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❝Somos libres❞


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No sé quién pensó que poner en un barco a veinte ex soldados con tantas mujeres era una buena idea. A la hora de haber comenzado el viaje ya se podía notar el ambiente acalorado y festivo. Las mujeres jóvenes y las no tan jóvenes bebían a la par de los soldados mientras bailaban canciones de marineros y piratas que Hoseok, el alma de la fiesta, les cantaba. Más de una se había acercado a invitarnos a bailar tanto a mi como a Yoongi, sin embargo, no aceptamos.
Nos encontrábamos sentados uno al lado del otro, admirando la fiesta y la efusividad que desprendían los que nos rodeaban.
Podía sentir un peso menos en mi hombro, el viaje de regreso a casa no era nada más que tranquilizador. Miré a mi compañero de al lado y sonreí, de manera sincera. Estaba alegre y no había bebido un trago.
Pensé en que la ida hacia Merland había sido tan distinta, todos estábamos tensos y aterrorizados por lo que podríamos llegar a encontrarnos en el país que por mucho tiempo fue nuestro rival. Estábamos llenos de prejuicios y miedos, de completa incertidumbre por lo que estaba por venir. Y sorpresivamente, si bien no todo fue tan fácil, nos llevamos un grato recuerdo de nuestra visita. Y por sobre todas las cosas, me traje conmigo a la persona que había ido a buscar.

—A ver bonita, aparta tus manos de mi sabrosura. —Dijo con su tono coqueto Seokjin, el mayor del grupo. Haber bebido unos tragos solo incrementaba su extrovertida personalidad. —Lo sé, es difícil, pero créeme que aunque no parezca, tú y yo nos encontramos en el mismo bando.

La chica de unos veinte años le robó el vaso de cerveza y se lo llevó para volver con su amiga. Yo miré a Yoongi para no prestarle atención a las acciones de Seokjin y este me convidó de su vaso.

—Es agua. —Dijo posando su mano en mi cintura mientras yo bebía un poco. Teníamos esa manía de compartir lo que estábamos comiendo, bebiendo o fumando. Lo suyo era mío y viceversa.
Recordé cuando compartimos un cigarrillo en el campamento militar, cómo bebíamos de la misma botella de agua e incluso como comíamos juntos la misma mandarina. Sonreí de lado al pensar en eso y me preguntaba si él pensaba igual en esos detalles mínimos que a mi me agitaban el pecho con sentimientos nuevos, inexplorados, que solo podían ser despertados y descubiertos por él.

—Me encanta el agua. —susurré y volví a beber. Era una indirecta, no quería decir que el agua me encantaba, lo dije en un tono dando a entender que lo que me encantaba era él.

—Si a mi también, la saboreo en la boca, aunque no tenga sabor. —Besó mi mejilla juguetonamente, haciéndome saber que lo había entendido. —Sabor agua, es raro, pero me gusta.

—Ya consiganse un motel. —Seokjin nos miró con una sonrisa divertida, había olvidado que estaba con nosotros y al parecer Yoongi lo había olvidado también. —Agua, qué virginales, alguien me llega a coquetear así y vomito.

Sus palabras provocaron que un notorio sonrojo se haga presente en mi rostro, observé a Yoongi algo tímido y luego volví mi vista a Seokjin.
El mayor tardó mucho en darse cuenta que estaba mareado, lo vimos correr hacia el borde del barco y liberó todo su vómito en el mar.

—Ahí va la cena para los peces.

Con Yoongi reímos ante aquello y nos acercamos a darle una mano. Le quitamos el vaso nuevo que estaba lleno de alcohol, yo tomé una servilleta y le limpié la boca mientras Yoongi lo agarraba por la espalda para llevarlo hasta su recamara. Cuando lo dejamos allá durmiendo, lo cual costó bastante porque no quería dormir, con Yoongi decidimos volver hasta arriba para subirnos por el mástil hasta las velas. Divisamos el océano y cómo el aire fresco chocaba contra nuestras mejillas, ese aire húmedo y salino que tenía un aroma único. Mi mirada viajó a Yoongi y aprecié como el viento lo despeinaba, algunos mechones largos caían por sus mejillas, noté lo crecido que estaba su cabello y cómo había cambiado en un año. Le sonreí justo como le había sonreído hace un rato y el tomó mi mano para acercarla a sus labios y posar sus finos labios sobre la piel de mis nudillos.

—Así se siente la libertad. —Dije mirándolo a los ojos. —Tú, yo y el mar. —Sentí sus besos subir hasta el dorso de mi mano y como elevaba su mirada para juntar así sus orbes con los míos. —Después de haber pasado por tanto, creo que valió la pena.

