Capítulo 2: Los raritos
La mañana no puede ser más extraña. Nos pasamos la jornada lectiva tirados en el pabellón, sin oportunidad de pisar la clase. Mires a dónde mires, ves humo de colores a través de las ventanas. Y lo peor de todo: ese humo aparentemente bonito está formado por diminutas partículas de pintura en suspensión, así que las paredes, las mesas, los cristales e incluso nosotros, estamos salpicados de pigmentos arcoiris.
Pasado el susto inicial, comprobamos que el desastre se solucionará con una ducha, e inmediatamente, son muchos los que colapsan las duchas de los vestuarios. Siento alivio cuando al pisar la cafetería a la hora del almuerzo veo que muchos han elegido mi opción. Incluídas varias animadoras que tendrán que frotarse con más ahínco que el resto, y que intentan quitarse los goterones de pintura las unas a las otras con toallitas higiénicas.
–¡Siento la tardanza! –dice Tiffany, tomando asiento justo enfrente de mí–. Se ha armado una buena…
Ni siquiera he probado la comida. Estoy jugueteando con ella en el plato. Tengo el estómago cerrado a causa de los nervios… y éste no era tampoco el primer día que me esperaba.
–¿Se sabe quién es el culpable? –pregunto sin ánimo de probar bocado.
–¿Quién iba a ser? –Me dedica una sonrisa torcida–. ¡Baphomet! ¡Como de costumbre!
–¿Bapho… qué? ¿Quién?
–¡Hablaste con él a primera hora! –se burla ella, como si fuera lo más evidente del mundo–. ¡Wadie Mason! El melenudo que lleva un collar de perro y las uñas pintadas…
Me da un vuelco el corazón, aunque no sabría explicar por qué. Aún tengo la imagen de su sonrisa en mi cabeza, cuando me dijo: “Tengo un… asunto que atender”... ¿De verdad ésa era su urgencia? Fui una ingenua al creer que alguien con esas pintas podría ser normal…
–Ah… ya –Evito mirarla, pero veo que está entretenida con su comida y me siento segura para preguntar–: ¿Fue él? ¿Por qué lo hizo?
–Ni idea, es un antisistema –se encoge de hombros–. Suele meterse en problemas a menudo, aunque dudo que esto sea sólo obra suya… ¡Mira, ahí vienen!
Me giro en mi asiento y no necesito preguntar a quién se refiere. Dos muchachos acaban de entrar en la cafetería, y dentro de su atrevida apariencia, no podrían ser más diferentes, ni más particulares.
El primero es un grandullón de brazos fornidos, vestido con una camiseta oscura de calaveras y un chaleco con las mangas deshilachadas y numerosos parches de bandas de rock. Arrastra las punteras afiladas de sus botas con sorna, mientras su greñudo tupé se bambolea de un lateral del cráneo al otro, casi rozando las interminables patillas. Parece la versión adolescente de un Elvis Presley pendenciero y desaliñado, acompañado por un perrillo nervioso que no deja de dar vueltas a su alrededor sin dejar de ladrar.
Sí, la mascota es su acompañante, un chico pecoso que al lado de semejante fortachón no abulta más que un pigmeo. Viste una cazadora de motero, unos pantalones de mezclilla con rayas oscuras y unas botas que parecen muy viejas. Habla y habla con fanfarronería, sin importar que su acompañante se distraiga mirando a las atractivas porristas en lugar de prestarle atención. Y por si no resultara hostil el compendio de imperdibles, tachuelas y cadenas de su atuendo, su cabello cobrizo es una maraña crepada que ratifica su imagen de chucho vagabundo. No me cae bien a simple vista.
–¡Marlon Collins y Ferris Morgan! –me señala Tiffany, mirándolos con recelo–. Unos tíos raros… ¡Y ahí está! El hombre más guapo que verás nunca: Jason Cunninghan…
Subestimo sus palabras, sin fiarme de su criterio. Y me equivoco. Jason Cunningham no sólo es increíblemente guapo, sino alto y de cuerpo bien proporcionado. Una melena rubia asoma bajo su gorro de lana y su sonrisa, aunque lleva ortodoncia, es impecable. Sus ojos claros contrastan por un intenso maquillaje ahumado que no desmerecen su atractivo, sino que le confieren un aire canalla de lo más sexy. Dudo que haya una sola mujer en el instituto que no se gire para verlo pasar. Pese a sus ropas llenas de desgarrones y colores tristes, sus uñas pintadas de negro y sus numerosos anillos con calaveras, sigue siendo un Adonis que cuesta dejar de mirar. Creo que nunca había visto ningún hombre tan guapo.
