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One-shot: Love is love

Damian era un príncipe a ojos de Jon.

Tan ágil, audaz y valiente. Con sus ojos verdes que brillaban como la más codiciada joya real y esa irremovible jerarquía que desbordaba a través del ego reflejado en su mentón. Su forma elegante de caminar, atacar y blandir su espada con firmeza, de ser certero en cada cosa que hacía. También estaban su determinación sin igual y su incansable perseverancia, ¿y cómo olvidar ese gran ingenio? Era perfecto. La verdad es que todo en él era muy principesco.

Era como esos caballeros de los cuentos infantiles que leía —o que le leían cuando él aún no sabía hacerlo— de niño, sólo que más sanguinario y serio.

Y ajeno a buscar el amor y reconocimiento de una princesa. Robin podía salvar a algunas niñas, mujeres e incluso chicas de su misma edad, pero no dejaba de ser tan cortante con ellas. No les sonreía coquetamente ni les daba un pañuelo como muestra de su amor, tampoco les recitaba poemas en la ventana de sus castillos. Tenía cero consideraciones especiales. No podía decirse que las damas eran su debilidad. Sencillamente parecía no soportarlas, y no era algo que le perturbara. ¿Es que acaso no estaba buscando una princesa para amar y procurar?

Jon era atento, detallista y cariñoso. Él sí que podría conseguir una si quisiera, pero nunca se detuvo mucho a pensar en ello.

Dio por hecho que la conocería cuando menos lo esperara, y en realidad así pasó. El problema fue que su princesa había resultado ser ruda, cruel, tan independiente como reacia al amor y a la ayuda. Ella no necesitaba protección, más bien era Jon quien en ocasiones debía protegerse de ella, pero eso no era lo preocupante: su princesa no tenía un largo cabello reluciente ni olía a fresas.

Su princesa era bajita y malhumorada. Olía más bien a canela. Tenía un gran ceño fruncido y músculos, así como un cabello corto y oscuro. No eran rasgos de una ella, sino de un él.

Sí, su princesa había resultado ser un chico, igual que Jon. ¿Eso significaba que a él le había tocado un príncipe? Nunca leyó un cuento donde el caballero rescatara a un príncipe de una torre para llevarlo a su castillo a contraer matrimonio y vivir felices por siempre. ¿Era posible, siquiera? ¿Estaba bien?

Quiso preguntárselo a su papá, pero se arrepintió al último segundo al recordar lo inaccesible que este se ponía cada que Jon le preguntaba de dónde venían los bebés.

Mamá tampoco parecía una buena opción. Aunque era más directa que papá y podría decirle la verdad sin rodeos, también era más autoritaria y podría ponerse muy seria. Entonces sería difícil escapar. No era que no confiara en ella, sino que temía salir regañado por preguntar por algo que muy probablemente estaba prohibido.

Para su suerte, al mismísimo príncipe le encantaba desafiar todo lo que estuviese prohibido.

Decidió preguntarle a él sobre el tema. Damian siempre le respondía sus desvariadas preguntas, aun si antes no dudaba en insultar su cuestionable inteligencia. Jon sólo quería respuestas, así que por eso esperó a que terminaran de patrullar —su amigo se tomaba muy en serio el cargo de vigilante nocturno de la ciudad— aquella noche y lo invitó a pasar el rato en su habitación.

Robin hizo su clásico «tt», pero aceptó quedarse. Se quitó la capa y el antifaz y se sentó en la cama mientras que Jon se sentaba en el piso, pensativo.

—Damian, ¿te gustan los cuentos?

No era la mejor forma de abordarlo, pero no se le había ocurrido nada más. Damian era un chico de pocas palabras, así que el mejor método para tratar un tema con él consistía en ser directo y dejar que la primer pregunta saliera, luego esperar a que le respondiera con monosílabos o sarcasmo y finalmente desarrollar el resto de la conversación por su cuenta. ¡Sonaba bien! Y funcionaría, ¿no?

—Los detesto. Son estúpidos e infantiles.

Definitivamente aquello no iba a funcionar.

—¡Vamos, Dami! —insistió igualmente—. Alguna vez tuvieron que contarte uno cuando eras más pequeño. ¡Piensa en el que más te haya gustado!

El menor de los Wayne lo miró con una ceja alzada, como si Jon acabara de decir la mayor estupidez que se podía decir. Luego se fijó en esos ojos azules brillando con ferviente expectativa y curiosidad. Suspiró y, con gesto resignado, confesó:

—El patito feo. Mamá lo leyó una vez.

—¡Oh, ese también me gusta! Es lindo que al final el patito se convirtiera en cisne y encontrara amigos que lo querían.

—Realmente no fue así, Jon. El cuento demuestra, maquillada de fantasía, la superficialidad que hace que los defectos sean un impedimento para mantener relaciones estables y auténticas —comentó con una expresión de obviedad, después sonrió de lado con un deje malévolo—. Agregar ese doloroso argumento en un cuento para críos fue una gran idea. Buen mensaje subliminal.

