Capítulo 3 - Cómplice.
Quizá sería la única noche fría en Inspiria del Sur, el aire fresco viajaba por las callejuelas de tierra, levantando el polvo y danzando con él. La hojarasca participaba en aquel baile, tímido y tranquilo.
Era común que dentro del almacén se escucharan voces, pasos, cortinas y uno que otro ruido extraño, los científicos siempre anotaban datos cambiantes en los pacientes. Pero esa noche, algo llamó la atención de Néfereth. La exclamación de Fordeli había sido genuinamente de molestia e impotencia. Al estar cerca de la puerta, pudo escucharlo con claridad.
—¿Todo bien? —agregó solo al ver a Fordeli salir del hangar, especialmente por la respuesta que había proporcionado.
—Néfereth —contestó, y su tono de voz fue gravosa, algo ocultaba y preocupaba, era tanto el cambio, que el caballero pudo sentir la incertidumbre.
—No me gusta esto.
—Es cierto, puede que no te guste, pero necesitas escucharme. —La seriedad en el rostro del científico colocó en Néfereth una sensación pasmosa y angustiante.
—En serio no me gusta cómo suena. —Por inercia, colocó su mano en la lustrada espada.
—Solo quiero que te tranquilices, a ninguno de los dos nos conviene un escándalo.
—¿Escándalo? ¿De qué habla?
—Si te tranquilizas, podremos hablar. —Fordeli se cruzó de brazos y manifestó una actitud de soberbia, algo que no le quedaba en aquel momento.
—Escucho, pero si no me gusta, terminaremos mal.
—Necesito que entres y veas lo que sucedió.
Las palabras le resultaron sospechosas, pero más que esa primera impresión, le causaron nervios.
—Está bien —mencionó.
Ambos entraron al laboratorio, el enorme lugar se dividía entre veinticinco y treinta habitaciones. Todas se desplegaban en la parte izquierda, al centro y fondo del almacén, mientras que, en la parte derecha, estaba todo el equipo de investigación. Allí, los científicos pasaban la mayor parte del tiempo.
Néfereth observó las recámaras que ya estaban ocupadas, «Ivone, Christopher, Elena, la mujer embarazada y el recién nacido», pensó. Pero quedó dubitativo al mirar la última luz, yacía apagada y con las cortinas abiertas.
—Y el bebé...
—De él te quiero hablar.
—¿Falleció?
—Lo asesinaron. —El caballero dio un paso hacia atrás, agrandó los ojos de la impresión y arrugó su entrecejo—. Escucha —mencionó, antes de que emitiera palabra—. Cuenta cuántos hay aquí.
El Hijo Promesa giró su rostro rápidamente, eran tres damas y dos caballeros, parpadeó un par de veces y continuó:
—¿Fue uno de ustedes? —preguntó y su mandíbula se tensó, apretando con más intensidad el mango de su espada.
—Sí, está encerrado en una de las habitaciones, al parecer, enloqueció.
—¿Enloqueció? ¿¡Sabe qué problema traerá esto!?
—Por eso estás aquí, Néfereth.
Hubo un silencio muy incómodo, todos los que estaban dentro del almacén temblaban ante la presión.
—¿Qué quiere? Sabe que soy un guardia general y le debo lealtad a mi rey.
—Necesito que no digas nada de esto. Yo también soy leal, pero es la única forma de que sigamos investigando.
—¿La única? Usted sabe que si comunico esto, los ejecutarán a todos en la plaza y podrían enviar a otros científicos a este lugar.
—No sería tan fácil; en primera: Hecteli no arriesgaría a otro grupo; en segunda: ¿Crees que este pueblo lo dejaría después del incidente? Y tercera: Nadie se atrevería a venir después de lo que vieron en las fotos.
—¿Usted cree que no? —interrogó, remarcando fiereza en su mirada.
—Por supuesto que lo creo.
—Todo esto en algún punto se sabrá ¿Y qué hará al respecto?
—Nadie tiene por qué saberlo, además, no quiero sonar como un desquiciado, pero si llegan más enfermos, podemos salir bien ambos, tú y yo.
—¿Y yo por qué? Yo no tendría problema.
—¿Crees que no tendrás problemas? Solo ha pasado un día y ni nosotros ni ustedes pudimos evitar la muerte de ese bebé.
—Pero era solo un bebé...
—No, ya no lo era, esa cosa le hablaba a Jax.
—¿Qué? —Néfereth estaba perdido.
—Todos mis compañeros lo escucharon, conocía el nombre de su esposa e hijos. Tenemos muchísimos años trabajando juntos y sabemos muy bien lo que hacemos, esto no es un accidente, lo provocaron.
—¿Usted cree en eso? Deme pruebas fehacientes de lo que está diciendo o no le ayudaré.
—¡Néfereth! Somos los únicos preocupados por este pueblo ¿No crees que si no hallamos respuestas, pueden venir y quemar todo? Fuimos los únicos interesados en venir. ¿Dejarás a toda una multitud morir? ¿Serás tú el encargado de buscar la cura? Pero entiendo lo que pides. —Fordeli suspiró para recuperar el aire perdido y ordenar sus pensamientos—. Dame catorce días, al fin y al cabo, cada fin de semana tengo que enviar un reporte.
