Capítulo 9 - Onírico.
Vass'aroth quedó inerte, Russel pudo observar la razón de su comportamiento, no obstante, la impresión lo tiró al suelo, el miedo era tan fuerte, que no se fijó en el dolor de su coxis causado por la caída. Los guardias y magos que se encontraban junto a ellos estallaron en frenesí colectivo. Los gritos —que más bien parecían alaridos— provocaron en el monstruoso ser una terrible reacción, pues dobló su cuello a la altura de su hombro para divisar al numeroso grupo que se escondía de él, sin embargo, nadie cerró la puerta, y es que no sabían si era por culpa de la morbosidad, o si simplemente no podían actuar ante la imagen.
El primer consejero se arrastró por el suelo mientras retrocedía, chocando con las piernas de sus soldados.
Vass'aroth, como jefe del comité de magos, quedó con la mente en blanco, pero debía hacer algo o aquella aberración los mataría a todos. No pasó demasiado tiempo para que el hombre de cuello largo corriera a su dirección; rápido y sin detenerse. La escena era espantosa, pues por cada pisada, el enfermo supuraba líquidos viscosos.
El mago preparó un sello con sus manos, y lanzó una llamarada de fuego que se extendió y propagó por el amorfo. Sus chillidos comenzaron de inmediato, seguido de una súplica horrorosa.
—¡Vass'aroth! —gritó el desahuciado—, ¿Por qué me matas? ¡Soy Velglenn! —Esas palabras sacudieron el cuerpo del consejero, no podía creerlo, las llagas de ese enfermo desaparecieron de inmediato, salvo la carne que poco a poco se le desprendía, pero juraba ver el rostro de su mejor alumno—. ¡No me mates! —exclamaba cada vez con más fuerza.
Hasta que su cuerpo fue cortado por la mitad desde su costado izquierdo. Cayó al suelo y el sonido fue aguanoso, casi gelatinoso. El enorme guardia se acercó hacia Vass'aroth y le tomó la mano, apagándole el fuego de su magia.
—¡Rey! —añadió Russel, al ver a Haldión llegar con varios de sus soldados—. ¿Cómo lo supo?
—¡Por los malditos gritos! Y porque uno de sus magos me llegó con el chisme.
Vass'aroth dio una vista rápida al grupo, en efecto, faltaba uno de sus enviados, y a pesar del odio que sintió, no comentó nada, pues las palabras que escuchó le habían dejado sin habla. ¿Cómo podía saber su nombre y sobre Velglenn? ¿Qué era eso?
—Ya he tenido un enfermo en el castillo —agregó el rey, y todos quedaron estáticos—, y más vale que no digan nada o les vuelo la cabeza. Así que ya sé que están jugando con la enfermedad, no hagan que los descubran o sufrirán las consecuencias.
—Gracias, señor, pero ¿Cómo pasó eso? —preguntó Russel, no prestando atención a la gravedad de su interrogante.
—Una larga historia, pero nos encargamos de inmediato, así que esa peste no se cura con sus polvos mágicos. —El rey se rascó el estómago y prosiguió—: Guardia, tráeme a esa cosa, vamos a investigarlo.
Sin dudar, colocó el cuerpo sobre sus hombros, y caminó junto al rey. Los que quedaron en el pequeño cuarto, seguían absortos.
—Ya oyeron, no digan nada de los sucedido —repitió el sacerdote.
—Pero señor, la peste ya está aquí, tengo miedo por mi familia —comentó uno de sus soldados.
—Me vale mierda, no dirán nada, ¡He dicho! Y si dicen algo, los primeros en morir serán lo que ustedes tanto protegen —añadió Vass'aroth, mientras temblaba.
Dos días transcurrieron como si no hubiese peste, la tranquilidad de Prodelis era envidiable, pese a las reglas del toque de queda, la gente confiaba en su ciencia, en que solo se quedaría en Inspiria, convencidos de que los únicos damnificados, serían los más necesitados.
Mientras el sol descendía y las tres tutoras asomaban en el horizonte, siete hermosos y decorados carruajes viajaban por las calles de Prodel. La gente miraba con asombro e impresión el contenido de estas, pues, a propósito, las cabinas eran de cristales, mostrando cientos de diferentes semillas, plantas de todo tipo y miles de frutas de tonos maravillosos. Solo el verlas, era una invitación a probarlas.
Los residentes no sabían si provenían de Inspiria, pues el contenido solo se da en esas tierras, no obstante, el transporte era originario de Prodelis, además, no se había hecho tal demostración de víveres de forma tan pública.
Se estacionaron a las afueras del castillo real, y sin perder tiempo, una multitud de personas se agolpó para dar crédito a lo que veían.
Ágaros bajó de una de las carrozas con la mano junto a su estómago, sosteniendo una hermosa tela de color oro. Su bata, hecha de una sola pieza, era de un vino sedoso.
—Por favor —musitó—, llame al rey o al consejero, he traído un mensaje. —Uno de los guardias asintió y subió las gradas, no obstante, Leyval abrió la puerta; la trifulca había captado su atención—. Leyval, he traído lo que he prometido.
—No, lo, puedo, creer —mencionó, pausando cada palabra—, ¿Cuánto has traído?
—Baja a ver.
El consejero no dudó en acercarse, mientras Ágaros abría uno de sus carruajes, el olor de campo, petricor y aromas dulces acaparó de inmediato sus fosas nasales, era una locura.
—¿Todo esto?
—He traído el doble de lo que me han pedido, pero esto solo es una muestra.
Leyval seguía incrédulo, palpaba las hojas, los pétalos, las frutas y todo lo que alcanzara sus manos.
—Pero parece que vienen del mismo Inspiria, dime ¿Dónde has cosechado esto?
—Cuando sea miembro del concejo puedo mostrarte el lugar. Mi comitiva y yo hemos hecho un trabajo increíble, si tratas con amor la tierra, ella te responde, este es el mejor ejemplo.
—Enseguida traeré al rey —agregó Leyval, casi sin escucharlo.
Dio media vuelta y atravesó los pasillos hasta la recámara del rey, en donde se encontraba sentado a orilla de su inmenso somier.
—¿Qué quieres? Hoy no estoy de humor.
—Señor, lo siento, pero Ágaros ha llegado.
—¿Y qué?
—Trajo consigo lo prometido de la cosecha.
—Bueno, creo que es la primer buena noticia que he escuchado en semanas. Dile que pase.
—Es mejor que usted baje y lo vea en persona.
El rey dudó unos segundos, no se sentía bien por la decisión tomada hace unos días, sin embargo, la alegría de su consejero pudo contagiarse en él.
Cuando Hecteli hubo salido por la puerta principal del castillo, Ágaros abrió todas las carrozas y la escena fue dramática. La carreta en la que él viajaba llevaba las frutas ya cortadas, y lucían simplemente deliciosas.
—¿Pero esto es en serio? —preguntó consternado, mientras se acercaba.
—¡Que la gente tome lo que quiera!
—¿Pero tienes más de esto?
—Rey Hecteli, por supuesto que sí, no se imagina cuánto... esto es solo una muestra para usted y estos ciudadanos.
—¿Gratis? —Se escuchó de la multitud.
—Tomen lo que gusten, pero para usted, mi rey —Ágaros se apresuró a tomar una de las frutas más grandes, era de un color rojo como la sangre y brillaba a los más sutiles rayos del sol—, pruebe esta maravilla.
Hecteli la mordió sin dudar, sintiendo levitar, sus pómulos se contrajeron ante el sabor tan exquisito jamás probado, sus ojos despegaron de sus órbitas solo para ver el cosmos, fue excelso.
—Esta misma noche —exclamó aún con los ojos llorosos—, te nombraré el nuevo consejero.
—¿Él será el nuevo miembro? —preguntó un ciudadano.