Jon se quedó boquiabierto.

—Bueno, ehm... ¡Es una gran observación! —Damian lo miró mal, sabiendo que no había entendido ni una palabra—. Pero pasemos a lo importante. ¿Sabes de los caballeros y las princesas?

—Sí, es la temática más trillada que hay.

—¡Eso, eso! Pues verás, me preguntaba si cabría la posibilidad de que... Bueno —titubeó un poco; esperaba no sonar muy directo—, si se podría juntar a dos príncipes.

—Obviamente —respondió el moreno, tan rápida y seguramente que Jon sabía que no lo había captado bien.

Se puso un poco nervioso. Ya no le parecía tan buena idea preguntarle sobre temas sentimentales a alguien como Damian. Aun así, prosiguió. Ya estaba ahí.

—Me refiero a una forma... romántica.

Damian alzó la mirada, de pronto mostrándose muy interesado en el tema. Le parecía curioso que el dulce e inocente Jon le estuviera preguntando eso a él, pero por supuesto que no iba a desaprovechar la jugosa oportunidad de introducirle a su amigo el tema que seguramente el zoquete de su padre le había estado evitando desde hace tiempo. Era claro que el chico no estaba enterado de nada.

Se aguantó las ganas de reír por la forma tan boba en que lo había preguntado, bajándose de la cama para sentarse al lado suyo en el suelo.

—¿Hablas de cambiar a la chica por un chico? —cuestionó para reafirmar, claramente sin usar esas infantiles metáforas con las que el otro intentaba disimular. Jon asintió—. Es posible.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo lo sé todo, idiota. Ya deberías haberlo aprendido. Ahora cállate y déjame terminar —ordenó con una mirada severa—. Un chico puede estar con otro chico, no importa que sean iguales. Eso no cambia los sentimientos que existen entre ellos. —Repentinamente avergonzado por decir algo cursi, carraspeó—. Además, ¿no crees que podrían entenderse mejor?

—Eso creo —dudó Jon.

Pocos centímetros los separaban ya cuando Damian mostró una sonrisa incontenible y se acercó más a él.

Jon supuso que aquella sonrisa se debía a lo mucho que Damian disfrutaba tener razón. No tenía ni idea. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que verdaderamente era porque el moreno estaba viendo una oportunidad de persuadirlo en esa plática.

—Las chicas son complicadas y demandantes. Tratar de comprenderlas es un desgaste y una total pérdida de tiempo. Son desastrosas. —Ante la mirada reprobatoria del niño de valores que respetaba por sobre todo a las mujeres, Damian objetó—: ¿Tú las entiendes?

—No, no mucho...

Era tan predecible. Tan adorable.

—Me entiendes mejor a mí —aseguró.

—¡Sí! Creo que es porque somos compañeros de patrullaje, pero es como si estuviéramos conectados. ¡Siempre sé lo que tengo que hacer para poder seguirte el paso! Es casi un instinto.

—¿Ves? Los chicos nos entendemos mejor entre nosotros.

Le dio un codazo amistoso. Jon sonrió.

—Entonces... ¿Eso está bien?

—¿Sigues preguntándolo? Es muchísimo mejor amar a un chico que a una chica, Kent.

El pecho del moreno latía fuerte. Se preguntaba si estaba logrando convencerlo de considerar aquello que en el fondo él deseaba desde hace tiempo. Pensar en las posibilidades lo hacía estremecer de... ¿felicidad, quizá?

—Si es así, ¿por qué no hay cuentos de caballeros que rescatan príncipes? —preguntó Jon. Confiaba ciegamente en Damian y siempre lo haría, pero todavía tenía esa cuestión en la mente. Después de todo, esos cuentos forjaron una gran parte de sus ideas sobre la vida y el romance.

—Porque los escritores son imbéciles. Les importa más su fama que retratar la realidad.

—No creo que todos sean así.

—Por supuesto que sí. De lo contrario no existirían los estereotipos que hacen que las mentes débiles crean que esa clase de cosas están mal.

La habitación quedó sumida en un profundo silencio después de la crítica de Damian hacia los cuentos de caballerías. Jon estaba pensativo, él expectante. Quería saber qué seguía después de la conversación que finalmente le abría una puerta de posibilidades con el bonito niño alienígena de Krypton. Por eso, tras retomar algo de su cordura habitual, comentó como si nada:

—Le has estado dando vueltas al asunto, ¿no? Te conozco —declaró, mirando al techo—. Dime qué demonios pasó.

Su sutileza tan característica siempre funcionaba para sacarle las verdades a Jon como si de cariñosas patadas se tratase.

—Nada, en realidad —respondió él, mirando con algo de inseguridad el piso de la habitación y jugueteando inocentemente con la agujeta de su zapato—. Sólo tenía la duda.

—No me mientas, Jon.

—No te estoy mintiendo, Damian.