—¿Y qué pasará con ese sujeto? Si está loco, podría asesinar a otro. —El caballero lucía más tranquilo, ciertamente, aquellas palabras habían calmado gran parte de su ira.
En efecto, podría ser que el rey asesinara a todos, que no enviara a nadie más provocando el desenlace de la investigación, y, al final, la enfermedad se propagaría. Él estaba allí, arriesgando todo para una respuesta, delatar a los científicos solo aumentaría la paranoia, delimitaría la búsqueda y todo sería en vano. Especialmente porque Hecteli fue muy claro en que no deberían regresar hasta encontrar respuestas.
—No sé, entregarlo sería hablar con el pueblo y es lo que menos queremos, y asesinarlo ni siquiera debería ser una opción.
Ambos se quedaron en silencio, aquello era una muy delicada situación.
—Maldita sea. —Néfereth miró hacia el cielorraso del almacén—. Preferiría estar asesinando a otros hombres en una guerra antes de estar aquí. Pero... ¿No se le puede borrar la memoria?
Los científicos se vieron entre sí.
—Eso sería lo más adecuado —comentó Fordeli—, pero no puedo realizar una terapia electroconvulsiva si no tengo los materiales necesarios, no creí necesitarlos, por eso no los traje.
—¿Un mago puede hacer algo así?
—¿Un mago? No me llevo bien con sus técnicas... sin embargo, podría funcionar. ¿Planeas ir a Drozetis?
—No, parece que conozco uno en este pueblo.
—¿Aquí? —preguntó el científico, extrañado.
—Sí.
—¿Estás seguro?
—No le preguntaría personalmente porque siempre está rodeado de gente, no lo he visto solo y ya sabe cómo es todo aquí.
Fordeli rodó los ojos, estaba harto de todas las leyes de la Cámara y las que más le molestaban, eran las impuestas por el rey Haldión. Parecía que los jóvenes que tenían intereses en su mismo sexo le provocaban la muerte, pero era de esperarse, Drozetis había sido el nido, como él lo conocía, de todos los religiosos fanáticos.
—Sí entiendo, entonces ¿Qué harás?
—Puedo preguntarle a Violette, parece conocerlo.
—No le mencionarás nada de esto.
—Por supuesto que no, solo le preguntaré... ¿Cree que no sospeche nada?
—No creo, a ellos no les interesa su pueblo, solo son unos hipócritas que están más preocupados en su comercio y en que ninguno de sus pueblerinos se muera para no perder mano de obra.
Néfereth guardó silencio.
—Está claro que le ayudaré, pero dentro de dos semanas necesito respuestas ¿Entendió?
—Está bien, da igual, todos moriremos si no conseguimos las pruebas.
—Terminaré con mi guardia y temprano hablaré con la capataz.
—Perfecto, te agradezco esto, Néfereth.
El caballero dio media vuelta y una preocupación extra se agolpaba sobre su cuerpo. Era simplemente molesto. Por otro lado, a Fordeli le pareció haberse desprendido de algo que lo apretaba, compartirlo era sinónimo de muerte, pero podía haber esperanza, probablemente no contarlo a tiempo pudo haberle resultado mucho peor. Solo suspiró.
El brillo del horizonte se asomaba con cautela, los rayos del sol parecían seguir tímidos para mostrarse.
El Losmus de Violette cabalgaba cerca de Inspiria del Sur. Amaba viajar sobre su bestia preferida, le hacía sentir libre; tranquila. Escuchar los ríos, respirar el aire fresco y observar la naturaleza la transportaban a un mundo paradisiaco. A un mundo en donde las barreras no existían, en donde las clases sociales simplemente desaparecían. Sabía que viajar todos los días era un trabajo exhausto y cansado, pero entendía que no era nada comparado con la labor de sus aldeanos. Ella era la única dentro de su familia capaz de llevar a cabo la increíble tarea y el sueño de su madre: proteger y cambiar todo Inspiria.
Se dejó caer sobre el lomo del animal, extendió sus brazos hacia atrás y respiró fuertemente, miró con detalle cada parte del cielo o lo que sus ojos podían alcanzar, y estirándose un poco, volvió a levantarse. Frente a ella, quizá a unos treinta metros, estaba un caballero, de igual manera, montado sobre un Losmus. Supo enseguida de quién se trataba, pues la armadura de los Hijos Promesa era muy diferente a las demás.
—Buenos días, Néfereth, ¿No querías llegar hasta mi casa? —Violette conservó una sonrisa.
—Buenos días, señorita. En realidad solo venía por una pregunta.
La capataz alzó una ceja, estaba intrigada, sabía perfectamente que un caballero de su índole no iría solo por una pregunta y si así era, no sería una pregunta cualquiera.
—Te oigo —comentó, y se acercó a la bestia del caballero, retomando la cabalgata.
—¿No sientes frío?
—¿Esa es la pregunta? —Violette no pudo evitar reírse, para ser un guardia era algo tímido.
—No, no... —Suspiró, a la joven le pareció que preparaba la interrogante—. ¿Sabes si el joven Yai... Yaived, Yaidev... es un buen mago?
—¡Claro! —respondió sin dudar—, ¿Por qué lo preguntas?
—En realidad por nada, se me hizo curioso que tuviera todas esas joyas.
