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Capítulo 7 - Desolados.

—Velglenn, antes de que partas —añadió el anciano—, necesitas conocer más el lugar al que te diriges.

—Lo que me ha dicho, ¿No ha sido suficiente?

—Por supuesto que no. Escucha con atención. —Vas'thút se detuvo un momento, retuvo su respiración para luego exhalar fuerte—. Ya sabes que al árbol se le conoce como Adamas, sin embargo, la colina no tiene nombre, o más bien, no quisimos darle uno, la gente la llama como quiere, pero te puedo asegurar que todos los nombres son terribles.

—Está bien, escucho.

—Las Lullares te llevarán hasta los límites del bosque, después, en una piedra enorme encontrarás una marca, una mancha en color rojo; sea lo que sea que encuentres al cruzar esa línea, ya no será parte de lo que conoces. Nunca dejes de caminar, aunque sientas que te pierdes, que das vuelta sin ningún rumbo, siempre camina hacia adelante. Por nada del mundo retrocedas —Velglenn sintió un escalofrío recorrer su cuerpo—, y no cambies de ruta a pesar de lo que escuches. No sabrás si es de día o de noche, pero cuando te sientas cansado, verás unos árboles marcados con el mismo símbolo que viste al principio, solo en esas zonas podrás estar seguro, en ninguno más. —Vas realizó un énfasis en la última frase.

—Esas marcas ¿Quién las colocó?

—Cada diez años enviamos a los jóvenes más fuertes, necesitan de una concentración y fuerza física destacable, a pesar de lo mucho que se preparan, es la mayoría que no vuelve, pero los que han logrado regresar, han marcado los lugares en donde el mal no llega, en donde la protección es fuerte.

—Deberíamos quemar todo el maldito bosque —resopló.

—Por supuesto que no —repuso Vas de inmediato—. Mira la tierra cómo defiende lo que es tan importante, lo que le pertenece, ¿Qué crees que harían si descubrieran esa maravilla? La madre naturaleza es sabia, hijo.

—Lo siento, soy un mal mago, lo sé, y estar cerca del rey Haldión podría enloquecer a cualquiera. —Velglenn bajó la mirada, se sentía avergonzado.

—Claro que no, cuando tenía tu edad era igual, pero todo esto fue por nuestra culpa, por no matar a los reyes encargados, aunque tuviésemos oportunidad de hacerlo.

El joven pensó unos momentos, el hombre frente a él tenía razón, tantas veces el rey había estado tan cerca, solo era cuestión de determinación, un poco de valor y todo se habría acabado, pero es tarde, no hay tiempo para lamentaciones.

—Además —agregó el mago anciano—: eres fuerte y necesitas de esa fortaleza para poder subir, tanto física, como mentalmente.

—Sé que puedo hacerlo, he llegado hasta aquí.

—No te confundas, lo que pasó con las guardianas del bosque no es nada comparado con lo que puedes encontrar.

—¿Por qué? —preguntó, aterrorizado.

—Cada joven que vuelve cuenta algo diferente, ninguna bestia es la misma.

—¿Bestia? ¿Hay animales peligrosos?

—¿Animales? Por supuesto que no, eso es lo que menos debe preocuparte, pero créeme, no tengo ni la remota idea de lo que sean.

—Haré lo que esté en mis manos.

—Bien, y de verdad espero que encuentres algo de esa savia. Ahora te daré unos materiales que te serán útiles en la expedición. —Extendió su brazo y en su mano había una bolsa de piel—. Aquí hay algunos brebajes para el dolor de cabeza, y lo más importante, este mapa es lo más fiel que puedes encontrar, puede que no sea perfecto, pero te ayudará, lamentablemente no puedo darte más, no hay poción ni magia que pueda servirte, salvo tu voluntad y determinación.

El joven mago asintió, estaba listo para partir.

—Gracias, señor Vas'thút, esto cambiará todo lo que conocemos.

—Espero que así sea, ten mucho cuidado.

Velglenn dio media vuelta, se despidió de los jóvenes rescatados, de Naula, y cruzó la aldea hasta el bosque de las guardianas. Las Lullares se reían cerca de su oído, pero ahora no tenía miedo de ellas, les estaba altamente agradecido.

Inhaló rescatando del aire el valor que necesitaba, empuñó sus manos con la intención de recobrar su postura, de asegurarse que lo que estaba a punto de enfrentar, era lo más importante que haría en su vida y que de él pendía la solución.

Habían pasado unas horas de haber partido de la aldea, cuando las pequeñas guardianas dejaron de reírse súbitamente, Velglenn levantó la mirada de la hojarasca que reposaba debajo de sus pies y, frente a él, estaba la gran piedra inmaculada, como si hubiese sido tallada solo para mostrar la marca de color rojo; era tan intenso, que solo por un momento, le pareció que la pintura era fresca.

—Gracias por todo —musitó, agradeciendo a las Lullares, pero no obtuvo respuesta.

Frotó sus manos y cruzó la línea en tonos carmesí que dividía el bosque de la colina. Una niebla densa recubría toda la superficie. Inmediatamente al entrar, sintió la pesadez del extraño y lúgubre lugar, que más que una nube, lucía como las cenizas del infierno.

No era oscuro en su totalidad, pero tampoco traspasaba la luz solar, era un grisáceo intenso, un humo perpetuo.

Velglenn giró su rostro para ver la piedra que había dejado dos pasos atrás, pero su sorpresa fue mayor cuando no vio absolutamente nada, salvo el gas que se dispersaba lentamente a causa de su caminata. Se miró las manos, lucían manchadas, su vestimenta estaba llena de sudor, y al pasar la mano por su frente, recogió una severa cantidad de agua.

Se asombró, había caminado por horas, sin embargo, no estaba cansado, solo desorientado. Sacó el mapa de la bolsa y se sintió desvanecer, no tenía idea de dónde se encontraba. No obstante, no se detuvo, continuó su trayecto.

Comenzó a escuchar otros pasos en las hojas marchitas; no quiso voltear. Ya no parecía que solo era una persona que lo seguía, sino decenas más. Apresuró sus pisadas, casi dando zancadas, y observó entre la densidad unas ramas. Se acercó con presura, implorando que fuese un árbol como el anciano le había mencionado, pero no, aquello estaba muy lejos de parecerse a lo que estaba esperando.

Detuvo su mano antes de tocarlo, pues de los delgados troncos salían pequeños vellos, eran cientos de ramas pegadas entre sí, y lo que él solo pudo deducir, es que eran las gigantescas patas de un animal que desconocía. Se estremeció cuando las vio moverse en sintonía.

Se alejó sin pensarlo, y al contemplar el mapa de nuevo, logró identificar la zona o eso creyó él.

