15. Zona de guerra
Khalid
Espero lo peor al otro lado del portal. Quizá no haya más que oscuridad, puede que esté yendo directo hacia mi muerte o incluso hacia el vacío. Y lo único que puedo hacer es cerrar los ojos mientras siento como el agua me rodea. Abro la boca en un intento por llevar aire a mis pulmones, pero el agua salada del océano amenaza con ahogarme. Pasan unos segundos más antes de que pueda respirar aire fresco nuevamente. Toso repetidamente tratando de sacar toda el agua dentro de mí. Me hundo en el suelo, arenoso y suave, mientras los rayos del sol descansan sobre mi rostro.
Tardo unos momentos en recuperar el aliento. Mis ojos arden debido a la salinidad del agua del portal, que justo acaba de desaparecer. Mi vista está borrosa y mi respiración agitada, pero no tengo tiempo de descansar antes de ser consiente del estridente ruido de mi alrededor.
Obligo a mis ojos a enfocar, y no tardo en distinguir que estoy en una playa, pero no en una ordinaria. Hay personas, vestidas con grandes armaduras doradas, capas rojas como la sangre y espadas afiladas con el mismo líquido rojo. Al principio creo que estoy en un sueño, o que esto no es más que una simple obra de teatro. Pero cuando veo que lo que parece ser un caballero atraviesa el costado de un hombre pez, me cuestiono todo lo que sé.
El hombre, con el torso desnudo, y una gruesa aleta de escamas grisáceas se abalanza contra el caballero, y usa sus largas garras para atravesar el metal y abrirse camino hasta su pecho. Líquido rojo empieza a brotar por todas partes. Siento náuseas, pero obligo a mi cuerpo a levantarse. Mis piernas tiemblan y tropiezo cuando intento caminar, pero no me detengo.
—¡Déjalo! —le grito a la criatura, sea lo que sea esa cosa. Llevo mi mano al arma que siempre tengo sujeta al cinturón, justo cuando la criatura me lanza una mirada llena de odio.
—Humano —dice de forma despectiva hacia mí. Su mano se dirige hacia el cuello de su contrincante y lo último que escucho es un fuerte crujido.
No sé lo que está pasando, ni tampoco que se supone que sea ese sujeto. Pero lo que si sé, es que soy un agente del gobierno y que lo que acaba de hacer es claramente ilegal.
—¡Levanta las manos y ponlas detrás de la cabeza! —grito, apuntando mi arma hacia él—. ¡Estás bajo arresto!
La criatura mira con curiosidad el arma en mis manos. Parece estudiarla, como si no comprendiera lo que es capaz de hacer. Y finalmente, muestra una aterradora sonrisa.
No comprendo el porque de su expresión satisfecha hasta que algo me jala por atrás y me tira estruendosamente al suelo, haciéndome disparar en el proceso. Mi arma parece haberle dado a una mujer de hermoso cabello negro, pero con una larga y gruesa cola llena escama de color esmeralda. Ella presiona su mano contra la herida de su hombro y hace un gesto de dolor mientras me mira con furia.
Con sus ojos fijos en mí, sé que va a atacarme. Intento tomar de nuevo mi arma, pero ella es más rápida y en tan solo unos instantes sus manos ya están sobre mi cuello. Forcejeo para tratar de evitar que sus uñas se claven en mi piel, pero es mucho más fuerte que yo. Empiezo a sentir como pequeñas gotas de sangre brotan de la piel que ella está arañando con fuerza y justo cuando siento que no podré evitar mi muerte, se detiene. O más bien, algo la para.
Su agarre se afloja considerablemente y vomita sobre mí una considerable cantidad de sangre. Fijo mi vista sobre su pecho, de donde sobresale la punta de una flecha. La sirena se deja caer sobre mí, sin vida.