—La libertad era tan lejana para nosotros. —Entrelazó sus dedos con los míos. —Pero ahora si podemos gritar a los cuatro vientos y en todos los océanos que somos libres.

—¡Somos libres! —Dije en voz alta apretando su mano, sintiendo que mi pecho se liberaba de sus cadenas que me habían atado durante tanto tiempo a la guerra, a ser un soldado, a cumplir mi deber. —¡Somos libres Yoongi, vamos a ir a casa!

—¡Somos libres! —gritó mirando hacia adelante y yo pensé en que nadie en el mundo se vería más hermoso que él. Alzó nuestras manos que aun seguían entrelazadas, haciendo que el corazón quiera escapar de mi pecho. En ese instante fui consciente de las palabras que ambos estábamos gritando «Somos libres» y por primera vez en la vida, pude sentir lo que no sentí cuando desperté del coma. Me sentí libre, porque Yoongi estaba conmigo y ahora si, la libertad tenía sentido.



[...]


Cuando pisamos tierra firme, pasando los tres días de viaje que tuvimos en el barco, pude ver que un grupo de policías se acercaba hasta nosotros con el secretario del presidente. Ya habían pasado unas horas desde que llegamos, aun así, teníamos que bajar las cosas que trajimos y ayudar a bajar a las mujeres que habíamos rescatado, a tranquilizarlas ya que haber vuelto a su país las tenia bastante movilizadas.
Tensé mi mandíbula al verlo allí, no sabía que nos vendrían a molestar tan rápido y el hecho de que él esté allí con esos policías era verdaderamente desalentador. Aunque había una posibilidad de que el presidente haya decidido ayudar a la causa de aquella misión suicida que los demás y yo habíamos decidido llevar a cabo para rescatar a Yoongi y los desaparecidos.

—General Park Jimin. Le pido por favor que me acompañe, debo escoltarlo hasta la casa presidencial, me temo que el señor presidente necesita hablar con usted. —Dijo el secretario en tono firme. —También con los soldados que lo acompañaron a la misión.

—Acabo de llegar, recién estamos bajando las cosas. —Dije algo molesto. —Tuve un viaje largo.

—Lo siento general, es urgente. —Dijo este mientras se acercaba a mi—Quiere hablar con usted sobre un tema confidencial.

—¿Por qué la policía? —Miré a los tipos uniformados y luego al secretario.

—Son para escoltar a esas personas. —Señaló a las mujeres que bajaban del barco. —Necesitamos saber qué ocurrió y brindarles ayuda, el presidente dijo que usted estaba en una misión y que las personas que vengan con usted necesitarían ayuda para encontrar a sus familias o un refugio temporal.

—Con que al final si metió sus narices. —Dije por lo bajo y solté una pequeña risa.

Así fue como todos terminamos en la casa presidencial. Nos veíamos realmente mal, estábamos agotados por el viaje y hambrientos también, sólo deseábamos un baño y una cama para descansar. Pero desgraciadamente nos encontrábamos frente al presidente y a casi todo el consejo adentro de una sala de juntas. No sabía qué estaba pasando y esperar ahí me estaba poniendo nervioso.

—Dios que hombre más guapo. —Se escuchó la voz de Seokjin cuando vio entrar al presidente a la sala dónde se hizo la reunión. —Mira nada más, yo a este si que lo votaba.

—Cállate, esto es serio. —Dijo Jungkook frunciendo el entrecejo.

—Buenas tardes soldados, seguramente se preguntarán para qué los llame hasta aquí. —Se oyó la voz firme del presidente. Lo miré con atención, era bastante curioso ver a mi amigo de la infancia tener ese cargo tan importante para el país entero, hablarnos de esa manera y tomar el liderazgo de todo. —Desde que me enteré de su misión decidí confiar en ustedes, siendo esta la única herramienta que tenía. Como presidente no he podido ayudarlos en nada, ya que su misión quebrantaba el reciente tratado de paz que tenemos con Merland y el tener la ayuda del gobierno sólo desataría otra guerra. Sin embargo, sus acciones trajeron de vuelta a decenas de personas desaparecidas. —Hizo una pausa y la puerta se volvió a abrir dejando entrar a varias personas que sostenían medallas de reconocimiento. Eran medallas que brindaban honor a los ex soldados de guerra y, además de ser un símbolo que representa el orgullo por haber llevado a cabo tu deber, también te enaltecía entre otros ex combatientes abriéndote puertas para formar parte del consejo. —Es por eso que queremos hacerle entrega de estas medallas de honor y ofrecerles un cargo a cada uno de ustedes en el consejo por lo que dure mi presidencia.