Por cada parpadeo podía jurar que caminaba horas, y el cansancio ya estaba presente. Era extraño, una pesadez en sus ojos lo querían dormir, era una presión terrible, una obligación. La irritación provocó que mirara detrás de él, fue un grave error. Por debajo de las hojas podridas varios bultos se deslizaban con rapidez.

La desesperación gobernó su cuerpo, y su terror fue mayor cuando aquellas masas mostraron un rostro; eran cabezas que le seguían de cerca, rodando sin misericordia. Sus piernas se desvanecían, chocaban entre sí dispuestas a dejar de correr. Miraba a su alrededor en busca del árbol mencionado, quería descansar, pues todo su ser estaba siendo sometido de manera grotesca. Arrastraba los pies, bajó su velocidad y el sonido de la hojarasca se incrementó en sus oídos. El vello se le erizó, estaba tan tenso que pensó que eran toneladas las que cargaba sobre su espalda.

A lo lejos, a unos diez metros, vislumbró el tronco, no tenía corteza y el símbolo refulgía con intensidad, trató de ir más rápido y cuando estuvo cerca, se aventó con todas sus fuerzas. Tocó el árbol casi pidiendo clemencia, y al instante, todo lo que le perseguía se esfumó. Su respiración era lo único que se escuchaba, giró su rostro lentamente, no había nada. Se sentó, exhausto, pero en sus pies ya no llevaba los zapatos.

Fordeli salió del baño consternado e histérico. Sus compañeros le esperaban afuera, y su reacción no les pareció normal, entendían que lo que acababa de pasar estaba fuera de cualquier imaginación, pero ¿Por qué había salido de esa manera?

—¡Maldita sea! —exclamó con violencia.

—Fordeli ¿Qué te pasa? —preguntó Priscila.

—Esto... esto —tartamudeaba—, esto me supera, no sé qué mierda está pasando.

—¿Lo dices por lo que acaba de pasar? —cuestionó Phoenix.

—¡Por todo! ¡Por todo! —No esperó respuesta y se dirigió hacia la entrada del almacén, buscando aire fresco.

Abrió con intensidad, pero se encontró con Néfereth cerca del laboratorio. El científico demostraba una actitud hostil y los caballeros lo percibieron.

—¿Está bien, Fordeli? ¿Qué pasa? —inquirió el guardia, aún repleto de sangre.

—¡No! ¡Ya no puedo con esto, estoy harto! ¡Esa mierda está viva! ¡Es un maldito demonio!

Los gritos cautivaron la atención, sin embargo, no muchos fueron los que salieron, pues estaban asqueados por lo sucedido. Violette y Yaidev observaban a lo lejos, ese sería otro espectáculo, lo que faltaba para elevar —todavía más— la incertidumbre y desesperación.

—¿A qué se refiere? —interrogó Kimbra, empuñando su espada con fuerza.

—¡¿Qué no escuchaste?! ¡No quiero nada, no quiero, esto es una maldición, y no sé cómo solucionarlo! —respondió, impaciente.

—Fordeli, cálmese, no tenemos otra opción que seguir investigando, somos los únicos que estamos aquí por voluntad propia, usted mismo lo dijo.

—Néfereth —vociferó—, en verdad pienso irme, no pienso quedarme acá.

—¿Pero qué mierda está diciendo? No nos han dicho nada y queremos respuestas —reprendió un pueblerino.

—¿No viste lo que acaba de pasar? ¿Tú tienes alguna explicación a esto? ¿Crees que todo lo que hemos descubierto no se fue al garete por culpa de ese comportamiento? ¿Qué vas a saber tú?

—¡Usted se comprometió, usted es el científico y debe ayudarnos! —gritó Violette, que estaba decepcionada ante las acciones del jefe de investigación.

—¡Es una maldición! ¡Es magia! ¡Y no puedo hacer nada!

—¡¿Por qué tardó tanto en decirlo?! ¿Por qué? —añadió Rebeca, devastada.

—¿¡Qué querían que hiciera!? Ustedes solo sufren con el sol sobre sus cabezas, y mi vida pendía de la guillotina en mi cuello.

La joven capataz se acercó con furia, propinando un golpe certero, el científico giró su rostro con brusquedad. La dama golpeaba más fuerte de lo que aparentaba.

—¿Perdón? ¿Cree que esta gente no tiene nada que perder? ¿Acaso no ha visto su situación? Usted vive en una cómoda mansión, ellos viven al día, con un salario mínimo, con el recuerdo de la pérdida de un hijo, aquí hay muertos todos los días, ¿Qué va a saber de eso? Cuando no tiene familia, ¿Acaso no les era suficiente con lo que ya vivían? Ahora una peste, una maldición asola los pueblos, no hay trabajo, no hay dinero. Si tan solo lo hubiera reconocido desde el principio, habríamos intentado con magia desde el inicio, pero su maldito orgullo lo cegó, hizo todo lo "posible", pero no logró nada, ¿Y ahora quiere desistir? —Violette respiraba agitadamente.

Hubo un silencio muy incómodo, Fordeli quedó con la vista hacia el suelo, sin ningún gesto, sus compañeros no hacían nada más que sentirse avergonzados.

—¿Nos ayudará? De no ser así, enviaremos una carta al rey Hecteli, solicitaremos magos, aunque los de nuestro reino no sean tan buenos, no obstante, si pedimos ayuda al Comité de Magos y Hechiceros de Drozetis, no creo que las familias estén de acuerdo. —Néfereth lucía determinante, la contestación del científico daba paso a muchas cosas, junto a una evidencia clara de pérdida de tiempo.

—Lo siento... no era...

—A nosotros no nos debe nada, pero se hará responsable de una disculpa pública, el pueblo merece una respuesta sólida. ¿Entendió? —determinó la joven.

—Claro, lo haré, pero antes quiero decirles que ayudaré en lo que pueda, es solo que, ahora que sé que esto no está en mis manos, necesitaré de magos, lo que sea, porque simplemente no conozco; soy bueno aprendiendo, si me enseñan un poco, podría apoyar en lo que fuese necesario, ese no será problema.

—Muy bien —respondió el caballero—. Violette ¿Crees que tu padre acepte la ayuda de Drozetis?

—No creo que ese sea el problema, podemos recibir ayuda de cualquier índole y no será ni una molestia, pero ese maldito viejo es un aprovechado, probablemente pedirá de quince a veinte años de alimentos gratis, o cualquier otra cosa descabellada.

—No, por favor —agregó Odelia—, ese hombre nos hizo mucho daño, perdimos muchas vidas por exceso de trabajo, nada cambiaría ahora, moriríamos por enfermedad o por explotación laboral.