—Oh, es raro, lo sé, pero aquí son libres de ser lo que quieran, siempre y cuando trabajen. Pero dime, ¿Cuál es el verdadero motivo?
—En serio no es nada. —El guardia solo se limitó a ver el horizonte.
—Ese día cerca del almacén ¿De qué hablaban? Es raro ver a un guardia tener duda de un simple campesino como él ¿No lo crees? ¿Tanto interés tienes que has venido a preguntarme a mí? Y en ese caso, ¿Por qué yo?
Néfereth respiró profundo, sería más complicado de lo que pensó.
—No pienses mal, él y yo no hablamos demasiado, es solo que tropezamos, y, además, los he visto conversar, supongo que son amigos.
—No te apresures, yo no he dicho nada extraño, aunque sí parece lo que estás pensando, eso estaría muy mal visto, ¿No es así? ¿Quieres algún brebaje de amor, eh? ¿Y lo has estado observando? —preguntó, era obvio que le gustaba ver el rostro del hombre a su lado tensarse y ruborizarse de la vergüenza.
—No, no es para eso, yo...
—No sé, sería un gran problema, ya sabes, clases sociales, leyes...
—Tuvimos un accidente en el almacén —respondió, de manera tajante.
—Entiendo, suena un poco problemático y en un sitio lleno de científicos, me pregunto ¿Para qué querrán un mago?
—Escucha —Néfereth la miró, sus ojos se alinearon con intensidad, molesto—. Necesito que guardes el secreto, de lo contrario estaremos en un problema muy grave. Uno de los científicos enloqueció y asesinó al bebé de la joven madre.
Violette detuvo su Losmus y al caballero se le erizó la piel.
—Solo me están quitando mano de obra —comentó sin más y el Hijo Promesa no podía creer lo que escuchaba—, mira, no te asustes tanto, es solo un bebé, aunque sinceramente creo que ya no lo era, además, la madre es solo una niña, preocuparse por él es el menor de sus problemas, hay que agradecer eso, entonces ¿Para qué quieres a Yaidev?
—Necesito que borre la memoria de alguien...
Violette observó que la presencia del guardia pesaba, supuso que estaba molesto ante su respuesta, pero de haber armado un escándalo, probablemente no le hubiera dicho nada respecto al caso.
—No sabes cómo es su actitud, es muy impulsivo —repuso, y en eso tenía razón—, pero si me llevas y hablo con él, quizá podamos convencerlo, a nadie le conviene saber lo que está pasando, el pueblo es peligroso.
Néfereth dudó unos momentos, ahora ella también lo sabía y llevarla sería otro problema más a la lista, no obstante, sus palabras siempre sonaban amenazantes.
—Está bien, supongo que tú lo conoces mejor.
—Por supuesto, tengo algo que probablemente lo haga entrar en razón y pueda ayudarte ¿Qué me dices?
—Sí, pero por favor, no tiene que saberlo nadie.
—Está bien.
Ambos estaban a unos cuantos minutos del pueblo, el resto de la plática fue un absoluto silencio. Sin duda, Néfereth era algo serio o tímido, Violette no pudo discernir bien su comportamiento, pero de algo estaba segura, era interesante y muy diferente a sus compañeros.
El laboratorio estaba en completo silencio, Elena, la pobre mujer embarazada, dormía plácidamente a raíz del sedante. Era la única manera de poder controlar lo que estaba dentro de ella. Fordeli había considerado realizar una cesárea, el niño podría sobrevivir, sin embargo, lo que hallarían no sería lo esperado.
La madre había optado esperar un tiempo para poder dar a luz justo en el día previsto, aunque eso le costara la vida. Su esposo había muerto ahogado en el estrecho Sutra, una corriente llevó su cuerpo y fue hallado cuatro días después en un estado de descomposición muy grave. Lo único que la mantenía con vida y le daba felicidad, era su bebé, pero la enfermedad llegó a su puerta y ella no sabía el porqué.
Fordeli se acercó, con su equipo, a la habitación en donde Jax se encontraba, no tenían planes de contarle acerca del borrado de su memoria, pero sí quería conversar con él.
—No sé qué pasó contigo, Jax...
—¿No le fue suficiente lo que he dicho?
Fordeli guardó silencio, su equipo se conformaba por cinco personas que él conocía de hacía tiempo, no era la primera vez que trabajaban juntos, en su historial había un gran número de exitosas investigaciones. Phoenix, Marta, Jaqueline, Priscila y Jax se habían acoplado satisfactoriamente a su modo de trabajo.
—Marta también lo escuchó. —Jax bajó su mirada, todavía tenía las pupilas dilatadas.
—Marta ¿Es cierto? —preguntó, y un segundo después tragó saliva, reprimiendo con fuerza la incertidumbre de la respuesta de su compañera.
La mujer dudó unos momentos, en su rostro se divisaba el miedo, miedo a la reacción de su jefe de investigación. No es que Fordeli fuera cruel, simplemente no podía entender, ni ella misma, cómo aquel recién nacido sabía de su vida, estaba fervientemente convencida de que la ciencia podría hallar una solución, sin embargo, no encontró respuestas.
—Lo escuché —comentó avergonzada, todos ellos eran hombres y mujeres de ciencia.
