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Capítulo 1: El diablo de la sonrisa bonita


En mi antiguo instituto, solían referirse a mí con cualquier apodo que resultara ofensivo. Ni siquiera me conocían, ni sabían mi nombre. Pero era lo suficiente retraída y tímida como para no hacer frente a los insultos y a las burlas. Y ellos lo percibían, sabían que era diferente, aunque no podían ni imaginarse el motivo por el que caminaba con muletas y me resignaba a agachar la cabeza.

Creí que al llegar aquí sería distinto. Camino sin ningún tipo de ayuda, y mi cabello ha crecido. Mi aspecto vuelve a ser de lo más normal, pero nada más asomar la cabeza al bullicioso pasillo, me transformo en el centro de atención, sin remedio. Estamos en noviembre y hace tres meses que comenzaron las clases. Además, éste es un pueblo pequeño, por lo que todos se conocen desde niños. No hay ningún incidente de interés que anime sus aburridas rutinas, nada más interesante a lo que prestar atención. Sólo mirar a la chica nueva y cuchichear sobre sus botas raídas, su falda vaquera y su abrigo acolchado... ¡Ah! Y por supuesto, criticar la montaña de libros que lleva en brazos, en lugar de valerse de una mochila como el resto de estudiantes.

Lo que no saben es que comencé a detestar este lugar desde el mismo instante en que me ofrecieron la llave de mi taquilla y vi que son tan diminutas que apenas me caben cuatro libros alineados. Desde el momento en que atravesé la puerta de entrada y vi que el sistema de calefacción tan sólo está de adorno, y que la existencia de las ventanas también es un fraude, pues el frío exterior se cuela por los marcos descuadrados. Desde el preciso instante en que mencioné a mi madre la necesidad de una mochila nueva y todo lo complicó que tan sólo haya una librería pequeña en el pueblo, y que trabajen por encargo: "¿No podíamos aterrizar en Crawling sin llamar la atención, Élodie? ¿No puedes aguantar unos días más sin mochila hasta que la traigan? Estamos molestando a los vecinos antes de conocerlos".

Sí, mi madre es un lastre más de mi existencia. Desde que murió mi padre, se ha convertido en la crítica destructiva que tan sólo aporta problemas y nunca soluciones. No importa si yo he sufrido tanto o más que ella desde el fatídico accidente que nos dejó solas. La presión familiar pesa más sobre mi espalda que la montaña de libros que cargo en brazos de un lado a otro, me agota.

Y para empeorar la situación, mis nuevos compañeros tan sólo se fijan en mí para chismorrear, pero se dan la vuelta y me ignoran en cuanto les pregunto dónde queda la siguiente clase. Creí que la gente en los pueblos era más amable, pero no. Sigo siendo la chica invisible que necesita tomarse un descanso antes de terminar con la espalda destrozada.

-Oye, ¿necesitas ayuda?

Me pongo tan nerviosa que se me caen los libros al suelo. Me agacho de inmediato para recoger el desastre, cuando me choco de frente con dos vivaces ojos amarronados. Pego un salto hacia atrás al observar que lleva un arito de plata en la nariz, una perforación en la ceja y que le cuelgan varios pendientes con púas del lóbulo de la oreja... ¡Qué hombre tan raro, qué aspecto más agresivo! Viste de negro de pies a cabeza y una alborotada mata de cabello oscuro le cae sobre los hombros. Tiene los brazos tatuados y lleva un collar de pinchos muy poco discreto. Pero me sonríe, y siento que la amenazadora nube de tormenta deja paso a un tímido rayo de sol.

-Lo siento, no quería asustarte -se disculpa, y su voz gutural suena tan ruda como su aspecto.

-No... eh... no... pasa nada...

Se incorpora, y su metro ochenta de altura acaba por amedrentarme. Me entrega los libros que recogió del suelo. Lleva las uñas pintadas de negro, aparatosos anillos de metal y muñequeras con remaches y clavos, incluso más toscos que los del collar. Sin proponérmelo, retrocedo. No parece extrañarse de mi reacción:

-¡Tranquila, tranquila! -intenta calmarme, echándose a reír-. No suelo devorar chicas bonitas... No al menos cuando me traigo el almuerzo.

Y con cierta comicidad, me enseña su bolsa de comida (también negra) y la zarandea delante de su cara, con ojillos de cordero degollado. Un agradable ronroneo me sacude las entrañas. Parece mucho más joven y más guapo visto de cerca. Rio como una tonta.

-Lo siento -mascullo, avergonzada-. No quería parecer maleducada.

Y también parece mucho menos aterrador cuando amplía su sonrisa sin reservas.

-Yo también me habría asustado -asegura con una sinceridad bastante divertida-. No todos los días se conoce a un punkarra, ¿verdad?