Uso la fuerza que me queda en los brazos para apartarla de mí, y cuando lo hago, veo una silueta familiar a unos metros de donde estoy, con el cabello rojo, pero no del ondulado que recuerdo, sino completamente lacio, con un arco en mano y un conjunto de flechas atadas al costado de su pantalón. Su vestimenta es extraña para mí. Es como si hubiera tomado parte de la moda que estoy acostumbrado a ver en la ciudad, pero añadiéndole elementos del mar, como la blusa tejida de algas que lleva.
—¿Amara? —pregunto.
La chica frunce el seño ante la mención de su nombre. Luce igual que la Amara que conozco, pero algo en ella: sus gestos, sus expresiones, su esencia, me parecen tan diferentes que no puedo creer que pertenezcan a la misma persona.
—Soy Ara —corrige, dirigiéndome una mirada fugaz antes de volver a preparar su arco y dispararle a un caballero que intenta acercarse a ella con una espada—. Deberías irte mientras puedas, pasante.
No sé porque me ha llamado así. La palabra pasante no me dice realmente nada, y no tengo idea de lo que significa. Pero más que enfocarme en una simple palabra, le doy toda mi atención a la misteriosa chica.
Sus tiros son precisos y mortales. No pestañea ante la amenaza y algo en ella parece estar rodeado de seguridad. Ara acaba matando a uno, a dos, tal vez a más personas, humanos o criaturas que ni siquiera sé como nombrar. Pero parece acostumbrada e incluso un poco harta. Mi deber me dice que debería detenerla, mi lógica me grita que yo no tengo ningún lugar en esto, pero mi atención solo puede enfocarse en los tatuajes que recorren los brazos de la chica. Sé que no es un buen momento para ponerme a contar las finas lineas que rodean su piel, pero si tuviera que adivinar, diría que tiene al menos 30 en cada brazo.
Ara fija su vista en algo a la distancia y su expresión cambia. Su mirada, llena de remordimiento avanza hacia algo que no soy capaz de ver desde mi ángulo, y poco tiempo después su cuerpo se mueve hacia esa dirección.
Me levanto, aún con todo mi cuerpo ardiendo de dolor y mi instinto gritando que huya. Pero esta es la mejor pista que he tenido en meses y no puedo desperdiciarla. Es mi oportunidad de descubrir porque esas personas desaparecen y, lo más importante, encontrar a Amara.
Mi Amara.
Así que yo también avanzo, con mi arma en mano, tratando de evitar los cuerpos que yacen por toda la playa. Trato de ignorar la sangre y el hedor a muerte mientras sigo el camino que ha dejado Ara. Estoy tan concentrado en lo que me espera a tan solo unos pasos, que tropiezo y caigo de bruces contra la arena. Me doy la vuelta y me percato de que me he tropezado con algo o más bien, con alguien.
Mis manos tiemblan cuando veo, tirada en el suelo, un cuerpo con un hermoso cabello rojo y unos ojos agonizantes de dolor. Me acerco a ella rápidamente. Se parece mucho a la Amara que conozco, también a la Ara que acabo de conocer. Sigue viva, pero respira de forma entrecortada, como si luchara por llevar oxígeno a sus pulmones. Y más que fijarme en su vestimenta, mis ojos se clavan en la sangre que sale de su abdomen. No sé exactamente donde esta herida, por lo que palpo su piel en busca de un sangrado que parar.
Tiene que ir al hospital, urgentemente.
Miro a mi alrededor en busca de ayuda, pero solo puedo ver guerra y muerte. Pequeñas peleas como la que acabo de experimentar se llevan a cabo en cada rincón de la playa. Humanos contra lo que parecen ser criaturas del mar. Y en cada uno de los bandos no hay más que sangre y dolor.
No importa cuanto me esfuerce, no puedo distinguir a nadie dispuesto a dar una mano amiga, nadie capaz de pararse a curar en lugar de dañar, nadie que no desee algo más que destrucción. Gritar por ayuda sería llamar atención innecesaria a nosotros. No sé quien dañó a la chica, pero seguramente regresará al notar que no ha acabado su trabajo.
