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Nueve (Fin)


Y entonces, el amor floreció, suave y eterno, arraigándose en sus almas, prometiendo quedarse para siempre.







Franco estacionó frente al edificio de Gavi y apagó el auto.

Había sido un día lleno de emociones, y aunque el silencio entre ellos había sido cómodo, ambos sabían que no querían separarse aún.

Gavi lo miró desde su asiento, con esa timidez que parecía haberse instalado en él desde que todo comenzó.

—¿Te... te quieres quedar?—Preguntó Gavi, apenas audible, pero su mirada lo decía todo.

Franco no necesitó pensarlo, le dedicó una sonrisa suave, esa que hacía que Gavi sintiera un nudo de nervios y emoción en el pecho.

—Si vos querés que me quede, no pienso irme a ningún lado.

La respuesta hizo que Gavi sonriera, y sin decir nada más, lo llevó a su departamento.

Era un lugar sencillo pero acogedor, con detalles que hablaban mucho de la personalidad de Gavi, algunas plantas bien cuidadas, cosas sobre fútbol, y una camiseta enmarcada colgada en la pared.

Después de preparar algo ligero para comer, ambos terminaron en la cama.

Gavi llevaba solo un bóxer y la camiseta de Franco, la cual le quedaba un poco grande, pero eso solo lo hacía sentir más cómodo, más cerca de él.

Franco, por su parte, se quedó con sus pantalones pero sin camiseta, el calor de la habitación y el día agotador hacían que no quisiera más capas.

Gavi, envuelto entre los brazos de Franco, dejó escapar un suspiro.

Estar ahí, tan cerca, con el olor característico de Franco envolviéndolo, lo hacía sentir seguro, como si nada en el mundo pudiera lastimarlo.

—¿Estás bien?—Preguntó Franco en un murmullo, su voz grave y cálida rompiendo el silencio.

—Sí... más que bien.—Respondió Gavi, apoyando la cabeza en el pecho de Franco, el sonido de su corazón era constante, reconfortante.

—Nunca me había sentido así antes.

Franco sonrió y besó la cima de su cabeza.

—Eso es porque ahora estás conmigo, no te voy a dejar, Pablo.

Gavi cerró los ojos, una sonrisa pequeña pero sincera adornando sus labios. Y así, se quedaron dormidos, abrazados como si fueran dos piezas que finalmente habían encontrado su lugar.





El sol de la mañana se filtraba por las cortinas del departamento de Gavi, iluminando la habitación con una calidez que parecía reflejar exactamente cómo se sentían Franco y Gavi en ese momento.

Franco despertó primero, con Gavi acurrucado contra su pecho, su respiración suave y tranquila como una melodía que lo llenaba de paz.

Sin querer moverse demasiado para no despertarlo, Franco dejó que su mano trazara círculos ligeros sobre la espalda de Gavi, disfrutando la sensación de tenerlo tan cerca.

En su mente, no había duda de que ese era su lugar, al lado de Pablo, siempre.

—¿Estás despierto?—Susurró Gavi de repente, sin abrir los ojos, su voz adormilada y suave.

Franco sonrió.

—Sí, pero no quería despertarte, estabas tan tranquilo que no quise arruinarlo.

Gavi levantó la cabeza apenas, mirándolo con los ojos entrecerrados, y le dedicó una sonrisa que hizo que el corazón de Franco latiera más rápido.

—Si es por ti, no me importa despertar.

Franco soltó una carcajada baja y besó la frente de Gavi.

—Qué lindo que sos por las mañanas, Pablo.

Gavi se sonrojó un poco, enterrando el rostro en el pecho de Franco.

—Deja de decir esas cosas...

Franco lo abrazó más fuerte, disfrutando del momento, esa mañana era solo el comienzo de muchas, y lo sabían.


Meses después

La decisión de mudarse a Barcelona había sido fácil para Franco.

Su carrera como piloto lo llevaba constantemente de un lugar a otro, pero sabía que, sin importar dónde estuviera, siempre querría volver a Gavi.

Ahora, el departamento de Gavi ya no era solo suyo; las cosas de Franco estaban repartidas por todos lados; cascos decorativos en las estanterías, camisetas de su equipo en el armario, y una cafetera nueva que Franco había insistido en comprar.

—¿No crees que es demasiado?—Preguntó Gavi una mañana, mirando la cafetera mientras preparaba el desayuno.

—¿Demasiado? -Franco se acercó por detrás, rodeándolo con los brazos y apoyando la barbilla en su hombro.

—Vos te merecés lo mejor, y eso incluye café de primera.

Gavi rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.

—Estás loco.

—Loco por vos, Pablito.—Franco lo giró para mirarlo de frente y le plantó un beso suave en los labios.

Cada día juntos era una confirmación de que habían tomado la decisión correcta.

Franco traía consigo una energía que llenaba el hogar de Gavi de vida, mientras que Gavi le daba a Franco algo que nunca antes había tenido; estabilidad y un lugar al que llamar hogar.





Gavi estaba tirado en el sofá, con la camiseta de Franco colgándole del cuerpo y las grabaciones de una carrera sonando de fondo, Franco llegó cargando bolsas de supermercado y lo miró con una sonrisa.

—¿Planeás levantarte o pensás quedarte ahí todo el día?

—Estoy cómodo.—Respondió Gavi, alzando una ceja y estirando los brazos como un gato.

—Además, estoy viendo una carrera.

—¿Mi carrera?—Preguntó Franco, dejándose caer junto a él.

—El tuyo ya lo vi, y lo celebré.—Gavi le lanzó una mirada llena de amor.

—Esto es solo para pasar el rato.

Franco sonrió y se inclinó hacia él, besándole la mejilla y luego los labios.

—Sos mi mayor fan, ¿Sabías?

—Eso nunca lo dudes.—Murmuró Gavi, tomándolo de la camiseta para profundizar el beso.




Una de las cosas que más disfrutaban era cocinar juntos, aunque Franco no era particularmente bueno en la cocina.

—¿Esto está bien?—Preguntó Franco, sosteniendo una zanahoria cortada en pedazos desiguales.

Gavi lo miró y no pudo evitar reírse.

—Parecen hechas por un niño.

—Che, al menos lo estoy intentando.

—Está bien, déjame ayudarte.—Gavi se puso detrás de él, colocando sus manos sobre las de Franco mientras cortaban juntos.

Franco giró un poco la cabeza y aprovechó la cercanía para besarle la sien.

—¿Sabés qué, Pablo? No cambiaría esto por nada.

Gavi se sonrojó, pero no dejó de cortar.

—Yo tampoco.




Esa noche terminaron acurrucados en el sofá después de cenar, con Gavi medio dormido sobre el pecho de Franco.

—¿En qué piensas?—Murmuró Gavi, notando que Franco estaba en silencio.

—En vos... en nosotros.—Respondió Franco, acariciándole el cabello.

—Nunca pensé que podría tener esto, siempre viví viajando, sin un lugar fijo, pero ahora...

—Ahora tienes un hogar.—Gavi levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa.

—Y siempre estará aquí para ti, Franco.

Franco no respondió de inmediato, simplemente lo besó, suave y con la intensidad de alguien que sabe que está exactamente donde pertenece.

—Te amo, Pablo.

—Yo también te amo.

Era simple, pero suficiente, su relación había cambiado la vida de ambos.

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