–¿Y… a qué tipo de secta pertenecen? –intento disimular, volviéndome hacia Tiffany
–¡No son una secta! ¡Es el Culto a Baphomet! –me espeta, como si la explicación fuese obvia–. ¡Es el grupo de rock de Wadie Mason! Sus conciertos son una pasada…
No sé cómo serán sus conciertos, pero ellos son tremendamente ordinarios. Se sientan en la mesa siguiente a la nuestra, y nos enteramos de todo lo que hablan aunque no les prestemos atención. Para empeorar la imagen, además de ruidosos, no escatiman en gestos obscenos para comunicarse entre sí.
–Son un poco…
–Tienen todos los defectos que puedas enumerar –me concede sin dudar–. Pero la sonrisa de Jason es capaz de paralizar el mundo, ¿verdad?
Tiene razón, aunque una vez superado el primer impacto y ya admirada su belleza, parece un chico bastante soso. Mientras sus acompañantes no dejan de reír y gritar, él sigue ensimismado en su mundo, como si nada, sin apenas participar en la conversación.
–No es muy hablador –observo en voz alta.
–No lo necesita… Es perfecto.
–¿Tanto te gusta?
–¡Oh, sí, Dios! –exclama ella, sin disimulo–. Estoy enamorada de él desde que tenía doce años… ¡Vendería mi alma al diablo por tenerlo un segundo entre mis piernas!
Me atraganto y el refresco que bebo está a punto de salirse por la nariz. Toso ruidosamente, mientras unos cuantos alumnos se nos quedan mirando; lo que no me queda claro es si me observan a mí o a ella. Intento ignorar a los raritos, pero es Tiffany quien está de espalda a ellos, y cada vez que me habla, mis ojos me traicionan. Afortunadamente, ninguno de ellos parece darse cuenta de mi ex abrupto.
–Pero… llegar hasta él es una misión imposible –me explica, sin inmutarse–. Y no por él, dicen que es un golfo… Pero Maisy me controla día y noche… ¿Sabes lo que es ser la hermana pequeña de la tía más popular del instituto?
Estoy un poco despistada, así que mareo las verduras de mi plato… ¿Maisy es su hermana?
–Supongo que mola.
–¡Y una mierda! ¡Es vivir en el foco de atención! Por eso necesito a alguien como tú…
–¿Como yo?
–Tienes pinta de buena chica, aunque veo que te va la marcha –insinúa sin rodeos–. ¡Mola el pin que llevas en la mochila! ¡Judas Priest! ¡Me encanta!
Me había olvidado por completo de ese pin. No lo llevo por Judas Priest, sino por su valor sentimental. Y porque trae de vuelta el recuerdo de mi padre sin la necesidad de mencionarlo.
–Ya… bueno… –balbuceo. Sigue costándome hablar de él–. Era de mi padre, yo no suelo escuchar música.
–¡Pues es una pena! Estoy segura de que te gustarían… ¿Sabes que los Judas Priest pusieron de moda las tachuelas y el cuero en el rock?
No, no lo sabía. Apenas sé más de ellos que su nombre y alguna canción aislada. Mi madre es purista con las artes, ve pecados por todas partes… y mucho más en el heavy metal, que ocupa el círculo central de su diana. Pero apenas tengo tiempo lara reflexionar sobre el atuendo de los Judas Priest cuando la puerta de la cafetería se abre de nuevo.
–¡Ahí viene el terrorista! –proclama Ferris Morgan, levantándose en su asiento, y veo cómo una de las animadoras engancha su falda en el radiador por apartarse de Wadie Mason y es incapaz de liberarse. Sus amigas se ponen a chillar como hienas–. ¿A qué esperas? ¡Ayuda a las damas en apuros, Wadie!
Como no podía ser de otra forma, el aludido se aproxima y las chicas se chocan entre ellas y se ponen como locas incluso antes de que se acerque. El histerismo se incrementa cuando el muchacho saca un mechero de sus vaqueros rotos, con la clara intención de liberarla del modo más rebuscado. Las risas del Culto a Baphomet no se hacen derogar y acompañan la guasa golpeando la mesa con los puños. Por suerte, Wadie no necesita hacer ninguna demostración de piromanía antes de que la chica pueda recuperar su libertad, y las reverencia sin importar que lo miren con una mezcla de terror y asco. A medida que se acerca a sus escandalosos amigos, recibe abucheos e insultos a su paso. Saca a pasear el dedo corazón, sin moderar la grosería cuando les enseña la lengua. Los puñetazos en los hombros que se dedican entre amigos para saludarse no son más moderados.
