Cinco
En la calma del atardecer, se asoma un atisbo de algo hermoso, como la promesa de un amor que aún no comprenden, pero que empieza a florecer entre ellos, suave y dulce.
El almuerzo con Franco había resultado ser una sorpresa agradable para Gavi.
Desde el momento en que ambos comenzaron a hablar de cosas más simples, las horas parecieron pasar volando.
Cada vez que Franco soltaba una risa despreocupada, Gavi no podía evitar preguntarse cómo alguien como Marc había dejado de amar a alguien tan… genuino.
Franco era alegre como un niño, despistado y un poco torpe, pero de esa manera en que uno solo puede sonreír y encontrar ternura en cada pequeño descuido.
—Y entonces… ¿Tu problema es solo con la planta o con todo ser vivo en general?—Bromeó Gavi, apoyando la barbilla en su mano mientras miraba a Franco, que se ruborizó y desvió la mirada.
—Ey, no te pases, que si supieras la paciencia que tengo para cuidarme a mí mismo… A veces me sorprende no haberme comido un clavo, o algo, por error, de tan distraído que soy.—Se defendió Franco, riendo y sacudiendo la cabeza, claramente divertido.
—Lo de la planta fue un accidente, le puse agua de más.
Gavi soltó una carcajada, inclinándose hacia él con una sonrisa burlona.
—Entonces… ¿La ahogaste?—Preguntó, y Franco asintió, rascándose la nuca con una mueca de vergüenza.
—Pobre planta, bueno.
Franco puso los ojos en blanco, pero su sonrisa divertida decía lo contrario.
—Dale, dale, burlate todo lo que quieras, pero al menos yo sé atarme los cordones y sé de autos, seguro ni sabés ni dónde va la nafta.—le respondió, arqueando una ceja, y Gavi se rió aún más fuerte.
—Ah, claro.—Dijo Gavi, siguiéndole la corriente.
El almuerzo siguió entre risas, burlas, y alguna que otra confesión, hasta que el tiempo pasó volando.
Al despedirse, Gavi notó que se iba con una extraña sensación de alivio.
Había entrado a ese almuerzo pensando que sería un desastre, pero en lugar de eso, había encontrado una compañía... Buena.
Al día siguiente, Gavi se sorprendió al ver un mensaje de Franco.
¿Quién hubiera dicho que el piloto de Fórmula 1 iba a ser de los que escribían tan rápido?
Franco le había enviado un video de TikTok de un cachorro corriendo torpemente y, sin ningún contexto, escribió.
—Igualito a vos en la cancha, no sé cómo no te caés todo el tiempo.
Gavi sonrió, divertido, y no pudo evitar responder con otro TikTok, esta vez de una planta marchita con la descripción.
—Tú cuidando de tus seres vivos.
Apenas unos segundos después, Franco contestó con una serie de emojis de risa y unas pocas palabras.
—Enano cara de gato.
Así comenzó la nueva amistad entre ambos, Gavi no entendía exactamente cómo había pasado, pero cada mensaje que recibía de Franco lograba hacerlo reír o al menos distraerlo del peso que sentía en el pecho.
Las bromas eran continuas, pero siempre había un toque de ternura en el tono de Franco.
Unas semanas después, ambos ya habían caído en una rutina de intercambiar mensajes casi a diario.
Gavi había enviado más videos de plantas y animales de lo que había pensado en su vida, y Franco respondía cada vez con algo más divertido o ingenioso.
Franco incluso le envió una foto de un cactus.
—Este ni en pedo se me muere.
Hasta que un día, Franco se animó a mandarle un mensaje algo distinto.
—Che, y en serio, ¿Qué tiene Pedri en la cabeza para no darse cuenta de lo que tiene en frente?
El mensaje lo sorprendió. Durante el almuerzo, Franco no había dicho nada muy directo sobre Pedri, pero ahora, sus palabras mostraban una empatía tan honesta que Gavi sintió un leve cosquilleo de tristeza.
—No sé… Creo que simplemente no le gusto de esa forma. A veces las cosas son así, ¿No? —Contestó Gavi, más resignado que dolido.
Franco tardó en responder, y cuando lo hizo, su tono era completamente sincero.
—Bueno, entonces es un boludo, así de simple. Vos tenés una sonrisa de las que uno no se olvida, y si él no lo ve, ya va a venir alguien que sí se dé cuenta.
Gavi se quedó mirando la pantalla, sin saber qué responder.
No se lo había dicho nadie antes. Se sintió torpe, pero sonrió, contestando rápidamente.
—Gracias… supongo que lo mismo para ti, eres increíble, Franco. Lo noté en el almuerzo, y sigo sin entender cómo Marc dejó de quererte.
Franco tardó un poco más en responder, pero cuando lo hizo, su mensaje fue breve.
—Gracias, Gavi, supongo que hay cosas que nunca vamos a entender….
—Sí... Como tú y tu nula capacidad de cuidar plantas.
—¡Vos hdp!
Gavi sonrió todo el día.
Días después, decidieron salir a almorzar juntos una vez más.
Apenas Franco lo vio llegar, alzó la mano con una sonrisa alegre, tenia el cabello desordenado y una expresión de chico travieso, como si estuviera a punto de hacer una broma.
—Mirá, vos traé la risa y yo pongo la comida.—Dijo Franco, sonriendo de oreja a oreja, al ver los cordones de Gavi... Desatados como siempre.
Gavi soltó una carcajada.
—Y tú, tratá de no volcar el agua sobre la mesa como la última vez.
Franco levantó las manos en señal de inocencia.
—Ey, ey, fue culpa del mesero, no mía.
Gavi negó con la cabeza, riendo.
—Tú no puedes cuidar ni de un vaso, Colapinto, imaginate si te doy algo más frágil.
—¿Y qué te pensás? ¿Que no puedo? Traéle a tus compañeros al próximo almuerzo, y vas a ver cómo los cuido.—Dijo Franco, levantando la barbilla.
Gavi sonrió, observándolo en silencio, ese entusiasmo, esa alegría sincera, la risa espontánea…
Era todo lo que siempre había admirado en alguien. Y por un instante, no pudo evitar preguntarse, ¿Cómo alguien había podido dejar de amar eso?
Franco notó que Gavi lo miraba y sonrió, agitando la mano frente a él.
—Ey, ¿te fuiste? ¿Volvés a la Tierra o te espero?
—Perdón, estaba pensando en… Nada.—Murmuró Gavi, sintiéndose un poco avergonzado.
Franco levantó una ceja, divertido.
—¿En nada? Aja sí, seguro te temblo la cola porque sabes que puedo cuidar de tus compañeros mejor que vos, enano busca pleitos.—Dijo, guiñándole un ojo de forma juguetona.
Gavi soltó una risa y asintió.
—Claro, eso dicelo a Flik.
Y Franco rió, y Gavi volvió a preguntarse lo mismo.
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