—¿Qué te dijo?
—Mencionó a mi esposo, dijo su nombre, pero solo lo escuché una vez.
—¿Qué probabilidad hay de esto? Era solo un bebé... —agregó Phoenix, su voz se apagó como una vela.
—Jax, seguiremos teniéndote aquí.
—Pero, señor, ¿Acaso no habría hecho lo mismo? —Jax lo detuvo tomándolo de la bata.
—¡Por supuesto que no!
—¿Me cree? No, no me cree, piensa que estoy loco, ni siquiera con la opinión de Marta logró entender.
—¡No, no lo creo! Mira cómo estás, mírate a un espejo, ni siquiera puedes pronunciar correctamente las palabras, estás delirando, tus pupilas están dilatadas. No estás consciente.
—¡Claro que estoy consciente! Es solo que no quiere admitir que la ciencia no puede explicar este suceso.
—¡Deja de decir estupideces! Llevo muchísimos años en esto y no hay nada a lo que yo no haya podido encontrar respuesta.
—Supongo que la ciencia tampoco pudo encontrar respuesta a su soltería, ¿Por eso nunca se casó? —Jax volvió a bajar la mirada, pero ciertamente la malicia gobernaba sus ojos, sabía que su jefe ocultaba algo más, y aunque no sabía con exactitud lo que era, conocía que era motivo para no tener ni una relación.
Fordeli sintió el calor subir por su rostro, la ira carcomió cada parte de su cuerpo en cuestión de segundos. Sus compañeros se sintieron tan incómodos que se retiraron de la habitación.
El científico controló parte del odio que supuraba de sus poros. Los años habían pasado y dejado estragos en él, pero la pasión por su carrera lo habían mantenido activo y con buena condición.
—Entregué toda mi vida a las investigaciones, disfruto haciendo mi trabajo, sí, nunca la encontré, pero esto me ha dado el puesto que tengo ahora, la fama que tengo ahora me ha llevado a ver cosas que nadie se ha imaginado, por eso serás siempre un empleado. Ya le gustaría a tu esposa que tuvieras un rango como el mío.
No escuchó respuesta, simplemente se marchó. De nuevo, Jax quedó dentro de la habitación, temblando y moviendo su cuerpo hacia adelante y atrás, hablando en voz baja y observando a su alrededor, especialmente a los cuartos en donde los demás enfermos estaban colocados.
Sus compañeros tenían compasión, pero las ideas se dividían, sin embargo, el silencio gobernó en sus lenguas, aprisionadas a las expectativas de un nuevo mañana, a la esperanza de una respuesta lógica y sabia.
Los árboles se movían al compás del viento, el ruido caudaloso del río acaparaba gran parte de la atmósfera, junto al de las hojas sobre el suelo.
En el hermoso claro, en una extensión de campo maravillosa, junto a cientos de flores de colores, animales exóticos, el canto de las aves majestuosas y la brisa templada, estaba Yaidev, practicando con pasión un pequeño libro de magia.
De sus palmas brotaban luces de colores, parte de la hojarasca acompañaba el movimiento de sus manos y algunos insectos se asomaban ante la curiosidad, como un llamado a la naturaleza.
Cerró el libro de golpe al escuchar entre los altos prados el ruido característico de las ramas quebrarse. Volteó con diligencia, esperaba un animal, cualquier cosa, pero su sorpresa fue mayor al ver al caballero asomarse por debajo de la sombra de un enorme árbol, y detrás, Violette.
Agrandó los ojos y de nuevo se escuchaba el ruido de sus joyas golpear contra su pecho, de alguna forma, combinaba muy bien con los sonidos a su alrededor.
—¿Qué haces? —preguntó Violette, al ver la reacción violenta de su compañero.
—¡Nada! —respondió de inmediato, llevando el libro detrás de él.
—¿Magia? —agregó Néfereth, interesado, todavía, por los dijes que caían de su cuello—. De hecho, ya lo sé, tu amiga me comentó que eres bueno con la magia.
Yaidev juntó sus cejas demostrando dudas, incrédulo ante lo que le contaba.
—¿Qué?
—Sí, necesito de tu magia.
—Yo no hago magia... o sea, solo un poco, muy poco, yo soy más... una especie de botánico.
Néfereth quedó callado y con un movimiento pasmoso, observó a la dama a su lado.
—¡Está bien! No sabía que era mago, solo hice una suposición, pero si quería saber el resto de la noticia, tenía que mentir.
El caballero llevó dos dedos a la raíz de su nariz y cerró los ojos lleno de decepción.
—¿De qué hablan? —interrumpió el joven.
—Hubo un accidente en el laboratorio y tienes que borrarle la memoria a alguien —comentó Violette, bastante segura y cómoda con la noticia.
—No, no, si tiene algo que ver con el almacén, caballeros y científicos, yo no participaré.
Yaidev se apresuró a irse, pero la mano de Néfereth lo detuvo del antebrazo, al instante sintió el agarre firme y sereno. Muy frío para estar vivo.
—Se supone que no debería decirte, pero parece que no me queda otra opción, ¿Sabían que puedo matarlos a ambos por estas mentiras?
—¡Yo no hice nada! —El botánico colocó una de sus manos en señal de rendición.