—Al menos dime qué piensas ahora que respondí tu tonta duda.

¿Tonta? ¡Si agradecía tanto que la hubiera preguntado! Aunque eso no aminoraba su curiosidad: ¿qué había hecho que se lo planteara, en primer lugar?

—Supongo que estaba equivocado al creer que no era normal sentir esto. —Una mirada inquisitiva por parte del de piel apiñonada lo hizo reaccionar—. ¡Quiero decir, pensaba que no era algo bueno o apropiado! Pero ahora me has aclarado, Damian. Gracias por eso.

—¿Cómo sabes que lo que te dije es verdad?

—Porque tú siempre tienes la razón, ¿no? —Sonrió—. Vaya, ahora entiendo mejor las cosas. No puedo creer que pensé que el amor entre príncipes estaba mal. ¡Al final, el amor es amor!

Damian desvió la mirada nuevamente, pero no por vergüenza, sino por lástima. Jonathan conservaba demasiada inocencia para su edad, o quizá a él le quedaba muy poca. En todo caso, si el pequeño supiera...

Él sabía bien cuán cruel podía llegar a ser la vida con las personas de buen corazón. No por experiencia propia, pero ahí estaba Grayson como ejemplo y... Demonios, Jon era probablemente el triple de veces más bueno y puro que su hermanastro mayor. Sabía que, tarde o temprano, Kent tendría que madurar para darse cuenta de que el mundo no acepta que dos chicos se amen, que el amor entre príncipes es mal visto y que las historias entre ellos no siempre tienen un final feliz.

Por eso mismo quería estar a su lado, para poder partirle la cara a cualquiera que se atreviera a hacerlo sentir mal.

Aunque quizá él le estaba haciendo daño al mentirle. Quizá estaba mal que le ocultara la verdad. ¡Ese ni siquiera era su estilo! Él le decía las cosas a la gente con dureza y sin piedad. Le daba igual romper sus estúpidas ilusiones. En algún momento tenía que pasar, ¿no? Damian sólo era un acelerador para los golpes de realidad. No suavizaba las cosas para nadie, sólo les decía todo con franqueza. Pudo haberlo hecho con Jon en ese momento, pero algo dentro suyo no podía permitirse que esa mirada perdiera su brillo esperanzado y feliz.

Además, no quería que el chico llorara. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que era muy sensible ante el sufrimiento de otros.

—No es malo. Quien diga que sí es un idiota. —Fue todo lo que dijo.

—Deberías dejar de decir tantas groserías —señaló Jon—. Mi mamá dice que no son buenas.

Damian rodó los ojos. Jonathan Kent, a pesar de todo, no dejaba de ser un niño. Aun así, él quería a ese crío infantil, bobo y mimado tal y como era.

Se mordió la lengua para evitar soltar algún comentario ofensivo contra la señora Lane, quien siempre había sido buena con él. En lugar de ello, pensó que, si Jon había cambiado la normalidad de sus pláticas con sus curiosidades sobre el amor, él también podía hacerlo con sus actos al respecto.

Acercó sus dedos a los contrarios, pero al instante se arrepintió. Eso era demasiado. Prefirió recargar su cabeza en el hombro de su amigo que no consideraba su amigo en el fondo.

—¡Wow, Damian...!

Estaba claro que Jon se había sorprendido por el acto tan repentino, pero tampoco se estaba quejando. Si bien era impropio de Damian, esa clase de cosas inesperadas le gustaban.

Quedó estático unos segundos, después pudo relajar los músculos para sentirse cómodo en esa posición tan repentina como agradable. Tener a Damian al lado suyo, acurrucado contra su cuerpo, emanando su calor, quieto y sin molestias aparentes... Le daba un sentimiento de tranquilidad y satisfacción impresionante.

Mientras tanto, el contrario se sentía enormemente dichoso por dentro: parecía estar funcionando.

—Te lo dije.

—¿Qué cosa?

—Que entre tú y yo... nos entendemos.

A Damian le ardieron las orejas, porque conocía el significado sin máscaras de aquellas palabras que tanto trabajo le había costado pronunciar. Demostrarle amor a Jon era realmente difícil, y no porque creyera que este fuera a rechazarlo —si alguien era cuidadoso al acercarse, sin duda, era Jon—, sino precisamente por su actitud y trato de ángel que alguien tan frío y arrogante como él no merecía.

Damian alejaba a la gente por naturaleza. Espantaba a las personas como si su mera existencia fuese un repelente de ellas.

Algunas veces era su ego, otras su agresividad. También estaban su ceño fruncido, su tendencia a maldecir, su sarcasmo, sus pocas palabras, su tono tajante, sus incontrolables insultos... Sí, las personas no lo soportaban por mucho tiempo.

