10. Un escape frustrado
Mar
Un grito desesperado sale de mi boca, quemando mi garganta mientras el sonido lucha por salir de mí. Tomo los barrotes de mi celda y tiro de ellos para intentar derrumbarlos, aún sabiendo que no lo lograré. Mi especie no se caracteriza por su fuerza, pero tengo que intentarlo, necesito encontrar una manera de frenar el desastre que se avecina. Mis manos arden bajo el frío metal y mi vista se nubla por las lágrimas que salen desconsoladamente de mi ser.
Finalmente, me dejo caer. Los gritos provenientes de las demás celdas resuenan en mi cabeza y amenazan con destruir lo que queda de mí. Las criaturas marinas encerradas seguramente son aquellas que se opusieron a la guerra, y en este momento cualquiera que no quiera venganza será visto como un traidor. Esas palabras hace eco en mi mente.
Venganza.
Traición.
¿Quiero vengarme por la muerte de Makena? ¿Quiero que Blake sufra como ella lo hizo? La respuesta es que sí, pero por más extraño que parezca, también es que no. Sigo intentando convencerme de que esto es solo una pesadilla. Necesito que lo sea, de otra forma, todo estará perdido.
Durante los siguientes minutos, que parecen una eternidad, solo observo como los tritones que resguardan las celdas dejan sus puestos y dirigen su camino hacia la superficie. Veo sus aletas, tan filosas como cuchillas, y no puedo evitar pensar que le son más útiles al rey como soldados en la sangrienta batalla que se aproxima, que como simples guardias custodiando prisioneros débiles como yo, que no pueden hacer más que ver como el mundo se derrumba bajo sus pies.
El tiempo es un concepto interesante cuando no eres consciente de él. Mientras me pierdo entre dulces recuerdos que ahora son como una apuñalada al corazón, una voz, más familiar de lo que me gustaría, llega a mí.
—Amara —me llama Sofía, nadando sigilosamente hacia mi celda.
Me levanto, poniendo toda la fuerza que me queda en cada uno de mis músculos y cuando veo su rostro, tan lleno de preocupación y tristeza, mi corazón duele.
—Ya te dije que me llames Mar —digo, dejándome embriagar por esos buenos momentos en los que solo me preocupaba que apodo elegir. Aunque está vez mi voz sale en apenas un susurro.
—Eso no es importante ahora.
—¿Qué estas haciendo aquí? —pregunto, sacando mi mano de entre las rejas para tomar la suya. Su piel está fría, mucho más de lo normal. Debe de llevar un buen rato buscándome en las profundidades del océano.
—Vine a sacarte de este lugar —dice, retirando mi mano de la suya para mostrarme un juego de llaves.
—No lo hagas. —Ella me ignora y empieza a intentar abrir el cerrojo. Trato de detenerla, pero su mirada llena de enojo me detiene—. El rey se molestará.
—El rey está demasiado ocupado ahora masacrando humanos —dice, probando con otra llave cuando las primeras tres no tienen éxito.
—¿Cómo las conseguiste?
—Las sirenas no son las únicas que tiene su encanto —comenta, y en cualquier otra circunstancia, que Sofía haya usado su belleza para conseguir algo de un tritón sería una situación divertida. Pero ahora, con la mención de las sirenas, el recuerdo de Makena llega a ambas formando un nudo en nuestras gargantas.
Ella niega con la cabeza cuando su quinto intento falla y estoy segura de que empieza a pensar que fue engañada por el tipo del que consiguió las llaves. Pero después, la llave número 7 abre el cerrojo y Sofía mueve la reja para que pueda salir.
—Vamos, hay que darnos prisa —dice, nadando lo más rápido que puede.
Pero yo no puedo salir, no puedo irme ni hacer nada más que quedarme en ese pequeño y oscuro espacio.
—¿Qué estás esperando? —pregunta Sofía al percatarse de que no la estoy siguiendo.
—Todo esto es mi culpa —digo, dejando que las lágrimas nublen de nuevo mi juicio—. Yo maté a Makena. Yo provoqué esta guerra. Cometí un grave error.
—Si, lo hiciste —afirma. La frialdad en su voz es como un puñetazo directo a mi estómago—. Es tu culpa —dice, con una mirada llena de pesar. Jamás imagine que pudiera llegar a verme como una traidora ante los ojos de la persona que más me importa. Mi hermana. Mi sangre—, pero no es solo tuya —termina, relajando un poco su expresión.
—¿Qué?
