Capítulo 8 - ¿Quién?
Los rayos del sol lograron verse a través de los extraños árboles. Y aunque la luz iluminaba un sendero ancho y sin peligros, Velglenn no desistió de su camino, siguió por la misma vereda, esa que se sumía más y más en las tinieblas.
La nieve amortiguaba un poco el sonido de sus pisadas, pero la hojarasca lo evidenciaba. Escuchaba ruidos de todas direcciones, olores extraños, sensaciones difíciles de explicar, miradas en su espalda y hasta respiraciones en su cuello. Sentía que había viajado por días, sin embargo, todo eso había sucedido tan solo después de despertarse.
Iba descalzo, no podía describir las cosas que rosaban la palma de su pie, eran decenas de texturas y todas y cada una de ellas eran aterradoras. Ni un mago le había contado sobre eso, y era porque simplemente nadie conocía de ello.
El lugar era la mezcla perfecta entre selva, bosque, un enorme y fangoso pantano, un mundo desconocido y desgarrador, en el que solo la niebla lucía inofensiva, aunque parecieran cenizas.
Recordaba haber visto la misma piedra; con coraje e incertidumbre la marcó con una planta de tonos violetas, quería asegurarse de que no se estaba volviendo loco. No obstante, al llegar a una roca similar, encontró su sello repetido cuatro veces más, y allí fue cuando todo se vino abajo. ¿Cuándo había pasado?
Miró al cielo y bajó su mirada rápidamente esquivando cualquier aberración, estaba dispuesto a darse un pellizco para despertarse; quedó boquiabierto, su brazo rebosaba de lastimadas, pues no era la primera vez que lo hacía. Se sintió morir. Casi derramaba una lágrima, pero es que ni de eso podía fiarse, tenía miedo de que fuese víctima de lo que sea si demostraba tan solo una debilidad.
La desesperación en su cuerpo lo obligó a tomar una acción presurosa, hizo un hechizo con su mano derecha para cauterizar con fuego las heridas en su piel. El dolor se propagó intensamente por todo su ser, el sudor caía sin detenerse, todos sus músculos se tensaron, sin embargo, no gritó, ni siquiera emitió un quejido, solo apretó su mandíbula a tal punto de rechinarle los dientes.
No quería llamar la atención, no quería demostrar nada que lo llevara a una muerte segura. Todo aquello lo realizó sin detenerse, con sus pisadas firmes, pero con sus pies heridos. Levantó la vista con los ojos repletos de lágrimas, era una situación que lo superaba. Lo que vio frente a él le devolvió parte de su vida, pues era un sendero nuevo.
Miró su brazo y se dio cuenta de que no tenía ninguna marca de pellizcos, pero sí tenía la quemadura. Lo entendió o eso creyó. Si volvía a dormir, despertaría en una ilusión en la que solo saldría haciéndose daño. Podía descansar, no obstante, tenía que hallar una forma para evitar dormir, aunque esa fuerza invisible pendiera de sus párpados.
No importa cuánto tiempo le tomase, no debía sucumbir ante el sueño, pese a que eso implicara días de desvelo.
—Ese no puede ser Hecteli. —Néfereth llevó sus cabellos hacia atrás en un reflejo de frustración e incredulidad.
—Si no es él ¿Quién? ¿Acaso no lo ves? —preguntó la capataz, señalando con fuerza sobre el papel, en el punto exacto en donde se encontraba la firma.
—No puede ser, no puede ser —repitió.
—Acompáñame, hablaré con mi padre.
—Espera, ¿No le diremos a Yaidev?
—No, aún no, necesito estar preparada para cualquier decisión que se tome a partir de ahora, especialmente porque su madre vendrá aquí.
—Está bien.
Ambos jóvenes caminaron hacia una de las residencias más grandes e impecables del reino, en donde incluso antes de entrar, el aroma a madera ya se podía oler.
La entrada permanecía cerrada, Violette tocó sutilmente, esperando que alguno de sus hermanos le recibiera, no obstante, no obtuvo respuesta. Sacó la llave y entró sin dudar. Buscó por todas las habitaciones y el Hijo Promesa la miraba pasar de un lado hacia otro con un rostro empapado de preocupación.
—¿¡Papá!? —exclamó, al encontrarlo sobre su escritorio—. ¡Papá!
Néfereth entró de inmediato para levantarlo, Gaunter, que los había seguido, secundó su acción.
—Aquí, aquí —balbuceaba la joven sin control, guiándolos a una habitación—. ¡Maldita sea, papá, papá, reacciona! —La puerta sonó de nuevo y Violette reconoció la voz, era su hermano Manfred que tarareaba una canción—. ¡Manfred! —gritó, percibiendo de inmediato los pasos presurosos acercándose a la recámara.
—¡¿Qué pasa?!
—¿Dónde mierda están todos? ¡Llama a un médico!
