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Capítulo 19 - La Estatua Del Cielo.

Su vista ocupaba gran parte del Bosque Lutatis, continuo a Drozetis. Tenía a su objetivo; mientras su visión se enfocaba con tosquedad. Los árboles se fueron aproximando con gran rapidez, avizorando el panorama con mejor claridad.

El aire y el frío se incrustaban como estacas en su rostro, pues descendía a una tremenda velocidad. Cuando se hubo acercado lo suficiente, el cuerpo de Néfereth se hizo visible. Corría dejando una estela plateada por todo el lugar, rompiendo las ramas y sonando sus pisadas con absurda fuerza.

No lo escuchó, solo sintió cómo las garras se enterraron en sus hombros, junto a un dolor horrible en su cuerpo, recibiendo el impacto directo de una caída a una altura descomunal. El golpe fue tal, que hundió la tierra y emitió una onda expansiva que alejó toda flora y fauna.

Sus músculos se tensaron por reflejo, sin previo aviso a causa de la magnitud del choque, y sus rodillas casi se rompían de la presión. En tan solo un instante, el bosque se volvió diminuto debajo de sus pies. Se retorció de dolor, quejándose de sus piernas. De no haber sido entrenado en la Academia, comprendía que estaría muerto, sin embargo, ningún humano hubiese sido capaz de soportar dicha violencia.

Trató de entender qué lo había raptado subiendo su mirada hacia el firmamento, no obstante, la resistencia del aire era bestial. Cuando fue capaz de fijar su mirada, la enorme altura de la creatura no le permitió verle el rostro, ocultándose entre las oscuras nubes.

—Han fracasado. —Escuchó con nitidez—. Mi última opción es tirarte a la bruma, allá donde todo desaparece, donde los barcos perecen, ese será tu destino. —Su voz era añeja, ronca y severa, como un trueno en la noche serena—. Si su guerrero, ese que inspira tanto valor, se muere, todos serán presa fácil.

—¡Suéltame ahora! —ordenó, moviéndose por los aires, sintiendo el frío carcomer con hambre cada rincón de su piel.

Quiso quebrarle las patas, pero las garras estaban tan enterradas, que le fue imposible poder levantar sus brazos; peor aún, con el aire sobre él. Sacó su espada como último recurso, sin embargo, dado el peso del arma, le costó dominarla. La apretó con potencia para evitar que saliese volando.

Quedó helado al notar cientos de casas en el estrado de sus pies, revolviéndose de la desesperación, pues estaba completamente seguro que se encontraba muy lejos de Yaidev.

La creatura lo movió con violencia, arruinando cualquier plan de escape.

—¡Cálmate, caballero de hojalata! —espetó—, ¡Por que en los cielos yo soy el rey!

Sus palabras fueron la gota que derramó la preocupación del Hijo Promesa. Se concentró y levantó su espada, hasta alcanzar la pata ajena con el filo cercano al mango. Dejó caer su brazo junto al vigor del aire, cortando su tobillo sin problema.

Adze se zarandeó de dolor y aventó a Néfereth como acción final. Este último escuchó los berridos de su rival, pero no le importaron en lo absoluto, tenía que acomodar su cuerpo de forma que, al tocar el suelo, no muriera al instante, pues la altura era gigantesca.

Eran súbitas las imágenes que divisaba, árboles, casas, y entre ellas, el infinito mar. Preparó todos sus músculos, aunque nadie le hubiera enseñado sobre cómo actuar ante tal momento.

Qué mala suerte había tenido, y pese a que su vida estuvo envuelta de lujos y cariño, el sufrimiento que arrastraba nadie se lo quitaba. Era la primera vez que suplicaba por no morir, para que, por fin, alguien, algo, lo que fuese, se apiadara de él. No podía dejar este mundo, no de esa manera, sin saber sobre el destino de Yaidev, y lo lamentaba, en verdad lamentaba no pensar en nadie más, pero, sin querer reconocerlo, era todo y lo único que tenía.

Cerró sus ojos y conservó las facciones de su rostro, las pecas como soles en un atardecer, su cabello castaño igual que la luz de un bombillo, y sus pupilas cual dos gotas de miel; hasta caer como moneda en la espuma de un café.

Vio cómo el suelo blanco era teñido por su sangre. El dolor en sus piernas y hombros traspasaba cualquier umbral conocido. Miró su entorno, ido, luciendo tan distinto: casas con madera del árbol Gelastal se agolpaban en su débil visión, el silencio lo arrulló, mientras una decena de carrozas repletas de nieve le abrazaban su vida. Juró haber visto ese lugar, reconoció la estructura y el frío que lo envolvía sereno; no pudo más y cayó inconsciente.

Habían olvidado el silencio del pueblo, Real Inspiria era ruidoso, no como lo era su tierra natal, ni mucho menos como Drozetis, pero la quietud de ese lugar era extraña, en otro momento podía confundirse con la paz, pero ahora era muy diferente.

Los Brotes llegaron hasta la puerta principal, observaron todo a su alrededor en busca de cualquier anomalía, y dada la tranquilidad, Priscila y Fordeli insistieron en que se devolviesen.

Ambos alzaron su vista hacia el almacén que se divisaba a unos cuantos metros. Ese en el que, después del incendio, había sucedido de todo, y un escalofrío los sobrecogió.

Los pueblerinos habrían cubierto el hangar con telas negras, dejando a los últimos —muy pocos— enfermos en plena oscuridad.

El científico abrió silente, nervioso, ansioso, y cuando la luz del día alcanzó las camillas, Jax yacía sentado en una de ellas, lucía ido, pero su serenidad y la nula sorpresa de ver a su líder, dejó a Fordeli helado.

—¡Jax! —exclamó la joven, intentando entrar, no obstante, su acompañante le detuvo—. ¿Desde cuándo estás despierto? —preguntó, sin obtener respuesta.

—Jax, hemos venido por ti, han pasado tantas cosas que simplemente no las creerías... pero ahora podemos darte una mejor atención, recuerda que somos un equipo.

—Ahora sí soy de tu equipo —espetó, con la voz ronca y la garganta reseca—. No sabes todo lo que tuve que pasar, lo que escuché cuando ese sujeto me indujo a coma; primero percibí sus voces, ruido, caos, pero ninguno se arrepentía de haberme dejado así, y después; nada, vacío, salvo los quejidos y gemidos de mis únicos amigos. Se arrastraban debajo de mí, susurraban en mis oídos, se paseaban por los pasillos y no, tú ya no estabas aquí.