—No es la primera vez que haríamos algo así, en la peste de sangre tuvimos que recurrir a sus beneficios, no obstante, fue muy abusivo con lo que pidió a cambio, la gente sufrió demasiado y tuvieron que trabajar por horas extras, por suerte pudimos rebajar los años que pedía —comentó la capataz.

—¿Entonces queda descartado? —preguntó el Hijo Promesa.

—A nosotros nos ve como simple mano de obra, un acuerdo es imposible, pero si el rey Hecteli intercede por nosotros, podría haber una posibilidad.

—Muy bien, entonces enviaré una carta, y el rey decidirá qué hacer. Si no tenemos la ayuda que necesitamos... ¿Qué haremos?

—Néfereth —musitó el botánico, se había guardado el coraje de hace unos momentos—, yo podría ayudar, mi madre es la única enferma que permanece consciente y estable, solo necesitaría más libros de magia, podría encontrar algo en ellos.

La multitud apoyó la propuesta, el caso de Dafne era la clara respuesta a la magia.

—Yo te puedo llevar a la biblioteca de Real Inspiria, sé que los libros no son tan buenos como en Drozetis, pero podemos encontrar algo, ¿Qué te parece?

—Eso debería ayudar —Su emoción se vio interrumpida de repente—. Pero ¿Qué dirán las familias? Nos odian.

—Que se jodan, a todos nos conviene esto, te prometo que no dirán nada, déjamelo a mí, pero, por favor, no hagas nada de lo que me pueda arrepentir.

—Está bien, está bien. —Yaidev no se miraba convencido.

—Iré con ustedes para evitar cualquier altercado. —Néfereth observó a sus compañeros guardias—. Ustedes se quedarán acá. Enviaré la carta y saldremos lo más rápido posible.

—En lo que ustedes se preparan, yo daré un disculpa pública —agregó el jefe de investigación, decaído.

—Hace bien. —Violette dio media vuelta, había sido suficiente.

—¿Escuchaste la disculpa? —preguntó el botánico, acercándose con cautela hacia la capataz.

—Lo escuché, la mayoría de la gente no está conforme, pero el que haya reconocido su error es un avance, y estoy segura que sin respuestas el rey Hecteli no los querrá de vuelta.

—¿Estás diciendo que no tienen de otra?

—¿Qué más harían? Aquí se quedarán, por lo menos hasta que esa maldita peste se extermine por completo.

—Sé que no tenemos ningún avance, pero sabes que tampoco habría podido hacer algo.

—Lo sé, Yaidev, también he visto la maldición, si tan solo hubiera aceptado que esto no era una enfermedad, hubiésemos pedido ayuda... Sin embargo, también lo entiendo, hizo lo que pudo como hombre de ciencia, es un sujeto con principios muy arraigados, además, al igual que al inicio, el rey Haldión tampoco hubiese accedido a mandar a sus magos.

—En eso tienes razón...

Ambos jóvenes guardaron silencio. En el lugar en donde se encontraban solo había dos Losmus. Esperaban con paciencia.

—Ya está —comentó el caballero al llegar junto a ellos.

—¿Ya la enviaste? ¿Qué decía? —preguntó la capataz.

—Si nuestro reino tiene los magos adecuados, podremos avanzar cuanto antes, solo que tardarían de dos a tres días, dependiendo el equipo que traigan, de no ser así, Hecteli puede interceder por nosotros con el rey Haldión, no sé qué es lo que pediría, pero supongo que pueden llegar a un acuerdo. Si nada sale como planeamos, no nos quedará de otra más que confiar en Yaidev. —El Hijo Promesa lo miró fijamente, y desvió la mirada casi de inmediato.

—Avanzaré lo que pueda en lo que recibimos respuesta del rey globo, estoy seguro que no querrá realizar una reunión, por lo que esto será una espera larga.

—Yaidev —agregó la joven—, pensemos positivamente y vamos partiendo.

Néfereth montó su Losmus, tenía un pelaje blanco y llevaba una armadura que cubría su lomo y patas, no obstante, el animal de Violette era más grande, un sangre pura, pues una de sus pasiones era coleccionarlas.

Yaidev se preparó para subir al Losmus de su compañera, pero este hizo un reburdeo y se alejó de inmediato.

—Espera —exclamó su dueña—, no te quiere aquí, tendrás que ir en el de Néfereth.

—¿Cómo? —Estaba perplejo.

—No hagas más complicado esto, Yaidev, y sube, se nos está yendo el tiempo.

El joven botánico rodó los ojos y subió apenado, mientras que el hombre detrás de él no emitía ningún sonido, ni siquiera había podido observar un gesto en su rostro, parecía haber muerto y era obvio que se notaba inconforme. Violette evitó mirar, solo inició la caminata, riéndose para sus adentros.

El recorrido había durado una hora y media. Yaidev bajó rápidamente, aún con la sensación de la respiración del caballero cerca de su cuello, por una extraña razón, aquel contacto le había erizado la piel en más de una ocasión, no solo su perfume era fuerte y gallardo, toda su aura era imponente. En ningún momento su espalda dejó de estar erguida, y sus firmes brazos no soltaron la rienda. Era raro, durante todo el camino se sintió protegido, resguardado, pero no podía darse el lujo de pensar en ello, eso, por mucho, estaba prohibido, debía ser una estupidez solo imaginarlo. Negó varias veces, hasta vislumbrar la enorme cúpula.

—Bien, Yaidev, no hagas nada que nos comprometa —reafirmó la joven.

—No lo haré.

Caminaron sigilosamente a la entrada. Era muy diferente a lo que estaba acostumbrado a ver. La puerta era traslúcida, un guardia esperaba detrás y se miraba a la perfección. Violette saludó y le abrieron al instante.

El lugar era simplemente maravilloso, no podía ser cierta la clara y muy notoria diferencia entre los pueblos de Inspiria con la capital, era ridículo, incluso Néfereth se llevó una sorpresa, no esperaba que todo lo que le rodeaba fuera de esa manera, se notaba la inversión, la tecnología y la apatía que tenían hacia todo el reino.

Las calles eran de gran tamaño, tapizada de una piedra que solo se conseguía en las Minas Siamesas, parecida al mármol. Todas las casas eran residencias, mansiones que albergaban jardines y patios de hectáreas de extensión, y no podían faltar los enormes establecimientos, las tiendas departamentales, bibliotecas y demás, no obstante, escaseaban los hoteles.

El caballero quedó boquiabierto, observaba con asombro los animales que allí estaban, algunos eran utilizados como transporte, carga o solo de compañía. Pero de algo estaba seguro, jamás había visto alguno de ellos.