El presidente nos entregó las medallas a cada uno y luego los del consejo se acercaron uno por uno a saludarnos y agradecernos por lo que habíamos hecho. Miré a Yoongi con complicidad, casi tan serio cómo él lo estaba, sabía que él probablemente estaba pensando en lo mismo que yo.
Que aquella medalla no había sido nada más que una palmada en la espalda como gesto de agradecimiento. La realidad era que todos esos políticos no estaban dispuestos a mover un dedo para hacer lo que nosotros fuimos capaces de hacer. Porque mientras nosotros salvamos a los desaparecidos, ellos están en sus casas, con sus familias y durmiendo con la mente en paz sin ser realmente conscientes de lo que la guerra es. Porque nunca tuvieron la desgracia de estar en el campo de batalla, porque nosotros debimos combatir gracias a ellos.

No estaba enojado con mi amigo de la infancia, pero detestaba con todas mis fuerzas a los cretinos del consejo. Namjoon estaba haciendo su trabajo y era relativamente nuevo en ello. Los del consejo no lo eran. Todos eran unas sanguijuelas que mientras más se llenen los bolsillos y las barrigas, nada más les iba a importar.
Sentí que me apretaban el brazo levemente mientras el ambiente dejaba de estar tan tenso y todos mantenían conversaciones con esas sanguijuelas. Era Namjoon pidiéndome que lo acompañe hasta afuera de la sala y eso fue lo que hice.

—Qué gusto me da verte bien Jimin. —Dijo hablándome esta vez con más confianza ya que teníamos privacidad. —Y encontraste no sólo a Yoongi, también a Taehyung. Tenías razón.

—Sabes que cuando me propongo algo, lo cumplo. —Dije quitándome la medalla y guardandola en mi bolsillo. —Esto es hipócrita. No me gusta, parece premio de consolación.

—Lo sé, pero el consejo insistió en darles las medallas. —soltó un bufido. —Ojalá hubiera podido hacer más.

—Rescatamos a las personas que pudimos. Muchos murieron y muchos otros no se sabe su paradero. —Lo miré atentamente. —Esos bastardos de ahí adentro deberían ponerse de acuerdo para intentar buscar a los desaparecidos. Pero ni siquiera hacen el mínimo esfuerzo.

—Es más complicado de lo que parece Jimin. —Dijo Namjoon pasando su mano por su cabello. —Nos pueden acusar de espionaje o terrorismo y romper el tratado. Merland se encuentra en dictadura y si provocamos otra guerra, los altos mandos de allá mandarán a sus jóvenes a morir aquí. Somos un país militarmente superior, con tan sólo una guerra más podríamos acabar con ese país. —observó que alguien salía de la sala y esperamos a hablar hasta que se fue. —Créeme cuando te digo que hago lo que puedo para protegernos, para cuidar a Velance ahora que conseguimos la democracia.

—Quiero ir a casa Namjoon. No quiero más medallas ni formar parte de ese maldito consejo. Quiero encerrarme en mi habitación y llorar por horas para luego salir a la vida y disfrutar que finalmente puedo caminar por la calle sin tener que matar a más personas. —Dije mientras sentía que mi respiración se agitaba, estaba nervioso y sudaba. —Ni si quiera he podido llegar a mi casa que ya tengo que estar aquí, con estos protocolos de mierda y ese consejo de mierda que nunca ayuda a nadie en nada. —A ese punto ya había levantado la voz, no estaba enojado particularmente con Namjoon, pero estaba desesperado, me sentía asfixiado, estaba teniendo un ataque. —Por favor Namjoon. Quiero largarme ya de aquí, no quiero tener que volver. No quiero tener nada más que ver con esto en mi vida.

Empecé a caminar hasta la salida y sin darme cuenta mis piernas me llevaron a correr hasta que pude sentir aire fresco. Apoyé mis manos en mis rodillas y traté de contar hasta diez para recomponerme. Me sentía totalmente ahogado por mis emociones, por la desesperación de ser controlado una vez más por el gobierno. Por la amenazante medalla que tenía en mi bolsillo que para mí sólo significaba una invitación a formar parte de esas asquerosas personas. De pronto sentí cómo todos mis miedos y mis traumas de la guerra se arremolinaban para provocar en mi unas enormes ganas de escapar.
Cuando me recompuse y pude controlar mis arrolladoras emociones, solté un suspiro recordando que era libre. Que esa invitación podía ser rechazada, que ahora podía tomar la decisión por mi mismo de elegir qué ser y qué hacer con mi vida. Que nadie más vendría a obligarme a ser algo que no quiero ser. Que la guerra había terminado.

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