—Hazlo, nos van a encontrar, además, otros dos asesinatos vendrían de lujo junto al del almacén, ¿No crees?
—Ya sé, solo fue un decir. —Néfereth rodó los ojos—. Yaidev, necesito que, por favor, no menciones nada de lo que yo te cuente aquí.
—Esto no me gusta ¿Qué pasará si me rehúso?
—No hagas esto más complicado, te lo ruego. —Néfereth se acercó un poco y juntó sus palmas en forma de clemencia, para luego regresar rápidamente a su lugar.
—Escucha, Yaidev, si dices algo de lo que aquí te vamos a contar, tu madre puede correr peligro.
El joven guardó silencio, contemplando la situación que no conocía.
—Está bien, además, tú me ayudaste con los guardias —mencionó, mirando fijamente al Hijo Promesa.
—Gracias... Necesito decirte que es algo fuerte, pero quiero que lo entiendas.
—Antes, ese libro que tienes atrás es de magia ¿No es así? ¿De dónde lo has sacado? —Violette observó inquisitivamente al joven botánico.
—Yo... yo...
—¿Lo robaste?
—Lo siento, yo...
—¿De dónde? —preguntó, un poco molesta.
—A Manfred, tu hermano, pero por favor, no le digas, yo...
Yaidev se detuvo cuando escuchó la risa de la capataz romper con la paz del claro.
—Tranquilo, no le diré nada, por mí, puedes quitarle hasta sus chones y no me molestaré, como si no quisiera verme muerta —añadió tranquila, pero ambos caballeros no emitieron palabra, estaban avergonzados y, en cierta manera, tristes.
—Bueno —agregó Néfereth, interrumpiendo con el decadente momento—, lo que tengo que decirte es que uno de los médicos asesinó al bebé enfermo.
Yaidev quedó pasmado, esperaba todo, menos aquello.
—¿Asesinó a un bebé? ¿Al pobre bebé?
—Vamos, Yaidev, bien sabes cómo es esa enfermedad, esa cosa ya no era un bebé, lo hemos visto desde el principio. —Violette se cruzó de brazos—. Si dices algo de esto, los científicos pueden ser colgados y nadie investigará qué es esta mierda, si de verdad quieres saber la razón de la plaga, necesitamos que cooperes, antes de que se riegue por todo el pueblo.
De nuevo, el joven moreno guardó silencio, mordiendo su lengua de la impotencia, si algo tenía Violette, era que siempre sonaba amenazante. Pero tenía razón, los científicos y él buscaban una cura, y lo hacía solo por un motivo, un motivo llamado Dafne.
—Está bien —carraspeó, estaba molesto, pero atado de manos—, pero yo no puedo hacer mucho, si quieren efectividad necesitan un mago que esté en el reino del rey globo.
Néfereth no pudo evitar reírse, fue algo espontáneo, Violette le siguió.
—¿Rey globo? —preguntó el caballero, conteniendo su risa.
—Sí, el rey globo.
Ambos seguían ocultándose con una mano, Violette se limpiaba la lágrima de tanta risa, y el Hijo Promesa sentía un dolor en el estómago. Yaidev parpadeó un par de veces no sabiendo el motivo, pero solo esperó, con las mejillas ruborizadas.
—Bien, bien, entiendo, pero ¿Estás seguro de que entre tus brebajes o plantas no hay nada que pueda borrar la memoria? —Néfereth guardó su compostura, estaba rojo y era muy notorio debido al tono de su piel.
—Lo hay, pero no sé si funcione, solo lo he probado con animales pequeños.
—Confiamos en ti, vamos. —Violette dio media vuelta, pero el caballero no se movió—. ¿Qué esperas?
—¿No piensas ir tú o sí?
—¿Qué? ¿Irán los dos solos? —arremetió, sonriendo de manera coqueta y juguetona, sin dudar, ambos caballeros caminaron guardando silencio.
—¿Cómo está mi hija? ¡Queremos verla!
—Entienda, señor, no es tiempo de preguntas ni de visitas, espere afuera —exclamó un guardia en la puerta del almacén.
Un pequeño grupo de personas se amontonaba a la entrada, pero entre ellos no estaba la madre del bebé fallecido. Seguían preguntando, tratando de encontrar una respuesta, pero ninguno podía contestar y la seriedad en los rostros de los caballeros no aportaba en nada, sin embargo, las manos empuñadas en sus espadas, acallaba a la multitud.
—Dafne, ¿Dónde está Yaidev?
—No sé, Odelia, no suele tardar tanto —contestó, con las manos en su pecho, preocupada por su hijo.
—Pobre Rebeca, está desconsolada. —Dafne no prestó demasiada atención, miraba con recelo el horizonte cubierto del Bosque Lutatis—. Espero que tu hijo no se enferme.
—Odelia, no me ayudas en nada, si él está afuera es porque debe venderles a todos ustedes. —Dafne se metió de nuevo a su casa, dejando a Odelia impresionada.
—¡Marcus! —gritó un guardia, a la entrada del reino Inspiria.
Un caballero alzó su vista hacia una de las torres, y colocó su mano sobre su frente, tapando el resplandor del sol.
—¡¿Qué?!
—Me siento... me siento mal —respondió y al término de sus palabras, cayó de la torre, recorriendo cincuenta metros de distancia.
