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↝ Capítulo treinta y nueve.

"Nadie te puede hacer sentir inferior... Sin tu consentimiento"

—El Diario de la Princesa.

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Y cuando menos se lo esperó, la rubia bajó las escaleras de su casa encontrándose con cajas de mudanza.

Suspiró y bloqueó su celular para mirar el panorama:

Cajas por todos lados.

La puerta principal abierta.

Espacios vacíos en los muebles dónde antes habían cosas.

Ropa sobre el sofá que no sabía distinguir si era de Polly, Charles, ella o su padre.

Todo eso y mucho más estaba tan solo a la vista de ella.

De hecho, imagínense una mudanza, era exactamente lo mismo que lo que ella veía.

Había llegado el momento.

Tenía que vivir con ello, ya no quedaba otra opción. Ya había tenido tiempo para pensarla y pensarla, si bien había tomado una decisión, no era primodial en esos momentos, sino para más adelante.

Bajó los últimos escalones que le quedaba y giró su cabeza cuando escuchó ruidos en su cocina.

Se encaminó hacia ésta para mirar a su madre guardar los vasos que lavaba, en las alacenas dónde iban estos mismos.

—Mamá —le saludó con una media sonrisa. «Por lo menos aún puedo sonreír» habló Betty para sus adentros, riéndose de ella misma en su cabeza.

—Betty, querida —la miró dejando a un lado los vasos. Le dedicó una sonrisa mientras que su hija trataba de mirar todo a su alrededor.

La cocina con más cajas que quien sabe que contenían dentro.

La mesada con otros artículos de cocina.

La isla donde a ella tanto le gustaba desayunar de pequeña, venía siendo el apoyo de dos chaquetas de cuero con una serpiente plasmada en su espalda.

Y tal y como la sala, la cosa seguía y seguía, con cosas por todos lados que ni sabía de quién era.

Si era de ellas o de los dos Jones que vendrían a vivir aquí. Porque claro que lo supuso. Era obvio. No iban a comprar otra casa cuando tenían un techo perfecto en el cual vivir los cuatro juntos, cinco si se contaba a Jellybean.

—Mamá —volvió a decir, esta vez mirándola. Vio a la mujer con una sonrisa y una ceja alzada, que hasta le costó volver a hablar—. ¿Que harás con todo esto? —le preguntó señalando las cosas esparcidas por todos lados.

—Oh, esto —miró a su alrededor e hizo una mueca al darse cuenta del desastre que había provocado—. Tenía pensado organizar todo —la miró nuevamente.

Betty alzó sus cejas y asintió —Que bueno —aquél tono de voz salió como si no le importa nada de nada, cosa que era así pero que no le diría a su madre ni aunque ella misma se lo pida.

La rubia menos se dio media vuelta, dispuesta a irse, pero su madre la frenó.

—Betty, quedate, necesito que me ayudes con algunas cosas —le pidió, pero ese tono era más de "te obligó a hacerlo" en vez de preguntar si podía quedarse a ayudarla. En fin, las madres.

La chica suspiró y ladeó su cabeza.

Unos minutos después dos figuras masculinas ingresaron a la cocina. Betty, dejando de usar el celular, con una sonrisa forzada saludó a ambos Jones.

Jughead la miró, en verdad la miró. Algo que el nunca pudo fue decifrar su mirada, podía ver a través de ella pero nunca ver si lo que veía era verdad o mentira.

Luego de un rato más, Betty se dispuso a hacer la pregunta.

—¿Donde dormirá Jughead? —FP y Alice se dieron la vuelta para mirarla, incluso el nombrado lo hizo—, ¿En la de Polly o Charles? Digo, para guardar las cosas de mis hermanos —soltó con fastidio. Ya no quería ocultar nada. Aprendió a las malas que si ocultas algo, siempre otra cosa va a ir mal.

—Betty —regañó su madre.

—No, no —interrumpió la menor—. Hablo enserio. ¿Donde?

—En la de Charles —contestó Alice luego de una larga pausa.

—Perfecto —chasqueó sus dedos y se fue, directo a la habitación de su hermano mayor.

Ingresó en ésta, miró todo. No podía creer que otra persona la vaya a usar. Simplemente no creía, o no quería creer.

Una de dos era.

Charles había vuelto a la ciudad, dónde se manejaba con la central del FBI, vivía allí al ver que ahí, en Riverdale, la cede del FBI estaba cerrada.

Solamente usaba esa habitación para las fiestas o las veces que venía, al tomarse vacaciones.

Y ahora que su madre estaba completamente segura de que Polly no volvería, dejó que Jughead se quedara en la de Charles por si el mayor de los hermanos vuelve, dormiría en la habitación de Polly.

Abrió el clóset de su hermano y suspiró, la colonia de este salió repentinamente haciendo que está creara una mueca.

Ella tenía la teoría de que todos los hombres usaban la misma. Siempre era la misma. No había duda.

—No tienes porque hacerlo —escuchó al chico hablar desde la puerta.

Betty suspiró y apoyó su frente sobre la puerta del placar, dónde su mano aún descansaba en la perilla.

—Si debo. Son las cosas de mí hermano. Yo haré esto, no tú —negó sin querer mirarlo. No tenía la intención y tampoco podía.

—Betty...

—No.

—Betty enserio-

—No Jughead, no —negó y guardando todo su maldito orgullo dentro suyo lo miró. Miró esos ojos que por tanto tiempo la habían cautivado. Ahora no eran más que un recuerdo de lo doloroso que se sentía amar a alguien.

—¿Por qué? ¿Por qué no quieres hablar? Hay que hacerlo —sentenció el chico.

—No tengo nada que hablar contigo. Todo lo que tenía que decirte ya te dije, no quiero nada más. Ya está.

—¡Dios! —se quejó el y se acercó unos cuantos pasos hacia ella—. Date cuenta Betty, date cuenta que no podemos hacer esto, ellos no pueden hacernos esto.

—Respóndeme una sola cosa Jughead —el chico la miró y asintió—, ¿Cuando has visto a tu padre feliz como lo es ahora? —alzó una de sus cejas. Jughead bajó la cabeza. No sabía que responder a ello—. ¿Ves? Nunca. Nunca vimos a nuestros padres más feliz de lo que son ahora. Sonríen como estúpidos por cualquier cosa. A mamá le costó dejar eso del quedirán las demás personas. No puedo hacerle esto, no a ella y no ahora, después de todo lo que sufrió.

El pelinegro la tomo del mentón, obligándola a mirarlo.

—No. Eso sí que no. No puedes dejar tu felicidad por alguien más.

—Ya lo hice hace mucho tiempo Jughead. Lo vengo haciendo desde que tengo memoria —apartó los dedos de el de su rostro. Paso a un lado de chico y negó con la cabeza cuando sus impulsos la hicieron querer dar la vuelta para mirarlo, besarlo y abrazarlo—. Será mejor que entiendas que esto ya no existe. Mí madre llevará tu apellido gracias a tu padre. Por lo menos de cuatro, dos serán verdaderamente felices.

Todo ello lo había dicho sin voltearse a mirarlo. No sé animaba a hacerlo.

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Un pibe para poder imitar el gif de arriba, solo eso pido.

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