¿Quién iba a esperarse que algo tan hermoso como su sonrisa podría ocultarse tras su cruda apariencia? Y mucho menos me esperaba su simpatía. Es agradable ver cómo s sienta en las escaleras que conectan con el piso superior y me invita a tomar asiento a su lado. Me ayuda de nuevo con la montaña de libros, mientras me acomodo. En todo momento, mantiene una respetuosa distancia entre ambos, lo que me agrada viniendo de un desconocido.

-¿Eres nueva, verdad? -me pregunta y me da vegüenza mirarlo a los ojos.

-Sí, es mi primer día. Estoy en décimo grado.

-¿Décimo grado? -repite, llevándose las manos a la cabeza-. ¿Tienes dieciséis años?

-Quince, de momento -respondo con una sonrisa.

-¡Quince! ¡Bendita juventud! Mi décimo curso queda tan lejos...

-¿Tanto?

-¡No, no insistas! No voy a decirte cuánto tiempo hace de eso. -Me guiña un ojo y me echo a reír-. Acabas de conocerme y no quiero que pienses que soy tonto...

-No lo creería aunque te lo propusieras -replico, sonriente-. Ya no...

-¡No seas condescendiente! Tan sólo eres amable porque sigues necesitando mi ayuda...

¡Qué chico tan simpático! Casi se me había olvidado que llego tarde a clase, aunque él no parece preocupado. Reviso de nuevo el horario, sintiéndome repentinamente torpe en su presencia.

-Biología -resuelvo-. ¿Dónde...?

-Allí, al fondo, detrás de aquel grupo de porristas -me indica, alargando uno de sus delgados brazos-. Pero alcanzar tu noble meta no será tan sencillo como crees...

-¿Ah, no?

Se aparta la abultada melena de la cara y me fijo en la macabra calavera de uno de sus anillos. Me dirige una mirada de soslayo antes de humedecerse los labios y baja la voz hasta convertirla en un arrullo de misterio:

-Nivel uno: la barrera de animadoras chillonas. Si no te dejas encandilar por sus labiales con olor a fresa y el tono rosa de sus pulseras, podrás burlar sus miradas inquisitivas y evitar que te hieran con sus lenguas viperinas. Pero, si te atreves a voltear la cabeza a su paso...

Hace un gesto negativo con el pulgar y suelto una carcajada. Me agradan tanto sus ojos que los contemplo hechizada, hasta que recuerdo que mi osadía es de lo más insolente y me pongo de mil colores. Por suerte, mantiene su atención centrada en las porristas.

-Hoy quizá tengas suerte, están despistadas por la emoción de la final...

-¿La final?

-La final de baloncesto. -Pone los ojos en blanco-. Pero no te confíes, pues sigue habiendo un grupo inmune a la euforia del deportivismo: los cerebritos. Esos discretos seres que se cuelan sin hacer ruido hasta la puerta y buscan cualquier instante para entrar al acecho de nuevo material de estudio... ¿Ves alguno de ellos rezagado? ¡Claro que no! Ya están todos en clase, así que te los encontrarás adecuándose pacíficamente a su hábitat... Si les caes bien, puede que incluso te dejen sus apuntes...

-¡Ejem, ejem!

Ni siquiera tengo tiempo para saber quién se aclara la garganta cuando mi acompañante se levanta como un rayo y hace una exagerada reverencia. Una profesora bajita y con cara de haber chupado un limón nos reprocha con la mirada que no estemos ya en clase. Pasa ante el muchacho vestido de negro y le dirige una mirada severa, pero él se atreve a volver a reverenciarla, como si nada.

-Será mejor que te apresures -me susurra, ayudándome con mis pertenencias-. Ahí va tu profesora.

-¡Ah, sí, claro! -exclamo, poniéndome en pie con prontitud-. Muchas gracias...

Nuestras manos se chocan cuando recupero mis cuadernos y se me acelera el corazón. Son cálidas, como su sonrisa.

-No me has dicho tu nombre -me apresuro a decir.

Se mete las manos en los bolsillos de la cazadora y se encoge de hombros.

-Soy Wadie Mason -se presenta, mirando al suelo-. Wadie... "el bicho raro" Mason, en realidad...

-Yo soy Élodie -me presento, ofreciéndole estrecharme la mano-. Élodie... "la antisocial"

Nuestras manos se entrelazan y me dedica una tímida sonrisa. Desde que me dijo su nombre, algo cambió en él. Parece incómodo, como si acabara de desenmascarar su verdadera identidad.

-En realidad... Así me llaman los demás, no es un nombre que haya decidido yo yo... y... eh...

-¿No vas a clase? -inquiero, sin saber muy bien cómo interpretar su comportamiento.

-Eh... no -reconoce, frotándose la coronilla, como un niño chico al que acaban de pillar en un travesura-. Tengo... un asunto pendiente... Mejor no te entretengo...