—No esperaba esto —vociferó, quizá para sí, pero la capataz pudo escucharlo.

—No es algo de lo que me enorgullezca.

Ambos jóvenes se vieron extrañados, en algún punto pensaron que ella disfrutaba de ese magnífico lugar, era muy difícil creer que lo odiara.

—¿En serio? —preguntó Yaidev, atónito.

—Son los primeros en saberlo y espero que no lo cuenten, pero este sitio no es lugar para mí, pero basta de eso, acompáñenme.

La siguieron hasta uno de los más grandes edificios, decorado aun en los más recónditos rincones. Era magnífico, espectacular. Varios pilares se desplazaban a las afueras de una lujosa puerta, el grosor era grosero para solo ser una biblioteca. El tono grisáceo y aperlado predominaban en la fachada y cuatro chapiteles se alzaban con orgullo en cada esquina.

La gente los juzgaba, especialmente a Yaidev, ver a un mago era como ver un cometa. Cualquier persona que llegara, sea de Drozetis o del mismo Inspiria, era desplazado. Los que podían ser bienvenidos eran los habitantes de Prodelis, pues, a percepción de las familias, eran los únicos capaces de costear una digna vivienda dentro de sus tierras.

—Mierda, qué molestos son —comentó el botánico, irritado.

—No digas nada, se creen tan ricos que ni siquiera te dirigirán la palabra.

—Violette, ¿Qué hace un mago de Drozetis aquí? —preguntó Naor, la voz grave y profunda provocó un respingo en el joven acusado.

—No es de Drozetis, es de aquí, del pueblo Amathea.

—¿Un mago de Inspiria? Eso es realmente nuevo, ¿Y qué quiere? —Sonaba determinante.

—Vinimos por la peste, y más vale que me ayudes a realizar una reunión de urgencia, porque si ves a un mago en vez de a un médico, deberías estar preocupado. Sabes que me da pereza hablarte, pero esto es muy, muy, muy importante.

Naor reposó su brazo en la enorme arma que cargaba en su cintura, miró a los dos jóvenes que acompañaban a la capataz y suspiró.

—Bien, sé que eres la única que no mentiría, en un minuto haré la reunión, pero antes... Tú eres un hijo promesa ¿No es así?

—Sí, ¿Y qué con eso? —cuestionó el caballero. Ambas miradas eran pesadas y se respiraba la rivalidad.

—Bien, ¿Un cañón puede matarlos?

—Como a todos, ¿Por qué?

—Por nada, por nada, simple curiosidad, había escuchado que eran casi inmortales.

—Basta ya, necesito que realices la reunión, por favor. —Violette interrumpió.

—Está bien, te esperamos en el salón, nos vemos, un gusto. —Naor dio media vuelta, no repasaba la estatura de Néfereth, pero su cuerpo era grueso, y estaba cubierto de pieles, haciéndolo lucir aterrador.

—¿Y ese quién es? —interrogó Yaidev.

—Es el hijo de Betsara, una de las jefas de las cinco familias, encargada de la milicia, no en balde le dicen la "bélica". Es un sujeto poco tratable, mató a sus hermanos para tener la herencia, siendo su madre la principal culpable, su esposo es igual de problemático, pero, definitivamente es la mujer que se encarga de todo.

—¿Los mató? Qué sádico y despiadado...

—No solo eso, los dejó en la plaza como muestra de su fuerza, en fin, es un imbécil.

Entraron al edificio, y el agradable olor de los libros acaparó sus fosas nasales. Los estantes estaban repletos, ordenados simétricamente.

Los ojos de Yaidev se iluminaron, nunca había visto algo como eso, estaba maravillado, lucía como un niño pequeño, no obstante, bajó su mirada súbitamente, pues no había llegado a jugar, necesitaba una solución y la iba a encontrar. Por otro lado, el caballero a su lado lo observó dubitativo, una sensación de alegría y tristeza se agolparon en su pecho, lo había tenido todo, pero no había apreciado nada. Toda su vida se dedicó a la milicia, y a pesar de que lo consideraban muy diferente al resto de sus compañeros, él sabía que no lo era, pues sus manos estaban manchadas de sangre, de cientos de hombres desconocidos que también eran padres, hijos, hermanos. Suspiró.

—Violette, me alegro de verte —añadió una bella joven.

—Hola, Maya, por favor, dame los libros de magia, todos los que tengas.

La bibliotecaria la observó con intriga, nunca le había pedido algo como eso, pero al detallar al joven que se encontraba a unos pasos de la entrada, con esa vestimenta tan peculiar, pudo entenderlo. Sin embargo, Yaidev cautivó toda su atención, ver a magos en Inspiria era realmente raro, pero este en particular, era muy apuesto.

—¿Qué pasa? —preguntó consternada.

—Lo necesitamos, Maya, mi amigo estudiará esto para la peste que hay ahora.

—¿La peste de las llagas?

—¿Ese nombre le pusieron? —Violette comenzó a reír.

—No lo sé, tiene muchos nombres, la verdad no lo entiendo, pero aquí no pasará, ¿Verdad?

—No pasará nada si me das los libros que estoy buscando.

Maya se levantó de su asiento y se dirigió directo a un muro lleno de llaves, tomó una de las más antiguas y abrió una puerta algo pequeña. No estaba empolvada ni descuidada, en realidad, todo en esa biblioteca era maravilloso.

—Disculpa que no tenga estos libros aquí, la gente de Real Inspiria no lee nada referente a Drozetis, así que, para evitar que se maltraten, los conservo mejor en este lugar.

—Gracias, solo tomaré los que necesite.

—No, Yaidev, tomarás todos —ordenó la capataz.

—Los que gusten, de igual manera, no tenemos muchos de ellos. —La joven asintió repetidas veces, tener a Violette en su biblioteca siempre le ha generado nervios, ahora, con un Hijo Promesa y un joven apuesto a su lado, complicaban un poco más su situación.

—Gracias —repitió el botánico y sonrió.

Bajó unas gradas que lo llevaban a un sótano, la iluminación era cálida y los pasillos eran más angostos. Olía espectacular.

—Es bueno ver a otras personas dentro de la cúpula —mencionó la joven, su piel era tersa y parecía que siempre le acompañaba un sutil rubor, los cabellos dorados caían en sus hombros, y sus ojos verdes hacían una bella combinación.

—Solo estará por un tiempo, no te emociones. —La capataz dio media vuelta hasta la puerta del sótano, en donde Néfereth se encontraba.

—¿Qué pasa con ella? ¿No te cae bien? —cuestionó el guardia, en voz baja.

—Para nada, es una de las personas más dulces que conozco, es solo que... no quiero que se entere que soy así, todos me conocen por tener un carácter fuerte, y sus padres no son como ella.