—Lo siento, pero sabes que nosotros tenemos trabajo que hacer. —Era cierto, Disdis era el único de todas las familias que les había mostrado una vida sin lujos. Sin embargo, por culpa de la preocupación, Violette no lo recordaba.
—Hija, estoy bien, estoy bien —musitó tan solo al recobrar la conciencia.
—Papá —vociferó—, ¿Qué pasó? ¿Qué tienes?
—Violette, solo estoy cansado.
La plática se vio interrumpida por Gaunter, que ya había llamado al médico de la familia.
—Señorita Violette, espere afuera un momento, más tarde podrá hablar con su padre.
La joven asintió, mientras los demás le seguían. Ninguno mencionó palabra. Y afuera de su lujosa mansión, ya se encontraba un número considerable de vecinos, entre ellos a Nasval.
—¿Pero qué es todo ese escándalo? —cuestionó.
—Mi padre está enfermo del corazón.
—¿Estás seguro que no es esa enfermedad? ¿Esa peste? ¿La maldición?
—¡No! —Violette se exaltó.
—Es mentira, lo quieres ocultar para que no lo sepamos, tú eres la que trajo esta enfermedad.
La capataz soltó una cachetada que resonó dentro de toda la multitud, a esas alturas, Betsara, Naor y los otros miembros de las familias, ya se encontraban cerca.
La población se impresionó al unísono, incluso Jacsa, el hijo de Nasval. Sin embargo, pese a la acción precipitada de la joven, nadie se atrevió a reclamar nada, no era causa del arrebato, sino la presencia poderosa de la bella dama.
—¿¡Cómo se atreve!? Entre, maldito vejete, y vea lo que está pasando, pero antes, le aclararé una cosa, si hubiera querido traer la peste, ya habría soltado a cientos de enfermos y le juro que hubiera empezado por usted.
Nasval quedó pasmado, con una mano en su mejilla, con el rostro enrojecido. No tuvo el valor de responder, ni siquiera sabía cómo hacerlo. Nadie del reino, incluso su esposa, le había hecho un desplante como ese.
—Violette, no te preocupes por él, queremos entrar a ver a tu padre. —Betsara lucía tranquila, le costaba admitir que la hija de su líder era valiente.
—Aún no, hasta que el médico lo indique.
—Está bien, entonces ¿Qué te respondió el rey Hecteli?
—Señora Betsara —Respiró hondo y continuó—: por favor, le ruego que reúna a la población, tendré que realizar un anuncio de suma importancia, aquí no hay nada más que ver.
—¡Ya oyeron, lárguense de aquí! —reprendió Naor y acompañó a su madre para realizar el comunicado.
A pesar de la incertidumbre, el asombro y la congoja, acataron la orden y se retiraron a la plaza central.
—Néfereth, ve por Yaidev y traigan a Dafne, por favor.
—Está bien, ¿Quieres que la transporte en un Losmus?
—No, esta vez llevarás otra de nuestras bestias.
—¿Cuántos de esos animales tienen?
—Néfereth, eso no es lo que importa ahora, solo ve con Yaidev, por favor.
—Entiendo, pero... ¿Quién nos acompañará?
—Nadie, vayan ustedes dos.
—Está bien, regresaré lo más rápido posible.
—Gracias, no sabes cuánto me has ayudado. —Despidió al caballero y mientras se alejaba, observó el papel que Hecteli le había respondido, no había manera de contarle esto a su padre, no ahora, así que lo arrugó con fuerza y lo guardó tristemente en el bolso de su pantalón.
Néfereth llegó a la recámara en donde pensaba que se encontraría Yaidev, sin embargo, no había nadie, por lo que dedujo que estaría en la biblioteca.
—Yaidev, vámonos —ordenó—, ¿Dormiste algo?
—Sí dormí unas horas, vine aquí a las seis de la mañana, ¿Vamos por mi madre?
—Sí, ven conmigo.
—He escuchado cierto alboroto, ¿Pasó algo?
—Te lo contaré en el camino.
El joven colocó los libros en orden, Maya le observaba sonriente, no obstante, cuando el caballero la veía, ocultaba su sonrisa.
Ambos se apresuraron al granero que se encontraba en una de las entradas de la cúpula, esperaban encontrar lo que estaban buscando, pero los animales les sorprendieron en gran manera.
—El guardia Gaunter me dijo que necesitaría un Natra —agregó un anciano, encargado del "estacionamiento" de Real Inspiria.
—Sí, lo que sea que me ayude a transportar a alguien delicado.
—Aquí está. —El hombre se alejó lo suficiente para tomar de las riendas a un animal enorme, similar a una Catarina. Sus alas eran duras y cubrían gran parte de su espalda, su cabeza era pequeña con ojos saltones, era hermoso. Sobre ella había dos pequeños asientos.
—Es... es... es magnífico —contestó el joven botánico, riendo ante la creatura sumamente extraña, pero llena de ternura.
—Toquen su estómago para que abra las alas más gruesas, las delgadas sirven para volar, pero lo hará solo por momentos, no se asusten.
