Mi madre nunca me hace caso, ella solo ve la tele, el canal de la tele-tienda y respira ese polvo blanco que a mí me hace estornudar. Ella solo me mira de vez en cuando, pero es como si no me viera, en sus ojos no hay vida, no le importo. Mi único juguete es un pequeño trozo de madera a la que le he pegado unos tapones de botellas de cristal vacías que hay en la despensa, a veces me imagino que es un coche de carreras o una moto como las que tienen los amigos de mamá. Algunos de ellos son buenos y traen comida a veces, otros son malos y me pegan o gritan, solo quiero ser fuerte algún día para pegarles o gritarles yo para que no toquen a mi mamá.
Esa noche uno de esos amigos viene, uno de los que no me gustan, abro la puerta y él solo me avienta para pasar como si la casa fuera suya, va directo hacia mi madre y le da una bolsita de ese polvo blanco que me da alergia. Mamá sonríe y besa al hombre en la boca para poco después desnudarse y arrodillarse ante él, no me gusta ver a mamá arrodillada.
Me voy a la cocina para ver si queda algo de comer, pero solo está la sopa de hace una semana... que ya tiene puntitos blancos en la superficie. Tiro la sopa y abro la nevera para ver que hay latas vacías o semi vacías de una cosa que probé una vez y me mareó mucho. También hay algunos tomates algo machucados, cojo uno de los que mejor están y me lo como.
Cuando el amigo de mamá termina con ella va hacia la cocina y me tira del pelo arrastrándome hasta donde está ella respirando ese polvo blanco. El amigo de mamá saca un poco más de ese polvo y lo deja en la mesa hecha una montañita para después estampar mi pobre cabecita en esa misma montaña... noto como el polvo entra por mi nariz y boca cuando trato de coger aire, toso muy fuerte, como si me hubiera resfriado. Empiezo a tener mucho frío cuando veo que algo parecido a un palito con luz de acerca a mi cara, tengo miedo... y mamá por fin habla.
- No le hagas daño en la cara, sino cuando crezca no podrá ganar dinero.- dice ella defendiéndome, o eso creía yo en ese momento, que así era como ella demostraba su amor hacia mí.
- Está bien... DATE LA VUELTA MOCOSO.- grita el amigo de mamá.
Yo le hago caso para que no me haga respirar más de ese polvo, pero entonces algo me quema la espalda, es el palito de luz que ahora está quemándome. Grito, pero entonces el amigo de mamá me tira contra la ventana rota y un trozo de cristal se clava en mi cabeza.
Él se va después de un rato y yo me levanto como puedo para quitarme el cristal de la cabeza y cerrar la puerta... mamá tiembla en el sofá, por lo que cojo la mejor manta que hay, la de mi cama, y la pongo sobre ella para que entre en calor.
4 AÑOS DESPUÉS.
Ya hace 6 meses que mamá se fue al cielo y me quedé sin casa, vivo en un almacén de comida, en la parte alta, donde nadie puede verme. Por las noches entran personas que tampoco tienen casa ni mamá.
Una de esas noches, mientras ya estoy durmiendo noto como alguien toca mi cara con sus manos frías... me despierto de golpe y grito con fuerza pataleando de la forma más fuerte que puedo.
- Shh... tranquilo... no voy a hacerte daño.- dice un chico algo mayor que yo.- solo quería saber si estás vivo.
- Sí... estoy vivo... ¿Qué quieres? No tengo dinero.- le dije con un hilo de voz, pero él solo sonrió como nadie lo había hecho al mirarme, fue tranquilo hacia su bolsa vieja y sacó comida.
- ¿Tienes hambre?- preguntó y yo asentí rápidamente.- toma, es para ti y tengo mucho más.
Cogí la manzana lo más cuidadosamente posible y la olí antes de darle un gran mordisco. Me acurruqué en mi propio cuerpo para comer celosamente de que alguien pudiera quitármelo, lo cual hizo gracia al chico.
- Ven conmigo, tengo un sitio grande en el que podrás dormir y comer, yo te cuidaré.
- ¿Serás como mi hermano mayor?- le dije con un brillo en los ojos que no sabría decir si eran lagrimas o alegría en su estado más inocente y puro.
- Exacto, serás mi hermanito menor... ¿Cómo te llamas?
- Mocoso.- le dije haciendo que él se volviera a reír mucho más fuerte que antes.
- ¿Mocoso? Eso no es un nombre.
- Es como todos los amigos de mamá me llamaban.- digo encogiéndome de hombros.
- ¿Tú mamá no te puso nombre?- dijo él haciendo que yo negara con la cabeza.- está bien, te llamaré Lionel... pero te llamaremos Lion.
- Lion... como el rey de la selva.- dije sonriendo.
- Sip, venga... vamos.- dijo tendiéndome la mano.
Poco después de eso descubrí que había otra vida fuera del almacén, gente que era amable y buena, como este chico, que descubrí que se llamaba Sam.
Sam me cuidó mucho tiempo, nunca me dejó sin atención, me enseñó a pelear y a ser fuerte, a ganar dinero sin tener que hacer cosas malas y también a cuidar de mí mismo. Aún así, justo cuando empezaba a creer que había encontrado mi lugar en el mundo... Sam se fue para siempre. No es que se muriera o por lo menos no me enteré de ello, simplemente una noche se fue para no volver, una vez más estaba solo.
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12 MESE DESPUÉS.
Una noche estaba buscando comida en unos contenedores de una casa grande al fondo de una calle oscura, cuando de pronto todas las luces se encendieron y un hombre apareció con un palo de escoba. Me miraba como si yo fuera malo o como si yo le diera miedo.
- ¿QUIEN ERES?- dijo gritando.
- Solo quiero algo de comer y me iré... no voy a hacerle daño a nadie.- le dije mirándolo como si quisiera matarlo, pero el hombre solo soltó el palo y me tendió la mano.
- Mi esposa y yo vamos a cenar ahora mismo...si quieres podemos darte algo mejor que lo que hay en ese contenedor de basura.- me dijo y yo sabiendo que era más fuerte que ese hombre le cogí la mano y lo seguí hasta donde estaba su esposa.
Una vez más estaba bajo la protección de alguien que parecía amable... pero sabía que no duraría mucho, siempre me acaban abandonando todos, mi madre, Sam y ahora esta pareja de gente que tiene mucho dinero. A pesar de que esos fueron mis pensamientos cuando me propusieron vivir con ellos, vi que no sería como las otras veces. Cuando tenía pesadillas, la mujer me arrullaba y acariciaba mi pelo sin miedo ni asco, cuando no entendía algo o no quería hacer algo el hombre siempre me ayudaba con paciencia y hablaba conmigo de forma civilizada.
Muy pronto estaba tan cómodo como para llamarlos papá y mamá.
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