—Jax, no perdimos el tiempo si es lo que piensas, esto se salió de nuestras manos y solo espero que lo entiendas. —Fordeli se acercó unos pasos, mientras su ayudante le seguía de cerca—. Estamos a nada, Yaidev ha avanzado mucho, tenemos a un mago de nuestro lado y con nuestra ayuda... Mejor vamos, te lo contaré de camino a Real Inspiria, ¿Puedes caminar?

—Quisiera no hacerlo. Me siento traicionado por ti y por todos... Ojalá me hubiera muerto, pues no habría visto lo que a mis ojos mostraban, yo estaba despierto sin tener los párpados abiertos. Me contaban de ti, del rey...

—Eso es obra de Járandax, Jax, el bufón que trajo la maldición consigo. También lo hemos visto, lo hemos escuchado, a algunos ha perseguido, de verdad tuviste suerte de quedarte postrado, de otra manera, no hubieras soportado.

—¿Me estás diciendo débil, todavía?

—No Jax... —musitó, recordando al recién nacido fallecido en sus manos, consciente de que no, no habría soportado lo demás—. Solo creo que estás cansado.

—Vamos, amigo —agregó la médico—, solo nosotros hemos quedado para luchar contra esto, créeme, lo demás ya no ha sido nuestra culpa, está afuera de nuestro alcance, asimismo, la protección que nos brindan es buena y han accedido a recibirte, estarás con personas que lucharon en las fiestas, de gente valiente. —Priscila extendió su brazo para tocarlo, pero solo recibió un golpe de la mano ajena.

—¡Jax! —reprendió su líder, molesto—. Siempre has sido así, pero lo siento, te llevaré, aunque eso requiera sedarte de nuevo.

—¡A mí no me pones una mano encima!

—Ya estás grande para estos berrinches, luces como un afectado; puedes enojarte una vez que te hayamos contado todo, pero ahora tenemos que irnos.

—No —susurró, alzando unas llaves polvorientas—, ustedes ya no saldrán de aquí. Él me ha acompañado todo este tiempo y me ha dado una orden clara.

—¿De qué hablas? —inquirió la joven, temerosa, viendo cómo el hombre frente a ella tiraba las llaves al suelo.

—Habló conmigo y decidí creer. —Se levantó de la camilla y su voz pareció cambiar, algo no estaba bien y Fordeli lo sabía.

«Ahora lo entiendo, Jax se perdió en algún lugar de su mente y ahora el Bufón busca otra manera de poseerlo. No hay risas, no hay felicidad, pero algo es seguro, está débil», pensó el científico, tragando saliva. Lo que miraba podía no tener la misma fuerza, pero eso no significaba que no fuera peligroso.

—¿Por qué los has liberado? —preguntó, presintiendo que su amigo seguía allí, dentro de su cuerpo.

—No importa, eso ya no importa.

Priscila observó a su alrededor, percibiendo las siluetas moverse rápidamente.

—¡Fordeli, corre! —gritó, asió de él, pero Jax los detuvo con una fuerza no propia; la mujer solo pudo ver cómo la puerta era custodiada por dos de los enfermos, mientras tres más salían de sus respectivas recámaras.

El científico propició un golpe para que su amiga pudiera escapar, logrando con éxito su cometido.

—¡Por allá! —exclamó, forcejeando con su ex compañero de trabajo, mientras señalaba una de las ventanas más altas, al otro lado del almacén—. ¡Jax, vuelve en ti, Priscila no tiene que ver con esto, recuerda todo lo que hemos pasado! ¡Jax! —encestó otro golpe, pero no obtuvo ni un gesto.

—Me abandonaste... y piensas hacerlo otra vez, ¿Por qué no compartes el final conmigo, Fordeli? Ya es tiempo que dejes de huir.

Fueron dos los que se acercaron y jalaron de su bata, el médico sintió el olor fétido que emanaban, viendo la piel caérseles de su cuerpo. Uno de ellos mordió su espalda, pero los dientes se le cayeron al contacto. Solo le bastó un golpe para que al afectado se le desprendiera un brazo, pues ya no tenía la fuerza de regenerarse.

Era una batalla reñida y Fordeli sentía su muñeca doler y arder, hasta que, de tantos golpes y forcejeos, pudo escapar de él.

—¡Aquí no hay nadie! —exclamó su compañera, sacando la mitad de su cuerpo, pero se quedó paralizada al ver a un enfermo gateando en la pared. Gritó de nuevo, intentando entrar otra vez, no obstante, aquel ser la detuvo de la cabeza. Tiraba con fuerza, pero su cuero cabelludo sufría las consecuencias.

Sonó estruendoso y ella cayó arriba del cuerpo sin cabeza. Priscila vio con terror el arma —un plato metálico continuo a una cadena sumamente pesada— enterrada en el suelo, seguido de ver a un hombre y a una mujer cabalgando unos enormes Lupuspectra.

El científico asomó presuroso, pues aún huía de todos los enfermos dentro del almacén. Uno le sostuvo sus piernas, mordiendo incesante, sin embargo, este sí pudo traspasar su piel. El caballero lo tomó de sus hombros hasta sacarlo sin problemas, al mismo tiempo que la joven aventaba de nuevo su arma, una Orbenza, para traspasar a todos lo que iban tras él.

—¿Cuántos eran? —preguntó.

—¡No lo sé, eran ocho, nueve, no recuerdo! ¡Saquen a Jax, saquen a mi amigo!

—Ese ya no es su amigo —corrigió la extraña mujer. —Preocúpese por ella y por usted.

—¿Quiénes son ustedes? —inquirió Fordeli, viendo cómo el otro cazador entraba al hangar.

—Nosotros a veces estamos, a veces no, pero nos alegra estar en casa más tiempo últimamente; rondamos por los pueblos, ayudando a la gente desahuciada de los niños ricos, de los inútiles capataces. —La mujer extendió la mano, levantando a ambos—. Aunque los rezagados ya no son tantos ni presentan un problema, los pueblerinos siguen necesitando de nuestro apoyo.

—¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es Lyria Denóf y mi compañero es Kaelen Sagréf, usted debe ser Fordeli, ¿No es así?

—Así es, un gusto. —Fordeli se fijó en su compañera, que claramente demostraba un ataque de pánico—. Priscila, Priscila, mírame —pidió, mientras los ojos ajenos se llenaban de lágrimas—. Respira, estoy aquí, estoy contigo.

Kaelen se acercó limpiando su espada, partícipe de traspasar el cuerpo de Jax y de los enfermos dentro del almacén.

—Vimos a tres más huir por la hierba alta, señor, parece que se dirigen al bosque Lutatis —comentó un Brote, acompañante del dúo.

—No los sigan, no sé a dónde van, pero no se arriesguen de más, algo está surcando los cielos.

El científico le escuchó con horror, atendiendo aún a su amiga.

—¿De qué habla? —inquirió—. En verdad lo lamento, no volveré a cometer otro error como este.