—¿Sus padres? ¿Quiénes son?

—Son los dueños de todas las bibliotecas de los tres reinos, si la dejaron trabajar aquí, fue solo porque estaba en Inspiria, y porque les rogó por años.

—Fácil podría trabajar en lo que quisiera.

—Y lo sabe, al igual que yo, pero ambas amamos cosas distintas, lo único que me alegra es que haya podido quedarse y hacer lo que tanto le gustaba, como a mí.

El sótano era mucho más grande de lo que pensó. Yaidev miró hacia la lejanía del lugar, los estantes se perdían ante su vista, de no ser porque no miraba su reflejo, juraría que era un espejo.

Llegó al apartado de magia, eran suficientes libros, no obstante, buscó los más viejos. Uno de ellos tenía el lomo rojo, desgastado y enmendado, y al tocarlo, sintió un escalofrío, seguido de una respiración ajena a la suya. Miró por los entradas del anaquel, esperando encontrarse con Néfereth, pero no había nadie.

La piel permanecía erizada, un dolor en su cabeza se acentuó y en su estómago se creó un amasijo de incertidumbre.

—¿Néfereth? —preguntó, pero no obtuvo respuesta—. ¡Néfereth!

—¿Necesitas algo? —respondió el guardia bajando unas cuantas gradas, con la espada empuñada.

—¿Podrías sostener la puerta? Por favor, en un momento salgo.

—Claro, ¿Todo bien?

—Sí.

Siguió buscando en las repisas, tomó uno y comenzó a hojearlo, pero pronto sintió una presencia junto a él, no obstante, el joven seguía en su misma postura, leyendo parte de ellos para cerciorarse de que eran los indicados.

Aunque sus piernas se habían ido, aunque su dolor de cabeza aumentaba, él permaneció firme. Cuando hubo tomado todos los que quiso, se apresuró a irse, hasta sentir que alguien corría tras él, sin dudarlo volteó con rudeza, pero no había nadie.

—Tienes miedo, ¿Verdad? —preguntó el joven al aire, desapareciendo todas las sensaciones al instante.

—Bien, quédense acá, iré al salón a reunirme con las familias —musitó Violette, al verlo salir del sótano.

—Espera, ¿No crees que sea conveniente que te acompañe?

—Mira, déjame hablar con ellos primero y después te llamo ¿Está bien?

—Está bien.

La capataz salió de inmediato y se dirigió al edificio de reuniones, mientras Yaidev se sentaba de una de las cómodas y decoradas mesas. Maya lo observaba, estaba intrigada, pero el hombre de dos metros le intimidaba en gran manera.

Abrió la enorme puerta sin dificultad, los jefes de las familias estaban allí, incluido Daevell, que los había seguido.

—Espero que de verdad sea algo importante, porque estaba ocupado —agregó Nasval, su hijo, Jacsa, le acompañaba sin dejar de deleitarse de la joven de cabellos negros.

—Si ella dice que es importante, es porque lo es. —Disdis apoyó a su hija, y tosió un par de veces.

—Bien, cuéntanos a quién trajiste y por qué motivo. —Esta vez, Betsara había interrumpido, Naor ya había premeditado un poco de la conversación y por ello no se notaba tan exaltada.

—Bien, he traído a un amigo mío, pertenece al pueblo Amathea, el más cercano de las Minas Siamesas, se llama Yaidev y es un botánico empedernido, pero ha aprendido algo de magia.

—¿Cómo lo hizo? ¿Por qué? —preguntó Valkev.

—Señor, creo que ahora eso es lo de menos, déjeme terminar y con mucho gusto le contesto cualquiera de sus preguntas.

—Está bien, prosigue.

—Como les iba diciendo, él fue uno de los primeros en estar presente cuando la peste atacó, así que conoce perfectamente lo que ocurre en estos momentos, ahora, el señor Fordeli, actual científico encargado de la investigación de dicha enfermedad no ha podido descifrar absolutamente nada, justo cuando creíamos que teníamos oportunidad o una pista, el último comportamiento destruyó todas las alternativas, toda hipótesis.

—¿Qué? ¿No ha hecho nada? ¿Y qué mierda hace aquí?

—Señora Betsara, escuche, y después contestaré.

—Pero es que es un inútil, eso es lo que es.

—No es una enfermedad —añadió Violette, alzando ligeramente su tono de voz.

—¿A qué te refieres con que no lo es y con el último comportamiento? —cuestionó su padre, que se le veía pálido.

Violette no hizo nada, solo sacó decenas de fotos, y las extendió sobre la mesa; en ellas se retrataba a todos los enfermos en los árboles, las llagas que rodeaban sus cuerpos, la sangre, y toda la terrible enfermedad.

Las imágenes eran tan fuertes, que incluso la mujer llevó una mano a su boca, consternada ante lo que veía. Naor tomó de los hombros a su madre en un intento por calmarla. Ya habían divisado algunas pruebas, no obstante, aquello era increíblemente más impactante que lo mostrado primeramente.

—¿Cómo demonios hicieron eso? —Betsara estaba a punto de vomitar. Todos se sentían incómodos, era una sensación extraña, y por primera vez, entendieron a qué se estaban enfrentando.

—Hoy, decenas, no... cientos de personas "enfermas" llegaron al pueblo, cruzaron un pequeño lago, caminaron sobre la arena, dentro del agua, y salieron como si nada. Atacaron la aldea, por suerte, Néfereth, el Hijo Promesa que hoy me acompaña, y dos de su misma clase nos ayudaron a exterminar con todos. Todos están muertos —enfatizó las últimas palabras y prosiguió—: No había otra opción, no sabíamos qué harían con nosotros, tampoco supimos de dónde venían, pero a juzgar por los que están colgados en los árboles, podemos deducir que no todos los pueblos tuvieron la misma suerte, y aquí es donde me pregunto ¿Qué demonios están haciendo los capataces? ¿Nadie se percató de nada? ¿Nadie pudo haber avisado de que los aldeanos se estaban muriendo? Llegar a Amathea requiere de días de viaje para las personas que viven en el sur, ¿Y de dónde creen que llegaron todos esos enfermos? Exacto, del sur.

Los hijos de las poderosas familias habían sido comisionados como capataces para las diferentes regiones de Inspiria, era obvio que ninguno había cumplido su cargo. Se miraron entre sí, con una vergüenza que no podían explicar, excepto Naor, que parecía no tener ninguna clase de sentimiento.

—Es una maldición, algo nos maldijo, este suelo está maldito y solo la magia podrá hacer algo en contra de esa peste, pero ustedes saben muy bien que traer magos de Drozetis es una estupidez, deberle al rey Haldión es sinónimo de muerte y será lo mismo.