—¡Así es! ¡Esta noche le haremos su celebración como se debe! Tomen las frutas que quieran, pues ahora, nuestra tierra ha dado sus primeros frutos, no dependeremos de nadie más y créanme cuando les digo, que esto es mejor que lo que Inspiria nos da.
Ágaros sonrió tan complacido, que casi lloraba al unísono que su rey, hacía reverencias múltiples a la multitud y elevaba unas plegarias a la tierra.
—¿Vendrás esta noche?
—Claro que sí, mi rey, y le diré a mi gente que vacíe los almacenes y traigan todo lo recolectado. Esta misma noche, también compartiré con usted algunas ideas, algunos planes, no sin antes, por supuesto, saber que usted acepta estas propuestas.
—Me alegro que seas un hombre preparado para todo, mientras más tengas que ofrecer, mejor será para mí, siempre diré que se nota que vienes de una familia de consejeros reales.
—Es todo un placer servirle. —Extendió su mano para estrecharla y cuando el gesto fue devuelto, relamió sus labios en señal de victoria y complacencia. Dio media vuelta, satisfecho.
—Esto nos ayudará a mitigar el hambre. —El rey le dio la espalda y prosiguió—: ¿Crees que sería correcto enviar un poco hacia Inspiria? —preguntó.
Leyval desvió su mirada solo para observar cómo Ágaros se detenía por una milésima de segundo, un escalofrío recorrió su espina dorsal, no obstante, se limitó a seguirlo con la mirada hasta que se subió a una de sus carrozas y procedió a retirarse.
—Señor, es mejor que espere las noticias de los que regresan, es probable que hoy estén aquí, hay que confiar en los que quedan, si es que alguno lo hace.
—Lo sé, estoy seguro de que Fordeli se quedará, pero tienes razón, esperaré noticias, y ya daremos un veredicto.
—¡Levanten las cadenas!
La puerta resonó con fuerza, el metal era nuevo y reluciente, frente a ella reposaba la gigantesca imagen de un Naele, representando al digno y honorable reino de Prodelis.
Las personas no tardaron en asomarse, y la calle principal se convirtió en una pasarela para el equipo de investigación de Fordeli. Los Losmus de los caballeros entraron lentamente y se detuvieron a unos metros de la entrada, otros científicos rociaban un líquido para limpiar cualquier impureza, entre ellos estaba Kendra y Kimbra, los gemelos Promesa.
—No te atrevas a hacerlo —increpó Kendra, dando un manotazo al aparato del médico.
—Lo siento señorita, son órdenes del rey.
—Y una mierda, nosotros no nos enfermamos.
Ambos hermanos siguieron su curso, solo ellos dos bastaron para arrastrar todo el equipo de investigación, mientras el grupo quedó para tratarse. Todos los que llegaron reflejaban en sus ojos el terror vivido en Inspiria, nadie mencionaba palabra, ni siquiera frente a sus familias que le recibían con entusiasmo, aunque no pudieran acercarse.
Los residentes observaban cualquier anomalía, pero nada daba más miedo que aquellas miradas vacías.
—Ya están examinados —mencionó uno de los jefes médicos—, por favor, les tenemos preparado un lugar especial para ustedes, estarán unos días en tratamiento, todo esto para prevenir cualquier problema.
—No somos unos estúpidos —reprendió Phoenix—, sabemos cuáles son los protocolos, solo llévenos a nuestro lugar, Marta necesita ser atendida.
El hombre asintió titubeante y los llevó a un edificio con todo lo necesario; no les haría falta nada.
—¡Phoenix! —gritó una mujer desde la multitud—, ¿Dónde está Jax?
—Sufrió un accidente... tuvo que quedarse con Fordeli, pero está bien, te lo prometo. —Volteó su rostro, pues no era capaz de mirarla a los ojos.
La dama lloró desconsolada, en su mente transcurrieron miles de ideas, resultados y ninguno era favorable.
—Señor, el equipo de Fordeli ya está aquí. —La noticia llegó rápidamente al rey.
—Dime, dime, ¿Quiénes han regresado? —preguntó, somnoliento.
—En Inspiria ha quedado Fordeli, Priscila, una de sus compañeras científicas, Ur y Néfereth... señor.
El impacto fue estruendoso, tanto, que lo hizo levantarse de la cama de un solo movimiento.
—¿Perdón?
—Como escuchó, señor, Néfereth se quedó... —El consejero bajó su vista.
—¿¡Y qué tiene que hacer mi guardia allá!? ¡Él tiene que servirme aquí!
—Señor... yo no sé, pero, vinieron los gemelos.
—¡Lo sé, lo sé, pero son mis caballeros, yo los hice!
—Rey, hay que esperar a que los hermanos nos cuenten sobre esto.
—Está bien —Hecteli suspiró con fuerza, tratando de recuperar el odio que emanaba de su cuerpo—, dile que se cambien o que se relajen, más tarde hablaré con ellos, cuando la celebración del nuevo consejero termine. Por cierto, ¿Ágaros ya llegó?
—No creo que tarde en llegar —Miró ligeramente su reloj—, ¿Por qué lo pregunta?
—Nada, es solo que tengo mucho sueño.
—Pero si faltan dos horas para que duerma, es raro verlo tan cansado, en especial cuando hay este tipo de altercados.
—No lo sé, quizá me afectó más de lo que debería, solo ve y habla con ellos, por favor.
—Entendido señor.
Leyval ya había organizado todo lo necesario para la pequeña celebración, junto a la bienvenida del grupo de expedición, sin embargo, aunque no estuviesen presentes, quería encargarse de que seguían siendo aceptados e incluidos.
Bajó rápidamente y buscó a los gemelos, que ya se encontraban reunidos con otros guardias.
—Caballeros —comentó—, espero que ya estén cómodos.
—Sí, gracias, solo que nos quisieron poner en cuarentena, entiendo su trabajo, solo que nosotros...
—No se enferman —añadió Leyval—, lo tengo muy claro señor Kimbra, pero no vengo por eso, en realidad, el rey quisiera hablar con ustedes sobre la decisión de Néfereth, no ahora, y si tampoco hoy es posible, puede ser mañana, ya que se llevará a cabo una pequeña celebración por el nuevo consejero.
—¿Nuevo consejero? —preguntó la Hija Promesa.
—Así es, su nombre es Ágaros.
—¿No se supone que sería Fordeli? —Los ojos del guardia se iluminaron.
—Señor, así es, pero dadas las necesidades y circunstancias, el rey ya ha optado por otra persona, no se molesten, solo espero que lo entiendan.
—Se quedó por motivos más importantes, se quedó en un lugar olvidado por dios, en medio de la peste y esa aberración.
—He visto las fotos, pero lo que la gente necesita son buenas noticias. —Leyval juntó sus manos en forma de clemencia.
—Hagan lo que quieran, de igual manera, la peste vendrá a este lugar y todos vamos a morir, bueno... —Kendra apuntó con su dedo índice—, ustedes morirán.
—Señorita Kendra, le recuerdo que piense en sus comentarios.
—¿Por qué? ¿Quién te crees? ¿Eres un Hijo Promesa o el rey mismo? El título que llevas no lo exhibes en tu altura, ni en tu color o fortaleza.
El hombre guardó silencio, por poco y se mordía la lengua, pero la incómoda escena fue interrumpida por la aclamación de la multitud que ya estaba reunida en la plaza principal.
—¿Por qué tanto alboroto? —cuestionó el hermano.
—Debe ser Ágaros.
Los gemelos observaron al nuevo consejero, repasaba por considerables centímetros a todos los residentes.
—Con que él es el nuevo... ¿Y qué se supone que hizo para tener ese puesto?
—Señorita, logró lo que nunca, logró cosechar en estas tierras, y en enorme cantidad.
—¿En estas tierras amargas? Pero está maldita, nosotros la matamos por nuestras "ganas de prosperar en la ciencia".
—Señor Kimbra, le aseguro que no estoy mintiendo, es un gran científico y lo ha demostrado.