—Tranquilo, doctor, no sabemos qué es, pero hace poco lo perseguimos por Real Inspiria, es grande, lo sabemos por su sombra y el ruido de sus alas, así que le conviene regresar junto a nosotros; no se preocupe por esta gente —enfatizó, metiendo el arma en su cinturón—. Los Brotes tienen clara su tarea. Llevaremos a los que quieran ir con nosotros hacia la cúpula, nuestro hermano mayor ha permitido el acceso, además, ya son pocos sobrevivientes.

Fordeli entendió que era miembro de los Colmillos de Grimblade y se impresionó de la diferencia entre ellos y los citadinos de Inspiria. Rio al escuchar que tanto a Naor como a Néfereth, los llamaban de la misma manera.

—Algunos no querrán ir —agregó la mujer.

—Está bien, solo deberán estar dentro de sus hogares, no podemos seguir perdiendo más gente, ni siquiera tenemos el conteo de las víctimas —habló, sin ni un ápice de miedo y lleno de determinación—. Señor Fordeli, señorita Priscila, los llevaremos a Real Inspiria, mientras mis hombres se ocupan de lo demás.

—Gracias, pero ¿Cómo supieron que estábamos aquí?

—No lo sabíamos, señor, fue un golpe de suerte, estamos merodeando más cerca de lo común, debido al llamado de nuestro hermano, así que nos verá más seguido.

Canimbra alzó sus patas delanteras y se sostuvo en un tronco enorme, así Naor, sentado sobre su cabeza, vigilaría el firmamento. Un Lupuspectra más pequeño le esperaba a un lado, montado por un cazador, también miembro del clan Grimblade.

—No puede ser que algo tan grande se nos escape —se quejó, viendo hacia la copa de los árboles.

—¿Acaso no recuerdas cómo se adelantó? Y estoy seguro que vuela a una terrible altura. —El sujeto en cuestión tenía los cabellos blancos, sin duda era el más grande de los Colmillos—. Está claro que no es un Naele, probablemente sea un demonio de ese payaso, pero ya no nos conviene alejarnos tanto, yo opto por volver.

—Tú siempre has sido un miedoso, según tú ya no hay nada que revisar.

—Por supuesto, dejo mi marca a cada lugar que voy.

—Eres un aguafiestas, pero esta vez te daré la razón. —Naor suspiró—. Después de que esa cosa atacara a la capataz, no quisiera saber que agredieron la cúpula sin que nosotros estemos presentes.

—Bueno, Los Brotes pueden darnos tiempo, pero aquí entre nos, no sabía que Violette combatiera.

—Landdis también estaba allí, así que no iban a tener problemas.

Pff —rezongó—, no se le quitan los modales de niño rico.

—A ti tampoco se te quita el miedo.

—No voy a discutir sobre eso. —Rio.

—Cambiando de tema, ¿Ya viste cómo dejó el cobarde de Hecteli, a la reina?

—Sí, la vi, pero ¿Te tomaste el tiempo de verla?

—Platiqué con ella.

—¿Tú, platicando con mujeres?

—Pues sí —y la última vocal se alargó más de la cuenta—, platico con Violette, con mi mamá.

—Eso es obvio, pero hablas con tu madre, porque solo ella quedó viva de la matanza que hiciste con tus hermanos.

—Y dale con eso... Pero me importa un bledo, mejor te contaré lo que me dijo, ¿Tú escuchaste del secuestro, no?

—Tú sabes que no me gusta la lectura, pero sí lo supe... ¿Intuyes que fue ella?

—Por supuesto, pero, sinceramente, creo que todas las familias de la cúpula intuimos que es ella, pero ¿Sabes qué hizo Hecteli? Amenazó a su hijo de muerte si ella no se iba con él, entendía que tenía sus secretos, pero no a ese grado. —Se enserió—. Quiero saber si su hijo está bien, no me dijo dónde estaba, pero soy bueno rastreando, ¿Qué dices? ¿Te sumas?

—¿Ahora?

—Claro que no, indagaré un poco más para saber dónde empezar. Además, no quiero ir solo, tú bien sabes que en Prodelis ni en Drozetis soy bien visto.

—En ningún lado, Naor. —Dudó—. ¿Por qué no venimos todos?

—No, no, tienen que quedar algunos Colmillos vigilando.

—¿Y por qué te importa tanto buscar a ese muchacho? —inquirió, arrugando su entrecejo.

—No, no, no quiero buscarlo, solo quiero ver si está vivo, o por lo menos si está en una situación decente.

El cazador lo vio sin decir palabra, mientras Naor le devolvía la mirada. El silencio los envolvió y el aire pasó silente, removiendo sus cabellos, seguido de observar los árboles, a Canimbra, la tierra, los troncos.

—Sigues sin tener una buena justificación para buscarlo —sentenció.

—Bueno, sigo sin saber por qué lo busco... pero somos cazadores, ¿No?

—Sí, bueno... Está bien, puedo ayudarte, no sé si sea un regalo para la reina, ¿O estás buscando algún favor de ella? ¿Quieres vivir en Prodelis?

—¿En ese lugar tan aburrido? No, qué asco, está repleto de Hijos Promesas.

—Bien... pues entonces regresemos —sugirió, sin entender a su líder.

Abrió los visillos para que la luz entrara de lleno a su peculiar recámara. La iluminación acarició su piel, ahora tersa, sin ningún hematoma que evidenciara su horrible vida.

Selena se impresionó, no podía creer que solo bastara Velglenn y Fordeli para tan magníficos resultados, estaba segura que, en su tierra natal, aquellas heridas —por muy pequeñas que fuesen— hubieran tardado mucho más.

—¿Disfrutando de las cosas que Inspiria le ofrece? —preguntó Betsara, irrumpiendo en el apacible lugar.

—Señora Betsara, agradezco su amabilidad, pero yo ya no soy una reina.

—Por supuesto que lo es —replicó—, aunque Hecteli no sea el rey, usted siempre será la reina; y no importa qué usurpador esté en Prodelis, eso será momentáneo.

—Gracias, pero ahora solo estoy concentrada en la increíble capacidad de sus médicos, era muy diferente donde me encontraba.

—Era lógico, estaba estresada y triste, el cuerpo responde a su mente y claramente no se encontraba en las mejores condiciones. —La elegante dama enmudeció, viendo el decadente pero bello semblante de la mujer frente a ella. Estaba claro que era más joven—. ¿Salía de ese castillo?

—Solo por las noches... y podría contar con los dedos las veces que eso sucedió.

Uff —bufó—, me hubiera encantado que me lo hicieran a mí.

—Se nota que es de armas tomar.

—Y de arrancar cabezas —agregó.