El sonido fue grotesco, parecido a un saco de agua chocar con una superficie lodosa. Su compañero esperaba encontrar los restos esparcidos sobre la tierra. Su cuerpo se entumeció, los nervios viajaron desde sus pies hasta su estómago, y cuando se acercó lo suficiente, la imagen lo dejó boquiabierto.
Las dos mujeres soldado que los acompañaban gritaron al mismo tiempo, quedando inmóviles ante lo sucedido, pero también ante la morbosidad del accidente.
—¿Jake? —preguntó, cuando vio a su compañero con su cuerpo completo, pero lleno de úlceras.
Se revolcaba de manera errática y hablaba en un idioma que todos desconocían. De un momento a otro se detuvo, y parándose súbitamente, corrió hacia el bosque. En su rostro había una sonrisa, sus extremidades rotas se movían sin control por culpa de su aceleración precipitada, pero parecía que no le dolía nada. Las dos mujeres y el último guardia lograron alcanzarlo cuando en un intento de brincar una pequeña barda, el hombre enfermo cayó, a causa de una pierna fracturada.
Lo retuvieron tomándolos de los brazos, sus huesos sonaban como simples campanillas, su piel de inmediato comenzó a supurar las llagas, se llenó por completo de granos y la fiebre se manifestó en él.
Nadie podía entender cómo fue que se había infectado, el miedo y el horror se plasmaron en sus rostros, las lágrimas poco dejaban ver y los gritos y alaridos estorbaban sobre la carretera sumergida en silencio.
Una de las damas tomó un Losmus y lo acercó rápidamente, tenían completo conocimiento de que el único lugar al que debían ir sería el pueblo Amathea.
Jake, el guardia enfermo, seguía sonriendo, escupiendo con brusquedad la pus que emanaba desde sus encías. Aquello parecía un chiste, no habían transcurrido ni tres minutos para que todos los síntomas se manifestaran. Pero de algo estaban seguros, la plaga se extendía rápidamente y nadie conocía el porqué.
Yaidev, Néfereth y Violette caminaban sobre le angosta calle cerca del almacén, a sus llegada las personas ya no estaban y Dafne se había encerrado dentro de su hogar. Entraron sin demasiados problemas, pero Medleo, el guardia que había tenido el contratiempo con el joven botánico, lo observó con odio durante todo su trayecto.
La puerta sonó tras de ellos y Fordeli se acercó de inmediato.
—Tú eres... el mago —aseguró, y en su rostro se figuró una molestia, y no era por su anterior discusión.
—Sí...
—No comparto las ideologías y las drogas que utilizan pero... —Se detuvo cuando sus otros dos acompañantes lo observaron con intriga.
—No soy mago, soy un botánico —rectificó, y el científico pareció respirar adecuadamente.
—¿Dónde está? —preguntó Néfereth.
—¿Todos ellos lo saben? —Fordeli se llevó la mano a la quijada, se sentía expuesto y en problemas.
—No hay tiempo para eso, ¿Dónde está? —inquirió.
—Acompáñenme.
El grupo de cuatro se acercó a la habitación veintitrés, las luces estaban apagadas y Jax estaba sentado sobre la camilla. Los compañeros de Fordeli también se acercaron con rapidez. Esperando fuera del cuarto cristalizado, Marta no cerró la puerta, pues quería escuchar.
—¿Ya has probado esto antes?
Yaidev ignoró la pregunta y dirigió un puñetazo en el rostro de Jax, le dio tan fuerte que sus nudillos crujieron y el pobre científico cayó inconsciente.
—¡Yaidev! —gritó Violette y Néfereth.
—¡Lo siento, pero se lo merecía!
—Por lo menos ya no tendremos que sedarlo —agregó Phoenix, al fondo de la multitud.
Fordeli llevó sus dos manos a su sien, esperando no arrepentirse de la decisión.
—¿Ya has probado esto antes? —volvió a preguntar.
—No, señor, solo en animales pequeños.
—Bien —Suspiró, resignado a confiar en su última esperanza—, solo prepáralo y dáselo, no sé qué harás.
—Ya lo hice, de camino hacia acá. —Yaidev sacó una pequeña bolsa de tela, dentro había una mezcla de tres plantas distintas. La pasta era de un tono morado lavanda y el olor era fuerte y amargo. Inundó de inmediato la habitación, provocando la reacción de llevar las manos a la nariz de todos los presentes.
—¿Por qué huele tan feo? —preguntó Priscila.
—Lo siento, para borrar una memoria se necesita de una porción más grande, es por eso. Abran su boca, necesita tomarlo.
Fordeli y Néfereth ayudaron y el joven introdujo la pasta con cuidado. Esperando con paciencia.
—¿Cuánto tiempo olvidará? —cuestionó Marta.
—Tres años, más o menos.
—No, no, no, pobre... el tiempo que ha estado casado con su esposa —agregó la mujer, sintiendo pena.
Fordeli tragó saliva y empuñó sus manos, sintió la culpa carcomer su ser, impotente a lo que estaba por ocurrir, lleno de incertidumbre y miedo.
—Bueno, piensa el lado positivo —añadió Phoenix—, si yo llego a mi casa y una mujer me dice que es mi esposa, y aparte está preciosa, no me costaría nada en acoplarme, qué dichoso sería.