—Es un placer conocerlos al fin —agregó Ágaros, mientras ofrecía una lustrosa sonrisa. Sin que se dieran cuenta, ya se había acercado a ellos.
—Muéstrales de tus frutos para que nos crean. —Leyval estaba emocionado.
—Claro, tomen. —Y extendió sus manos.
Las frutas cayeron al suelo a causa del arrebato de Kendra, pues las rechazó con violencia.
—A mí no me estén dando esto.
Los gemelos se retiraron del lugar, pasando a un lado del nuevo miembro de la mesa, Ágaros miró hacia el suelo hasta que los Hijos Promesa se alejaron.
—No me gusta la mirada de ese sujeto —susurró la mujer.
—A mí tampoco.
—Cuando nos miran tiemblan de miedo, y ese tipejo no lo tiene. Ojalá no nos convirtamos en el nuevo Drozetis.
—Olvídalo, Kendra, mejor dime, ¿Vendrás a celebrar?
—Sí, solo me pondré cómoda.
—¿Cómoda? Pero si solo te quitas las espinilleras, y te quedas con una armadura más ligera.
—¿Y de qué hablas? Si estás igual. —Ambos hermanos rieron.
Una trompeta sonó estridente, como el trueno severo en una noche de tormenta. Era una señal clara, una nueva adquisición en el castillo real de Prodelis.
—Es un honor para mí —exclamó el rey, a unos ciudadanos expectantes—, darles a conocer al nuevo consejero, él será mi nueva mano y traerá ideas frescas y novedosas a este reino, pero disfruten de esta fiesta, que es corta y pequeña por motivos de la peste. También quiero recordarles que nuestro equipo ya llegó a nuestras tierras, y por la misma razón, ahora descansan y no saldrán hasta terminada su prueba, pero no se preocupen, sé que están bien.
La multitud aplaudió, estaban satisfechos por los logros de ese hombre, la hermosa demostración de esa tarde era una prueba fidedigna de lo que sería su trabajo y de lo que el reino disfrutaría.
El rey bajó del púlpito de la plaza y se acercó hacia el nuevo consejero.
—Lamento no quedarme más tiempo, es solo que me siento cansado, pero disfruta, por favor.
—No se preocupe, rey, después habrá tiempo para todo, descanse tranquilo.
La festividad terminó rápidamente, sin embargo, los caballeros seguían disfrutando del banquete, y, por supuesto, de la bebida.
Kendra se dispuso a convivir con sus compañeros en una mesa redonda donde cabían siete personas, Kimbra se levantó dispuesto a probar otras cosas, se dirigía a unos cuartos especiales en donde solo los Hijos Promesa tenían derecho a entrar. Las mejores mujeres modelaban en una pasarela para deleite de los enormes y distinguidos hombres, si una era de su agrado, avisaban a la madrota que se encargaba de llevarlas y prepararlas, no obstante, Kimbra era un caso especial, pues su tamaño era anormal, incluso para los prodigios, por lo que solamente una pequeña cantidad de cortesanas eran las capacitadas.
—¡Kimbra! —gritó Balvict al verlo acercarse a la recámara especial.
—Ah, eres tú —resopló.
Él, al igual que su hermana, estaban familiarizados a convivir solo con los de su clase, pues los Hijos Promesa se entrenan en lugares especiales. Ur solo era compañero de ellos gracias a Néfereth, no obstante, Balvict era un caso diferente, él podría ser el único humano capaz de relacionarse con los prodigios sin miedo a ser excluido o decapitado. Sus altas aptitudes lo colocaban en un buen posicionamiento, sin embargo, los gemelos siempre habían sido renuentes con alguien que no fuera de su misma sangre, los excluían y alejaban, pues conocían de la malicia, la codicia y la maldad de su especie.
—Qué bueno que ya llegaron y es una pena que Néfereth no esté aquí.
—No vino porque tiene más huevos que todos nosotros juntos.
—Tranquilo, no te enojes, solo quiero saber si vas a entrar a ese paradisiaco lugar.
—¿Y a dónde crees que me dirijo?
—¿Quieres que te invite una?
—¿Una? Sabes que una no me basta.
—Yo sé que ustedes, los Hijos Promesa, son insaciables y más tú, querido Kimbra, pero esta vez quiero invitarte las que quieras.
El caballero se impresionó, el sueldo de los guardias comunes no alcanzaba para esos lujos, en especial de las mujeres dedicadas para los descendientes de las tutoras.
—¿Te subieron el sueldo mientras no estuve? —preguntó, en tono burlesco.
—No, claro que no, pero... algo parecido. Te contaré cuando lleguemos.
Entraron a la habitación principal, las candentes y magníficas mujeres bailaban silentes por todo el lugar, en las mesas se encontraban otros Hijos Promesa. Kimbra observó la reacción de su acompañante, que no era de impresión, intuyó que ya había concurrido el lugar un par de veces.
—A veces no me gusta esto —añadió.
—Tranquilo, mientras sea mujer y hombre, ya sabes, las reglas —comentó Balvict, mientras hipaba.
—Pero siento que le dan mal aspecto a nuestro ciudad.
—Sin embargo, estás aquí ahora, ¿No es así?
—Porque tenemos necesidades básicas, pero dime, ¿De dónde estás sacando dinero? ¿Haces turnos dobles?
—No, verás... encontré a quién estafar. —Balvict se cruzó las manos, una respuesta natural de satisfacción y victoria—. ¿Conoces a Ur?
—Sí, el enano inútil, solo Néfereth es su amigo.
—Pues no es tan idiota como todos piensan.
—¿Por qué lo dices?
—¿Sabes a quién se estaba cogiendo?
—¿A quién?
—A Leila, la esposa de Néfereth.
El caballero se tensó en un segundo, la palidez de su rostro no se notó por su color de piel, pero podía jurar que era más blanco que el papel. Un fuego en su interior se intensificó, aquello era traición y se pagaba con la muerte, en especial si era perpetrado para uno de los Hijos Promesa, pues pocos eran los valientes en tomar una responsabilidad como el matrimonio, considerándolo, en el peor de los casos, como una pérdida de tiempo. Sin embargo, Néfereth era la excepción, ¿Y qué podían hacer? Era la decisión de su mejor amigo, su líder.
—Balvict, ¿Es en serio?
—Claro, ¿De dónde crees que saco el dinero?
—¿Entonces quién te paga? —preguntó, y las venas en su sien se resaltaron.
—Ella y Ur, para que no diga nada.
—Si sabes que Néfereth es mi amigo ¿No es así?
—Por supuesto que lo sé, pero vamos Kimbra, ustedes son bien desalmados, estoy seguro que ni le dolerá si lo sabe, además, debe tener muchísimas mujeres tras de él, mira nada más cuántas te coges tú. Yo creo que está casado solo por su imagen pública.
—Sí, sí... supongo. —Respiró tan fuerte, que sus ropajes se movieron—. Dime... ¿Solo tú has estado con ella?
—¿Bromeas? Claro que no, todos los soldados han pasado por esa enorme habitación. Ha sabido sacarle provecho, no lo negaré, en eso es inteligente, pues cobra una fortuna, pero vaya que vale la pena, es una preciosa y hermosa mujer, debo admitir que Néfereth comía como rey, tiene a la mejor de todas, pero, aquí entre nos, creo que es una ninfómana.
Kimbra no lo podía creer, era la primera vez que sentía el mareo, un dolor de cabeza apareció de la nada y su respiración comenzó a ser agitada, parpadeó un par de veces tratando de comprender y asimilar el tamaño de la noticia.
—Kimbra, guapísimo —agregó una cortesana—, ¿Vendrás conmigo?
—Dame unas ocho —alardeó Balvict, tomando de la espalda a su compañero.
—No, no iré, me siento un poco mal, necesito tomar aire fresco.
—¿No las querrás? Ya están pagadas.