–A veces no comprendo cómo Jason acabó con esa panda de mandriles –comenta Tiffany, arrugando la nariz.
–Quizá las apariencias engañan –murmuro distraídamente–. A mí Wadie me parecía encantador…
–Encantador –repite con retintín y me sonrojo sin remedio–. No es un adjetivo muy adecuado para referirse a Baphomet, ¿no crees?
Iba a preguntar el porqué, pero un fuerte impacto responde a mi pregunta. Wadie tira su mochila al suelo con brío y, en lugar de usar la silla, se sienta en la mesa y sacude la cabeza de Jason con una colleja.
–¿Dónde coño estuviste anoche en lugar de venir al ensayo?
Jason sigue en su mundo de paz y tranquilidad. Mira a su amigo sin variar de expresión:
–Ocupado.
Marlon y Ferris se encargan de otorgar a la escena la expresividad que le falta y, entre gestos burlones, Marlon mete el dedo índice reiteradamente en el agujero que forma Ferris con los dedos de la mano derecha. Wadie pone los ojos en blanco, quiero creer que por la innecesaria escenificación, ya que la grosería no parece perturbarlo.
–¡Ah! ¿Y os parece divertido? –les espeta. Como respuesta, Ferris rompe a reír a carcajadas–. ¿Te parece divertido, Ferris? Recordáis que tenemos una maqueta que grabar antes de final de mes, ¿no?
La diversión se frena en seco. La dureza de Wadie los mete en cintura por un momento; está claro que no quieren ver a su líder enfadado.
–A ver, no nos va tan mal… –Marlon se recuesta en su silla, y hace recuento, mientras se frota las patillas–. Ya no somos un grupo de versiones, tenemos algún tema propio que le gusta a la gente… y hemos conseguido un público fiel…
–De veinte borrachos…
–¡Y chicas! Vienen a vernos un montón de chicas…
–No, grandullón –lo desilusiona Wadie–. Vienen a ver al tío de la polla escocida…
Jason le lanza una mirada de reproche, pero no dice ni mu. Ahora le toca el turno a Ferris, que cuando se ríe parece que acaban de destripar a un conejo:
–¡Pero si hasta salimos en la prensa, Wadie! Estamos triunfando…
–¡Porque intoxicamos al público con tu mierda de máquinas de humo! –Wadie se lleva las manos a la cara, exasperado–. ¿A esto llamáis éxito? ¿A tener el pelo largo, cuatro tatuajes y que el periódico local nos tache de pirados?
En apariencia, es el más extraño de los cuatro, pero parece ser el que tiene más sentido común. Sus colegas restan importancia a su malhumor intercambiando sonrisas de suficiencia.
–Lo de la polla escocida iba por ti –le dice Ferris a Jason, como si fuese necesario, y éste al fin parece querer participar en la conversación cuando alarga un brazo y le da una palmadita a Wadie en la rodilla.
–No te enfades.
–¡No estoy enfadado, estoy molesto! –gruñe, aunque su cara no dice lo mismo–. ¿Vas mostrar un mínimo de respeto por las hembras de nuestra especie o piensas seguir comportándote como un idiota?
–Pero si no le hago daño a nadie…
–¿Ah, no? ¡La batalla del abismo de Helm se libra en los pasillos del Crawling High School todos los días por tu culpa! ¡Las tías pelean por ti! ¿A cuántas te has tirado la última semana?
Jason se queda pensativo y se encoge de hombros. Ferris y Marlon hacen sus propias estimaciones por lo bajo y se dan cuenta de que no les llegan los dedos de las manos para contar. A Wadie no le hace ninguna gracia.
–¿Así es como agradecéis mi sacrificio de hoy por defender nuestros ideales?
–¿Sacrificio? –repite Jason, arqueando las cejas–. Tu única motivación es sabotear el discurso de Ryan Grayson, reconócelo…
Wadie se pone en pie, resoplando, con los puños apretados, y pasea de un lado a otro, sin separarse de la mesa. Se está conteniendo para no estrangular a ninguno de sus amigos. Miro a Tiffany buscando algún tipo de explicación. Este chico es una granada a punto de explotar.