—Entiendo.
Néfereth haló al animal y la puerta traslúcida se abrió, no había tiempo para preguntas, aunque se estuviese muriendo por saber.
—¿Qué esperas? —interrogó el guardia, al ver a Yaidev todavía sin subirse.
—Estoy esperando a Violette.
—Ella no vendrá. —Y el botánico seguía allí, en el mismo sitio—. ¿Qué haces?
—Estoy esperando a la señorita que nos acompañará.
—Yaidev, nadie vendrá, la señorita es el Natra, sube ahora.
El joven moreno rodó los ojos, era otro viaje que resultaría más incómodo debido a la forma del animal.
—¿Me contarás?
—¿Qué cosa?
—Lo que pasó con Violette.
—Su padre está enfermo...
—¿¡Por la peste!? —Yaidev giró su rostro violentamente, sin embargo, Néfereth no lo miró, siguió con la vista puesta sobre el camino.
—No, tranquilo, parece que es un problema con su corazón.
—¿Sabes si es grave?
—No lo sé, esperemos que no lo sea y que se recupere, a juzgar por los demás miembros de las familias, creo que él es uno de lo más responsables, si no es que el único.
Ambos guardaron silencio, era uno muy incómodo, en donde solo se escuchaban los chillidos del animal. Por ocasiones vibraba y se animaba a volar con sus pequeñas alas, pero solo avanzaba unos metros y volvía a caminar. Ninguno de los dos había experimentado algo similar, por lo que las sensaciones en sus estómagos se acentuaron con intensidad. El Natra se elevaba pocos metros, no obstante, eran los suficientes para generar el vértigo.
—Yaidev —resopló, provocando un respingo en el joven frente a él.
—¿Qué?
—Agárrate bien, o chocarás conmigo o con... solo sujétate bien.
—Pero no es mi culpa, este animal vibra.
—No hace falta que lo digas, lo sé, y para colmo, este asiento es super incómodo.
—No es incómodo, es solo que es para gente normal... no como gente de tu tamaño.
El caballero hizo una mueca de molestia. Los cabellos de Yaidev rozaban su mentón y un olor a canela emanaba de ellos, era un aroma dulce. Ninguno hablaba y solo el camino se hacía más tormentoso.
—Yaidev.
—Dime.
—El rey Hecteli retiró el apoyo de Inspiria... Pidió que sus hombres regresen, solo dará equipo para los magos, pero tampoco intercederá por nosotros con el rey Haldión.
El botánico tragó saliva, apretó sus manos de impotencia, estaba devastado. Hubo un vuelco en sus emociones, una mezcla entre decepción, tristeza e incertidumbre, pero pese a lo que Néfereth esperaba, el joven guardó la compostura.
—Lo entiendo —susurró—, no hay problema, es entendible, al fin y al cabo, solo somos un pueblo.
—No se supone que termine así, nosotros somos los protectores del reino.
—¿Cuál reino? ¿Inspiria? Por supuesto que no, de tu reino, y me atrevería a decir que de tu rey, nada más, no viniste aquí a cuidarnos, viniste aquí por el grupo de Fordeli.
—Pero... podemos hacer algo, no sé.
—No hace falta, es mejor que vayas con ellos. —Néfereth no respondió—. Si no vas, ¿Quién cuidará de tu esposa? ¿Quién? —Y al término de la interrogante, el caballero se sintió apenado y no sabía el porqué; un rubor acaparó sus mejillas y tragó saliva—, también tienes que cuidar de tu rey, es lo mejor.
—Yo...
—Acéptalo, Néfereth, mírame. —El joven volteó lentamente—. Solo somos unos campesinos. Aprecio tu inquietud, pero no tienes ningún compromiso con nosotros, puedes volver cuando quieras y tu puesto seguirá siendo el mismo, además, esta no es la primera vez que sucede, fue de la misma manera con la peste de sangre, al principio ninguno quiso ayudar, solo cuando todos se estaban muriendo decidieron aportar. No es correcto que te preocupes por un reino ajeno al tuyo, no puedes faltarle a tu rey, estás juramentado y es lo que hacen los guardias como tú. —Néfereth tragó fuerte, apretó su mandíbula y el joven pudo percibirlo, pero no podía discernir si era por molestia o tristeza, no obstante, Yaidev prosiguió—: Yo solo juego con ramas y con algunas especias... Te agradezco lo que hiciste por mi madre, no lo olvidaré, pero eso será todo.
Aquello terminó en un rotundo silencio, el ambiente se volvió tenso, el aire silbaba en sus oídos en un intento apacible de tranquilizar su corazón, pero solo despertaba la ansiedad, el desasosiego.
Todo lo que Yaidev había mencionado era cierto, y cayó en cuenta de que siempre sería un guardia solo por el simple hecho de ser un Hijo Promesa. En realidad, ¿Qué decisión había tomado por sí solo? ¿Qué lo diferenciaba de los demás si todos daban la vida por el rey? Todos sus años sirvió sin ver a diestra ni siniestra; tan leal, tan perfecto. Era una basura, una completa pérdida de tiempo.