—Quédatelas, son todas tuyas. —No esperó respuesta, ni siquiera se fijó en el rostro de Balvict que lo miraba extrañado, el estar embriagado no le daba entendimiento del grave error que había cometido.
Kimbra salió con pasos presurosos, casi flotando, caminó directo a la mesa en donde su hermana se encontraba, la tomó del brazo, la levantó en un segundo y la llevó fuera de allí.
—Leila está engañando a Néfereth con todos los malditos soldados.
—¿Qué? —Kendra afiló los ojos, casi al unísono de un sonido quebrajoso.
—Ese imbécil que se cree uno de nosotros me lo acaba de afirmar, y no solo él, el pendejo de Ur también.
—¿¡Me estás jodiendo!?
—¡No!
—¡Hijos de perra! Y se quedó la mierdita, maldito malnacido...
—Kendra, espera, no hagas nada estúpido, tú sabes que esto es ejecución pública, ahora mismo iré a hablar al castillo y quien me atienda, tiene que decirlo al rey.
—Si no querías que hiciera algo descabellado, no me lo hubieras dicho.
—No puedo ocultarte nada, te lo cuento porque no puedo con esa información yo solo, prométeme que no harás nada, por favor.
—Está bien, está bien, ve tranquilo, seguiré tomando para calmar mi coraje, pero hazme el favor de que cuelguen a esa maldita puta.
—Te lo prometo.
—¿Algún problema, Kendra? —preguntó uno de la mesa.
—Para nada, quiero... ya saben, tener cositas íntimas. —Sonrió, y todos se emocionaron, sudaron a causa de la increíble mujer que estaba frente a ellos—. Pero quiero hacerlo con una mujer.
—¿¡Con una mujer!?
—Eso es pecado, pero... suena delicioso.
—¡Qué lástima! —exclamó otro.
—¿Qué? ¿Acaso tenías aspiraciones conmigo? Ni siquiera hubieras podido lamerme una teta —increpó.
—Perdón, perdón.
—Ya cállate, mejor díganme si conocen a una mujer hermosa, fácil, pero que sea costosa. —Los soldados murmuraban entre ellos, los nervios eran evidentes—. Díganme de una vez o los parto a la mitad —afirmó.
—Perdón, Kendra, pero... la mujer de Néfereth es mejor que todas las que están en el burdel.
—¿Y todos aquí me lo confirman?
—Sí, claro —contestaron al unísono.
—Cobra demasiado, y cada vez que la visitas quiere aumentarte el precio, incluso, hay veces que deja su habitación sin llave para que entres y ya sabes. Pero siempre me pregunto si el sueldo de Néfereth no le alcanza, ahora, hasta tiene más cosas en su habitación —agregó un compañero.
—Toda una fichita.
Kendra quedó con una sonrisa, percibió que sus labios se alargaron hasta sus oídos, sintió el frío recorrer su espalda, la calma de la dulce velada, el aire fresco de la ciudad, y el crepitar de la leña carbonizada por una fogata cercana.
—¿Irás con ella?
—Claro, claro...
—¡Qué genial! ¡¿Podemos ver!?
—No pueden ver sin cabeza, amigos. —Tres segundos duró el sonido de su espada por todo el lugar, desde su asiento alcanzó todos su objetivos, cinco cabezas rodaron y la sangre salpicó; Kendra sonrió.
—¿¡Qué hiciste!? —gritó su hermano.
—¿Dónde está esa perra?
—Tranquila, tranquila, hablé con Hecteli.
—¿Y qué dijo? ¿Lo levantaste?
—Créeme que se enojó más cuando supo la noticia, la verdad no sé qué decir, su carácter está raro, la ejecutará a primera hora, no preguntó, no hará un juicio, solo ordenó.
—¿En serio?
—Hiciste lo mismo con ellos.
—¡Se lo merecían y lo sabes! Y que ni crean que levantaré esta mierda, que lo hagan ellos.
—Agradece que no podemos ser juzgados.
Kendra alzó sus hombros, le valía todo. Se retiraron del lugar, y todo se sumergió en un absoluto silencio.
Ágaros, escondido entre la oscuridad, había sido testigo de los asesinatos, en su rostro no había impresión, tampoco satisfacción.
Gateaba, sus rodillas derramaban la sangre y la tierra parecía beberla. Sus manos rebozaban de lastimadas, cortaduras y ampollas, el sudor caía por su rostro, sus labios resecos gritaban por agua, pero ya no había nada.
Velglenn gemía de dolor, de las cosas amorfas que tocaba por accidente, de las picaduras y mordeduras que aparecían en su piel.
Con odio, con ira, cansancio y todos los sentimientos que se hacinaban en su cuerpo, gritó, casi exhalando su último aliento, no sabía del tiempo perdido, pero a juzgar por lo que había recorrido, supuso que ya llevaba más de cinco días sin detenerse.
El alarido provocó que las aves se elevaran, el mago las escuchó y con toda la fuerza que le quedaba, alzó su vista; un claro se extendía ante él, inmaculado. Sin embargo, aquel hermoso jardín era llano, y no había forma de pendiente, tragó fuerte, creyendo que estaba en otra visión, pero una cueva al centro del lugar detuvo su pensamiento.
Estaba rodeado de pequeñas flores blancas, sus pétalos eran parecidos a las esferas de cristales, que, con el tacto, alzaban su vuelo. Velglenn las observó con extremo detenimiento, era simplemente maravilloso. Se colocó de pie a duras penas, por un momento creyó que estaba delirando, o que quizá, ya había llegado.
—Te admiro, haz avanzado lo suficiente y no te he podido comer. —La voz cavernosa, fuerte y grave, provenía de la cueva que se perdía en el interior de la tierra.
El mago se paralizó y un segundo después, una ráfaga de viento, que él sabía que era el aliento de lo que sea que estuviese adentro, le quitó su magia.
—¡No! —gritó, pero su voz era opaca, débil y demacrada.
—No te asustes. —Y en la densa oscuridad, unos ojos se abrieron, tan grandes como la palma de una mano, tan profundos como el mismo océano, tan rojos como la sangre misma.
Se le cortaba la respiración, su corazón quería salir corriendo, desaparecer de la presencia de esa aberración; su piel, su cuerpo, sus venas temblaban de miedo y demostraban que aquello, no era normal
—Pasaste la peor parte ¿Y ahora tienes miedo? Eso indica porqué ustedes los que son seres pensantes, le tienen más miedo a lo que conocen, que a lo que no.
La tierra retumbó y era porque la entidad salió de su madriguera, una gran cabeza se asomó. Con tranquilidad y con un sonido quebrajoso, desplegó sus cuernos que parecían estar durmiendo en la parte frontal de su cráneo. Eran enormes y estaban cubiertos de légamo, de su cuello se desprendían algunas lianas, su trompa alargada se asemejaba a la de un toro. Tenía el cuerpo de un hombre, uno de siete metros, sin embargo, sus piernas se escondían en la caverna, y lucía doblado cual serpiente, Velglenn no quiso seguir viendo, pues su brazos delanteros parecían los de una cabra. Aterrador.
—¿Eres real? —tartamudeó.
—Más real que tú, querido amigo, de verdad te admiro, has logrado pasar y no pude devorarte.
—¿A qué te refieres?
—Pensé que eras un sacrificio más... pero ese viejo me ha tomado el pelo. Sin duda tienes fuerza. —Se relamió los labios con su lengua bifurcada.
—¿Qué... qué demonios dices?
—¿Por qué no se lo preguntas a él? Era muy joven cuando vino hacia mí, igual que tú, pero él se orinó al verme. —Sonrió—. Estaba a punto de digerirlo, la mitad de su cuerpo estaba dentro de mi boca. —El terrible ser abrió su mandíbula, y se extendió más allá de su cuello.
Velglenn no podía moverse, ni siquiera tenía sus poderes, eso se los había arrebatado y no supo cómo. Se sentía morir, en todos los aspectos, tanto física, anímica y mentalmente.