Pero Jon era diferente. Aunque Damian en un inicio lo creyó un pequeño zoquete que rápidamente se pondría a chillar por sus malos tratos, Kent resultó ser un niño muy leal y de buen corazón. Tanto así que se había quedado a su lado, siempre intentando comprenderlo y entregándole su dulce incondicionalidad desde el primer momento en que le pareció que su relación se fortaleció. Quizá inicialmente se acercaba a él por educación o por altruismo, pero nadie podía negar que, con el tiempo, Jon había aprendido a estar con el insufrible Wayne por cariño puro y auténtico. Era una de esas cosas buenas que llegan a iluminar la vida de los demás, y Damian nunca había sido del tipo que se merece cosas buenas.

Por eso lo apreciaba tanto. Era especial.

Estaba empezando a sentirse como un idiota ridículamente enamorado, hasta que Jon contestó algo que lo dejó helado en su lugar.

—¡Lo sé! Es tan genial tener un amigo con quien puedo entenderme así.

Estupefacto, Damian levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia la azulada que lo observaba con total inocencia y tranquilidad. Se le quedó viendo unos segundos. Sentía su dignidad en el borde la boca.

—¿Un qué? Repítelo —le retó.

—¡Un amigo! —Jon lo dijo con naturalidad, pero al instante se dio cuenta de la expresión del contrario—. ¿Qué pasa?

Recibió por respuesta un fuerte empujón en el pecho. Aunque no le había dolido, sí que lo desconcertaba el abrupto cambio de actitud de Damian. ¡Si hace unos segundos se había puesto tan meloso y todo estaba bien...!

—Jódete, Kent. —¡Y ahora le decía eso!

¿Qué caramelos estaba sucediendo?

—Damian, ¿estás bien? ¿Por qué...?

—Cierra la boca —le gruñó el petirrojo mientras se colocaba de nuevo la capa de su traje; se veía molesto de verdad—. Me hiciste pensar que habías entendido.

—¿Entendido qué?

Era el maldito colmo. Tanto esfuerzo que le había costado decir todas esas cosas ridículas sobre el amor, hablar de ese tema con el chico que le gustaba, reunir valor para acercarse a él y encima olvidarse de su orgullo al darle esas obvias indirectas... ¿Y para qué? ¿Para que el idiota ni siquiera se diera cuenta? ¡Él no iba a ser directo, joder! No podía. No sabía. No quería. Y si Jon no lo deducía por su cuenta, pues a la mierda todo.

—Tt, olvídalo. No sabes nada, estúpido.

—¡Damian, espera!

Pero Damian ya había salido como rayo por la ventana, desapareciendo en medio de las tinieblas de la noche con una potente punzada pinchándole el corazón.

Despertó con los ojos hinchados, pero no mucho. No se había permitido tantas lágrimas. El idiota de Superboy no las merecía.

—Fue sobre Jon, ¿no es así? —había preguntado Dick la noche anterior, pues Damian llegó con la peor de las caras—. Nadie te pone más sensible que él.

Era cierto. Si alguien tenía la maravillosa y exclusiva capacidad de tentar el corazón de Damian, ese era Jonathan Kent. Aunque tampoco debía ser una gran sorpresa, porque ¿quién podía mantener un gesto serio después de que Jon llevaba tantos bobos intentos para sacarle una sonrisa? Era difícil admitir que su dura coraza se rompía solamente con él, más ahora que estaba molesto y dolido y, encima, frente al entrometido de Grayson.

—No fue Jon —escupió—. ¿Ya te largas?

Dick suspiró. Nadie podía hablar con la bolita de odio sin llevarse una mala mirada en el proceso.

—Mira, no sé qué haya pasado entre ustedes dos, pero recuerda que las cosas siempre se resuelven hablando para saber qué piensa el otro, ¿de acuerdo? Los malentendidos deben aclararse. Habla con él y arreglen todo, hermanito. Sé que pueden.

Le dio un beso en la coronilla y se marchó.

En circunstancias normales Damian se habría limpiado la muestra de afecto descaradamente, pero en esa ocasión se quedó pensando en las palabras de Grayson. ¿Hablando se resolvían las cosas? ¡¿Hablando?! ¿Y de qué servía hablar si Jon era un idiota retrasado que no entendía de indirectas? Hablar era inútil. No tenía por qué gastar sus energías en ello.

Los ladridos de Titus lo habían despertado hace aproximadamente una hora, pero estaba tan sumido en sus pensamientos que no había considerado desayunar o siquiera lavarse los dientes. Su estómago lo regresó a la vida cuando rugió.

Como si de un ángel se tratara, Alfred tocó la puerta y lo invitó a bajar para tomar su desayuno.

Damian se colocó la bata por encima de la pijama, dio una rápida visita de higiene al baño y se dirigió al comedor, que afortunadamente estaba vacío. No había rastro de sus molestos hermanastros, y se alegraba. Podía desayunar tranquilo sin los escándalos de Todd, las malas miradas de Drake o las preocupaciones de Grayson. Sin compañías molestas. A decir verdad, esa mañana ni siquiera habría aguantado la seca presencia de su padre ahí.