—Gracias por estar aquí... No pienso alargar esto, debo comunicar que mi padre no está bien del corazón y es muy probable que no pueda seguir con el cargo como jefe del concejo. Ustedes han visto lo que yo he hecho por ustedes, y de lo que he tratado en el pueblo de Amathea; he sido la única frente a esa marea de muerte y putrefacción y por ello me gustaría postularme, provisionalmente, como representante de la mesa, a fin de preservar la constancia del trabajo de Disdis y de amortiguar lo que tengo que decirles a continuación. Pero no sin antes saber que cuento con su apoyo.
La multitud se pasmó, todo había pasado tan rápido, pero ¿Qué podía ser peor de lo que ya se había contado?
—Yo te apoyo —exclamó Naor, y todos, sin excepción, se impresionaron ante la respuesta. Daevell no estaba contento con ello, pero no podía hacer una escándalo en ese momento.
—Te apoyamos, señorita, has sido muy valiente.
—Reconocemos el trabajo que realizas, por mí no hay ningún problema.
—Eres sensata y muy capaz, eres perfecta para el puesto.
La gente comenzó a apoyarla, y Violette se sintió querida, no obstante, Nasval y la encargada de la milicia, lucían inconformes. Darmed se escondía entre las personas, pero no parecía importarle en lo absoluto quién fuera el suplente del concejo, por otro lado, Valkev solo escuchaba con atención.
—Si será provisionalmente, lo acepto —comentó Betsara y agregó—: así que puedes contarnos qué es lo que sucede.
—Creo que todos somos lo suficientemente maduros para entender lo que está sucediendo, pero también debemos ser conscientes, responsables y ver más allá del panorama actual. Fordeli, el científico encargado de encontrar la cura ha reconocido que esta supuesta peste, es una maldición. —La aglomeración colapsó, los murmullos aumentaron notoriamente, pero la capataz no se detuvo—: Hicimos todo lo que pudimos, fui testigo del esfuerzo puesto en la investigación, de los ataques perpetrados a los laboratorios, de los desvelos, del cansancio, del terror y de todas esas personas que dejaron de ser ellos, fui partícipe de los rostros sonrientes y macabros de cada "enfermo", pero nada dura para siempre... ahora que el rey Hecteli sabe que esto no es lo que él piensa, nos ha abandonado.
El tumulto se enardeció, los gestos cambiaron de impresión a unos llenos de ira, Violette no podía culparlos, pero sabía que una guerra no era la opción.
—¿¡Buscan guerra!? —gritó Betsara y la multitud secundó la propuesta.
—Por favor, he dicho que esto debemos tomarlo lo más razonable posible —repuso.
—¿¡Cómo nos pides eso!? ¡Nos han dejado a la suerte! —reprendió un desconocido.
—¡Y siempre hemos estado solos! Pero tranquilos, que tenemos un plan, y en ese plan está un mago. Con él podemos llegar a la cura, tenemos los recursos, el tiempo y la inteligencia para ello.
—¿Quién? ¿¡Un maldito de Drozetis!? —exclamó un ciudadano.
—Eso no es lo que importa ahora, pero si quieren calmar sus ansias, es un joven de nuestro mismo reino y con eso debe bastarles, porque si de verdad quieren vengarse de todos y cada uno de nuestros "reyes aliados", lo que hagamos después debe ser lo más relevante.
—¿Y qué procuras hacer? —preguntó Betsara, con las mejillas ruborizadas, y no se sabía si era el calor, el corsé o el odio que la habían puesto en ese estado.
—Con este mago esperamos encontrar una cura para la maldición, porque no hay otra manera de hacerlo, el rey Hecteli ha enviado los materiales adecuados para la investigación, pero esta vez relacionado a la magia, y con toda la ayuda posible, de ustedes y de quien sea, sé que se logrará, tenemos la prueba fidedigna de que la magia es lo único que puede controlarlo.
—¿Recibiremos la mierda de Hecteli? —cuestionó Naor, después, escupió al suelo.
—Los materiales no son los culpables de las decisiones tomadas por cualquier rey, así que sí, tomaremos esta oportunidad, porque de esta "mierda" se hallará lo que tanto estamos buscando.
—¿De qué prueba hablas? —agregó Valkev, su hijo, Daevell, miraba con impresión a su amada.
—La madre del mago enfermó, no obstante, usó su magia y para nuestra sorpresa, está consciente, y la mitad de su cuerpo está plenamente normal.
—¿Y la traerán? ¡Conoces los riesgos! —añadió Nasval.