—Sin embargo —prosiguió—: me prometió que me daría alimento, que no me faltaría nada, que tenía un campamento que cuidaba y que provenía de esa apestosa ciudad, donde viven los seres de a dos patas... ustedes; todas las noches los veo.
—¿Y por qué no avanzas hacia allá? —preguntó, sin aire.
—Porque soy firme a mi trato, él me daría comida.
—No, no, no, no puede ser, esa gente murió en el bosque.
—Por supuesto, puedes considerar toda esa preciosidad como mis entrañas. Todo nutriente que entra por las raíces es para mí, incluso tu sangre, Velglenn, la que dejaste esparcida con tus rodillas. Pero has resistido, ahora dime, ¿Qué quieres? ¿Vienes por la savia?
—Exactamente por eso... —exhaló.
—Contándote a ti, eres la cuarta persona que viene hacia acá.
—¿Cuarta? —cuestionó el mago, terriblemente aterrado—, ¿Y todos los que supuestamente llegaron?
—Me los comí... Nadie ha llegado de los que el anciano ha mandado, solo él. —Velglenn cayó al suelo, perplejo—. Esa savia de la que tanto alardea es la que obtuvo desde la primera vez que me habló, pues es eterna.
—Ese maldito viejo me engañó.
—Tranquilo, quizá lo hizo por miedo. ¿Por qué le reclamarías? ¿Quieres que me devore a toda tu gente? Si yo dejo de recibir los sacrificios, arrasaré con todo ese maldito campamento y tu maldita ciudad de luces, engulliré todo este podrido mundo, hasta donde mis raíces lleguen.
—¿Qué mierda es esa cosa? —susurró y con valor se colocó de pie de nuevo; tenía que salir vivo—. Necesito la savia para una enfermedad...
—Lo sé, lo veo todo.
—¿Cómo sabes eso? ¿Cómo logras hacerlo si esta no es la cima?
—Está oculto en tus ojos, pero está bien, te mostraré el camino. —El enorme ser colocó sus dos patas en el suelo, y un sendero se dibujó en los pies del mago—. Avanza.
Velglenn caminó titubeante, observó la parte derecha de ese extraño cuerpo y cerró los ojos tratando de olvidar lo que percibió.
—Antes —añadió, al detenerse por unos segundos—, dijiste que yo era el cuarto y otro era el anciano, ¿Quiénes eran los demás?
—Si vuelves por más, quizá te cuente.
—Será más fácil para mí —comentó, esperanzado.
—No, no, ¿Cómo crees? Al contrario, será más difícil, la carne con valor vibra más que la que tiene miedo. Cuántas ganas tengo de comerte, pero te aseguro que tu regreso será tranquilo, y si decides volver, ven preparado. —Siguió su curso y no quiso verlo de nuevo—. Lo que tú buscas está en ese peñasco, mucha suerte.
—¿De verdad eres real?
—Claro que sí —respondió y de inmediato su cuello se estiró, perpetrando una mordida en el hombro de Velglenn, fue dolorosa y quemaba como el infierno, las marcas de sus colmillos, que formaban unos símbolos, se marcaron en su piel, brillando de un rojo intenso. En ese momento también regresó su magia, pero la tenue luz no parecía que se iría, más bien, era una marca permanente de que lo que allí había visto, era real. Velglenn gritó de dolor, volteó ferozmente, pero aquel ser ya no estaba—. Llévame en tu memoria, en tu piel y en tu vida... para siempre.
Decidió no darle importancia, aunque le era imposible, lo primordial estaba frente a sus ojos, de inmediato sintió la brisa salina. Se asomó al enorme acantilado, percibió que su vista se estiraba y se alargaba a unos 10,000 metros sobre el mar, sin embargo, solo era su triste y cansada vista, pues solo eran 300 metros de altura.
Alzó su rostro, era el último paso, y en el fondo de la niebla, en las aguas perdidas de la inmensidad, observó unas luces que giraban con tranquilidad, a juzgar por la distancia, debían ser enormes, incluso más grandes que los faroles de Prodelis. La sombra de aquel extraño evento se reflejó en el océano, era tan extensa, tan grande. Con el paso de los minutos, todo se disipó, Velglenn se frotó los ojos, se estaba volviendo loco, pero es que, aun había escuchado el sonido, sereno pero rechinante, como dos metales rozarse entre sí, despacio y solemne. Él sabía que más allá no había nada y eso terminó por aterrarlo aún más.
—Quizá si hubieran estado en sus respectivos pueblos, muchas personas se pudieron haber salvado de la peste, pero ya no tiene caso. —Violette se frotó la frente mientras suspiraba—. Irán acompañados de una comitiva de guardias y me enviarán los estados de las aldeas. Ojalá que todavía haya personas, con lo que vi hace unos días, me hace dudar enormemente.
—Ciertamente tiene algunas semanas que no recibimos el alimento que quedó establecido, pero se suponía que había guardias vigilando —comentó Jacsa, no muy contento con la idea de ir a los pueblos.
—Esta decisión de ser capataces fue su idea, acuérdense que cuando yo me ofrecí voluntariamente, ustedes quisieron, no seguir mis pasos, sino creerse lo suficientemente valientes para realizar una "competencia" en la que sabían que saldrían perdiendo. Además, es su deber estar al pendiente de lo que suceda.
Ninguno habló, Naor tenía los brazos cruzados y parecía no escuchar, sin embargo, la joven tenía razón, nadie quería quedarse atrás en el momento de la elección de los mayorales. Daevell se frotaba las manos, lucía inconforme, algo le molestaba y a pesar de que Violette lo notó, sabía que preguntarle sería demostrar un interés que no estaba dispuesta a ofrecer. Por otro lado, Jacsa solo se resignó. Cada joven iba acompañado de cinco a seis soldados. Tomaron sus Losmus y salieron de la cúpula.
—Yo saldré más tarde —agregó Daevell.
—¿A dónde irás? Olvídalo, no me digas, solo no te quedes atrás —respondió la capataz, de nuevo, no tenía tiempo para una larga e incómoda plática.
—Maldita sea —susurró.
No había encontrado nada en su estadía en Real Inspiria, los libros hablaban de magia nueva y local, nada revelador ni interesante. Aquello estaba estresando por demás a Yaidev, que ya había leído quince libros referentes al tema.
Se levantó con violencia y se dirigió a los estantes de la biblioteca, Maya le observaba, entendía por lo que pasaba.
Se detuvo frente a un anaquel rebosante de libros viejos, suspiró y abrió los ojos lentamente.
—Sé que te estás riendo —musitó—, te estás burlando de nosotros, eres un maldito. Salvaré a mi madre, y juro que te destruiré. —Su respiración se aceleró y en su frente se remarcaron sus venas.
—Señor Yaidev —añadió Maya—, creo que debe descansar unos minutos, lleva horas sin despegarse de ese asiento, es demasiado.
—Sí, lo siento, está bien, es solo que... —No terminó de hablar, un mareo lo envolvió y dejó caer parte de su cuerpo en el estante, el sonido fue seco, y muy caótico a causa de los libros caídos.
—Dios mío, Yaidev —exclamó la joven y se abalanzó a ayudarle.
—¡¿Qué es ese ruido?! —gritó Néfereth, mientras cruzaba la puerta, esta se descolgó por la fuerza. En su mano llevaba la espada desenvainada.
—¡Dios! —prosiguió la bibliotecaria por culpa del ruido.
—Néfereth, estoy bien —Yaidev sonrió—, no puede entrar nadie aquí. —Y miró para todos lados, en efecto, solo había una entrada y era la que el caballero ya había descompuesto.
—Discúlpame, solo estoy un poco nervioso.
—Tranquilo, yo estaré al pendiente de él —externó la joven con toda confianza, en su blanco rostro se dibujó una sonrisa, y era hermosa por donde se le viese.
—Tú no puedes estar al pendiente de nada —rezongó el Hijo promesa.
