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Vestigios del pasado

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Abrí mis ojos repentinamente, mi respiración se encontraba agitada, mi pecho subiendo y bajando. Estaba agitado y no tenía ni el mas mínimo sentido de la orientación, me encontraba aturdido, completamente solo. La cama en la cual reposaba era cómoda, la habitación era muy sofisticada y con una decoración ostentosa, no era la casa de ningún conocido, ni mucho menos era el campamento militar en donde había dormido la última vez. Miré hacia la izquierda donde había una mesita de roble tallada y sobre ella se encontraba una rosa marchita, acompañada de una carta escrita a mano. 
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"Agradecemos su servicio y dedicación por esta nación, ya es libre, general Park J.M."



Libre. Como si la libertad fuese importante en estos momentos. Doblé el papel y observé la firma "Kim N.J" 

Por supuesto que iba a ser él, el mismísimo presidente de la nación era el único que podía otorgarme mi libertad, había cumplido su promesa después de todo. 

Traté de moverme, me sentía pesado y entumecido, podía ver en mi cuerpo menos grasa corporal. Estaba muy delgado y mis labios resecos. Noté que una señorita abrió la puerta de la habitación y pegó un salto al verme sentado en el borde de la cama. 

—S-Señor Park —Estaba asombrada, sus mejillas se tornaron rojas de repente —Aguarde un segundo, ya... ¡Ya regreso!

No tuve tiempo de responder, solo vi que tomó la falda de su vestido y salió con apuro de la habitación, no sabía quién era la joven ni mucho menos que era lo que iba a buscar. Pero por lógica supuse que era buena persona, al menos parecía estar a mi cuidado. 

Mi cabeza dolía, pequeños vestigios del pasado se hicieron presentes en mi mente. Una pluma azul y un pequeño brazalete de plata me estaba siendo otorgado, pero no podía ver el rostro de la persona que me lo otorgaba. Quizá fue solo un sueño, de esos que parecen tan reales que hasta te crees que realmente ocurrieron. Pero descarté esa idea cuando vi el brazalete en mi muñeca, era precioso, quería recordar a quién le pertenecía.

—Vaya, despertaste. —Observé al dueño de aquella voz y fruncí el ceño de repente.

—¿Qué hago aquí? ¿Cuánto tiempo llevo dormido? —Pregunté directamente, el joven frente a mi no era del todo confiable después de todo.

—Que gusto que estés despierto finalmente. —Respondió —Y estás aquí gracias a que te saqué de la batalla a tiempo, sino, serías un pedazo de carbón ahora mismo.

—Tsk. No necesito la ayuda de un cobarde como tú. —Le guardaba rencor y quería que lo sepa a toda costa.

—Como quieras, de todas formas no estoy haciendo esto por ti, le debía un gran favor al comandante Min, con esto he saldado esa deuda. —Pude oír un suspiro escaparse de sus labios.  —Llevas dormido ocho meses, Park. 

—General Park para ti, Jeon. —Lo miré con desprecio.

 —No ya no. La guerra terminó, Velance ganó y finalmente tenemos paz. No pertenecemos más al gobierno, el mismo presidente nos consideró héroes de la nación. Por eso ahora tengo esta casa, esta vida. —Lo miré incrédulo, frunciendo el ceño aun mas. No entendía que estaba pasando, me encontraba tan aturdido y saturado del tema que ni siquiera pude emitir respuesta. —Colette te preparó ropa limpia y un cálido baño, lo necesitarás. Te espero en la sala en media hora para hablar de todo lo que ocurrió en estos meses. 

Su voz era pacífica, como si estuviera arrepentido y pude notar algo de culpa en su tono. Se fue sin obtener una respuesta de mi parte, y yo me encaminé al baño para tomar las prendas y adentrarme a la tina caliente. 
Pensé en todo, tratando de recordar. Pensé en mi hermosa nación, Velance. En mi vida antes de ser llevado forzosamente a la guerra, nunca había tenido una vida fácil, mis padres murieron por una grave enfermedad y yo quedé huérfano a los trece años de vida. Mi tía Julianne me adoptó un año mas tarde y nos mudamos a un pequeño pueblo lleno de paisajes hermosos, con vecinos de lo más serviciales y buenas personas. Fue allí donde viví hasta los dieciocho años, donde también me llamaron para formar parte del ejército. Al ser una nación pequeña, todos los hombres entre dieciocho y cincuenta años debíamos entrar forzosamente al ejército, no podíamos negarnos. Velance era una nación hermosa, pero sus líderes eran la peor desgracia, no existía la democracia con ellos y tenían sometida a la sociedad en una dictadura. Fue a los veintidós años cuando llegué a ser general, conocí al joven Jeon de veinte y al comandante Min de treinta y dos años. Ambos eran personas totalmente opuestas, por un lado estaba Jeon Jungkook, un joven con una forma de ver la vida bastante propia, no le importaba nada más que su propio ser. Tenía una profunda admiración por el comandante y era la única persona a la que respetaba. 