—Es cierto que confiaste de más —enlista—, revelaste información que nos mantenía a salvo y llevaste a Makena hacia el peligro. Pero está guerra no hubiera sucedido si ese príncipe tuyo no te hubiera mentido. Él fue el que te traicionó —concluye y puedo notar el dolor en su voz—. Tú solo creíste que el mundo podía ser mejor de lo que realmente es. Tener un buen corazón a menudo es contraproducente.
Sus ojos me miran con profundidad. Es claro que está decepcionada de mí y tiene todo el derecho de estarlo, pero al menos me reconforta un poco que crea que no todo es mi culpa. Aunque nada puede quitar el hecho de que he formado parte de este desastre.
Salgo de la celda, sintiendo como el peso de mi cuerpo amenaza con hundirme. Pero no desisto, sigo nadando hasta que estoy a apenas unos centímetros de mi hermana. Ella me dirige una mirada llena de significado y se da la vuelta para dirigir el camino a la salida.
Nunca había estado en prisión, y cuando me trajeron seguía demasiado conmocionada como para que procesar el lugar en dónde estaba. Por lo que la única que se las ingenió para saber como salir de aquí, es Sofía. Una sonrisa amarga sale de mis labios cuando me percato de que mi pequeña hermana menor es mucho más madura de lo que yo podría llegar a ser. Pero esa sonrisa vacila rápidamente cuando los gritos que escuchaba como ecos desde mi celda, ahora son más cercanos y con ello, más reales.
Cruzamos varias celdas, en donde sirenas, nereidas e incluso tritones, gritan pidiendo que los saquen de ahí. Personas desesperadas cuya libertad ha sido arrebatada gracias a mis errores. Algunos de ellos nos ven cruzar, y reconocer a la ondina que traicionó a su gente no parece ser una tarea difícil para ellos. Muchos me lanzan miradas de reproche, otros no tardan en expresar su enojo con palabras hirientes. Si mi corazón ya dolía antes, ahora lo hace mucho más. Me llevo las manos a los oídos, tratando de alejar los insultos que amenazan con lastimarme. Sé que los merezco, sé que todas las cosas malas que dicen sobre mí son ciertas y me siento egoísta al no querer que sus palabras me atraviesen como dagas.
Mi hermana me saca de mi trance al tomar mi mano y llevarme hasta detrás de unas rocas para escondernos. No entiendo porque lo hace, cuando nuestra prioridad debería de ser salir de aquí, pero me indica que guarde silencio mientras vigila a hurtadillas, y ahí es cuando noto que todo el mundo se ha callado, resonando únicamente unas voces tan firmes y graves que solo pueden pertenecer a los tritones.
—¡Ya no hay espacio! —dice uno de ellos. Seguramente son guardias menores a los que dejaron a cargo de tan grande caos.
—¡Entonces acaba con ellos! —dice otra voz—. Deberíamos estar derrotando humanos, no lidiando con traidores.
—¡No tienes idea de lo que estás hablando! —grita alguien más y está vez, reconozco quién habla incluso sin verlo. Es Caleb, un joven tritón que solía cortejar a Makena—. ¡No hay razón para atacar a nuestra gente de está manera!
—¡Los humanos mataron a tu noviecita! —escucho gritar a alguien, y no puedo evitar asomar un poco la cabeza para ver el altercado—. Creí que de todos, tu serías el más enojado.
—¡Y lo estoy! —exclama Caleb. Incluso desde la distancia puedo ver como sus venas se sobresaltan y su ceño se frunce. Aún con la oscuridad de la prisión, alcanzo a notar sus ojos azules ardiendo de ira—. Pero esto no lo causaron todos los humanos. Solo uno.
En cuánto menciona esas palabras sus ojos se encuentran con los míos. Me sobresalto y trato de ocultarme rápidamente, pero ya es demasiado tarde. En tan solo unos segundos él llega nadando hacia nosotras, tomando mi muñeca con fuerza. Siento como sus uñas se incrustan en mi piel, trazando lineas de sangre en el agua.
—¡Caleb, déjala! —grita Sofía, tomando su brazo para tratar de aflojar su agarre sobre mí, sin éxito.
Caleb me arrastra con él y me lleva hasta dónde estaba discutiendo con los demás tritones. En cuánto los demás encarcelados ven que salgo de mi escondite, vuelven a gritar y me maldicen con fervor. De pronto, la pesadilla en la que estoy atrapada se vuelve cada vez peor.
—¿Y ésta como se escapó? —pregunta uno de los tritones, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada altanera.
Su pregunta pronto es respondida cuando Sofía llega detrás de nosotros, agitada por haber nadado tanto en tan poco tiempo.
—Déjenla, ella no hizo nada malo —dice, tratando de razonar con ellos.