—No... no me refiero a eso, solo digo que si pasa algo, yo te daría aviso.
—Muy bien, conoce tu lugar. —Néfereth dio media vuelta y de un movimiento colocó la puerta de nuevo.
—¿Así actúa siempre? —preguntó Maya, claramente incómoda.
—Debe tener hambre. —El botánico sonrió apenado, también estaba extrañado. —¿Serías tan amable de pedir algo para comer? No sé cuánto coma, pero ya sabrás tú qué ordenar, yo quiero algo más ligero.
—Claro que sí.
—Antes, Maya... ¿Son todos los libros de magia que tienen?
—Aquí sí, pero verás, mi familia no me deja.
—¿A qué te refieres?
—Mis papás tienen bibliotecas en todos los reinos y en algún tiempo, mis ancestros daban los libros a antiguos monarcas, por lo que tenemos una colección muy vieja.
—¿Colección? —inquirió.
—Sí, mi padre los conoce como los libros de Aenus.
—¿Aenus? ¿Hablas de ese monarca? ¿Y por qué les llama así? Los libros ya están viejos, más que él, ¿No es así?
—Porque él los encontró en una excavación, bajo la Cámara de Aenus, supuestamente es una leyenda, ya que tienen cientos y cientos de años, pero yo sé que están allí.
Yaidev enmudeció, agrandó los ojos de la impresión, pero continuó:
—¿Excavación? ¿Sabes lo que eso significa?
—Lo he imaginado, pero no sé a qué te refieras.
—¿No se supone que los reinos apenas tienen poco más de un siglo? Casi somos la primera generación, eso quiere decir que esto ya ha sido poblado, que hay algo debajo de nuestra tierra y no lo hemos descubierto. —El joven se tomó los cabellos; por una parte se sentía emocionado; pero por otra, le daba demasiada incertidumbre—. Mira los libros de historia de estas épocas, tan cortos porque no hemos vivido nada.
—No lo sé, pero puedo traerlos, iré a hablar con mi padre y le diré que estoy lista para aprender.
—¿Podrías hacer eso?
—¡Claro que sí podría! —Sus ojos se iluminaron, hacer algo por ese hermoso joven era la misión más increíble que Maya podía realizar.
No esperó respuesta y se fue directo a la puerta mal colocada.
—¿Y tú qué tienes? —resopló el caballero.
—Nada. —Su vista observó el cielo, estaba lista—. Me encomendaron una misión.
—¿Misión? Luces muy feliz ¿No?
—¡Sí! —De nuevo, corrió y cruzó la calle sin mirar atrás.
El Hijo Promesa entró y vio a Yaidev sentado en el mismo lugar.
—¿Qué le encomendaste a esa niña? Yo soy el único calificado para hacer misiones —comentó, tajante, y ni él mismo entendía su actitud.
—¿Misión? No, solo le encargué unos libros, tranquilo, creo que estás muy estresado. Te mandó a pedir algo.
—Ni lo pienses, no es hambre —reprendió de inmediato—, si me traen comida me molestaré porque nosotros soportamos mucho tiempo sin comer.
—¡Ay ya! Ahora que venga comes. —El joven bajó la vista para seguir leyendo sus libros.
—¿Piensas que estoy jugando?
—¡Claro que no, Néfereth! Y Por eso mismo pedí algo para comer, porque no quiero que te desmayes a medio camino o que te pase algo, vas a comer, he dicho. —Yaidev cerró el tomo de golpe y Néfereth quedó pasmado. Era la primera vez que le gritaban de esa manera y extrañamente, se sintió regañado.
Dio media vuelta, su mano empuñó su arma con fuerza, y no sabía si era por vergüenza o tristeza, no obstante, la frustración le cayó al instante al no tener el valor para responderle, sin embargo, contuvo un suspiro, pues, aunque no quería admitirlo, se sintió protegido.
Disdis abrió los ojos, el sol iluminó la espalda de la mujer que le acompañaba, pero, incluso frente al contraluz de la imagen, supo de quién se trataba.
—Querida hija —susurró—, sabía que solo tú estarías conmigo.
—No te esfuerces padre, el médico ya me dijo que estás mal del corazón... aunque ya lo sabía.
—Es hereditario, mi pequeña. —Suspiró—. Yo sé que esta enfermedad morirá conmigo, solo espero que ninguno de tus hermanos la desarrolle... Esta vez siento que no soportaré.
—Papá, no digas eso, por favor. —Violette se acercó más a la cama y tomó sus manos.
—Hija mía, ya estoy viejo...
—¡Pero tú eres el único cuerdo en esta maldita jaula de locos! —Sus ojos se llenaron de lágrimas—, Siento que el encierro nos hace daño, parecemos animales salvajes reaccionando a la más mínima provocación. Queremos guerra por nada, solo para demostrar los animales que hemos domado, el avance que hemos tenido y nada más.
—Hija, es por nuestra condición —respondió, tranquilo.
—¿A qué te refieres?
—Mira dónde hemos nacido, aquí es tierra de cultivo, pero debemos estar orgullosos porque mantenemos con vida a todos los demás.
—Esos "todos" están jodiendo al mundo.
—En parte sí, pero dime una cosa... ¿Sabes de este planeta? ¿Conoces las historias de Théllatis?
—Solo lo que me enseñaron en la escuela, ¿Por qué?
—Porque están equivocados. —Disdis se levantó despacio, recostándose en el cabezal—. Nuestros ancestros, aquellos que estuvieron primero para develar los secretos de este lugar, compartieron las ideas que ahora te comparto, y siento que solo somos una pequeña isla, un continente remoto y lejano, de este inhóspito planeta. —Violette se inclinó un poco, eso había captado totalmente su atención—. Te contaré lo que sé, pero, por favor, no le digas a nadie, en serio a nadie.
—Sabes que siempre ha sido así, lo sabes, pero ¿De qué hablas?
—Al inicio de nuestros tiempos, solo existía un reino, estaba en las tierras de Drozetis y se extendía hasta las nuestras, no obstante, Inspiria seguía siendo bosque, selvas, lagos, lagunas. Ese primer rey se encargó de realizar cientos de expediciones, sin embargo, los barcos nunca regresaron.
—Pero regresaron los dos que se mencionan en la historia ¿No? Los más famosos.
—No, nunca lo hicieron, fueron famosos para la mentira, incluso el más grande de todos, llamado "El magnánimo", que fue enviado con una gran cantidad de soldados y científicos, jamás tocó nuestros puertos de nuevo.
—Pero ¿Por qué enviar tanto a la nada?
—Curiosidad, hija. —Disdis alzó sus hombros—. En realidad nunca supimos por qué motivo zarpó, pero nuestros antepasados sabían que algo debían de haber visto para tener el valor de aventurarse tanto. Con el tiempo la historia se olvidó y en las excavaciones se dice que solo se encontraron raíces enormes, tan grandes como decenas de hectáreas, pero eso es lo que dicen, y sinceramente, creo que no fuimos los únicos en pisar este lugar.
—¿Y por qué no enseñan eso? —La joven se acercó aún más.
—No conviene que se sepa, pero solo hay una forma para que no convenga, o hay algo muy feo abajo o la verdad es más rara de lo que pensamos. En toda mi inútil vida. —Tosió y un poco de sangre salió de sus labios.
—Papá, ¿Estás bien?
—Por favor —interrumpió—, no llames a nadie, déjame seguir. En toda mi vida nunca tuve el valor de investigar por mi cuenta.
—Pero papá, esto no es tu culpa, yo no sabía nada de esto, sin embargo, siento que mi corazón lo sentía.
—¿Por qué? —preguntó dudoso, era poco el tiempo que compartía con su preciada hija y cuando había la oportunidad, los disfrutaban al máximo.
—Porque siempre he sentido la necesidad de salir, no me gusta quedarme en un mismo sitio, odio el encierro, quiero conocer, incluso pienso que esta isla es una jaula. Cómo quisiera que el Naele me contara qué hay más allá, ellos pueden volar eternamente, ¿No es así?