—¡Por supuesto que la traeré! ¿¡Quieren ver cómo todos sus enemigos nos humillan de esta manera!? ¿No quieren encontrar la cura primero? ¿No buscan una venganza a largo plazo? Una que se servirá caliente y sin miramientos. Si de verdad son tan orgullosos, únicos y diferentes, entonces apoyen esta maldita causa, porque ustedes —Violette señaló al público—, la mayoría proviene de esos reinos, los han abandonado, los han olvidado. Acuérdense que esta maldición es al azar, estar dentro o fuera de la cúpula no garantiza nada, pero lo que sí puedo asegurarles, es que si nosotros avanzamos juntos, pero, sobre todo, avanzamos primero, hallaremos esa maldita cura.
—¡Maldita sea! ¡Pero podemos acabar con ellos!
—Señora Betsara, piense un momento en todas las consecuencias que podemos tener después de esto, y no me refiero a la falta de insumos o al armamento, sino a la pérdida de tiempo que tendremos para hallar una solución, de nada servirá ganar si al final la maldición nos mata a todos.
—¡Te apoyamos! —afirmó una persona de la multitud, seguido de una marea de gritos que clamaban lo mismo.
—¡Todo sea para acabar con ellos!
—¡Pagaremos lo que sea de ser necesario!
—¡Subiremos los precios! ¡Los salvoconductos no serán iguales!
—Hagan lo que tengan que hacer, pero no tienen que ser tan obvios —Valkev interrumpió.
El trayecto fue silencioso. Yaidev no quiso seguir hablando, le pareció que sus palabras fueron duras, o al menos eso es lo que creía que pensaba el caballero detrás de él, pues después de la conversación, no dijo nada más.
Arribaron en Inspiria, el Natra había volado los últimos metros, y al llegar, le esperaba tanto el grupo de científicos como los guardias, entre ellos, Fordeli, que lucía ansioso. Era de esperarse que se impresionaran por el curioso animal que los llevaba, sin embargo, no era momento para cuestionamientos.
—Por favor, dime lo que te ha contestado el rey —comentó solo al verlos bajar, ciertamente ninguno de ellos reclamó el que llegasen solos.
—El rey Hecteli nos abandonó y pide el regreso de todo el equipo de investigación, junto a sus guardias.
Quedaron boquiabiertos, en sus estómagos se manifestó un fuerte dolor, espasmos se agolparon en tan solo un segundo, era inquietante y perturbador.
—¿Me estás jodiendo? —cuestionó el científico, no dando crédito a lo que escuchaba.
—Más vale que empaquen. —En el rostro del caballero no había mentira.
—Lo lamento, Néfereth, pero estoy seguro de que saldrán adelante. —El hermano gemelo tomó el hombro de su amigo y lo apretó—. Ya oyeron al líder, vámonos de aquí.
Ante el silencio incómodo de la multitud, cada uno se fue por su camino, harían lo que el rey ya había dictado. La gente los vio, y ya esperaban lo peor. Solo al pisar las cabañas, Phoenix tomó su maleta, también Jaqueline, llevarían a Marta en la carreta en donde los gemelos habían llegado, mientras que los otros guardias tomaron sus respectivos Losmus.
Fordeli dio media vuelta y se dirigió al laboratorio, detrás de él fue Priscila, Néfereth y Yaidev, que no entendían por qué tomaba esa dirección.
—¡Maldita sea! —gritó, sin percatarse de la compañía.
—Señor Fordeli, es mejor que se vaya, esto podría tomarse como traición —añadió Yaidev.
—No me iré...
—¿Qué está diciendo? —Priscila estaba espantada.
—Lo que escuchaste, no pienso irme, prometí ayudar, y si me quieren allá, iré, aunque sea muerto. No estoy obligando a nadie, si quieres irte, por supuesto que puedes, entiendo a los demás, pues tienen familiares, pero también debo ver por Jax, fue una completa irresponsabilidad mía y necesito estar con él.
—Entonces yo también me quedo.
—Priscila, no es correcto, debes irte, esto no es para ti.
—No, señor, no tengo a nadie que me espere en casa, todo lo que tengo está en los laboratorios, se suponía que ustedes eran mi familia, y con usted he aprendido tanto.
—Estás muy joven para arriesgar tu vida de esta manera.
—Lo siento, señor, pero me quedo con usted, y no me hará cambiar de opinión.
El joven botánico observó a su acompañante, pero fue el caballero que abandonó el almacén, mientras dejaba atrás a un incrédulo y angustiado Yaidev.
—Néfereth, ¿No piensas arreglar tus cosas? —preguntó Kendra.
—Los ayudaré a empacar. La señora Marta tiene fracturado un pie, Phoenix y Jaqueline pueden ir por ella, pero no les vendría mal la ayuda de los guardias.
—Pero dime ¿Irás con nosotros? —cuestionó Ur.
El Hijo Promesa apretó los labios y se limitó a subir las maletas de sus compañeros.
—Néfereth, contéstame... ¿Irás con nosotros?
—No, no iré.
—Hermano ¿Qué dices? No puedes quedarte aquí, eres la mano derecha del rey —agregó Kimbra, preocupado.