—¡De ninguna manera! —agregó Betsara—. A ese imbécil no le deberemos nada.

—Esperen, esperen, llevamos años de avances y tecnología, simplemente no puedo creer que sea una estúpida maldición, aquí no ha habido ningún contagio. —Nasval se cruzó de hombros y se inclinó en su asiento.

—Tú llevas más de treinta años aquí y eso no quiere decir que no seas un idiota. —Disdis ya se había puesto rojo, su rostro blanco y su cabello anaranjado le daban un duro aspecto.

—¡Basta! Hemos pedido ayuda con el rey Hecteli que parece ser el más predispuesto para este caso, tenemos esperanza de que pueda interceder con el rey Haldión, mientras esperamos la respuesta de ambos reyes, avanzaremos con la investigación con la magia, gracias a la ayuda de este joven que gustosamente se ofreció.

—¿Y por qué deberíamos confiar en él?

—Naor, porque no podemos confiar en nadie más ¿Conoces a alguien que sepa de esto? Además, su madre está enferma y es el único que ha podido mantener "estable" esa maldición. —La joven aventó otro par de fotos, se mostraba a Dafne, con la mitad de su cuerpo llena de llagas, mientras que la otra permanecía en perfecto estado—. Es el avance más efectivo que hemos visto hasta ahora.

Nadie dijo nada, solo se escuchó un trago de saliva simultáneo.

—¿Planea viajar todos los días o se quedará aquí? No quisiera incomodar al resto de la mesa, pero sería conveniente que trajeran a su madre aquí y así él tendría oportunidad de estudiar sin perder horas de investigación. —Darmed habló y dejó boquiabiertos a todos sus compañeros, siendo una de las pocas veces que participaba.

—¿Estás loco? Jamás traeríamos a algo que pudiera enfermar a todo nuestro reino —exclamó Nasval.

—¿Cuántas veces tengo que decirle que no es una enfermedad? Esto es aleatoriamente, ni usted ni yo estamos a salvo de que nos volvamos esas aberraciones. ¿Entendió? Si quieren una prueba, esa es la mejor que podrán encontrar. Además, podrían unirse los científicos de aquí y hallar una solución, varias mentes funcionan mejor que una.

—Violette, está bien, por mí no hay problema. —Valkev sonrió.

—Está bien, pediré permiso a mi compañero de transportarla acá; Gaunter —Señaló a su guardia más leal—, avísale a Yaidev que lo quiero aquí, está en la biblioteca central.

El caballero salió de inmediato de la habitación y no duró ni diez minutos en regresar, Néfereth también los había acompañado, sin embargo, esperó pacientemente afuera del edificio.

—Buenas tardes, señores —respondió el joven de piel morena, ciertamente su vestimenta no era como los magos de Drozetis, pero las joyas que adornaban su cuerpo eran claro sinónimo de que, por lo menos, la practicaba.

—Yaidev, los jefes de las familias quieren que traigas a tu madre a esta ciudad, tendrá todos los cuidados que requiera, estará cómoda, bien alimentada, vigilada y tú tendrás más tiempo de estudiar, así no viajarás diariamente y será menos complicado. —Violette se había encargado de agregar todo lo que él necesitaba, conocía del temperamento de su compañero y sabía que su madre era motivo de cualquier inicio de complicación.

Sin embargo, el botánico no respondió, quedó atónito ante la petición y por un momento le pareció que jugaban con él.

—¿En serio? —preguntó, inquieto.

—Lo sé, parece una locura, pero creemos que tienes más posibilidades para encontrar algo que pueda servir si te quedas aquí el mayor tiempo posible —agregó Betsara, que también estaba dispuesta, de mala manera y muy probablemente obligada, pero las fotos que divisó dejaron en su mente algo difícil de explicar, y no había manera de negarlo, por otro lado, Nasval estaba molesto, entendía que no podía hacer nada ante la mayoría de los votos. La mujer bélica, el idiota de Valkev, Naor, Daevell, Disdis y hasta el imbécil de Darmed, estaban de acuerdo.

—Si mi madre estará bien cuidada y sin que le falte nada, está bien.

Al encargado de la moneda se le estremeció el estómago, no podía creer que un simple campesino diera órdenes y que aun reclamara los requisitos.

—Está bien, haremos lo que esté en nuestras manos. —La capataz se mostraba satisfecha.

—Pero, querida, si los magos de Drozetis aceptan venir, lamentablemente no contarás más con mi apoyo, pues fácilmente pueden investigar en otro lado, menos aquí. —La jefa de la milicia sonó determinante y esta vez, ninguno de los miembros de la mesa habló, pues la mujer tenía razón.

—Entendido, si llega ese momento, podemos irnos de aquí.

—¡Maldito imbécil! Quiero el color rojo, no el verde, ¿Entendiste? —gritó el rey Haldión.

—Pero, señor, usted dijo hoy en la mañana que lo quería de este tono.

—¿Me estás desafiando? ¿Crees que estoy loco? Sé muy bien que te dije que era el rojo, y así no fuese, tendrás que cambiarlo porque así lo quiero.

—Señor... pero este dinero que me sobra es para las fiestas, no puedo comprar más pinturas.

—Eso, o no participas y te aventamos al bosque.

El pobre hombre no dijo nada, tendría que gastar de sus ahorros.

Un caballero que repasaba a cualquier otra persona de Drozetis, escoltaba al rey, regularmente eran decenas de guardias, pero cuando su hombre más fiel le acompañaba, no había necesidad de nadie más.

Haldión caminaba por las calles, la herida de su miembro todavía se encontraba sanando, y era necesario prepararse para la gran fiesta.

—Escucha, la fiesta se acerca y mi herida sigue estando sensible, si quiero que las muchachas y jovencitos me complazcan, es necesario que les aflojes los dientes, ¿Entendiste? Hazlo a tu manera, no me interesa, y dales a los padres una cuantiosa suma de dinero.

El hombre de gran tamaño solo asintió, esperaría a que su rey terminara su recorrido para realizar el trabajo sucio. Su yelmo contaba con una cresta que caía hasta el suelo, de manera que solo se miraban sus ojos, el color era una mezcla grisácea con vetas verdosas. Su brazo derecho estaba resguardado con un guantelete metálico hasta sus dedos, sus formas y terminaciones eran puntiagudas, luciendo dolorosas; su brazo izquierdo solo tenía un guante de piel que dejaba al descubierto parte de sus dedos, no obstante, en sus nudillos había una placa de metal que poseía las cabezas de siete clavos. Era aterrador.

