tengo tan mala suerte que dicha espada decidió clavarse en el fondo de mi ser. Desconozco si las demás están heridas o si Blake logró sobrevivir al ataque de Mara, pero ahora tengo que enfocarme en detener el sangrado.
Me arrastro como puedo hasta que mis dedos son capaces de tocar el agua del océano. Pequeñas olas mojan mi cuerpo y llegan a la herida causando un escozor doloroso en mi piel. Tengo entendido que para los humanos está es una gran fuente de contaminación, pero yo no soy humana, y el océano es como medicina para mis dolores, aunque actúa mucho más lento de lo que me gustaría en una situación así.
La sangre brota y mancha rápidamente el metal de la espada. No soy capaz de sacarla, principalmente porque quizá me desangre más al hacerlo. Necesito medicina, necesito un torniquete, necesito esperanza. Y todo eso parece tan difícil de conseguir que me dan ganas de rendirme.
Siento que lo mejor sería dejarme morir. Sería más rápido y quizá menos doloroso. Pero contrario a ese pensamiento, cuando una flecha es lanzada hacia mí, no dudo en apartarme.
La flecha dorada, tan llena de oro como es posible, se clava en la arena a mi lado. Me giro en la dirección de donde ha salido el disparo, y entre las sombras aparece Blake. Debió de haber aprovechado la conmoción para recuperar su arma. Ahí, lleno de polvo y sangre, parece el monstruo que siempre ha sido todo este tiempo, pero que me había negado a ver.
—¡Todo esto es tu culpa! —grita, volviendo a cargar su ballesta con una sonrisa cínica en sus labios. Él me reconoce. Sabe que soy la Mar de su mundo, y solo por eso la mirada que me brinda va cargada con el peor de los odios—. No podías quedarte quieta, ¿cierto? Tenías que traer a otras bastardas como tú.
—No me culpes por tus fallas —digo. Trato de levantarme, pero el dolor de mi pierna me clava al suelo. Este posiblemente sea el final, asesinada por el hombro que amo. Suena trágico, pero puedo hacer que sea más dramático—. Tu mismo provocaste todo esto al acabar con Makena por un trono que jamás va a ser tuyo.
—¡Cállate!
—¿Qué se siente que a pesar de todos tus esfuerzos tu querido padre jamás te considero para ser el rey?
—¡Cierra la boca! —grita, apuntando su arma hacia mi corazón.
Este es el fin. Pero no voy a irme de una forma tan patética. Una sonrisa se forma en mis labios a pesar del dolor, mientras me pongo de pie apoyando todo mi peso en mi pierna sana. Me tambaleo, pero el agua de mi hogar es capaz de mantenerme firme.
—No importa lo que hagas, Blake —digo, y las palabras que salen de mi boca saben a dulce veneno—. Tu jamás vas a ser un rey.
Observo como esos ojos verdes, que alguna vez fingieron mirarme con amor, pero que ahora están llenos de ira pura, me miran con desdén. Y antes de que pueda decir otra cosa, Blake dispara la flecha hacia mí.
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