—Entiendo. —Selena rio—. ¿Y usted tiene esposo?

—Sí —titubeó—, pero mejor no hablemos de él, está loco y casi no viene a Inspiria.

—¿Ahora mismo no está dentro de la cúpula, con todo lo que está pasando? —Se sorprendió.

—Por eso le digo que está loco, pero prefiero no hablar del tema.

—Bueno, la respeto... ¿Pero se lleva bien con él?

—Claro que sí.

—Entonces no entiendo por qué no quiera hablar de él.

—No me gusta hablar de locos... Malditos mis ojos que vieron a ese hombre y se enamoraron de la persona incorrecta. Pero ¿Qué voy a hacer? Así es esta locura.

—No es poeta.

—Ni intento serlo.

—Por eso digo que no es poeta.

Betsara se rio del comentario e invitó a Selena para conocer Real Inspiria, sin embargo, vislumbraron a los tres jóvenes —Lanndis, Violette y Velglenn— repletos de vendas.

—No puedo creer que un animal amorfo femenino quiso abusar del muchacho —agregó, observando a Velglenn.

—Créalo, señora.

—Tienes amigos muy raros...

—No, no era mi amiga, fingió serlo.

—¿Pero sus pechos sí eran iguales? —Betsara emitió una carcajada, pues la noticia se había regado velozmente.

—Señora, por favor, nunca le vi nada —vociferó, llenándose de vergüenza, mientras se tapaba la cara con ambas manos.

—Qué lindo eres —musitó la mujer, ofreciendo palmadas de consuelo—. Violette, ¿Cómo está tu boca?

—Bien, la desgraciada no pudo hacer nada más. —La capataz sobó su mejilla—. Debo confesar que todo esto parece un sueño, a veces lo asimilo y otras veces me resulta absurdo, pero sí sé que debo dormir.

—Pues deberías, aunque seas tú la que se niegue. —Suspiró—. Me recuerdas mucho a mí, pero ahora que eres líder de este lugar, las cosas van a cambiar. En ocasiones siento que solo somos nosotros y uno que otro Brote camuflado.

—¿Y su joven hijo? —preguntó Selena—. Es Naor, ¿No es así?

—No es tan joven, querida, está a punto de cumplir los treinta, pero siempre sale de la cúpula junto a sus amigos, es un muchacho muy loco.

—¿Cómo su esposo?

—Algo así, ya sabes, de tal palo, tal astilla. —Betsara se enserió y miró directo a los ojos de la nueva líder de la mesa—. Violette, sin miedo a equivocarme, esta peste comenzó a amainar, no se ha sabido nada de nuevos enfermos, salvo el avistamiento en los cielos, Los Brotes están haciendo un buen trabajo en vigilar las puertas para evitar que las personas salgan, no obstante, tampoco hay que bajar la guardia dentro de la cúpula; te digo todo esto con el fin de que se haga una reunión con todos los involucrados.

—¿Otra vez? Usted sabe que no escuchan, no hablan.

—Por eso. Necesitas eliminar a los que no te sirven, entiende, ahora eres la dueña de la mesa y puedes hacer con ella lo que quieras, y eso implica que escojas a los que de verdad te darán una mano cuando la necesites.

—¿Y eso por qué? —inquirió la joven, un tanto extrañada ante la petición.

—Uno de los tres grandes caerá, las cosas están mal... En Prodelis hay un usurpador en el trono del cual no conocemos sus intenciones, y aunque Kendra haya provisto de información, no sabemos de sus planes para con nosotros. —Todos guardaron silencio y el ambiente se tensó más de la cuenta—. Aunque nuestro lado haya sido el más afectado, permanecemos sólidos, nos atacaron como quisieron, pero no saben que nosotros tenemos el ejército más grande. Y yo sé que el rey gordo está sufriendo su propio calvario, no sabemos nada de eso, pero sé de buena fuente que no le está yendo nada bien. Así que... aunque nos cueste admitirlo, son tiempos de guerra.

—¿Cómo puede saberlo así nada más? ¿Es porque le gusta la guerra?

—Aparte, pero debemos, necesitamos, nos es menester organizarnos para que no nos tomen desprevenidos, además, ¿De dónde crees que viene todo el mal, pequeña? ¿Quiénes se creen con el derecho de opacarnos? Dime.

—Drozetis —espetó, molesta.

—Exactamente. No digo que los ataquemos, solo que, si vemos una oportunidad, demos terminada, de una vez por todas, a toda su maldita estirpe. Es rey por suerte, porque le tocó estar allí, pero no me amargaré más con esto, solo haz la reunión, mientras yo les aviso a todos estos buenos para nada, que sus puestos corren peligro.

—Yo sé que no me apoyan directamente —corrigió—, pero no han huido de sus puestos, por lo menos.

—Porque al mar los roedores no pueden huir, Violette; no tienen para dónde, pero en fin, nos vemos reina. —Betsara ofreció una ligera reverencia.

Kendra subió las gradas hacia la sala principal del castillo y le parecieron eternas. Observó cómo un hombre encapuchado se retiraba del lugar, mientras Argentum yacía sentado en el inmenso trono.

—¿Y ese quién era? —preguntó.

—Hermana mayor —saludó—, necesito información y hay aves que cantan muy bien, solo será mientras yo esté en este puesto, pero dime, por favor, ¿Cómo están tus heridas?

—Mejor, gracias a Balvict, supongo, por cambiar las balas... Aunque me siento molesta por ello.

—Por favor, no te sientas así. Ellos eran tres, imagínate los resultados, es probable que no hubieses muerto, pero estarías peor.

—Yo solo quería matarlo con todas mis fuerzas.

—Lo entiendo, lo entiendo... ¿Dónde lo enterraste?

—En Inspiria.

—Merecía su entierro aquí, hubiéramos hecho todo lo posible para traer su cuerpo. Ya no habrá más juegos de luchas con él... —Argentum bajó su rostro—. Yo también les fallé, no ayudé cuando ustedes clamaban por ayuda, ni evité que Ágaros entrara al reino para envenenar el corazón del rey.

—Hecteli ya era malo —repuso—, pasamos por alto muchas cosas y eso fue un pecado que acarreó consecuencias para todos nosotros, porque las señales eran claras; los reinos son una locura, entre más al norte, más podridos están... el poder te apesta, pero dime, ¿Qué harás ahora que eres rey?

—No, por favor, esto es temporal, pero debo sincerarme contigo, en realidad quisiera desaparecer Drozetis, acabar con todos esos hijos de puta.

—Estamos hablando de guerras grandes, hermano.

—Somos Hijos Promesa, y no sería ningún problema.

—Lo sé, pero no se pueden evitar las bajas en esas batallas, Argentum; entonces, ¿Solo para eso quieres el reinado?