Por suerte, sólo estaba el buen Alfred —nadie podría quejarse de Alfred— sirviéndole un vaso de jugo de naranja para acompañar sus panqueques con miel y plátano. El ambiente era mañanero y tranquilo, y aunque contrastaba enormemente con su pésimo humor de ese día, casi lo hacía sentir menos miserable. Casi.

Porque claro, por cada cosa buena, siempre hay una interrupción inoportuna que viene con ella.

—Amo Damian, tiene una visita esperándolo —le informó Alfred con su tono correcto de siempre.

—No quiero ver a nadie, Pennyworth. Agradece que al menos salí de mi habitación —apuntó él con gesto arrogante, declinando a quien fuera que lo estuviera buscando. Incluso si era Maya, prefería no verla.

—Se trata del joven Jon. Dice que es urgente.

Damian soltó el tenedor que estaba llevándose a la boca, dejó todo sobre la mesa y se levantó velozmente de su lugar como si aquella fuera una mala noticia. Para él, lo era. Cualquiera podría jurar que se escuchó el rechinar de sus dientes.

—Amo Damian, ¿a dónde...?

—¡No voy a darle la cara, Pennyworth!

Y tras gritarle aquello al inocente mayordomo, subió las escaleras a toda prisa. Mientras caminaba furioso a su habitación pudo escuchar pasos y esa dulce vocecita amable detrás de él, llamándolo.

—¡Damian! —Pero Damian no se detenía ni alentaba el paso—. ¡Oye, no me ignores!

Se fastidió. Sabía que Alfred ya había dejado pasar al chico por cortesía y que solamente le estaba informando de la visita, también por cortesía, pero no era su culpa. Jon podía ser muy insistente cuando se trataba de él.

También muy lento, pensó.

Siguió avanzando por los extensos pasillos de la mansión y, por primera vez, deseó que esta fuera más pequeña. Estaba esforzándose por no hacer ningún movimiento que demostrara que siquiera estaba dándole importancia. Sólo avanzaba a paso rápido y firme, decidido a llegar rápido a su habitación para esconderse en ella sin dirigirle una sola palabra al kryptoniano.

Pero cuando escuchó a Jon más cerca, el pánico lo invadió. Lo único que se le ocurrió fue gritarle.

—¡Lárgate ya, Jonathan!

—¡No puedo, Damian! ¡Tengo que decirte algo! —le urgió, insistente a más no poder—. ¡Si tan solo me dejaras hablar y no fueras un niño mimado...!

—¡El mimado eres tú, estúpido Kent!

Llegaron a la puerta de la habitación de Damian entre gritos e insultos, algo bastante común en ellos. Al igual que siempre, el moreno no tuvo reparo en ser agresivo si se encontraba molesto, así que le azotó la puerta en la cara con toda la intención de dejarle una buena marca en su bonito y estúpido rostro de niño.

Jon detuvo el impacto con su pie, pero Damian acabó sacándolo rápido cuando casi le mutiló los dedos de la mano que estaba agarrada del marco.

—¡Auch! —exclamó—. ¡Esta vez sí te pasaste!

—¡No sería el único!

Jon suspiró mientras se sobaba la mano lastimada, luego torció la boca. Damian era verdaderamente testarudo y no lo dejaría entrar aun si se quedara afuera de la puerta por días. Antes que encararlo era seguro que escaparía por la ventana o algo así. Un segundo... ¡La ventana! Decidido, salió de la mansión y luego voló hasta la ventana de Damian, por donde se metió a la habitación sin inconveniente alguno.

Al entrar, vio al menor de los Wayne recostado sobre la cama con los audífonos puestos y en pijama. Tenía los ojos cerrados, así que Jon aprovechó eso para desconectar el cable del celular.

—¡Oye, nadie te dijo que podías...!

—Vine a hablar contigo, Damian, y eso haré.

Esos ojos esmeralda lo miraron con pudiente rencor. Jon tuvo que hacer un gran esfuerzo para que aquellas furiosas cejas y esa mueca de odio no lo desmotivaran de hacer lo que la noche anterior se había prometido que haría.

—Habla ahora —soltó él con un gesto insoportablemente arrogante, casi como si lo despreciara—. No tengo todo el día para desperdiciarlo en ti.

—¿No crees que primero me debes una disculpa por esto? Realmente me lastimaste.

Damian iba a mandarlo a freír espárragos con su disculpa, pero cuando escuchó ese realmente me lastimaste lo consideró por un segundo. Después, como el buen rencoroso que era, recordó que Jon también lo había lastimado la noche anterior y el sentimiento de culpa se desvaneció tan rápido como la espuma.

En su lugar, alzó el mentón en un gesto de superioridad, como hacía su padre en ocasiones.

—No te pediré disculpas, Kent.

—No sé ni para qué me molesto, si ya te conozco —murmuró Jon, haciendo un puchero—. Bueno, a lo que vine. Yo sí quiero pedirte disculpas.