—No, lo siento, lo que Hecteli está haciendo no es correcto, mi deber como guardia, mi honor, va más allá que servirle al rey, no puedo hacerlo, esta gente necesita mi ayuda y es lo que haré.
—Te entiendo, querido Néfereth —musitó Kendra—, eres un excelente hombre, ojalá todos fueran como tú, daremos las noticias al rey, y pondremos tu nombre en alto.
—No hace falta que lo hagan, ahora soy un desterrado.
—No digas eso, para nosotros sigues siendo nuestro almirante, nuestro hermano, nuestro mejor amigo.
—Gracias, Kendra, les debo una.
—¡Me quedaré! —exclamó Ur, con sus manos empuñadas y sus ojos cerrados, parecía un arrebato, pero era pura determinación.
—No, Ur, ve con ellos...
—No, por favor, déjame quedarme, eres mi mejor amigo.
—Vaya, vaya, el enano tiene agallas —agregó la Hija Promesa, mientras reía.
—Kendra, ahora no, tengan cuidado, y muchas gracias por ayudarme.
—Cuídate, Néfereth, y suerte, enano.
Ambos hermanos dieron la vuelta y subieron a sus bestias, Fordeli se acercó a su equipo para despedirse, era extraño que después de tantos años se separasen, pero era una oportunidad de oro para los que sí tenían familia. Y aunque sus vocación era fuerte, el amor a sus seres queridos lo era más.
—Espero que lo entiendas, Fordeli, te pido una disculpa.
—No hace falta, Phoenix, es ahora o nunca, cuida de Marta, por favor.
—Lo haré, cuídate.
Jaqueline insistía con Priscila, pero la más joven del grupo no cedió, por lo que triste, se dio por vencida.
Todos los guardias y parte del equipo de investigación se fueron esa mañana, la gente lloraba, sin embargo, ya no tenían fuerzas para reclamar, también admiraban la valentía de los que se quedaron, se sentían, de cierta manera, aliviados.
Yaidev estaba dentro del pequeño desván en donde Dafne se encontraba, dormía plácidamente, tranquila y sin dolor. La miró y derramó una lágrima, fue fugaz, pues respiró hondo para despejar ese sentimiento que no entendía.
La puerta se abrió sutilmente y no supo cómo, pero sabía que ese hombre de cabellos plateados estaba detrás.
—¿Qué haces aquí?
—¿Qué crees que hago? Anda, llevemos a tu madre, no tenemos tiempo.
No obstante, el joven botánico se aventó a sus brazos y lloró casi de inmediato, el caballero quedó inmóvil ante la acción precipitada, y al segundo, casi como una llama vibrante, se envolvió de calor.
—Gracias, gracias, por no dejarme solo —repetía una y otra vez.
—Yaidev —susurró—, solo quiero que sepas...
—Que no es por mí —Y se apartó al instante—, lo sé, lo siento, es solo que... estoy feliz de que no nos dejen, de que no nos dejaron a nuestra suerte.
De nueva cuenta, no supo qué responder ni qué hacer y eso lo enojaba, ¿Pero qué mierda le pasaba? ¿Qué estaba haciendo?
—Espera aquí, traeré el Natra, arregla lo que necesites, cualquier brebaje, material, lo que sea, ¿Está bien? Hablaré con Fordeli.
—Está bien.
Caminó rápidamente hacia el animal y, de regreso, se encontró con el jefe de investigación, conversando con las pocas personas que quedaban del pueblo, uno de ellos era el esposo de Rebeca, que se miraba desolado.
—Néfereth, quiero saber si podré ir con ustedes.
—Señor, me encantaría que lo hiciera, pero hay dos cosas en las que debemos pensar, la primera: necesita ver por esta gente —El guardia observó a los pueblerinos y suspiró—; y la segunda: que no sabemos si será bienvenido en Real Inspiria, probablemente la noticia de que Prodelis abandonó la investigación no les haya gustado, espero que me entienda, si la capataz decide traerlo, entonces así será.
—Entiendo, la verdad tampoco tengo el valor de ver de frente a toda esa gente, me siento avergonzado, fue muy extraño que el rey actuara así.
—Dejemos esa charla para otro momento, no estoy preparado para hablar de ese tema, ahora, con su permiso, iré por Dafne y me retiraré, dejo en sus manos el laboratorio y a todas estas personas.
—Priscila y yo estaremos pendientes, además, tenemos los guardias de Inspiria, los que Disdis ofreció, estaremos bien y buena suerte.
No perdieron más tiempo, Dafne fue puesta sobre el interior de la bestia, esta vez, Néfereth montó un Losmus y Yaidev iría sobre el Natra. El caballero no repetiría el incómodo recorrido.
El transporte llegó dos horas después a Real Inspiria, no obstante, les recibieron con los brazos cruzados, la cúpula se abrió sin problema, y nadie comentó nada acerca de la solitaria compañía de ambos hombres, algo que a Yaidev le extrañó, si bien las miradas seguían juzgándolo, muchos otros demostraban todo lo contrario.