—Vaya, pero si es la hermana pequeña de la traidora —comenta uno de ellos, acercándose amenazadoramente a ella.
—¡No la toques! —le grito, tratando de avanzar hacia mi hermana, pero el fuerte agarre de Caleb no me lo permite—. ¡Ella no tiene nada que ver con esto!
De entre todos, solo hay un tritón que se mantiene al margen, quedándose atrás de todo este lío. No es difícil adivinar que fue él quién le dió las llaves a Sofía, pero sé también que no está tan involucrado con ella como para intentar defenderla.
—Yo creo que sí —dice otro, rodeándola—. Dejó escapar a una traidora. Eso la vuelve una traidora también.
Ver el rostro asustado de Sofía me recuerda a la expresión que tenía Makena en aquel barco. El miedo y la incertidumbre de ese momento no tardan en invadir mi ser. No puedo permitirme perder a nadie más. No podría sobrevivir al saber que Sofía está en peligro por mi culpa.
—No le hagan nada —suplico, porque es lo único que puedo hacer en mi posición—. Es a mí a quien quieren, no a ella. Yo soy la traidora y nadie más.
—En eso tiene razón —dice Caleb, mientras me jala hacia él. Su fuerza hace que mi brazo arda, pero trato de no inmutarme cuando noto su cara, pálida y enfurecida, a centímetros de la mía.
Uno de los tritones ríe descaradamente, mandando escalofríos a través de todo mi cuerpo y haciéndome sentir mucho más vulnerable de lo que llevo sintiéndome desde que comenzó el día.
—No me digas que planeas divertirte con ella antes de enviarla de vuelta a su celda.
—Ella no regresará a esa celda —responde Caleb, con una voz tan fría que podría congelar el espacio entre nosotros—. Ella va a pasar por lo mismo por lo que Makena pasó.
Antes de que pueda procesar esas palabras y lo que significan, Caleb me arrastra con él mientras nada hacia la salida de la prisión. Su aleta es rápida y filosa, y a menudo choca contra mi piel sensible, causando varias raspaduras en mis piernas que duelen tanto como el agarre en mi muñeca. No puedo detenerme, ni tratar de escapar, ante él y su fuerza, yo no soy ningún rival.
Los gritos desesperados de los encarcelados se van quedando atrás, y ahora solo escucho las exclamaciones de mi hermana tratando de alcanzarnos y las burlas de los tritones que nos siguen.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta uno de ellos, evitando nuestro avance.
—Ese príncipe de la superficie asesinó a la chica que me gustaba —responde Caleb, con un nudo en la garganta. Vuelve a jalarme para tenerme cerca y sostiene mi barbilla con fuerza para que no me mueva—, ahora yo acabaré con la chica que le gusta frente a él, y después arrancaré su corazón de su pecho. Eso debería ser suficiente venganza, ¿no lo creen?
Otro de los tritones que nos alcanzan no puede evitar reír, pero aun así, veo una pizca de preocupación en su expresión.
—El rey del océano no estará muy contento con esto.
—No veo porque no —responde otro—. La traidora y su príncipe morirán trágicamente antes de que se esconda el sol. Mientras haya dolor de por medio, yo pienso que nuestro rey estará encantando.
No soy capaz de moverme, de intentar escapar o de siquiera sentir miedo. Todas mis emociones se han ido apagando una a una en el transcurso de esta pesadilla. Ya saqué tantas lagrimas como pude, al punto de sentirme deshidratada a pesar de estar rodeada de agua. Y aunque me asusta la idea de morir, no puedo evitar pensar en eso como una salida.
—¡No lo hagan! —escucho gritar a mi hermana. Está nadando hacia nosotros con todas sus fuerzas, pero la velocidad de una ondina jamás se comparará con la de ellos.
—¿Y qué hacemos con ella? —pregunta alguien, señalandola.
—Solo es una molestia —responde Caleb—. Hay que dejarla, se va a cansar de seguirnos en algún momento.
A pesar de los planes que tiene él conmigo, me alegra saber que dejará tranquila a Sofía, y en cierta parte me hace pensar que aún nos ve como las amigas de Makena. Las que estábamos a su lado en cada baile y las que la animabamos a bailar con él. Aquellas chicas, a primera vista tan ordinarias, que disfrutaban de la vida como si fueran adolescentes con todo un futuro por delante.
Él vuelve a arrastrarme y cada vez me voy acostumbrando más a su toque violento. Le doy un último vistazo a mi hermana y a su rostro preocupado, antes de cerrar los ojos y dejarme llevar al que seguramente será mi fin.
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