—¿Ah, sí? —El más bajo se interesó de repente y alzó la ceja—. Te escucho.

—No era mi intención hacerte sentir mal ayer. Me di cuenta, pero ni siquiera sé cómo fue que te pusiste así de sentimental... Sé que cuando te sientes herido eres más hostil que de costumbre. —La mirada fría de Damian le hizo saber que no debía seguir hablando si quería conservar su lengua—. ¡B-Bueno, lo estuve pensando así toda la noche, al menos! Escucha, la verdad es que sigo sin entender qué hice para que te molestaras... Porque te molestaste, ¿no?

—¿Y todavía tienes el descaro de preguntarlo? Maldito alienígena de mier-...

—Entonces sí te molestaste —dijo, más para sí mismo que para Damian—. Lo siento, no era mi intención decir o hacer algo malo. Aún no lo entiendo. Yo sólo...

Hizo una pausa que se sintió tortuosa y se acercó a él, mirándolo desde arriba. Damian empezaba a sentirse chiquito, no sólo ante la altura de Jon, sino también ante su sinceridad y su iniciativa.

—Jon, no creo que esto sea buena idea —titubeó, intentando alejarse de él, pero Jon no lo permitió. Le agarró ambas manos y le dedicó la mirada más profunda que había visto antes en esos ojos zafiro. Sin rastro de juegos, sin ese característico infantilismo suyo, sólo ternura. Ternura hacia Damian.

Hacia ese niño que la gente apenas soportaba, y es que por más tiempo que pasasen juntos, Damian nunca terminaría de entender qué pasaba con ese alienígena demente. ¿Cómo podía mirarlo a él, un asesino arrogante y agresivo, con tanto afecto reflejado en sus bellísimos ojos?

No era tarea fácil.

Su madre jamás lo miró de esa manera, su abuelo tampoco. Ya ni hablar de su padre o sus dos hermanastros. Grayson quizá fue lo más cercano a la suavidad que tuvo en su vida... Hasta que conoció a Jon. El cariño que él le tenía estaba en un nivel completamente distinto.

Entonces, dulce, reafirmando cada buen pensamiento, el chico de piel blanca sonrió.

—Sólo sé que sintió muy bien ese abrazo.

A Damian se le detuvo el corazón por un segundo. ¿O era que estaba empezando a latir más rápido? Ya no lo entendía. Quiso hablar, refutar con algún comentario sarcástico y desviar el tema, pero Jon lo interrumpió de nuevo.

¿En qué momento él había perdido el control de la situación?

—Siempre pensé que los abrazos de mis padres serían los más especiales, pero cuando tú me abrazas también es especial. Se siente diferente, reconfortante. Me gusta estar contigo como no me gusta estar con nadie más.

—Estás loco. —Entró en pánico.

Pero Jon no dejó de hablar. Ni siquiera con el absurdo intento de Damian de ofenderlo para que se callara y dejara de ponerlo en aprietos con su transparencia.

—Y empecé a pensar que me gustas más que cualquier otra persona. Eres único para mí. —Esta vez le tocó al niño bonito ruborizarse ante sus propias palabras, pero agarró valor para continuar. Le habían inculcado desde muy chico que expresar sus sentimientos era valentía, no lo contrario—. ¡Por fin he entendido lo que siento, Dami! No quiero una princesa, nunca la quise. Siempre te tuve a ti. Por eso tengo claro lo que siento. Por eso sé que te quiero y que no me importa que los dos seamos chicos. ¡Tú mismo dijiste que era mejor, y me gustaría comprobarlo! Quiero vivir ese amor de los cuentos contigo. ¿Crees que podrías... darme la oportunidad de intentar conquistarte?

Damian habría tragado saliva de no ser porque tenía la boca seca. Inhaló profundo, casi quedándose sin aliento. Su mirada se había suavizado por completo.

—Maldita sea, Jon... —Se llevó una mano a la cara, la cual estaba evidentemente colorada—. Si sentías todo esto, ¿no pudiste decírmelo antes y evitarme la humillación de ayer?

—¿Cuál humillación? —preguntó Jon con la cabeza ladeada y el gesto de un cachorro inocente.

—Estuve dándote indirectas toda la noche.

Jon se quedó pensativo, parpadeando un par de veces antes de que la palabra entrara bien en su cabeza y acabara de razonarla. Soltó una risa nerviosa una vez que todas las piezas del rompecabezas se juntaron.

—Lo siento, no entendí ninguna —se disculpó con la mano en la nuca y sonriendo gentilmente—. Espera, ¿entonces tenías algo que decirme?

—¡No! No era nada.

—¡Vamos, te conozco! ¡Ahora dímelo!

—¡Que no! —La mirada de Jon pasó de ser insistente y picaresca a avergonzada, como si acabara de entender que debía dejar de fastidiar. Damian se sintió un poquito culpable por esto, después de todo, él ya había sido valiente para confesarle lo que sentía—. Bueno, sí era algo...