—¿Qué les pasa? —preguntó.
—Violette mencionó algo respecto a esto, así que debemos darle las gracias. —Néfereth lo ignoró casi todo el trayecto, el botánico supuso que el abrazo había sido una completa estupidez.
—Chicos, vengan conmigo, tenemos espacio para ustedes —agregó Gaunter, que ya los guiaba a la zona propuesta.
Decenas de personas querían ver a la paciente, sin embargo, las alas del animal la cubrían por completo. Quienes solo tenían acceso de examinarla, eran los jefes de las familias y nada más, entre ellos, por supuesto, los médicos, Néfereth y Yaidev.
Las personas lucían molestas, todo, ocasionado por el abandono de ambos reinos. Les parecía ridículo, en especial a Betsara, que estaba segura de que los reyes subestimaban la capacidad de Inspiria. Los últimos años sirvieron para ser mejor en todos los aspectos. La fuerza militar, los suministros, insumos y armamento, eran la respuesta de un trabajo excelso y bien realizado, y nadie, en definitiva, estaba preparado para lo que habían alcanzado.
Violette se encontraba junto a su padre y hermanos, por suerte, Manfred y Landdis se habían encargado de la preparación.
Cuando todo se hubo calmado y la plaza mermó de invitados, Daevell se dispuso una tarea: hablar con Naor y advertirle que Violette sería su futura esposa. Así que se acercó al lugar en donde sabía que su rival se encontraba, y ahí estaba, acariciando su Losmus, mirándose aterrador.
—Naor —pronunció con tartamudez, provocando en su enemigo una genuina extrañeza. Era muy común que nadie se le acercase, en especial los herederos.
—Daevell ¿Qué quieres?
—Solo quiero decirte una cosa —Y apuntó directamente a su pecho, sudaba en demasía, y temblaba de los nervios y miedo, pero no bajó su determinación—. No me gusta la actitud que has tomado con Violette.
—¿Hablas de apoyarla? ¿Quién lo hubiera hecho? ¿Quién? ¿Tú?
—¡Eso no importa! Ella será mi esposa.
Naor se detuvo de inmediato y entendió todo, sin embargo, al percatarse del burdo intento de amenaza, se echó a reír sin escrúpulos. Tomó el hombro de Daevell y le dio suaves golpes, de verdad el "valor" del joven frente a él, le había provocado ternura, risa e incredulidad, por lo que, sin más, dio media vuelta, aumentando su risa ante la penosa actuación.
En Drozetis se respiraba la esperanza solo para los que tenían la capacidad de pagar por la sanación, pues tan solo al salir el sol, ya se había divulgado el precio de la dichosa salvación.
La multitud de personas se aglomeraba a las afueras del templo mayor, frente al castillo real, pero para darle el drama adecuado, ya estaba adornada como símbolo de la victoria ante la inminente peste. Sin embargo, la entrada era custodiada por los guardias, que solo permitían el acceso a ciudadanos capaces de pagar.
El rey Haldión se asomó sobre su balcón, observó sobre la plaza a todo el gentío que, sin pensarlo, aventaban las bolsas llenas de dinero.
—¿Ves a ese de ahí? El enfermo —cuestionó. Su guardia, el gran hombre que siempre le acompañaba, negó con la cabeza—. Así no es la peste... —Afiló los ojos tratando de examinar con mayor detalle—. Son unos malditos genios, los están enfermando a propósito, perfecto, les subiré el sueldo. —Se rio con intensidad, disfrutaba de toda la obra de teatro, y animado, se dispuso a realizar un comunicado—: ¡Queridos! Somos el único reino capaz de curar esta peste, deberíamos estar agradecidos y orgullosos por tan sublime logro, diez monedas no son nada a cambio de la salvación de sus hijos, de sus seres queridos.
—¡No tenemos dinero, todo se cobra aquí! —gritó un ciudadano.
—¡Qué pecado! —increpó—, por tu ineptitud y rebeldía, el precio sube a doce monedas.
La gente no lo soportó, era demasiado para el decadente sueldo que la mayoría de los ciudadanos ganaba, los únicos capaces de costear algo así, eran los que tenían negocios enormes o los que vendían en Prodelis, los miembros del concejo, tanto de los templos, como el Comité de Hechiceros.
—¡No sea un hijo de puta! —Se escuchó de la multitud, el rey abrió su boca impresionado.
—¡Ladrón!
—¡Maldito sea!
—¡Nuestros hijos necesitan salvarse!
—¡Es un maldito embustero!
Y una piedra fue aventada a su dirección, seguido de otros objetos. La reacción del rey fue quedar inerte, no podía creer todo lo que el pueblo estaba haciendo. Su pecho se estrujó, hasta el punto de quedar sin aire, sintió que su corazón descendía de su tórax, caminaba sin rumbo dejando una hilera de sangre en su trayecto. Vio cómo una espada atravesaba su vida, todo lo que había hecho por esos malagradecidos, había sido en vano.