Haldión había llegado a su castillo, se tiró en su trono exhausto, su pieles reposaron de inmediato y el olor que transpiró fue fuerte y asqueroso.

—Russel, encárgate de eso, y dile a Vass'aroth que te ayude, ya forma parte del concejo.

—Claro, señor.

—Quiero colores vivos, ya lo sabes... y si no tienen dinero, puedes enviarlos al bosque, para que se mueran.

—Entendido.

—Serás bendecida por nuestro rey al ser escogida para la fiesta real, y como extra, el señor les manda este precioso regalo, para que pinten sus viviendas y no se pierdan nuestras hermosas celebraciones —comentó un soldado, emocionando a una familia completa, que recibía el dinero con orgullo.

El enorme caballero se acercó sin disimulo, empuñó su mano y asomó ligeramente su dedo índice. Tomó el mentón de la pequeña dama, apretó sus mejillas y golpeó sus dientes; fue rápido y preciso. La joven emitió un quejido de dolor y las lágrimas asomaron presurosas. Le había quitado sus incisivos centrales.

—¿Por qué? —sollozó, consternada.

—Solo alégrate, eres bellísima y tus padres lo saben bien —volvió a comentar el hombre que le acompañaba, mientras el guardia gigante daba media vuelta y se dirigía a todas las viviendas en donde tendrían a algún adolescente, pues conocía muy bien los gustos de su rey.

Mientras unos padres no estaban de acuerdo, la mayoría apaciguaba sus disgustos por la cuantiosa suma de dinero, al fin y al cabo, solo serían unos días de festejo y todo volvería a la normalidad. Sin embargo, a los jóvenes varones que vivían en las calles o eran huérfanos, también les quitaba sus dientes, esto sin que la gente lo supiese. Las amenazas de ese hombre siempre se cumplían y era mejor no hacerlo enojar, pues todos estaban completamente conscientes de sus horrorosos métodos y terrible eficacia.

—Vaya que el rey está loco —mencionó Vass'aroth al enterarse de los arreglos, un tanto exagerados del reino.

—Eso no es novedad, pero mientras siga haciéndome rico, no hay problema.

—Riquezas ¿Eh? —cuestionó, irónico.

—Claro, ¿Qué más?

—Si quieres tener más riquezas, puedo contarte un plan que tengo en mente, es fácil de hacer y te aseguro que funcionará.

—¿Sigues creyendo que nuestros gremios pueden unirse? No olvidaré que tú fuiste el encargado de colocar al imbécil de Velglenn como consejero.

—¿Sigues con eso? ¿Te hizo algo que te generó algún trauma? De seguro ya está muerto, solo ten un poco de fe, ¿Acaso no la tienes? Escucha, Russel, y después me dices si puede funcionar o no.

—Escucho.

—Conozco de un hechizo que podría parecerse a la peste de Inspiria, si lo utilizamos para enfermar a la gente, podríamos cobrar por la cura.

—¿Y cuál sería esa cura?

—Tengo un sello que lo elimina completamente, pero el secreto estaría en el bautismo hacia tu congregación.

—¿Solo bautizándose tendrían la cura? Eso es interesante, pero dime ¿Qué diría el rey?

—Escucha, primero lo aplicaríamos a los más ricos y dejaríamos que los más pobres sigan trabajando para poder pagar, así, todos tendrían oportunidad de "salvarse", pero obviamente queremos los ingresos. Por el rey no te preocupes, él determinará quién se salva y quién no, así se sentirá con más poder y nosotros seríamos los mejores consejeros jamás contratados por él, matamos muchos pájaros de un tiro, ¿Qué te parece?

—Es estupendo —exclamó Russel—, ¿Cuándo empezaríamos?

—Podemos aplicarlo esta misma noche a tres personas, después, cuando el reino se entere de que solo bautizándose pueden sanar, le daremos una lista al rey de las familias más ricas, así, él dirá quiénes serán los salvados, además, quedaríamos como los únicos en poder unir nuestras dogmas.

—Eso es maravilloso, eres un genio, pero... ¿Seguro que tienes la cura?

—Claro que sí, confía en mí, este gente no ha visto cómo es la enfermedad, así que se creerán todo.

—Perfecto, ¿Qué quieres que haga?

—Hoy en la madrugada mis magos esparcirán el polvo, por el momento solo serán tres enfermos, después podemos aumentar el número. Seguido de los gritos y el desespero, yo llegaré para intentar "ayudar", pero serás tú el que hará su mejor actuación y los llevarás a la pila bautismal, antes de que cualquier guardia y el rey se anticipen a matarlos ¿Entendiste?

—Está bien, está bien.

—Así que prepara tu mejor discurso. Por ahora, ayudemos con los arreglos de este reino.

—Perfecto, ¿A qué hora?

—El primero será a las dos de la madrugada, el siguiente a las tres y media; y el último a las cuatro, será al azar.

—Muy bien, Vass'aroth, eres más útil de lo que pensé.

—Tranquilo, Russel, llevemos esto por la paz, ¿Está bien?

Las palabras del mago le erizaron la piel, era ese hombre quien podía hacer cualquier magia y terminar su vida de todas formas posibles, ciertamente era adecuado llevar esa comunión con calma. Se limitó a sonreír.

—Rey Hecteli, una carta para usted. —Leyval hizo una reverencia y extendió su mano para entregar el mensaje.

—De Inspiria, espero sean buenas noticias.

Extendió el papel, y vislumbró una caligrafía reconocida, era enviada por Néfereth y eso le resultaba más extraño. Leyó detenidamente y sin detenerse. Cuando hubo terminado, llevó la mano a su mentón, y se recostó sobre su trono, devastado.

—¿Qué pasa? —cuestionó su consejero, entendía que la situación era delicada, pero ¿A qué grado?

—Mira esto. —Hecteli devolvió el sobre, dentro también había varias fotos.

—¿¡Qué demonios es eso!? Eso no es una enfermedad —enfatizó Leyval de inmediato.

—Justamente eso dice la carta, Néfereth ha pedido intervención con el rey Haldión, Fordeli no ha podido descifrar nada.

—Señor, con todo respeto, creo que nadie hubiera podido hacer algo al respecto.

—Él era uno de los mejores científicos, él sería mi segundo consejero, y no pudo hacerlo, esa es la verdad, lo de la peste de sangre solo fue un golpe de suerte.

—¿Suerte? Señor, él es un estudiado, ha dedicado toda su vida a la ciencia, no fue un golpe de suerte, eso fue trabajo duro.

—¿Y qué mierda pasa contigo hoy? Antes lo odiabas ¿Y ahora lo defiendes?