—No lo quiero —reiteró, negando con la cabeza—. Me gusta cómo se ven las cosas desde acá, te ofrece una falsa sensación de control, como si estar dentro de esta madera te diera superioridad, pero sé que todo es mentira, nunca terminarás por complacer a todos y no pienso ceder a la locura, sin embargo, con mucha seguridad puedo decirte que este lugar le pertenece a un Hijo Promesa.

—¿Por qué dices eso?

—Piénsalo, tú lo has dicho, todo humano al tener el poder comienza a enloquecer, pero alguien poderoso con poder, no enloquece.

—Vaya, te doy la razón, tú serías un excelente rey si no fueras tan arrebatado. ¿Al final, a quién se lo darás?

—Para ti o para Néfereth, y lo guardaré hasta que ambos estén aquí, mientras yo siempre estaré para ustedes.

—Fieles entre nosotros, ¿No es así?

—Por supuesto, no todos, pero la mayoría sí, solo míralos —Argentum se acercó al balcón, señalando a algunos Hijos Promesa—, están felices por tu llegada, toda este gente te admira y aquellos que no... me dan lástima, los odio, porque lo hacen para satisfacer sus pequeños aparatos reproductores, y no me gusta que siendo nosotros tan diferentes, solapemos todo esto, como ya sabes lo que sucedió.

—¿Qué cosa sucedió?

—Me da pena preguntarte, pero... ¿Son ciertos los rumores sobre Néfereth? ¿Es cierto que gusta de ese joven botánico?

—Eso no me consta, y si así fuera, ¿Cuál es el problema? Yo no he visto nada, lo único que he observado en él, es ese amor férreo de querer salvar y proteger a todos, él es capaz de enfrentarse a lo que sea con tal de hacer su trabajo, y me extraña que tengas esos prejuicios.

—No los tengo, pero algo en mi admiración se rompe.

—¿Te da asco?

—No, no es sobre eso, se trata del pedestal en donde lo tengo.

—¿Pero por qué lo tienes en un pedestal? Él tiene derecho a amar; yo no he tenido suerte, considero que todos son una bola de idiotas, incluido tú.

—Es cierto, es cierto, soy un idiota —afirmó.

—Entonces, ¿En qué te afecta? Él seguirá siendo la misma persona que daría su vida por proteger a los demás. ¿En serio han montado toda una novela por esto? —Kendra rio, incrédula—. Somos poderosos, pero ¿Verdad que seguimos teniendo la mente y los prejuicios de un humano? Esos que tanto odias... qué asco.

—Qué directa —musitó, mientras un sentimiento se aglomeraba en su pecho, uno que no supo discernir—. No te molesto más, Kendra, esta es tu casa y este puede ser tu trono.

—No, no, no —repuso de inmediato—, maldito lugar. Solo me recuperaré y volveré para ayudar, Inspiria está muy solo, hay buenos guerreros, pero sigue necesitando de nosotros y nunca nos dimos cuenta de eso.

Yaidev se sobaba la mejilla, todavía sintiendo el escozor en la piel reventada a causa de la cachetada. Percibió el palpitar de las venas en su sien y un ruido profuso en el oído. No podía creer el dolor de lo que, estaba seguro, había sido un leve golpe.

—Buenos días, joven Yaidev —dijo solo al abrir la puerta—, mi nombre es Russel y soy el primer consejero, sacerdote y pontífice de este castillo. —Se detuvo, observando el rostro de la víctima—. Te dejó muy mal ese hombre, déjame ayudarte.

Russel se acercó sin miedo alguno, tomó su barbilla y la movió hasta que escuchó un sonido quebrajoso; Yaidev emitió un quejido, mordiéndose la lengua para evitar gritar, pues no quería demostrar alguna debilidad, no obstante, nunca creyó tener la mandíbula fracturada.

—Mejor —musitó, viéndolo fijamente.

—Dime gracias, no pasa nada. Me tomé la molestia de ayudarte, porque te han preparado un platillo exquisito. —Y mostró la bandeja—. Sabe maravilloso y era su comida predilecta.

—¿De Ren? ¿Por qué el rey le tiene tanto miedo?

Eh... cosas, como cuando pisas excremento, es una sensación que no olvidarás nunca. Anda, come, no está envenenado si eso es lo que te preocupa. —El consejero tomó un trozo de carne y lo llevó directo a sus labios, mientras cerraba los ojos por el delicioso sabor—. Necesitas comer, porque eres un enviado de dios.

—¿De quién? ¿Del payaso, de Barzabis o de Rénfira?

—Vaya, conoces a los tres, eres un gran lector, pero te envía el verdadero, al único que debería adorarse. El bufón es solo eso, un bufón, y Rénfira... Mejor dime, ¿Quién está en la parte superior del triángulo? Barzabis, por supuesto, está escrito, hay dibujos sobre ello.

—Los he visto, pero no te incumbe.

Oh, claro, hablas de los libros de la Cámara de Aenus, son buen material de estudio, pero incompletos. —Russel se sentó a su lado, confiado—. Toda la literatura es robada, y no soy un conspiranoico, pero te doy un consejo, no digas nada que ponga en riesgo tu vida, hasta que vengan por ti, porque sé que vendrán; quizá seas la persona más buscada del reino. Hay muchos rumores sobre ti, ¿Es cierto que vuelas?

—Lo dice en broma, ¿No es así?

—Sí. —Y demostró una leve sonrisa, levantándose—. No eres tan temible como te pintan, solo eres un jovencito.

El consejero cerró la recámara, escuchando los gritos de su rey en la habitación contigua.

—¡¿Por qué lo golpeaste así!? ¡Casi lo matas! Recuerda que debo vengarme de él, pero poco a poco; lleva la sangre de ese maldito, ¿Acaso no viste cómo su rostro se estaba deformando?

—Yo haré lo que sea necesario para salvaguardar su vida, señor, así debe ser, ¿Verdad?

—¡Te lo agradezco, pero...!

—Le pegué con la fuerza necesaria, no intentaba matarlo —interrumpió—, pero es muy frágil. Lo único extraño es que, después del golpe, la mano me ha ardido.

—¿Y para qué mierda me cuentas esa estupidez? —reclamó.

—Porque no debería haber sucedido.

—No me importa, eso discútelo con un mago, un hechicero, me vale mierda con quién lo hables, ahí te quedarás de pie, castigado.

—Está bien, siempre estoy de pie.

—Ahora más tiempo —refunfuñó—. Esto me está desesperando, Ráskamus, espero que esos malditos ricos tomen la decisión ya.

—¿Automatizar las fábricas? Se los mencionó antes de que salieran de la reunión, que prescindieran de la fuerza de los pobres, de esos que asesinará.