Creo que necesita huir de mí y no sabe muy bien cómo hacerlo. Así que lo hace de la forma más abrupta posible: se da la vuelta y se marcha a buen paso. Las animadoras se dispersan a su paso, como si temieran contagiarse con su beligerancia, mientras me quedo ensimismada, mirando cómo me marcha...

-¡Eh, tú! -me llama una voz femenina-. ¡Sí, tú! ¿Vas a mi clase, verdad?

Es una de las animadoras, aunque parece muy joven, puede que de mi edad. Me llama con un dedo, para que me acerque, mientras se aparta de su grupo con una sonrisa traviesa.

-Pues... no lo sé -respondo con timidez-. Acabo de llegar...

-Pero eres Élodie Harper, ¿no? La nueva...

Aunque no me gusta mi condición de recién llegada, no me ofenden sus palabras. Su expresión despierta y vivaracha resplandece por la sombra de purpurina de sus párpados, casi tan azul y brillante como sus ojos y el tono rosa flúor de sus aniñados labios. No necesita maquillaje para destacar: su rostro es armónico, sus mejillas frescas como una rosa y el flequillo despuntado y trigueño le confiere cierto aspecto angelical. Rebosa júbilo al ver que no se ha equivocado de persona.

-Yo soy Tiffany Bird, encantada -se presenta con efusividad, dándome dos besos que no vi venir-. Vamos en la misma clase, pero hoy me toca ensayo por el partido... Un coñazo, la verdad.

Su mueca de desprecio resulta tan adorable como graciosa.

-Eres la primera mujer a la que oigo quejarse por ser animadora -confieso sin maldad.

-¡Está sobrevalorado! -me asegura, entornando los ojos-. Nuestro único mérito es no acabar matándonos las unas a las otras... ¡Menudo cúmulo de pretenciosas!

-¿Y cómo has acabado ahí, entonces?

-Es una larga historia... -Baja la voz hasta que solo yo puedo oírla-. Oye, ¿tú fumas grifa?

No sé ni lo que es la grifa, así que niego con la cabeza. Hasta que entiendo el por qué de tanto secretismo, y abro mucho los ojos.

-¡No! -me defiendo-. ¡No, yo nunca...!

-¡Oh, perdona! -me interrumpe ella, abochornada por su error-. Como te vi hablando con el bicho raro pensé que...

Otra porrista se nos acerca y Tiffany se cruza de brazos.

-¿Qué os pasa con el bicho raro? -inquiere la recién llegada, frunciendo el ceño.

De no ser por el exagerado volumen de su peinado quizá no fuese tan alta, aunque tiene buena figura y se ha acortado la camiseta del uniforme para poder enseñar el ombligo. Lleva calentadores y pulseras a juego con los colores grises del equipo, y al contrario que Tiffany, la sombra de ojos azul le resta dulzura, aunque su rostro es agraciado. La actitud altanera denota su posición al mando.

-¡Maisy, eres una aguafiestas! -Tiffany resopla-. ¿Por qué siempre quieres enterarte de todo?

Las mejillas de Maisy se ruborizan.

-¡No me gusta que te acerques a esos satanistas irredentos!

-¿Satanistas? -repito por lo bajo, pero ambas me ignoran.

-¡A mí no me interesa Wadie Mason! -replica Tiffany, con impaciencia-. Es Élodie la que acaba de hacer buenas migas con él...

Maisy ni siquiera necesita un segundo vistazo antes de soltar su cruel veredicto:

-Querida, siento decírtelo. -Su sonrisa es tan hermosa como cruel-. Pero alguien como Wadie no es para ti. Deberías buscarte otro al que echarle el ojo...

Ni siquiera tengo opción de responder. Una explosión acaba de detonar en alguna parte del edificio, y aunque tan sólo se replica como una sutil vibración, se escuchan gritos femeninos por todos lados. Maisy aprieta los puños, mientras se aleja por el pasillo, refunfuñando:

-¡Ya estamos otra vez! ¡Malditos idiotas!

Miro a Tiffany, quien me responde con una sonrisa divertida. El pasillo se llena de humo de colores... ¿Qué demonios...? En menos de un par de minutos, el corredor se convierte en un ir y venir de gente, sobre todo porristas y jugadores de baloncesto, empapados de pinturas llamativas, en una psicodélica y multitudinaria versión de Carrie. De no ser por las caras de enfado y las numerosas protestas, resultaría una gamberrada de lo más divertida. Cuando cunde el caos y los enfurecidos damnificados comienzan a pedir a gritos la cabeza de los culpables, el sistema de megafonía atrona sobre nuestras cabezas:

-¡WADIE MASON! ¡A DIRECCIÓN INMEDIATAMENTE!

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