—No lo defiendo, es que eso es imposible de investigar ¿Cómo es posible que un recién nacido esté colgando de un árbol de trece metros? ¿Cómo? Es que no lo concibo, además, ninguno de los demás investigadores decidió ir, todos fueron unos cobardes...

—No importa, ya no importa lo que discutamos, esto solo puede arreglarlo la magia de Drozetis, pero no querrán participar, ese Haldión es un hijo de puta —Hecteli estaba consternado—. Lo que haré es mandarle equipamiento de alquimia y magia, no sé qué más hacer... pero de algo estoy seguro, quiero a mis hombres de vuelta.

—¿Qué? —preguntó Leyval, perplejo.

—Escribe en la carta que quiero a todos de vuelta... Sé que Fordeli se va a negar, pero de ser así, será su problema. No permitiré que se queden en ese reino, no tiene caso si ahora lo que necesitan son magos y no científicos. Haldión y su séquito no querrán formar parte de esto y por supuesto que ninguno de sus hombres se ofrecerá, conozco a los de su calaña, son unas alimañas. Para ellos todo es dinero y no seré yo quien pague la deuda ni quien aguante a ese imbécil.

—¿Envío el material? —El consejero no podía entender lo que estaba escuchando, era la primera vez que su rey tomaba esa postura, por una parte podía entender la preocupación hacia sus hombres por su reino, sabía que era una decisión difícil, pero ¿Dejar a las familias sin ayuda? Eso era otro nivel, un escalón que nunca se había ascendido.

—Sí, ve y escribe que no habrá pacto entre Drozetis y Prodelis, están solos, que mis hombres regresen y que lo único que puedo ofrecerles, es material. Mis puertas están selladas, confío en Ágaros y su método de cultivo, eso es todo.

—Pero... ¿Está seguro? ¿Y si no funciona?

—Solo haz lo que te ordeno y no preguntes más, Leyval. Consigue todo lo relacionado a la magia y envía un último cargamento, no importa cuánto cueste, solo cómpralo y termina con esto.

—Está bien, señor, con permiso. —Salió del salón principal, en su rostro se remarcaba la ansiedad, estaba pálido, casi sin vida. Sintió un mareo, pena y mucha tristeza.

La respuesta solo sería dada por el reino de Drozetis y ni siquiera estaban enterados, no podía entender que ese rey solucionase la maldición si apenas dejaba rastro de los enfermos con una minoría de síntomas. La ciencia no estaba de su lado, ahora eran dos reinos inservibles. Si Haldión hallaba la cura, no habría marcha atrás, todo se sumergiría en un caos y las deudas que el reino de Prodelis e Inspiria tanto estaban evitando, no serían nada para los precios que ese hombre pondría para la salvación.

Estaba absorto, casi omnisciente, pendiendo de un hilo en el que el rey globo, tenía las riendas de un extremo y las tijeras del otro.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritaba una mujer, en la plaza central de Drozetis.

La gente no tardó en salir, pues sus alaridos eran desgarradores. La dama llevaba en sus brazos a su hijo, su piel era escamosa y verdosa, muchas de las personas que salieron a brindar su ayuda, regresaron a sus hogares, no era el miedo al contagio, era el miedo a la muerte por mandato del rey.

Las puertas del balcón se abrieron presurosas, Haldión se asomó para observar los estragos, en su rostro ya había inconformidad y asco, solo señaló a la mujer y uno de los guardias se acercó de inmediato.

—¡No! ¡Solo quiero que me ayuden!

—¡Rey! —exclamó Vass'aroth, llevando una bata—, por favor espere, esto debe tener una solución, déjeme intentar lo que sea necesario.

—¡No me interesa! —reprendió—, dije que los maten.

—Señor, rey, el poder de nuestro dios hará el trabajo, se lo prometo. —Esta vez, Russel salió a la defensa de la dama y la gente, al ver a los consejeros pedir por ellos, tuvieron el valor de clamar piedad por la desamparada madre.

—¡Maldita sea! ¡¿Qué mierda piensan hacer?!

Russel no contestó, se acercó a la madre y tomó al joven en sus brazos, respiraba agitada y rápidamente. Sin pensarlo, el mago alzó sus manos y sus dedos se iluminaron, luego las bajó para introducirlas en la enorme fuente de la plaza, al mismo tiempo, el sacerdote recitaba una oración poderosa en una lengua desconocida. Todos estaban maravillados y esperanzados de que el pobre niño fuese sanado. Para sorpresa de los residentes y del propio rey, el adolescente salió de la pila sin ni una escama, su respiración era controlada y solo se limitó a llorar de alegría.

Algunos no soportaron la impresión y se inclinaron a su dios, aun los no creyentes cayeron al suelo, toda duda se había esfumado en ese reavivamiento, en ese nuevo nacimiento, ante la nueva oportunidad de sanación, ante el permiso de vivir.

No obstante, pese a la turba que se había vivido esa madrugada y la genuina impresión del rey, las próximas horas no fueron para descansar, pues faltaban dos enfermos más. Sin embargo, la gente ya conocía de la solución. La paz que ahora gobernaba en sus cuerpos no podía quitárselos nadie, o tal vez sí, su propio rey.

Esa noche fue intensa, Haldión ya estaba informado acerca de los próximos precios en pro de la cura, pero no se le informó sobre el plan, pues los únicos beneficiados debían ser los ejecutores de la malévola idea.

Esos eventos desafortunados solo serían el comienzo de un abuso extremo, nada de lo vivido esa madrugada, se repetiría, pues no volvería a ser gratis.

Yaidev permaneció todo el día y parte de la noche leyendo en la biblioteca, sus ojos lucían rojos, jamás había leído ni retenido tanta información. Néfereth no se apartó de su lado, y Violette estaba ansiosa ante la respuesta de Hecteli, sin embargo, el caballero permanecía tranquilo; conocía muy bien a su rey.

Dormirían dentro de la cúpula esa noche, pues transportar a Dafne no sería fácil y duraría más que un recorrido ordinario. 

—Señorita Violette —comentó Gaunter a primeras horas de la mañana.

—¿Tienes la carta? —La joven lucía desvelada.

—Primero lo leería usted, como ordenó.

La capataz sonrió y abrió el sobre de manera nerviosa, pero lo que leyó la dejó helada. Ni siquiera la calidez de Inspiria habían podido controlar el frío que se acumulaba en su delicado cuerpo. Apretó el papel con fuerza y pudo sentir el recorrido de sus lágrimas. Néfereth se acercó, y a juzgar por la postura de su compañera, aquello solo tenía una respuesta: una mala noticia.

—¿Qué pasa?

—Néfereth —musitó la joven—, estamos solos. —Y extendió su mano para que el guardia la viera. —Era mentira, debía ser una mentira.

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