—Tú y la Guardia Ciega los matarán... Simplemente no puedo confiar en la gente que se revuelca en la miseria; te pueden apuñalar en cualquier momento, y por eso, solo aquellos que reciben mis regalos, son los más leales a mí. El éxtasis, Ráskamus, lo puede todo.

—Suena terrible. —Y sonrió quedo.

—Pero me tranquilizaré y solo me enfocaré en hacerle pasar un infierno a este chamaco; es idéntico, ¿Lo recuerdas?

—Tengo leves imágenes, hubo muchas cosas en el pasado.

—No te esfuerces en recordarlo, solo te daré dolor de cabeza y te quiero en tus cinco sentidos, pues, me vas a perdonar, pero no te dejaré que duermas —se enserió—, el castillo está muy vacío y tengo muchos enemigos, además, ya no puedo usarlo. —Y su vista descendió, sin embargo, solo podía observar la protuberancia de su estómago—. Ni siquiera he podido masturbarme, es lo peor que me puede pasar... Mi mundo se está acabando —sollozó.

—En verdad está sufriendo mi rey, pero yo sé que la savia lo ayudará.

—Este es el verdadero dolor, Ráskamus, no se lo deseo a nadie, lo demás se convierte en una nimiedad.

Probó con timidez, y para su sorpresa, el platillo sabía muy bien. Debía reconocer que le dolía al morder.

—Sabe muy rico —musitó para sí, para luego observar el ventanal de su nueva recámara—. ¿Será que... viene? Ya debería haber llegado.

Miró su plato, luego hacia el firmamento, así sucesivamente hasta que, detrás del vidrio, el rostro pálido e inanimado de una creatura asomó al instante. Yaidev se petrificó en un segundo y emitió un grito comprimido, pues su garganta se cerró a la fuerza, faltándole el aire.

—Y no vendrá —le contestó—. Yaidev, ¿Verdad? No tienes mucha fuerza de voluntad en ese pequeño cuerpo. Originalmente no estarías aquí, no de esta manera, pero también me servirás así. —El animal se acomodó sobre el bello pórtico, dejando entrever su cuerpo seco y rugoso—. Déjame contarte que has estado molestando desde el día uno de esta peste, me han despertado a la fuerza, porque provocas incomodidad, y la situación se ha vuelto insostenible. Necesitamos que hagas un favor, puesto que tu sangre empezó esto.

—¿Mi sangre? —balbuceó.

—Así es, podrías hacer más fuerte la maldición, todavía. —El ser ladeó su cabeza y el botánico pudo vislumbrar el polvo que descendía de su oído—. Dicha oración está mal dirigida, pero no porque esté hecha erróneamente, tu antepasado no la hizo mal; mi empleado no supo cómo interpretarla y necesitamos más fuerza. Si tan solo logras que Haldión diga la maldición que te contaré por sueños, haría que la peste vuelva.

—¿Se le está acabando la fuerza al Bufón? —inquirió, con un gesto de dolor en su rostro, pues el agarre sobre su cuello no disminuía.

—Lo conoces bien, ¿No es así? ¿Cómo se llama?

—Járandax...

—Sabes más de lo que creí, interesante. —La estatua rio y un ruido quebrajoso se esparció en la habitación—. Muy bien, muchacho, la razón por la que no te llevaré, es porque Haldión tiene un sufrimiento ligado a tu antepasado. Quizá lo veas, su presencia está en el castillo.

—¿De qué hablas? —tartamudeó.

—Está muy cerca... ¿Te pica la piel?

—La espalda —pronunció con terror, sintiendo la resequedad apoderarse de sus labios y un dolor horrible en su sien.

—Ten cuidado, tú deberías saber más de eso.

—Era escéptico en algunos aspectos, pero mírame ahora, hablando con demonios y siendo perseguido por "dioses"; ¿Por qué no simplemente nos dejan en paz? Y se olvidan de todo esto.

—No depende de mí, Yaidev, pero, si te soy sincero, no lo detendría, porque de esta manera puedo estar vivo de nuevo. Yo también tuve sueños y disfrutaba de mis días, como tú.

—No te creo.

—Lo entiendo, mi forma actual no ayuda mucho, pero me gusta, me ayudó para que pudiese aventar a tu amado al mar.

—¿De qué hablas? —musitó, dilatándose sus pupilas.

—Venía despavorido, y me deshice de él; era un estorbo para nosotros.

—¿Cómo? ¿¡Dónde!? ¡No! No... ¿Es verdad?

—Por supuesto, ahora debe estar muerto.

—No es cierto...

—Por eso estoy aquí, tranquilo, sin que nadie me haga daño. —Yaidev enmudeció, mientras sus ojos se cristalizaban por culpa de las lágrimas que, prontas, descendían por sus mejillas—. Dime, cuando viste por la ventana, ¿Sentiste que venía por ti? ¿No es para que estuviera junto a ti? Que descanse en paz.

—¿Por qué? —preguntó, sin hilar demasiado sus ideas—. ¿Por qué nadie te ve?

—No podrás gritar, de todas maneras, si ese hombre grande sale, me iría tan rápido y caería tan fuerte, que partiría el castillo en dos; y no me importaría morir en el proceso.

—Maldito monstruo.

—Ahora sí, pero antes, también. —Rio sutil—. Haz lo que se te ordena con el rey globo, que complete aún más el dolor de su pasado, y después te diré dónde encontrarlo. Dos Harel y el principal causante de tanto sufrimiento... Me premiarán como nunca. Te daré cuatro días y si no lo logras en ese tiempo, te llevaré a ti, para que conozcas a tu antepasado.

—¿En dónde está? —inquirió, enlazando todas las pruebas en su mente.

—Está muerto.

—Lo sé, pero dime dónde está, de igual manera tengo que hacer sufrir a este maldito rey, así te haré el trabajo más fácil. —Se quejó de dolor—. Me están usando como quieren, pero nadie puede tocarme, ni tú, ¿Verdad?

—Tienes razón, pero solo haz lo que te ordeno, escribe la oración y recítasela. —El ser volteó con brusquedad y devolvió la mirada—. Está cerca, nos vemos Yaidev.

No duró ni un segundo frente a él. El botánico solo pudo discernir cómo el espacio se arremangaba cual velo de novia, como si algo tirara de él con una velocidad atroz, dejándolo más confundido y con el corazón destruido.

Sintió la extrema comodidad en su espalda, percibió que sus pies cabían perfecto en el somier y eso lo hizo levantarse de golpe. En un momento pensó que se golpearía con algo solo al despertar, pero la recámara era enorme. Buscó tratando de saber dónde se encontraba, pero la gigantesca mesa, el vaso que estaba sobre ella —y que cabía correctamente en su mano— lo hicieron dudar; a un lado, un plato repleto de sopa, de igual manera, de un tamaño adecuado a su altura.

