ᘡ 03
❝Nuevo hogar, nueva travesía.❞
Desperté un día más en la casa de Jeon y ya no lo soportaba, estaba demasiado acostumbrado a vivir solo, a dormir solo y a tener mi privacidad. Abrí el maletín que me había dado Namjoon y comencé a ver que era lo que contenía. Mis documentos, mi placa del ejército, unas llaves y una carta escrita a mano por él. Comencé a leerla para así enterarme que las llaves eran de una casa que él se había encargado de comprar para mi, me enteré también que la casa de Jungkook había sido un obsequio del presidente y también les había dado una a algunos soldados más. Negué con la cabeza sin poder creer la generosidad de ese hombre, pero también agradecí internamente por eso, él me conocía y sabía que no tenía donde ir. El hogar de mi tía había sido destruido por la guerra y ella murió de depresión un año más tarde.
No tenía paradero, y Namjoon se encargó de mis problemas mientras estuve en coma, no tenía como agradecerle. Aunque seguramente él diría que hice suficiente por esta nación para merecerlo. Tomé todas mis pocas prendas que tenía en casa de Jungkook, le agradecí a él y a Colette por cuidar de mi. Les prometí que les devolvería el favor, ellos dijeron que no tenía que devolver nada. Aún así tomé lo poco que tenía y me fui de la residencia para dirigirme a la dirección que estaba anotada en la carta que escribió Namjoon. Debía tomar el tren para eso.
Esperé sentado en la estación unos largos minutos, el viaje tardaría dos horas así que mientras tanto compré el periódico para ponerme al día de todo. Era noviembre y mi cumpleaños ya había pasado, tenía veinticuatro años ahora. El frío era seco y helado, agradecía con que no empezara a nevar pero sabía que en cualquier momento podría llegar a hacerlo. Mi cabeza merodeaba entre el comandante Min y Taehyung. Tenía un ápice de esperanza, sentía que ellos seguían con vida por alguna razón, lo presentía.
Y aunque no estuvieran con vida, yo los mantenía vivos en lo más profundo de mi alma.
Jamás morirían porque ellos vivían en mi.
La persona que más admiraba y mi mejor amigo, ambos dos personas importantes para mi. Me había pasado la vida perdiendo a los que quería y por algún motivo no quería bajar los brazos esta vez, quería aferrarme al más mínimo indicio que me señalara el hecho de que ellos aún se encontraban con vida.
Las horas pasaron rápidamente, leer el periódico había sido de ayuda para que el tiempo transcurra y distraerme con el paisaje también había sido un importante pasatiempo. Llevaba viendo paisajes catastróficos los últimos seis años, la guerra era todo lo opuesto a apreciable, era cruda y carecía de piedad. La frialdad de la noche hacía temblar mis huesos y el olor a carne podrida por doquier era un olor que jamás se borraría de mi cabeza. Lo único que me mantenía cuerdo era hablar con Yoongi, sus consejos y la forma en la que me motivaba a seguir vivo, la forma en la que me decía «Cuando salgamos de aquí podrás descubrir mil paisajes hermosos, iras a la colina de amapolas y al enorme mar que tanto ansías conocer. Lo sé, estoy seguro.» su seguridad al hablarme, la forma en la que me aseguraba la libertad, hacía que me sienta como un niño que creía en los reyes magos.
Apreté el periódico en mi mano y tomé el maletín para así bajar del tren cuando este terminó su recorrido. Pensé en la libertad que ahora tenía y que aunque me esforzara tanto, no podía disfrutar.
Llegué al que sería mi nuevo hogar, era una casa de dos pisos demasiado grande para una sola persona, estaba apartada de la ciudad y tenía un enorme campo lleno de flores y árboles por doquier, era un precioso lugar que con sólo verlo me transmitía paz. Noté que la casa tenía la puerta abierta y junté mis cejas algo curioso. Vi una figura femenina limpiar las paredes con un plumero y luego me detuve en el umbral de la puerta.
—Buenas tardes.
Saludé para captar su atención y la fémina se volteó a verme, hizo una reverencia como saludo y luego se acercó.
—Usted debe ser el general Park, me llamo Irene y soy la ama de llaves de esta casa. —Juntó sus manos hacia atrás algo nerviosa. —El presidente Kim me contrató para mantener esta casa hasta que usted llegue, la mantuve en condiciones y su habitación está lista por si quiere pasar a relajarse.
—Yo... Realmente no necesito un ama de llaves. —Dije mirándola algo incómodo, no estaba acostumbrado a tener personal en mi casa. Ni siquiera tenía una casa. —Agradezco su servicio pero...
—¡Por favor no me despida! —Pidió juntando sus manos en forma de súplica —Necesito el trabajo, créame que soy muy dedicada con todas las necesidades de la casa, no lo voy a decepcionar.
Solté un suspiro, peine mi cabello hacia atrás e ingresé a la casa.
—Está bien, solo... Asegúrate de no irrumpir en mi privacidad. —Estaba agotado, ella asintió alegre y siguió con su trabajo, fui hasta la que sería mi habitación y estaba impecable. Me quité la camisa quedando con el torso al desnudo y luego me quité el pantalón, deseaba un baño después de tanto viaje. El baño duró muy poco ya que a pesar de ser relajante, hacía frío y necesitaba beber algo caliente cuando antes.
Bajé a prepararme un café aunque la señorita Irene me volvió a interrumpir, insistiendo con que ella iba a prepararlo y llevármelo hasta mi habitación, la joven insistió con que debía descansar y que ella se encargaría de todo, que solo debía pedírselo. En parte se sentía bien tener a alguien que se encargue de tal cosa, supuse que ser un héroe para la nación tenía sus beneficios y no iba a negar que deseaba aprovecharlos.
Me encaminé a la habitación a esperar que ella traiga mi café mientras volvía a abrir los archivos de el comandante Min. No pensaba rendirme con él, sabía que entre tanto documento e investigación había algo que me indicaba que él seguía vivo, algo que sólo yo entendería tarde o temprano.
—Uhm, me pregunto quién fue el subordinado...
Toqué mi barbilla con curiosidad, comencé a leer el expediente y allí decía que el joven Vitaly Lodge había sido el que reconoció al comandante Min como caído en batalla. Curioso.
—Oh, gracias Irene ya puedes retirarte. —Dije cuando abrí la puerta y tomé la bandeja con la taza de café y unas galletas recién sacadas del horno.
Retomé mi lectura, tomé una libreta y comencé a anotar todo lo que me parecía relevante. Estaba comenzando a idear un plan y la base de este mismo iniciaba con aquel misterioso subordinado del comandante. Todo comenzaba a resultarme curiosamente sospechoso.
...(🍁)...
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