Por otro lado estaba el comandante Min, era un hombre totalmente entregado a la nación. Su espíritu tan noble y esa firmeza para liderar era una de las tantas cosas que admiraba de él. Trabajar bajo su mando era un honor. Recordé levemente la última vez que lo vi, fue en el campo de batalla luego de escuchar una enorme explosión que nos dejó ensordecidos, mi mirada fue directo a sus labios para lograr entender lo que me estaba pidiendo a gritos, pero no podía escucharlo, me tambalee hasta caer inconsciente y entonces todo se tornó en absoluta oscuridad.  

Estando ya en la tina, aparté esos recuerdos para así prepararme mentalmente y afrontar con mas seguridad la charla que tendría con Jeon en unos pocos minutos. No estaba listo para oír cuantas bajas habíamos tenido, cuantos compañeros habían caído en batalla. Pero mas me desesperaba pensar en el comandante Min, no estaba listo para afrontar la noticia de su partida, mucho menos aceptaría que se haya ido sin tener la oportunidad de despedirme de él. Porque la última vez que me habló, no la pude escuchar. Y si había algo que me dolería mas que su muerte, era hacerme la idea de no volver a escuchar su voz.



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[...]


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—Toma asiento, esto será muy largo. —Me senté frente a Jeon y luego lo miré, detestaba su presencia. —Sé que me odias, sé que lo que hice es imperdonable pero aún así aquí estoy para redimirme e intentar conseguir tu perdón.

—Tu no tienes perdón, jamás tendrás mi perdón. —Tomé la taza de té en mis manos para calentarlas levemente. —Por tu culpa Taehyung está muerto, mi mejor amigo, mi hermano.

—Jimin, de eso quiero hablarte. —Vi sus cejas juntarse hacia arriba, demostrando culpa y un leve brillo de arrepentimiento en sus ojos —Él está... desaparecido. Su cuerpo no aparece. 

—¡No lo estaría de no ser por tu culpa! —Elevé un poco la voz —Si no lo hubieras abandonado en medio de la batalla, si no hubieras dejado que se lo lleven él estaría aquí conmigo. 

—Jimin, es la guerra. — Bajó su mirada —Sentí miedo, jamás había sentido tanto miedo y... mis pies se movieron por si solos.

—Él debe estar muerto ahora. —Mi mirada opaca se posó en los lirios del jardín. —Y si no lo está, ahora debe pasar por un infierno de torturas y abusos... Mientras nosotros bebemos té, los héroes.

Jungkook no emitió respuesta, pero sus lágrimas e hipidos de culpa fueron suficientes para matar el silencio. 

—¿Qué ocurrió con el comandante? —Pregunté y lo miré con desprecio una vez mas. No estaba listo para su respuesta, pero cuanto antes llegara el dolor, mucho mas rápido se iría. O de eso intentaba autoconvencerme.

—Él me pidió que cuide de ti, como última orden. —Secó sus lágrimas y me miró. —Lo que llevas en tu muñeca y esta pluma... Son lo que él dejó para ti, antes de que caigas inconsciente. —Tomé la pluma para observarla, era de un color azul oscuro y sumamente delicada, la cuidaría con mi propia vida, porque eso y el brazalete era lo último que me había quedado de él. —Él esta... Él...

—Murió en batalla. —Terminé la frase por él.

—Dio su vida por esta nación. Como último deseo, pidió que cuide de ti y que seas muy feliz. Dijo que... Te lleve a la colina al norte de Velance a conocer las amapolas.

—¿Dónde lo sepultaron? —Tenía un nudo en la garganta, pero no me permitiría llorar frente a Jungkook.

—En el cementerio de la ciudad hay una placa en honor a él. — Guardé la pluma en mi bolsillo y me levanté de la silla.

—Iré a verla mañana. Por cierto, me iré de aquí cuanto antes, pero primero intentaré hablar con el presidente. Necesito que me ayudes a contactarlo. 

—Le va a encantar saber de ti, estuvo llamando varias veces y te mandó flores.

—Me importa poco eso, necesito un favor y sólo el sabrá que hacer.

...(🍁)...

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