—¿Ajá...?

—¡Pero deja de mirarme así!

Se mordió los labios, miró hacia todas las direcciones y trató de buscar las palabras adecuadas, pero ¿cómo igualar ese bonito —y un poco cursi; no iba a negar la verdad— discurso que acababa de darle el hijo de Superman? Él no era tan sincero en otra cosa que no fuera insultar, pues le costaba más expresarse cuando se trataba de asuntos del corazón. Como fuera, tenía que ser valiente.

Jon ya le había dicho lo que sentía. No era como si después de tal confesión pudiera rechazarlo, ¿no?

La cuestión era que no le tenía miedo a él, porque sabía bien que no era capaz de rechazarlo, mucho menos de una manera cruel. Quizá el miedo era a sí mismo, a reconocer en voz alta su debilidad. Los al Ghul le habían enseñado que el amor era un error común, pero entonces recordó aquellas palabras que el mismo Jon le dijo alguna vez: El amor es fortaleza. Reunió coraje pensando en ello.

—Te quiero.

Era lo primero que se le venía a la mente. Dos simples palabras para resumir el caos que creaban esas mariposas en su interior.

—¿Y...?

—¿Qué más quieres que diga? —preguntó con una ceja alzada y una mirada de incredulidad, estando a dos más de perder la paciencia.

—Tú sabes.

Chasqueó la lengua.

—Tt, de acuerdo. Perdón por lo de tu mano. A la próxima fíjate bien dónde metes los dedos.

Jon soltó una carcajada relajada que incomodó y avergonzó un poco a Damian. Se acercó a él y lo abrazó sin dudarlo, con sus brazos alrededor de su cuello y su rostro escondido tiernamente en su hombro.

—Está bien, te perdono. Y también te quiero.

Damian estaba casi paralizado. Tardó unos segundos en corresponder el abrazo de forma nerviosa y con las manos titubeantes. Jon se dio cuenta de esto y lo abrazó más, porque sabía que aunque su príncipe no era muy adepto a los gestos cariñosos, los necesitaba.

Además, él quería hacerlo. Se vio invadido por una inmensa felicidad que no sabía cómo iba a sacar. De momento, sólo podía pensar en estrecharlo muy fuerte.

—No te tenses tanto —le dijo—. ¡Sé que te gustan mis abrazos, no tienes que fingir que no!

—¿Quién dijo que me gustan?

Damian no hizo la pregunta con su icónico sarcasmo. No expresó más que curiosidad y algo de gracia en ella, pues ya no se sentía ansioso. Esa insistencia en su pecho había desaparecido; ahora sólo quedaba una sensación de júbilo y calma. Finalmente podía hablar con Jon sin que sus dilemas internos lo irritaran al grado en que lo impulsasen a desquitarse con él. Estaba auténticamente relajado, y en su actitud se notaba.

Tanto así que el despistado Jon se dio cuenta.

—Si no fuera así, me apartarías —aseguró, ocasionando que el contrario dejara entrever algo de vergüenza en los ojos que desvió con timidez. La cual, por cierto, era impropia de él.

Aunque al chico le parecían adorables esas reacciones distraídas y vacilantes, no podía evitar extrañar sus actitudes altaneras. Su impulsividad, el frenesí de emociones intensas en sus ojos. Se sentía fuertemente atraído por esa confianza y transparencia que demostraba al hablar o caminar. Tenía preferencia por su personalidad cruda. Era más natural, más suya que de nadie.

Como si Damian hubiese podido leer sus pensamientos, sacudió ligeramente la cabeza y retomó su postura recta. Esa que a Jon le parecía digna de un miembro de la realeza.

—Tendré que empezar a apartarte más seguido, entonces —bromeó, burlón y arrogante, con ese deje de desdén que no podía evitar por su naturaleza.

Ahí estaba el Damian que conocía.

Ese Damian del que todos se quejaban y que muy pocos soportaban. Sí, un Damian que no era en absoluto ideal, pero Jon así lo quería: con su irritabilidad y su carácter déspota, con su humor pesado y su estatura bajita. Aun si no todo era perfecto, formaba parte de él.

Y Jon era quien mejor lo conocía. Había aprendido a adorar al chico empático y sensible que había detrás de esa máscara de frialdad, a leer sus gestos, a entender sus bromas. Aprendió a ver lo que a simple vista no se podía y, a decir verdad, se sentía especial por tener la capacidad de quererlo como nadie más. Como él merecía que lo quisieran.

Con ese pensamiento en mente, le dio un beso en la mejilla. ¿El motivo? Le nació. No había más explicación.

Damian lo miró de repente, llevándose una mano a la mejilla por inercia. Tras razonar el gesto de Jon se avergonzó y se quedó sin palabras, mas no atrás. Sonrió de lado y le sostuvo una mirada firme y gatuna.

—¿Piensas conformarte con eso, Jonnhyboy? —cuestionó con un tono de voz juguetón y coqueto que no reconocía como propio.