—Así es hija, pero es la curiosidad que te llama. Nuestra tecnología todavía es muy nefasta para observar el mundo y su alrededor, las estrellas y sus secretos. Los telescopios nos muestran una enorme pared, un vació enorme que parece tapar nuestra visión hacia el universo. Por eso los antiguos reyes enloquecían, porque no conocían nada más allá de sus narices. —Suspiró—. Después, el reino se dividió y sucede lo que ya conoces, y hablando de eso... Esa ley es una estupidez.
—¿Las leyes actuales? ¿O a qué ley te refieres?
—Cómo los tratan. —El hombre pelirrojo bajó su vista.
—¿De qué hablas? —cuestionó la joven al verlo tan triste.
—Hablo de las personas que aman diferente. —Enmudeció.
—¿Papá?
—Es una larga historia, triste, por lo menos para mí, sin embargo, antes, todos amaban como querían, no obstante, a raíz del problema que surgió en Drozetis, cuando ya éramos tres reinos, todo se fue a la mierda, algo pasó allí. Los rumores se regaron y decían que los miembros reales de la familia de Haldión y su maldito apellido, violaban y abusaban de los trabajadores, fueran hombres o mujeres, niñas o niños, sin importar la edad, tampoco su ascendencia.
—Sé que están locos, pero ¿A ese nivel? Malditos enfermos.
—Así es, salió mucha gente resentida de allí, los más adinerados lograron emigrar y otros desafortunados, simplemente desaparecieron, por eso Aenus colocó esas leyes. La verdad no sé por qué te lo estoy contando, quizá porque presiento que me voy a morir.
—No digas eso... pero no sé a qué se relacione con todo esto.
—Leyendas que escuché de niño, que ahora estando viejo, regresan con más fuerza. Violette, ¿Crees en los demonios?
—No... —dudó—, pero en las maldiciones sí.
—Las maldiciones son hechas por el resentimiento de un hombre o una mujer, y cuando vi esas fotos, supe que eso no era una enfermedad, no era natural, y en nuestra defensa por no querer aceptarlo, enviamos todo un equipo para su investigación; no sirvió de nada, ahora es demasiado tarde y me duele porque si yo me muero, tú te quedarás sola con tu hermanito. —A Disdis se le quebró la voz.
—A él no le pasará absolutamente nada, te lo juro por mi maldito nombre.
—Así es, mi pequeña.
—Lo de la ley no me quedó claro —inquirió.
—Olvídalo, es algo que no puedo contarte, no tengo el valor de hacerlo.
—Está bien, no te molestaré más hoy. —Se acercó y le dio un beso en su frente—. Descansa un poco ¿Sí?
—Claro.
La capataz se levantó del asiento y salió de la habitación, eso había sido sumamente raro, sin embargo, suspiró tratando de concentrarse.
Sus ojos débiles por la anestesia bailaban dentro de la habitación. Su corazón latió con fuerza al no saber dónde se encontraba. A su lado derecho, observó la ventana que daba hacia un paisaje hermoso. Se emocionó al escuchar unos pasos por el pasillo, volteó a ver a el lado contrario creyendo ver a su hijo, pero era una sombra más pequeña que se vislumbraba a través de la cortina. Cuando la manija sonó, se hizo la dormida, no queriendo responder ninguna pregunta de algún médico o científico.
El sujeto entró a la habitación, llevaba una capucha y cubría su cuerpo por completo en una tela negra. Dafne le miraba sin que la descubrieran y no entendía lo que sucedía.
El hombre la observó unos minutos, dudando de realizar el próximo acto, movía de un lado a otro su cabeza, negando lo inminente. Suspiró fuerte y de un movimiento brusco sacó una navaja de veinticuatro centímetros, el filo brilló rojizo ante los divinos rayos del atardecer.
Alzó sus brazos y descendió sin dudar, Dafne giró su cuerpo y el cuchillo se enterró en su blusa, rasgando también el somier, sin embargo, el extraño quedó apresado por la cama metálica.
—¡Ayuda! —gritó la mujer, y unos eternos segundos después, entraron unos guardias con vestimentas hechas con insectos endémicos de la región.
El hombre soltó el arma y brincó la cama, para saltar nuevamente sobre la ventana que daba hacia el jardín. Cayó desde un cuarto piso y se escuchó un hueso romperse. Los caballeros se acercaron y notaron que cojeaba. Rápidamente dieron aviso del incidente, no obstante, el culpable se perdió entre la hierba alta.
Sonaron la campana, y la cúpula se cerró, hacía tiempo que no sonaba, pues solo era escuchada cuando sucedía algún altercado. El gentío se precipitó hacia donde provenía el sonido. Entre ellos Betsara y los jefes de la familias.
Violette supo que aquello no era bueno; decidiendo acercarse para verificar la situación.
—¡Yaidev! —gritó Gaunter, entrando con brusquedad—, ¡Intentaron asesinar a tu madre!
Néfereth no esperó, lo tomó del brazo, corrió hacia la puerta y montó el Losmus afuera de la biblioteca, lo subió de la cintura y Yaidev ni siquiera supo cómo.
—¡A un lado! —gritaba el Hijo Promesa entre la multitud expectante—. Si mataron a tu madre, te juro que buscaré al culpable hasta el infierno.
El joven no reaccionó, solo se aferró a su cuerpo, tratando de no caerse y también, por el miedo latente de no encontrar a Dafne con vida.
Sería una mañana movida para Prodelis, que a los primeros rayos del amanecer, presenciaron una escena perturbadora; cinco cuerpos sin cabezas esperaban en una mesa a las afueras del cuartel.
—No puedo creerlo —mencionó el rey, lucía cansado y desvelado, pero, sobre todo, decepcionado—, ¿Por qué los mató? ¿Por eso? ¡Me lo hubieran dicho y los hubiera ejecutado a todos!
—Señor, es muy extraño que usted actúe así —agregó Leyval.
—Claro que es normal, entiéndelo, se siente traicionado, tienes que ser más empático con las emociones de tu rey. —Ágaros negó con su cabeza, al parecer, el comentario de su compañero también lo había defraudado.
—A mí no me digas qué tengo que sentir y qué no —respondió tajante, no estaba dispuesto a que el nuevo consejero quedara bien delante Hecteli.
—No importa —interrumpió el rey—, igual será ejecutada, pero no nos haremos los idiotas, todos aquí son unos adúlteros de primera.
—Se ve muy molesto, señor. —Era extraño, por primera vez Leyval sentía la mala energía de su rey.
—¡Lo estoy! ¡Solo tráiganme a esa mujer!
Kendra rompió la puerta de la lujosa mansión.
—¡Ya dije que hoy no estoy trabajando! —exclamó Leila, bajando de las gradas afelpadas.
—¿Me recuerdas? Maldita puta. —Se aventó hacia ella y la tomó de los cabellos, el agarre fue tan severo, que le desgarró la piel.
—¡¿Qué estás haciendo?!
—Te van a ejecutar, te gusta coger ¿No? Pues lo harás en el infierno toda tu vida.
Le quitó de un tajo su bata y la arrastró por toda su casa. Salió y no le importó que se lastimara en el pavimento frío y rasposo. La gente ya estaba expectante, pues pocas veces, por no decir nunca, había ejecuciones públicas, sin embargo, cuando vieron a la culpable, todos, absolutamente todos, guardaron silencio.
Néfereth era muy famoso entre los ciudadanos, era el único guardia que podía conversar sin denigrar a nadie, y por supuesto, afamado por ser el líder de los Hijos Promesa.
—¡Ayúdenme! —gritaba una y otra vez, pero nadie acudía a su auxilio.