La multitud se precipitó queriendo entrar al templo, y frente a la trifulca, los caballeros no podían hacer demasiado.
—¡Russel, haz algo! —exclamó Vass'aroth, que alzaba las manos para calmar la fiereza de las personas, pero ninguno le tomaba atención.
—Voy a orar —mencionó el primer consejero, sudando en exceso y alejándose del conflicto.
Los residentes comenzaron a entrar y golpeaban a todo lo que estuviera a su paso. Dentro de todos los reinados y todos los reyes que compartían el mismo apellido, no había sucedido algo como aquella blasfemia.
—¡Malagradecidos! ¡Prefieren ver a sus hijos morir! ¡Deberían dármelos a mí! —gritó el rey, tomándose del pecho y perdiendo el equilibrio, de verdad se sentía traicionado. —Nadie escuchó su queja, seguían intentando entrar a la pila bautismal—. Haz algo —musitó, cayendo en su asiento—, no dejes que se salgan con la suya.
El gigante asintió y de las ventanas del balcón brincó hacia la plaza, fue un salto enorme y un aterrizaje estruendoso, calmando por un segundo a la ola de desesperados. No lo dudó demasiado, sacó su hacha a dos manos y de un solo movimiento, de un solo corte, rebanó siete cabezas, entre ellos la de tres caballeros.
El hombre perpetró otro corte, pero la gente ya había comenzado a correr, por lo que solo alcanzó a matar a dos sujetos más.
Vass'aroth se encontraba sentado en el suelo, de pura suerte había esquivado el segundo ataque, pero jamás había visto a esa bestia. Se estremeció cuando le vio de cerca; era aterrador, era un monstruo.
Todo se volvió un caos, salieron despavoridos a refugiarse a sus hogares, mientras los guardias aprovechaban las conmoción para recuperarse de los embates, sin embargo, el caballero del rey no se movió, pues lo que había hecho era suficiente.
—¡Eso les pasa por desafiarme! ¡El precio sube a doce monedas, y que solo se queden en la plaza los que sí pueden pagar! —El rey entró de nuevo y cerró las ventanas con fuerza, mientras en el centro del lugar, en medio de los cuerpos mutilados, quedaron solo los más adinerados, con la vista puesta al suelo.
—Irás aquí —mencionó un mago, señalando un mapa percudido.
—¿Seguro que son los indicados?
—Claro que sí, yo iré por allá.
La noche había llegado al reino, tres hombres se disponían a enfermar a las personas que ya estaban marcadas en la lista. Iban sigilosos, rápidos y certeros, esta vez, soltarían el hechizo a diez personas.
Ambos se dispersaron, y uno de ellos llegó a una hermosa residencia, procedía a bajar por la chimenea, y asomándose por el conducto se convulsionó del susto, pues un rostro le esperaba en la parte inferior. Se talló los ojos para corroborar la extraña y horrorosa visión, sin embargo, cuando se asomó de nuevo, ya no estaba allí.
La incertidumbre gobernó su cuerpo y miró para todos lados, su mirada reposó en un rostro pálido y con llagas que le espiaba acostado en el tejado. Casi como un reflejo brusco, el miedo le azotó de nuevo.
La cara se alzó unos metros, el cuello de aquella aberración fácilmente medía más de tres metros, el mago quedó estático, asombrado ante la situación.
Russel y Vass'aroth disfrutaban de la victoria perpetrada unas horas antes, estaban en una recámara contigua al templo, en su mesa se divisaba una botella del más prestigioso licor, y dos copas rebosantes.
Reían y contaban las experiencias vividas, de la hazaña del guardia del rey y de las próximas víctimas a enfermar, reconocían que se les había salido de las manos, pero con aquel hombre de sus lado, nada sería un problema.
Afuera de la gran y hermosa iglesia, las calles eran silenciosas, pero la tranquilidad se vio interrumpida por los pasos estridentes de uno de los magos encargados de propagar la peste.
Entró sin preguntar, la puerta resonó fuerte y los consejeros callaron de inmediato.
—¡Señor! —exclamó jadeante.
—¿Qué tienes, qué te pasa? —preguntó el mago, que ya estaba molesto.
—Hay algo, hay... hay alguien allá afuera.
—¿Qué? ¿Quién?
—Es... es, no sé, es horrible.
—¿De qué hablas? ¿Dónde están los demás?
Su súbdito no respondió. Vass'aroth observó la puerta que rechinaba a causa del leve viento, y, al fondo, al otro lado de la calle, vio a un hombre de pie, en su cuerpo se exponían lastimadas, llagas, estigmas, sangre y pus, pero lo más aterrador de todo, es que su cuello se estiraba más allá de lo que podía ver tras el marco de la entrada. Se paralizó, apretó los puños y tragó amargamente.
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