Néfereth agitó su espada, molesto ante la respuesta, y el científico pareció entender, pues la mirada reposó sobre el suelo.
Jax se movió y un minuto después comenzó a convulsionarse, Yaidev dio un paso hacia atrás, y los científicos entraron de inmediato, desplazando a los tres jóvenes.
—Dios ¡Lo maté! —El joven cerró los ojos asustado.
—No, no, no, espera, espera. —Violette parecía consolarlo.
Largos y tortuosos minutos pasaron para que Fordeli saliera de la habitación.
—Está en coma —agregó, y Yaidev llevó sus manos a sus cabellos, agazapándose como un niño pequeño—. Hijo, es mejor así... es probable que no haya olvidado, pero también es seguro que puede despertar cuando todo esto termine. Fue mejor así.
Las palabras del jefe de investigación calmaron la ansiedad del muchacho, pero seguía temblando y nervioso ante la noticia.
—Perdón, perdón, perdón —susurraba y Néfereth apretó su mandíbula, era un niño, y recordó su primer asesinato, su reacción fue muy parecida.
Violette estaba sentado junto a él, mientras acariciaba su espalda.
—Toma —comentó Fordeli, estirando su brazo, en su mano había una cantidad de dinero considerable—, gracias por ayudarnos.
—Pero yo... —El joven alzó sus ojos, y no quiso recibir los billetes—, yo casi lo asesino.
—Por favor, sé que lo utilizarás como mejor te parezca, con la gente que amas.
Yaidev lo tomó con precaución y asintió más tranquilo. Dio las gracias y salió del almacén.
Su corazón palpitaba con fuerza, no estaba bien, pero sabía que aquello ayudaría lo suficiente. Al cerrar la puerta, caminó presuroso, no observó a nadie y se dibujó una sonrisa en su rostro.
Sintió una mano cubrir su boca y una terrible fuerza arrastrarlo a un lado del laboratorio. Cayó con brusquedad y se golpeó la espalda.
—¿Pero por qué llevas tanto dinero? —preguntó Medleo, sonriendo descaradamente y enseñando una goma de mascar.
—Trabajé con los científicos —respondió Yaidev, comprimiendo el dolor que sentía en su cuerpo.
—¡Mentira! —gritó, arrebatándole el fajo de billetes, relamió sus labios y agregó—: A nosotros no nos pagan como se debe.
Medleo dio una bofetada con ira, el botánico cerró los ojos y sintió la sangre tibia recorrer sus labios junto a un escozor en su mejilla. No los abrió, colocó sus brazos cubriéndose de cualquier otro golpe, pero nunca llegó, se hizo preso de la duda cuando escuchó un hueso crujir. Los entreabrió lentamente y observó a Néfereth frente a él.
El Hijo Promesa había roto, sin ningún problema, la muñeca de su compañero.
—¡¿Qué mierda te pasa?! —gritó, y los demás guardias se esfumaron del espectáculo, el sonido pudo acaparar fácilmente la atención, pero nadie se atrevió a salir—. ¡Te hice una maldita pregunta!
—¡Señor, lo siento!
—¡¿Qué no ganas lo suficiente?! —Y dobló con más fuerza su articulación, provocando que al guardia se le arquearan las piernas del dolor. Cayó sobre el suelo polvoriento, incrustándose las piedras con intensidad.
Yaidev observaba tembloroso, pero los rayos del sol acariciaron la brillante armadura y no pudo evitar sentir cosquillas en el estómago.
—¡Tienes una residencia al centro de Prodelis! ¡Comes y cagas en los mejores lugares! ¡Vuelve a faltar al respeto y te juro que te saco muerto de este lugar! ¡Estamos para servir! ¡Para servir!—. Néfereth volteó con fiereza hacia la dirección del joven, pero su mirada se transformó en un instante—. Incluso no gritaste para evitar problemas con tu pueblo, ¿No es así? —Su voz fue dulce, y Yaidev solo pudo asentir. Tenía razón, pedir ayuda no serviría para nada, aquellos guardias podían sacar sus espadas y partir, de un solo corte, a todos sus vecinos—. El caballero agachó su cabeza y soltó la muñeca de su compañero—. ¡Lárgate!
Medleo corrió despavorido, incrédulo de la fuerza de su superior, había subestimado todo de él.
—Lo siento, te pido una disculpa. —Néfereth extendió su mano, ni un alma se avistaba a las orillas. Con miedo, el joven moreno tomó sus dedos, sintió la frialdad de su piel, extraño ante el calor que gobernaba Inspiria.
Se colocó de pie y nunca dejó de observar sus ojos grises.
—Creo que te debo la vida, de nuevo...
—No es nada, toma.
—Gracias, gracias Néfereth, me queda claro que no eres como ellos.
—No digas nada, solo ve a que te traten esa herida. —El guardia arrugó su entrecejo acercando su rostro para ver con precisión la cortada.
—¡Sí, gracias! —No esperó, tomó el dinero y salió corriendo, la mirada de ese hombre lo había doblegado y llenado de nervios.
Yaidev llegó al mercado en donde algunas personas esperaban pacientes, las tiendas seguían cerradas por el extravío del joven. No obstante, Dafne soltó un suspiro al ver a su hijo con bien.