–Ahora viene lo bueno –me asegura ella, señalándole con la cabeza.
–Déjame recordarte algo, Jayce –comienza Wadie, convirtiendo sus grandes ojos en dos rendijas–. Mientras tú debutas en esa final, sentado en el banquillo por orden y deseo de tu querido Ryan Grayson, yo estaré castigado por defender mis principios, que no pasan por vanagloriar a una panda de cabezas de chorlito que lanzan pelotas a una canasta, mientras se menosprecian diariamente otros tipos de talento… Y puedo entender que los demás caigan en esas banalidades, pero tú… Tú, mi mano derecha… ¿Desde cuando un partido y echar un polvo son más importantes que tu culto y adoración a Baphomet?
–¡Wadie, baja del escenario! –le espeta Jason, regresando a la impasibilidad–. ¡Estás así por cambiar la fecha del concierto! Llevas una semana dándole vueltas y aprovechando el mínimo detalle para recordarme que siempre llego tarde y que no me esfuerzo lo suficiente…
–¡Pues sí! ¡Tu traición está enquistada en mi pequeño y oscuro corazoncito, ni lo dudes! –Se sienta en el otro extremo de la mesa y los fulmina con la mirada–. Deberíais reverenciar mi abnegación, mientras me juego mi reputación por desafiar las normas y comportamientos socialmente establecidos que amordazan y pisotean a mierdecillas desagradecidos como vosotros tres…
Silencio. Marlon y Ferris se quedan con la boca ligeramente abierta y Jason resopla.
–Bravo, Wadie. –Jason Cunningham resopla con impotencia–. Acabas de quitarle el trono de reina del drama a la profesora O’Donnel… ¿Y ahora qué? No has conseguido nada, sólo posponer el discurso…
Antes de que Wadie pueda responder, las puertas de la cafetería vuelven a abrirse y lo más parecido que he visto en mi vida a una cabalgata irrumpe en escena con todos los honores. Encabezan la procesión los alumnos de la banda, con sus tambores, clarinetes y trompetas haciendo más ruido que música; los siguen una cola de animadoras que dirige Maisy, la chica guapa que me despreció en el pasillo; y para terminar el despliegue, una serie chicos con aspecto de pijos, aunque intuyo que son miembros del equipo de baloncesto porque a su entrada, todos los tratan como reyes.
El capitán debe de ser un muchacho fornido al que ceden la presidencia al frente de un micrófono demasiado diminuto en sus fibrosas manos. Su peinado clásico mantiene a raya su cabello castaño claro, y sus rasgos tienen ciertas reminiscencias nórdicas, desde sus pómulos acentuados hasta la fina línea de sus labios. No sé por qué, pero me recuerda a algún modelo de perfumes. Polo de rayas grises y azules, pantalones de pinza y un jersey anudado al cuello. Sin duda, es el rey de los pijos, y posiblemente, del instituto.
Mientras se prepara para hablar y alguno de sus compañeros lo animan a usar una de las mesas como escenario, veo cómo Jason se levanta de su asiento y susurra algo a Wadie que hace que ambos se partan de la risa. Roban la bolsa de cacahuetes de la que Ferris come como una ardilla ansiosa y se sientan en nuestra mesa, en el extremo más cercano al espectáculo, y como consecuencia, el opuesto al nuestro, como dos colegiales comiendo pipas en un cine. Esto no pinta bien.
–No os preocupéis –nos dice Wadie, con su mejor sonrisa–. Ni siquiera notaréis que estamos aquí.
Tiffany parpadea.
–¡Eso sí que lo dudo!
Cuando la banda termina su acometida, una oleada de aplausos celebra que el capitán al fin se haya subido a la mesa. No se me pasa el detalle de que los silbidos lascivos que recibe son los que Wadie y Jason profieren a escodidas.
–Gracias, amigos –comienza el chico del polo a rayas–. Como bien sabéis, soy Ryan Grayson, el capitán de nuestro equipo, y quiero daros las gracias a todos por vuestro apoyo. Sin vosotros, no hubiese sido posible llegar tan alto… ¡Nuestra victoria es vuestra victoria!
Una oleada de aplausos corean sus palabras.
–Y, a tan pocas horas de nuestra posible victoria, quiero recordaros que esta es nuestra oportunidad de visibilizar Crawling y sus jóvenes talentos más allá de estos muros. Necesitamos que nos apoyéis una vez más, hasta la cumbre del éxito, y prometemos no decepcionaros…
Una risita desdeñosa rompe el silencio.