Pisó el suelo afelpado, caliente y suave, dispuesto a salir de la habitación. Las piernas se le tensaron, los músculos parecieron multiplicarse y cerró los ojos para soportar el dolor.

La residencia estaba hecha completamente con madera de Gelastal, el olor era inigualable y el clima espectacular. Las luces blancas se regaban tímidamente sobre el pasillo que lo dirigía hacia un hermoso balcón, mientras unos cuantos cuadros le seguían sus pisadas en las paredes a su alrededor.

El paisaje que le esperaba de frente era familiar, las montañas se alzaban a lo lejos, pero pese a la nieve que cubría cada una de ellas, no se sentía tanto frío. Le pareció que se bañaban con azúcar o sal, que los pinos jugaban con la escarcha y que el aire fresco removía con deleite la fina capa de nevisca.

Una silla le esperaba temerosa, moviéndose ligeramente, ocupada por un hombre que admiraba el mismo panorama.

—Buen día, muchacho, toma asiento —sugirió la voz, algo añeja y pesada—. Te diste un buen golpe.

—Así es —contestó, sentándose a su lado para saber quién había sido su salvador—. Usted fue el que me trajo aquí.

—Entre varios, en realidad; estás hecho de acero, pero mira a tu izquierda.

—¿Hijos Promesa? —preguntó para sí después de observar el enorme balcón que se extendía a lo lejos, los hombres que yacían sentados compartían todas sus características y eso lo dejó perplejo—. ¿En dónde estoy? ¿Estoy en Prodelis?

—Así es, caíste muy lejos de aquí, ¿No lo recuerdas?

—Maldito demonio —espetó, recordado de súbito la misión pendiente.

—Y ahí está su pie, lo encontraron a unos metros cerca de ti, pero está petrificado. Luce como un demonio. —Se enserió—. No sé contra qué estén peleando, pero a nosotros nos duelen las articulaciones con cada paso del tiempo. ¿Qué es lo que buscas? Tú eres Néfereth, ¿No es así? Hemos escuchado tu nombre, apareces en los periódicos locales y los jóvenes que vienen a dejarnos suministros nos cuentan de ti.

—¿Esto es una casa de retiro? ¿Aquí acabaré yo? Creí que estaban junto a sus familias, en sitios prestigiosos, en...

—Tranquilo —interrumpió, riendo—, no es un asilo de ancianos, nosotros, unos cuantos, decidimos quedarnos aquí, tenemos todo lo necesario para sobrevivir, ¿Qué haremos si no morimos tan rápido como los humanos? ¿A dónde iremos cuando nuestros familiares fallezcan? Mi esposa ya no está conmigo, tampoco mis hijos... ¿A dónde iré? ¿Cuántas vidas tengo que perder antes de que yo muera? Pareciera que todavía no eres consciente de nuestra longevidad, ¿Verdad?

Néfereth se tensó, y no era por el dolor, algo en él se activó, algo en él reaccionó, y era cierto, jamás imaginó en ese pequeño (enorme) detalle.

—Cuando ames a alguien —añadió el hombre—: procura disfrutar cada día de tu vida, para que se alarguen tanto que perduren en tu mente. Yo no lo sabía y todos pasamos por eso, y míranos, ahora nuestra compañía son los tableros de ajedrez, juegos de pelota, cuentos románticos que parecieran ser escritos por príncipes, pero nosotros éramos los protagonistas... Son tiempos raros, hijo, pero si ese demonio te tomó, es porque ibas a realizar algo muy importante. Están peleando contra algo muy fuerte.

—Un payaso —musitó, aún reflexionando, con las palabras retumbando en su mente.

—Leyendas que se vuelven realidad, en aquellos tiempos no sonaban tanto. —El hombre miró hacia su remoto paisaje y suspiró—. ¿A dónde te diriges?

—A Drozetis.

—¿Entrarás tú solo?

—Yo solo —afirmó—, no necesito nada más.

—¿Y qué te lleva allí?

—Necesito rescatar a alguien, y no puedo quedarme aquí aunque no esté bien.

—Estás fisurado, hijo... ten mucho cuidado.

—Entro, rescato y me voy.

—No sé a quién vayas a salvar, no me importa, importa lo que sientas al rescatarla, porque para que alguien nos ponga en esa posición, o tiene nuestra lealtad o tiene nuestro corazón, ¿Cuál de las dos es?

Se le estrujó el pecho, pero retomando una pizca de valor y abriendo un poco el panorama, no era una pregunta tan difícil, la respuesta ya estaba presta, y su mente ya no podía negarla.

—¿Y si digo que ambas? —susurró, sin dejar de ver el suelo afelpado.

—Serías como los relatos que contamos aquí, en donde un Hijo Promesa vuelve a ser protagonista, y cuando lo narres dirán que es mentira, pero solo tú sabrás la verdad. No te digo que te quedes, porque todos haríamos lo mismo que tú.

—Así es —se escuchó al fondo, de algunos caballeros que todavía oían.

—Él está quedando ciego —agregó—, pero ya no tenemos miedo, es una lástima que no podamos ayudar en batalla, pero los entrenamientos también nos cobran factura. Hemos visto tanto en estos reinos, que sabemos que lo que está pasando ahora, son solo malas señas... Quizá cuando estés igual de viejo que nosotros lo notes, pero... hemos visto a las tutoras parpadear.

—¿A qué se refiere con eso?

—No sé si la vejez te hace ver cosas, pero sin duda son tiempos malos. En diferentes enfermedades o pestes, hemos escuchado de algunos compañeros que ellas pestañean, lo atribuimos a las nubes, a la desesperación, a la ceguera, pero que hayas caído aquí... puede ser coincidencia, pero nunca nada está puesto al azar —aseguró, inclinando su cuerpo hacia adelante, presto para continuar—. Sin duda eres importante y si irás a Drozetis, necesitas tener un cuidado en particular.

—¿De qué habla? —inquirió, preparando lo poco que quedaba de su armadura, acomodando su espada.

—Para empezar, pasa por Prodel.

—Sí, eso está claro.

—Parece que hubo un golpe de estado, la verdad ya no nos interesa, no obstante, cambia de armadura, afila tus armas, porque hace mucho tiempo, nosotros... no, no nosotros. —Negó con la cabeza—. Nos pedían servir de mercenarios para los primeros reyes, a hacer cualquier tipo de trabajos.

—A la selva, bosques, a matar gente inocente —agregó otro Hijo Promesa.