Comenzó a llamar a la gente y repartió el dinero en partes iguales. Sus vecinos no creían lo que estaba pasando, pero sin preguntar demasiado, aceptaban gustosos.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó su madre.
—Mamá, los médicos me contrataron para hacer un tratamiento y les gustó mi trabajo. —Su rostro se iluminó y la mujer se sintió orgullosa.
—¡Felicidades, hijo! —agregó Odelia—, siempre supe que eras bueno en eso.
—¿Qué te pasó en el labio? —volvió a preguntar Dafne, observando la cortada.
—Tuve un accidente con una rama del bosque, lo siento, debo tener más cuidado, pero ya colocaré un remedio para que cicatrice.
—¿Seguro?
—Sí.
—Está bien... —Dudó, pero trató con todas sus fuerzas de confiar en su hijo.
La semana pasó rápidamente, Jax seguía en coma y los estudios seguían paralizados.
Fordeli aguardaba en el escritorio. Con la mano inquieta relataba el resumen de todos los días en los que había estado en Inspiria. Junto a él, estaban sus científicos dando los registros semanales. Hablaban y discutían sobre cientos de temas y teorías. Sin embargo, no hallaban una salida.
Conforme la conversación avanzaba, la pluma también lo hacía. No había mucha formalidad, solo escribía.
"Rey Hecteli, este es nuestro registro durante esta semana.
La enfermedad no es afectada por el clima, ni por otro evento de la naturaleza (háblese de calor o frío).
Sus principales síntomas son:
1.- Fiebre.
2.- Úlceras en todo el cuerpo, incluida la boca, los oídos, el ano y los órganos reproductores.
3.- Cada llaga secreta pus y sangre. (El olor es fuerte, una combinación de carne putrefacta con humo).
4.- Vómitos y diarrea.
5.- Convulsiones. (En algunos pacientes puede variar).
6.- Pérdida de memoria.
7.- Analgesia congénita.
8.- Desprendimiento de dientes. (Solo en algunos pacientes).
9.- En niños y recién nacidos, la habilidad de mantenerse de pie, hablar (entre otras cosas), aunque aún no estén preparados para ello.
Todos y cada uno de los enfermos corren hacia un lugar dentro del Bosque Lutatis. No hacen daño, pero esperan a que los sigas y corras tras ellos. Se desconoce el paradero y el motivo.
Presentan síntomas de un trastorno de despersonalización y desrealización cuando están solos o rodeados de un grupo de más de dos personas, no obstante, cuando están acompañados solo de uno, manifiestan un comportamiento parecido a la esquizofrenia.
Tenemos un promedio de dos personas infectadas al día, ahora, en nuestro almacén, hay un número considerable de afectados.
Los estudios acerca de los alimentos, las minas y otros agregados, han salido limpios, no obstante, sigo creyendo que puede ser el resultado de alguna planta, alimento o mineral que provenga de la tierra.
Basado en las observaciones de esta semana, se puede deducir que la peste funciona atacando el cerebro de las personas, especialmente el lóbulo temporal, el hipocampo, el caudado y el lóbulo frontal, como ya mencioné, es parecida a la esquizofrenia, sin embargo, ningún análisis realizado hasta ahora muestra alguna afectación neuronal, tampoco en los hemogramas. Parece tener un patrón aleatorio, porque ninguno de los nuevos contagiados tuvo contacto con otro o vivía cerca de la zona de contención. Lo que me lleva a pensar que la enfermedad se extiende progresiva y azarosamente, esto deriva a que es 100% seguro de que el origen proviene del pueblo Amathea o cerca de este.
Estoy consciente de que esto no es un avance certero, pero estoy seguro de que, al acercarme a su origen, podemos encontrar la raíz. No obstante, me llevará mucho tiempo y recursos.
Lo siento, pero todo esto indica a que será más trágica y caótica que la peste de sangre, así que mucha gente morirá. Para evitar que esto se repita o se propague con más rapidez, se necesita, urgentemente, el cierre (completo y obligado), de todas las fronteras y el toque de queda en todas las ciudades.
Me interesa saber y es necesario que me informen acerca de algún contagiado en otro de los reinos, pues conoceré que lo que estoy haciendo, no es en vano.
Lo siento, es una carta vacía, a pesar de tener tantas letras".
Fordeli salió del almacén, le abrumaba todo a su alrededor. Nadie se dignó a preguntar por sus familiares cuando más enfermos llegaron al laboratorio. ¿De verdad había valido la pena el dejar en coma a su compañero? ¿Había sido una decisión precipitada? A nadie parecía importarle sus infectados y la madre de aquel recién nacido, jamás apareció.
Se dirigió a los Naele, en donde Violette se encontraba, con la idea en mente de que cada día sabía menos. Entregó la carta y dio media vuelta sin mirar atrás. Ido, ajeno, casi muerto.
La hermosa ave despegó el vuelo, con la nota amarrada a su pata, voló majestuosa, llevando un importante y triste mensaje. No había cura, no sabían de dónde provenía, no había respuestas.
Los rayos de sol se ocultaron al horizonte y las sombras de los árboles escondieron, como cómplices, el misterioso y desconcertante final.
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