Un murmullo débil sale de sus labios, y lo único que creo ser capaz de hacer es acercarme a ella para escucharla.
—No quiero... —dice, y cada palabra parece salir con un esfuerzo descomunal—, no quiero morir.
La miro con pena. Sus heridas son demasiado graves y aunque intente tomarla en brazos y tratar de buscar un médico, en medio de este caos, no sería más que una causa pérdida.
—Vas a estar bien, Amara —digo, porque así supongo que se llama. Sé que es una mentira cruel, pero no tengo idea de como consolar a una persona moribunda, porque a pesar de mis años como agente, nunca me había tocado estar en una situación en la que me sintiera tan vulnerable, tan inútil.
—Lo siento —dice, con lágrimas de dolor recorriendo sus mejillas—. Yo nunca quise que esto pasara.
Tomo su mano y le doy un suave apretón. No entiendo nada, no sé que está pasando y menos conozco las razones por las que se está disculpando. Pero aquí, entre tantas cosas malas, solo soy capaz de pronunciar las palabras que ella necesita oír.
—Lo sé, tú no hiciste nada malo. No es tu culpa.
Ella me mira por unos momentos. Sus ojos rojos fijos en los míos. Noto como poco a poco su brillo se va perdiendo hasta convertirse en manchas opacas.
—Gracias —susurra con su último aliento, para poco después, cerrar los ojos para siempre.
No sé cuánto tiempo pasa. Los gritos de guerra y dolor a mi alrededor parecen escucharse muy lejanos, y las personas parecen moverse en cámara lenta. Ya estoy pensando en como llevar su cuerpo sin vida a un lugar seguro, cuando su piel comienza a desvanecerse. Toda su esencia se va convirtiendo en cenizas que se desprenden cada vez más de ella hasta dejarla irreconocible, y una vez que lo que sea que está pasando termina, todo lo que queda de aquella Amara es el polvo que el viento se lleva.
Extiendo una mano, tratando de recuperar algo de ese cabello tan rojo como el fuego o de esos ojos brillantes como joyas. Pero es imposible. Ahora ella es nada más que cenizas que no soy capaz de alcanzar.
Sigo perdido durante unos instantes, tratando de asimilar una pérdida que no sabía que había sufrido, y cuando mi vista se fija en el horizonte, es cuando lo veo a él.
Se ve diferente a un humano o a cualquier criatura que he visto hasta ahora, y de alguna forma parece una combinación de todos aquellos con los que me he cruzado. Su mirada llena de consternación y odio, es evidente incluso a metros de distancia.
La criatura toma la corona de oro que hasta hace un momento decoraba su cabeza, y la arroja a un lado con un gesto de asco. El agarre en el tridente que tiene en su otra mano se incrementa, al punto de que se nota la fuerza en sus venas. Él lanza un grito, que parece más un rugido de guerra que una expresión humana, para después levantar el tridente, de color carbón y filosas puntas que terminan en tonos plateados. Y cuando creí que ya lo había visto todo, un remolino de energía se forma a su alrededor. El cielo, que hasta hace poco se veía soleado a pesar de la cruel guerra que se desarrollaba frente a él, se vuelve oscuro y sombrío, con nubes grises invadiendo el espacio. El ambiente a mi alrededor se siente electrizante y puedo notar como pequeños rayos azules salen de esa arma que ahora se ve más mortal que nunca.
No puedo desviar la mirada. No puedo pensar en correr. Ni siquiera tengo tiempo de arrepentirme de haber venido aquí. No hago nada más que sentirme atraído por ese hipnotizante ataque, y cuando la criatura por fin libera su poder, una ola de energía sale disparada con un estruendoso ruido.
Siento que alguien me jala a su lado. Siento como une nuestros cuerpos en un abrazo. Siento su respiración jadeante mientras trata de empujarnos fuera del peligro. Siento muchas cosas, pero no soy realmente consiente de lo que pasa hasta que veo ese revoltoso cabello rojo frente a mí, y después, todo se vuelve oscuro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro