1. Enamorarse de la persona equivocada
Amara
Está no es una historia en donde el amor triunfa, ni donde los buenos ganan y vencen a los villanos, tampoco una en donde los héroes disfrutan la gloria de su victoria.
No.
En esta guerra no hay bandos, solo hay personas que luchan por sobrevivir un año más, enfrentando batallas con la esperanza de que algún día todo termine, o simplemente esperando a que pasen los 100 años que dura su maldición, para por fin poder encontrar algo de paz o quizá, solo un oscuro vacío en la nada.
Salgo del trabajo al igual que todos los días por los últimos 30 años. Por supuesto, en ese tiempo he tenido varios oficios, en muchos lugares y con muchos otros apellidos falsos, pero siempre manteniendo mi nombre igual: Amara. Siempre lo tengo conmigo como un recordatorio permanente de lo soy y de lo que debo hacer.
Camino por la calle para dirigirme a mi departamento mientras tarareo suavemente la melodía que sale a través de mis audífonos. Veo a las personas moverse de un lado a otro, niños juguetones y alegres que crecerán hasta llegar a la adolescencia; adolescentes rebeldes que maduraran a base de errores hasta llegar a ser jóvenes; adultos pequeños abriéndose camino por la vida, buscando su lugar en el mundo hasta alcanzar la adultez; adultos que buscan su subsistencia, empleo, familia, negocios, mismos que envejecen hasta que las canas se asoman por sus cabellos y sus piernas flaquean dándole la bienvenida a la vejez; ancianos con tantas arrugas en sus rostros como historias en sus memorias, el paso de los años y de su vida se ve reflejado en cada centímetro de sus cuerpos, hasta que llegue el día en que ya no puedan soportar el peso de sus almas y partan de este mundo hacia donde quiera que vayan los humanos al morir.
Siempre avanzando, nunca frenando, jamás retrocediendo.
Los envidio.
Tener la capacidad de que sus cuerpos maduren, encontrar a una pareja con quién pasar el resto de sus vidas, tener hijos que seguramente no morirán antes que ellos, establecerse en un solo lugar sin que los demás cuestionen sus acciones o apariencias. Vivir su vida, haciendo que el paso de los años sea el recordatorio de que hay un final, uno normal y ordinario.
La simple idea de morir en la tranquilidad de una suave cama, a los noventa, con tu pareja al lado tuyo, tus hijos y las personas que amas y que te aman, en un cuarto lleno de fotografías y recuerdos sobre tu vida, esperando a dar tu último aliento, sin preocupaciones ni dolor, suena tan hermoso que ni siquiera puedo terminar de imaginarlo. En cambio a mí, me espera un final violento, con sangre en mis manos y dolor en cada parte de mi cuerpo, y si llego a sobrevivir a todas esas batallas que parecen eternas, cuando mi momento de dejar las armas llegue, no quedará nada de mí. Mi cuerpo simplemente se desvanecerá, arrastrado hacia las sombras, a la oscuridad. Será como si nunca hubiera existido, y no puedo imaginar nada más aterrador que eso.
A mis 48 años luzco como si aún estuviera en mis 18. Mi tiempo se detuvo a esa edad, en el día en el que la maldición se activó. No puedo decir que me arrepiento, muchas personas están vivas ahora gracias a mi sacrificio, aunque casi nadie lo sepa y las pocas personas que conocen la historia prefieren ignorar lo que en realidad pasó.
El verdadero problema es que no puedo evitar pensar en que me pude haber ahorrado todo el sufrimiento por el estoy pasando, si tan solo no me hubiera enamorado de ese humano.
Hay noches en las que mi mente se llena de preguntas, cuestionando si mis otras versiones en otros mundos paralelos también pensarán lo mismo, si se arrepentirán, si querrán regresar el tiempo y cambiar su destino, si anhelan deshacerse de la maldición que a mí tanto me pesa.
Antes de darme cuenta llego al departamento en donde vivo. Mientras camino por los pasillos puedo sentir una presencia detrás de mí, siguiéndome. De hecho, lo ha estado haciendo desde hace un par de calles atrás.
Lo único bueno que he sacado de las últimas 30 batallas son unos sentidos agudos que me alertan que algo no es como en realidad debería ser. Pero no me inmuto, no dejo que la persona que me sigue sepa que lo he descubierto. Lo haría si sintiera una intención asesina detrás de ella, pero por el contrario, su curiosidad es tan clara que puedo sentirlo con cada paso. Un aspecto tan familiar que me hace dudar.
Sé quien es, o al menos eso quiero creer.
Todas las señales me dicen que es él. No el humano del que me enamoré por primera vez y el culpable de que este metida en este enrollo, sino mi segundo amor, con el que casi cometo el error de entregarle mi corazón hace años.
Cuando entro a mi departamento no me alejo de la puerta, sino que me quedo recargada en ella, sintiendo la frialdad de la madera con las palmas de mis manos. Si lo conozco realmente, estoy segura de que tocará la puerta en cualquier momento.
Y eso hace.
Unos ligeros toques resuenan. Ni siquiera dudo, ni espero un tiempo razonable para aparentar que no lo esperaba, solo abro la puerta tan pronto como el sonido cesa.
Y ahí esta él. El cabello negro reluciente que tenía cuando era más joven ahora esta siendo invadido por las canas, su rostro se volvió más pronunciado y su mandíbula más afilada, cambió sus viejos jeans y sus sudaderas por un elegante traje y unos zapatos de vestir bien lustrados. Lo único que permanece igual después de todo este tiempo son esos ojos azules que me recuerdan tanto a las olas del océano, y que ahora están fijos en mí, atónitos.
—Estas idéntica a la última vez que te ví—-dice Khalid, en un susurro que apenas puedo oír—. Y eso fue hace 30 años.
—Lo sé —respondo con indiferencia—. Son las ventajas de no envejecer.
A pesar de decir eso, yo lo veo más como una desventaja que como algo positivo. Tener la misma apariencia por años es cansado, a tal punto de que me aburro con facilidad de mi ondulado cabello de un tono tan rojizo que se asemeja a la sangre y de una piel tan clara que parece que brilla a la luz del sol, y eso sin mencionar el color de mis ojos, rojos como un par de brillantes rubíes que son tan llamativos que siempre tengo que ocultarlos detrás de unos pupilentes marrones.
Parecer una persona normal es bastante difícil y lo es aún más si tengo que esconder todos los rasgos de mí que no son humanos.
Me alejo de la puerta con un suspiro y dejo un espacio para invitarlo a pasar. Khalid duda un poco, parece debatir si entrar o no a la casa de la mujer que le rompió descaradamente el corazón hace tanto tiempo.
Tiene sentido que se lo piense, pero cuando entra estoy segura de que no me busca por nuestro viejo romance, porque si fuera así, ni siquiera se habría atrevido a hablarme en primer lugar.
—Oí que me estabas buscando —digo, cerrando la puerta detrás de nosotros—.¿Por qué?
Khalid se toma un momento para ver mi hogar antes de responder. Parece observar cada detalle en busca de algo, aunque no sé qué. Camina un poco y se detiene en la alacena de la cocina, analizando los cajones sin abrir y el calendario anual que cuelga de la pared a su lado. Lo sigo, esperando una respuesta que no tarda en llegar.
—Porque hay preguntas que solo tú puedes responder.
Jamás le conté mis secretos, lo único que sabe sobre mí es que soy una persona rota y desconfiada que no envejece como el resto, por lo que creo que es por mi inmortalidad que él está aquí. Pero no le daré ninguna pista hasta confirmarlo.
—¿Y cuáles serían?
—Soy un agente federal ahora —explica, sacando una placa policial de su saco y poniéndola sobre la mesa—. Han pasado cosas extrañas y tal vez tú podrías saber algo.
—Tienes que hacer más especifico.
—¿Dónde estuviste el 14 de octubre del año pasado? —pregunta.
—Fue hace meses, no lo recuerdo —miento. Es imposible que no sepa lo que pasó ese día.
Una vez al año la maldición se vuelve más fuerte y nos arrastra de nuestros hogares hacia una batalla ferviente. No ocurre un día en especifico, solo pasa aleatoriamente de forma anual. Le doy un vistazo al calendario en donde suelo marcar los días en que ocurre; estamos en abril y aún no ha pasado.
—El informe dice que tus vecinos reportaron una luz cegadora proveniente de tu departamento ese día —explica, tal vez en un intento de reforzar mi memoria. Su voz parece firme, sin embargo hay un ligero toque de duda en ella—. Cuando vinieron a asegurarse de que estuvieras bien, no había nadie. Al día siguiente la misma luz y todo tu hogar estaba lleno de sangre.
—Decoración de Halloween. Me gusta adelantarme a las festividades —respondo, recordando lo que reporté ese día a la policía. Los humanos pueden ser realmente paranoicos en ocasiones—. Eso y un poco de pesca.
—Si, eso también venía en el reporte —dice, como si ya esperara que respondiera eso.
Él empieza a abrir deliberadamente los cajones de la alacena, inspeccionando lo que hay dentro de ellos y cerrándolos cuando no encuentra nada interesante. Debería detenerlo y decirle que no tiene ningún derecho de hacerlo, pero no lo hago, ya que hay algo del espíritu curioso de Khalid que aún me sigue pareciendo atrayente. Además, su apariencia actual le da un toque maduro y sensual que es capaz de hacerme sentir hipnotizada.
—¿Qué clases de peces pescas para tener armas tan sofisticadas? —pregunta al encontrar un cajón lleno de pistolas y balas de distinto calibre.
—Uno muy grande —respondo, pero está vez con completa honestidad—. Pero no tienes que preocuparte, todas tienen permiso.
O al menos la mayoría.
—Eso también lo sé. Te he seguido la pista. A ti y a todos los apellidos que has usado.
Khalid cierra el cajón y regresa su vista hacia mí, sus ojos se fijan en los míos buscando una explicación lógica. Pero si él ha investigado tanto de mí ya debería de saber que nada relacionado conmigo tiene sentido.
—Ve al punto. ¿Por qué estás aquí exactamente?
—Las luces como las que describieron tus vecinos han estado apareciendo en varias partes y en diferentes fechas. Hay personas que desaparecen en ellas. La mayoría no regresa y los que lo hacen están muertos o tan heridos que no nos han podido decir lo que les pasó.
—Eso no tiene nada que ver conmigo —vuelvo a mentir. Si eso ha estado pasando debe deberse a los rastros que deja la maldición, pero aunque sepa esa información, no hay nada que pueda hacer al respecto.
—Supongo que no me lo dirás —deduce—. Así como no me has dicho como te mantienes tan joven.
—Cirugías plásticas y buen maquillaje —bromeo, aún sabiendo que nada de eso sirve realmente contra la edad—. ¿Se lo dirás a tus compañeros agentes?
—No hay forma de que me crean —dice con resignación—, y aunque lo hagan, no creo que tenga relevancia.
La duda cruza por mi mente. Si están investigando luces que desaparecen personas, las pistas que puedan obtener de una persona que no envejece no pueden sonar tan descabelladas. ¿Pensará realmente que no le creerán o es el honor que lo caracteriza el que lo está frenando para decirles?
—Si recuerdas algo más, llámame —indica, tomando su placa y dejando en su lugar una tarjeta con su contacto. Después de eso, se dirige a la salida.
No digo nada. Solo lo sigo en silencio y cuando está a punto de irse, sus pasos frenan y sus labios dudan. De pronto, el serio agente desaparece para dar lugar al curioso y tierno chico que alguna vez me gustó.
—¿Qué fue lo que pasó contigo, Amara? —pregunta, con una mirada que va de la consternación a la preocupación.
Recuerdo lo que pasó hace ya tantos años. Mi tiempo en mi viejo hogar, mi antigua vida y todas las acciones que me arrastraron hasta este momento.
—Me enamoré de la persona equivocada —respondo, antes de cerrar la puerta frente a mí.
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