–Pues yo creo que sería más divertido una pelea de barro para ver quién la tiene más grande.
Lo dice sin ánimo de interrumpir el discurso, pero todos lo oímos. Sus colegas ríen con ganas, pero él se limita a esbozar una sonrisa descarada y saludar a Ryan Grayson con la mano. Todos los ojos del instituto se clavan en la oscura vestimenta de Wadie Mason.
–¿Tienes algún problema? –le espeta el capitán, con las mejillas ruborizadas.
Alguna que otra persona abuchea a Wadie, pero a él no le importa. Amplía su cínica sonrisa, y se aparta la desgreñada melena de los ojos antes de responder:
–Escuchar tu sonrojante cacareo siempre supone un problema para mí, Ryan Grayson. –Alza las manos sobre su cabeza y se las enseña–. Creí que ya lo habías notado…
Los rastros de pintura surcando la palma de sus manos delatan la travesura de la que parece orgulloso. Inmediatamente, le llueven encima un aluvión de insultos. Es obvio que le importa un comino lo que todos piensen de él. A su lado, Jason se ríe a mandíbula batiente, sujetándose las costillas. Si las miradas matasen, Ryan tendría un pie en la cárcel.
–¡Ven aquí y dímelo a la cara, bicho raro! –vocifera.
Es todo lo que Wadie Mason ha estado esperando hasta ese preciso instante. Se sube de un salto a la misma mesa que Grayson y en las arcillosas profundidades de sus ojos chisporrotean diminutas volutas de fuego. Entre los presentes alguien asegura: "¡No tendría que haber dicho eso!", y no puedo estar más de acuerdo. Las pesadas suelas de sus botas van abriéndose camino entre vasos, platos y demás menaje. Pum, pum, pum. No se oye ni el zumbido de una mosca, tan sólo sus pasos.
–Eres aburrido y soso, Grayson –dice cuando queda menos de un metro de distancia entre ambos–. Y en lugar de soportar uno de tus estúpidos partidos, viéndote corriendo de un lado a otro en calzoncillos, sería más enriquecedor ver cómo os sacáis las pollas y medís qué puntita sobresale más…
¡Ay, Dios…! El ejercicio de contención de Ryan Grayson es digno de encono. Aprieta tanto los dientes que creo oírlos rechinar, mientras su rostro pasa del rubor a un bermellón intenso. Uno de sus colegas le coloca una mano en el hombro, mientras los espectadores se dividen entre la risa y las protestas. Cuando se decide a empuñar su micrófono de nuevo, descubre que el cable está cortado.
–¡Lo siento! –se oye gritar a Ferris Morgan, con la voz amortiguada por una risa maníaca–. ¡No me digas que acabo de estropearlo…!
Desde sus respectivas mesas, Marlon y Jason aplauden a sus amigos, sin dejar de reír… ¡Dios mío, son diabólicos! Ryan Grayson se rinde y baja de la mesa hecho una furia, dejando a Wadie con una amplia sonrisa y los brazos abiertos, recibiendo improperios e insultos como si de una ovación se tratara.
–¡Os propongo un plan mejor! –se hace oír entre el barullo con su poderosa voz–. ¡Uníos al Culto a Baphomet la semana que viene! ¡Música y priva gratis! ¡Con Marlon Collins aporreando la batería, Ferris Morgan desentonando con el bajo y un servidor haciendo sangrar vuestros oídos con la guitarra! ¡Y por supuesto, con el tío más guapo de Crawling, Jason Cunningham y su poderosa voz haciendo que tiemblen los cimientos de este puto pueblo!
Al oír las palabras de Wadie, parece que muchos dejan a un lado su inquina y valoran la invitación. Jason se sube a la misma mesa que su amigo, con una botella de cristal bajo el brazo, y le pega un trago delante de todos. La imagen es tan depravada como sensual. Estoy punto de taparme los ojos con las manos, cuando veo a Wadie imitarlo y repartir un chorro entre varias chicas que se les acercan.
–¿Eso es una botella de whisky? –me escandalizo–. ¿Es que aquí no hay profesores o qué?
Tiffany observa la escena con una mezcla de estupefacción y deseo.
–¿De verdad crees que existe algo que pueda sofocar este incendio?
Me niego a querer entenderla. Pero algo dentro de mí sabe que acaba de inflamar la yesca rancia de mi alma.
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