Jon se alarmó, entendiendo la propuesta indirecta de Damian. Se dio un breve momento para procesar lo caliente de sus orejas provocado por esa repentina galantería. Después quiso acercarse, de verdad que quiso, aun si no tenía idea alguna de qué hacer con exactitud, pero los toques y el llamado en la puerta lo obligaron a detenerse abruptamente.

—¿Todo bien allí dentro, amo Damian?

Era la voz de Alfred.

Ambos chicos se miraron con sobresalto, como si hubieran sido descubiertos en medio de un acto criminal. Jon le lanzó una mirada silenciosa a Damian para indicarle que no fuera grosero con su mayordomo. Él rodó los ojos y, sin moverse, contestó:

—Todo bien, Pennyworth. Retírate.

Escucharon los zapatos de Alfred alejándose por el pasillo y finalmente destensaron los hombros. Damian podía sentir la piel de gallina de Jon entre sus brazos, lo cual le causó gracia y ternura.

—Vaya, Pennyworth amaneció muy inoportuno hoy —bromeó Damian que, aun contagiado de esa actitud atrevida, decidió guiñarle el ojo. El gesto le arrebató otro sonrojo a Jon.

—No importa, me basta con estar aquí contigo.

—Te das cuenta de que eres un cursi, ¿verdad?

—Seh, pero así está bien.

Damian rodó los ojos con cariño, sin saber qué más hacer además de apegarse al esbelto cuerpo de Jon y disfrutar de su calidez. Envuelto entre los brazos del niño que le gustaba, sonrió un poco. Porque ellos podían pelear, gritarse y molestarse, pero al final no dejaban de ser ese fantástico dúo que se cimentaba con un cariño especial que poca gente podría entender. Que, incluso en su relación de amistad, otros veían con extrañeza. Ya podía imaginarse sus opiniones cuando se enteraran de la novedad.

Lo mejor era que no le importaba. ¿Qué más daba si la gente los veía con ojos juiciosos? Tenía a Jon. No necesitaba otra cosa. La aprobación de los demás era irrelevante. Sólo importaba su felicidad y la de ese precioso niño de ojos azules.

—¿Damian? —lo llamó él.

—¿Hm?

Jon tenía que sacar el único pensamiento que estaba teniendo en ese instante, con la espectacular vista de esos orbes esmeralda brillando en dirección al suelo. En contraste con su piel apiñonada, casi bronceada, el aspecto de Damian resultaba hipnotizante. Lo embobaba. ¡Era tan fácil distraerse con ese aspecto de príncipe apuesto! Al menos ya no tendría que preocuparse porque el mayor lo descubriera mirándolo; a partir de entonces tendría la libertad de soltar todos los cumplidos que quisiera, cuando quisiera.

—Eres un príncipe muy apuesto —murmuró, feliz y entusiasmado. La oxitocina en su sistema le impedía pensar en más palabras para describir lo mucho que le gustaba, pero sabía que él lo entendía.

Ellos siempre se entendían.

—Y tú uno demasiado lindo, Kent.

Su corazón brincó de alegría ante el cumplido de Damian y la forma en que sus brazos se cernieron con más fuerza sobre él. Embriagándose con ese delicioso olor a canela, supo que no podría sentirse menos afortunado. Lo quería y Damian lo quería a él también. Era perfecto, increíble. Y ni en un millón de años podría quejarse de estar siendo abrazado por un chico en lugar de una chica.

Ese chico era la persona que él escogió, y se trataba de Damian Wayne. No podría sentirse mal por ello. Nunca más dudaría de la honradez de sus sentimientos por ese ser con el que compartía género. ¡No tenía que pensarlo demasiado!

La respuesta corta era que a él le había tocado un tipo de amor distinto. Por supuesto que eso no lo volvía menos especial o sincero. Al final de cuentas, ambos se querían con la misma intensidad con la que otras parejas con otro tipo de amor podían hacerlo. Se apoyaban, se cuidaban y se adoraban entre sí, igual que ellas. La única diferencia era que se trataba de dos chicos, no de un chico y una chica, como dictaban los cuentos de su infancia. Era un pequeño detalle que esas historias no contaban. ¿Y qué?

Jon no veía nada de malo en amar a un príncipe.

Bueeeeno, después de semanas de trabajar en esto, entre incansables revisiones y muchas correciones, finalmente he terminado.

La verdad es que la idea empezó como algo muy simple, y me dije a mí misma que sólo haría un pequeño one-shot para satisfacer mis ganas de leer a Jon y Damian en este contexto metafórico, dramático y soft sobre la homosexualidad. No creí redactar tanto. Con el paso de los días, se fue convirtiendo en algo bastante largo y elaborado, y en algún punto perdí el hilo de todo y me emocioné. Así nació esto.

En fin, reconozco que estoy muy feliz con el resultado final. Espero que les guste tanto como a mí. 💜

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