Dentro de la callada multitud, miró a Balvict, que se escondía entre las personas para pasar desapercibido, iba sin uniforme ni armadura, y el miedo supuraba de él. La gemela colocó a la mujer en el púlpito de la plaza, amarró sus manos y pies, y la levantó por los aires; su desnudez era pública. Todos estaban allí, desde los guardias comunes, hasta los Hijos Promesa.
—¡Se te culpa por... —exclamó el rey saliendo por el balcón de su castillo—, por actuar como una meretriz! ¡Engañaste a Néfereth! —Y lo último salió de lo profundo de su corazón.
Todo se volvió un caos, los hombres no lo podían creer y las mujeres se retorcían de coraje, cada una de ellas había luchado fervientemente para ser la digna y distinguida esposa de ese hombre, sin embargo, la que pendía de aquellos lazos, había ganado.
—¡Estúpida!
—¡Maldita, tuviste la oportunidad de ser una reina!
—¡Prostituta!
—¡Muérete!
—¡Que la maten por asquerosa!
—Calma, calma, daremos los respectivos honores funerarios —agregó Leyval.
—¡Mátenla! —gritó Hecteli y todo enmudeció.
Kendra se impresionó por la palabra de su rey, pero obedeció. Dejó caer el cuerpo de la fémina y colocó debajo de ella una lanza enorme. Entró por su cavidad vaginal y salió por su boca. La escena fue grotesca, nadie la esperaba, provocando vómitos y asombros ante la crueldad, muy parecida, de Drozetis.
Las mujeres estaban satisfechas, una nueva competición para ser la nueva esposa se llevaría a cabo nada más él llegara.
—Ojalá se pusieran así de guapas para mí —comentó Kimbra, que no parecía impactado ante el salvaje acontecimiento.
—Ten piedad —contestó otro Hijo Promesa—, las vas a partir a la mitad.
Ambos rieron y Kendra se acercó.
—Por lo menos ahora, nuestro líder tendrá descanso.
—No me gustaría que lo sepa —musitó la guardia.
—Pero lo tiene que saber.
—No me gusta el comportamiento del rey —mencionó Kendra, preocupada.
—Tranquila, se lo merecía, quizá no de esa forma, pero en cuanto se calme un poco podré hablar con él.
—Te acompañaré. —La joven alzó su vista hacia el balcón real y una electricidad viajó por todo su cuerpo.
—¿Qué tienes? —preguntó su hermano.
—¿Eso era un rostro gigante? —Seguía observando, pero lo que vio, había desaparecido.
—¿De qué hablas?
—Era un rostro enorme, te lo juro, se asomó detrás... ¿Sabes qué? Olvídalo, creo que es el coraje que siento.
—Mejor descansa, Kendra.
—Parece que fue música para las jóvenes —agregó Ágaros, solo al cerrar el balcón.
—Con todo respeto, señor ¿Por qué no dejó que hiciéramos la ceremonia? Ni siquiera le dimos la oportunidad de un juicio.
—No me importa, Leyval, se lo merecía, la traición se tiene que pagar.
—No lo dice por Néfereth ¿Verdad? ¿O lo dice por Fordeli? —preguntó el primer consejero.
—A ti no tengo por qué darte explicaciones.
—Pero, señor, soy su consejero.
—Creo que no está listo para hablar —susurró Ágaros y le tomó del brazo para que ambos se retiraran.
—No me toques —reprendió al instante—, no te tomes tantas libertades conmigo.
—Parece que está celoso, señor, y un consejero celoso, puede ser peligroso.
—No, Leyval no es así, todavía él está aquí y sé que no me traicionará. —Hecteli se sentía triste, inconforme, algo no estaba bien.
—Espero que no y aprovechando su ausencia, puedo preguntarle, su majestad, ¿A dónde envió ese Naele hoy temprano?
—No pude evitar sentirme mal, así que mandé a pedir ayuda con Haldión, pero no contesta.
Al término de sus palabras, el ave aterrizó en su balcón.
—Pues... ya contestó.
—Maldita sea, ese maldito va a morir viejo, lee esa carta, por favor.
—Claro. "Estimado Hecteli, no me gustaría hacerte de menos en la propuesta, pero para nosotros, Inspiria está muerto, solo como dato extra, hemos tenido dos enfermos, sin embargo, ya han sido sanados".
—¿Qué? ¡No puede ser!
—Son rápidos, ¿Verdad? —Ágaros sonrió mientras doblaba cuidadosamente la carta.
—¡Maldita sea! Tenemos que preguntarle... —Hecteli estaba eufórico.
—Señor, tranquilo, sinceramente no les creo nada.
—¡Pero tú pudiste hacer cultivos!
—Yo... Pero le propongo algo, señor, ahora que Leyval no está.
—Dime, dime, ¿Qué piensas hacer? ¿Conseguirás el medicamento?
—No, señor, claro que no, algo mejor, Haldión no me conoce, bueno, de verdad espero que no me conozca.
—Claro que no, eres muy joven, a menos que te parezcas demasiado al consejero de mi padre.
—La genética es milagrosa, señor, pero iré y verificaré por mis medios si es verdad lo que dicen.
—¿En serio lo harías? —El rey estaba impactado, agrandó los ojos no creyendo la noticia.
—Hasta el infierno y de regreso.
—Nunca un consejero había salido ni se había arriesgado tanto, solo tú y Fordeli.
—Algo que no hace Leyval ¿No? —Ágaros sonrió.
—Pero tú eres enorme y él...
—No tiene nada que ver, señor, la mente lo puede todo, sin embargo, haré esta tarea por usted, por el reino, por nosotros.
—Gracias, Ágaros, si tan solo me entero de que ese maldito me está mintiendo. —Respiró con fuerza y entrecortado, de verdad estaba molesto.
—Tranquilo, señor, tranquilo, partiré en unas horas.
—Gracias por ayudarme en estos momentos tan difíciles.
—Señor —Se acercó y le tomó de los hombros—, descanse, no se preocupe, aquí le dejo una selección de las mejores frutas, que lo disfrute.
El consejero se retiró de la habitación, no obstante, Leyval le esperaba recostado en la pared.
—¿Escuchaste? —inquirió.
—Así que tienen la cura y parece que quieres ganarte rápidamente el protagonismo.
—No soy tu enemigo, Leyval.
—Claro que no.
—¿No gustas acompañarme?
—Por supuesto que no... para que me mates a medio camino, claro que no, me quedaré.
—De verdad eres un conspiranoico —rio con fuerza—, mejor cuida del rey.
—Ya te dije que no me digas lo que tengo que hacer. —En su rostro no había ni un ápice de duda.
—Echaré de menos tu compañía.
—Sí claro, yo también, ahora puedes irte.
—Eres tan extraño, cambias de actitud muy rápido, ¿No quieres alguna fruta?
—No me estés dando esas estupideces, yo solo como carne —rezongó y no podía creer que la persona que estaba delante era la misma que le hubo pedido una reunión con el rey unos días antes, pues el contraste y el brillo de sus ojos, habían cambiado por completo.
Ágaros sonrió mientras se retiraba, respirando con fuerza, tragando un poco de coraje.
Velglenn se aferraba del peñasco, el aire frío, sus llagas y lastimadas complicaban todo, sin embargo, al llegar al árbol Adamas, quedó impresionado. Las raíces eran sus ramas, y sus ramas sus raíces, parecía estar al revés, era simplemente hermoso, pero se percató de algo, no había ninguna gota de savia, estaba seco, sin ningún fruto.
—No, no, no ¡No! —gritó y comenzó a golpear la filosa pared—, ¡Maldita sea!
Lloró amargamente, su pecho se comprimió, era demasiado, había pasado por tanto ¿Para nada? Un golpe certero desgajó varios trozos de piedra, se aferró con fuerza, pues casi caía al abismo.
Se asomó por el agujero en la que solo podía entrar su brazo, y vio un enorme pozo de savia, sus lágrimas aumentaron, pero esta vez de felicidad, agradeció a quien fuera, y tomó un poco en un pequeño frasco, lo había encontrado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro