Exordio
Cuando uno piensa en estas situaciones, raramente se imagina como el protagonista.
Pero aquí estoy, en plena noche de diciembre, sola y muerta de frío, esperando que suceda un milagro. En dos días, será Navidad. Y no queda margen para pedir deseos, ni escribir cartas. Tan sólo una mochila a mis espaldas, llena de dinero.
Se presenta ante mí un automóvil que vale más que la casa de mi madre y todos sus ahorros. Sus ocupantes no son simpáticos elfos, sino desconocidos que se visten el pasamontañas antes de empuñar sus metralletas y apuntarme. Cada paso en su dirección supone un esfuerzo mayor que el anterior. Pero no puedo cambiar el rumbo, no puedo variar la dirección.Ya no.
–Ante todo, voy a demostrarte que soy un hombre de palabra –dice con su voz profunda.
Dos de sus hombres sacan un bulto del maletero del coche y lo acercan, a rastras.
Mi corazón se encoge al reconocer su voz bajo la bolsa que le cubre la cabeza. Su estrecho tórax sube y baja, lucha por liberarse de las esposas que le inmovilizan las manos a la espalda. Había perdido la esperanza, pero aquí está, de rodillas en el asfalto, a merced del efímero instante que separa la vida de la muerte, esa mínima fracción de segundo que suena y huele como un balazo.
Faltan diez días para que termine 1989.
Sigue vivo.
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