—Ya pagamos por esos pecados —continuó—: con nuestros seres queridos y en la forma en la que murieron; la vida se cobra, hijo... Y en esos tiempos ofrecimos a uno de los nuestros, uno de los más fuertes de su generación, como tú, pero nunca regresó.

—¿Lo mataron?

—No, pero escuchamos rumores, y sospechamos que le hicieron algo. Nosotros no morimos tan fácil, a menos que sea de nuestra misma sangre, pero conociendo los tiempos del pasado, todo encaja perfectamente. —Se recostó de nuevo—. Sabemos que Haldión tiene a un guardia enorme, y creemos que es uno de nuestros hermanos, aquel que enviamos. Ármate bien, porque si todavía sigue en servicio... No te confíes. Lo siento, pero parece que tendrás que matar a alguien de los tuyos.

—Si hace daño a lo que amo, sí, lo mataré —afirmó, y el anciano frente a él pudo sentir el vigor y la valentía recorrer su senil cuerpo.

—Eso es todo, ¿Descansarás?

—No tengo tiempo —interrumpió ansioso—, pero también estoy preocupado por ese demonio, ¿Qué hago?

—Ya obtendrás más ayuda en Prodel, toma uno de mis Losmus. —Y el hombre señaló el jardín.

—Se ven viejos...

—El mío es el más viejo —sonrió—, pero es el más rápido, confía en mí, nunca, pero nunca... ¿Qué te iba a decir, hijo?

—Señor —vociferó—, tengo que irme.

—Un placer conocerte, Néfereth, sigue firme con tu tarea, y por lo que más quieras, disfruta de tus días para que no tengas que pasar el resto de tu vida junto a nosotros. Adiós, hijo.

—El placer es mío.

Néfereth se puso de pie, para después observar su entorno. Rio irónico, pues nada de toda la opulencia en la que los Hijos Promesa se rodeaban, llegaba al final. Quizá, solo era para recordar a sus familias; cincuenta o sesenta años en los que de verdad fueron felices; o quizá aquella simpleza era su verdadera naturaleza, su verdadero sentir, nada estrafalarios, solo servir. Y si le hubiesen preguntado, hubiera preferido simplemente amar, amar sin restricciones ni leyes sinsentido.

Los guardias llegaron a Real Inspiria, y los médicos descendieron sin pensarlo. Viajar en aquellos animales había sido una experiencia maravillosa, pero estaba claro que no lo volverían a hacer.

—Hemos hecho lo que ordenó Naor —comentó Kaelen, dirigiéndose a Violette—. Los Brotes quedaron organizando a los pocos sobrevivientes, los que deseen entrar a la cúpula se les dará el asilo correspondiente y los que no, que se mantengan al margen por esa creatura.

—¿Pero qué pasó? —preguntó la capataz, detallando el semblante decaído de ambos científicos.

—Disculpa, Violette, fueron cosas que un viejo como yo ya no debe estar haciendo. No queríamos meterlos en problemas, solo buscaba arreglar mi error, ser buen amigo y... no fue correcto.

—No diga eso, señor —agregó Priscila, aún con los ojos hinchados de llorar—. ¿Por qué no se quiere un poco más?

—¿Cómo sigues, Priscila? ¿Estás bien? No dejaste de llorar en todo el camino.

—Sí señor, estoy bien... solo iré a descansar un momento. —La joven se retiró cabizbaja, mientras Violette la observaba dudosa.

—¿Le hizo algo, señor Fordeli?

—Claro que no, ¿Cómo cree?

—Porque se fueron solos, ella ha llorado...

—No sea así, señorita, yo soy un hombre culto.

—No me refiero a eso, ¿Le dijo algo que pudo haber herido su joven corazón?

—No, tampoco, tampoco —añadió, sintiéndose sobrepasado de la vergüenza—. A ver, ¿De qué estamos hablando?

—Tranquilo, señor —intervino Landdis—, está bien, con estos guerreros siempre estará a salvo.

—Por supuesto. —Lyria sonrió, satisfecha de que la llamaran guerrera.

—Eres muy alta. —Violette la miró con asombro—. Así que ustedes también forman parte de los Colmillos, lamento no conocerlos, no se dejan ver tan seguido. ¿Cualquiera puede ser de su clan?

—Así es —afirmó Kaelen—, cualquiera.

—Ahora entiendo, yo recuerdo haber visto a... Lyria, ¿No es así? ¿Así es tu nombre? Pero no sé en dónde.

—Tranquila, a veces vengo a cuidar de mi mamá o de algún hermano.

—Eres de la familia de banqueros, increíble.

—Así es, Violette y también...

—Pues me alegro —interrumpió Landdis—, gracias por traer a los doctores, cuídense mucho.

Kaelen sonrió y prosiguió a retirarse junto a su compañera, mientras asentía, ofreciendo una pequeña reverencia.

—¿Por qué los corriste? —reprendió su hermana, arrugando su entrecejo.

—No los corrí, así son ellos, hablan poco y tienen mucho trabajo, pero es bueno saber que están aquí.

—Nadie nos creerá que luchamos con esa mujer monstruo, ¿Verdad?

—Pues Betsara nos creyó a medias.

—En verdad es una pena que la verdadera Naula no haya llegado, ¿Crees que esté bien? —inquirió la capataz, observando a Velglenn.

—No lo sé —admitió—, estoy preocupado, no entiendo cómo pudo saber tanto de ella.

—No te martirices tanto, esas cosas son demoniacas, ¿Acaso no recuerdas cómo conocían nuestro pasado? No creo que le haya costado saber de ella con solo mirarte... Por lo menos viste sus pechos. —Violette rompió a carcajadas, seguido de Landdis.

—Ni con el agua al cuello son sobrios —sentenció el mago, afilando sus ojos.

—Tú tenías otra cosa en el cuello. —Y volvieron a reír, hasta tomar sus estómagos por el dolor.

—Es un grosero, joven Landdis, pero lo siento, estoy nervioso, nunca había enfrentado algo así.

—Pero eres muy fuerte, un excelente mago, la verdad no creí que fueran tan eficaces ni violentos, bueno —se sinceró—, sí conocemos a un mago, y sí, poderosos son.

—¿Un mago aquí en Inspiria?

Mmm, magos ermitaños, algo raros y muy alejados de la ciudad.

—¿De quién estamos hablando, Landdis? —inquirió, verdaderamente interesado.

—Quizá lo leí... quizá lo soñé.

—Desvaría mucho, ¿Verdad?

—Quizá... Pero no importa, mejor dime, ¿Qué era lo que esa mujer introdujo en tu boca?

—Una especie de parásito.

—Pero cuando lo estaba haciendo, ¿Qué sentías? —cuestionó la capataz, con asco.

—Me miré a mí mismo, como si hubiese querido asimilarme, sentí que pasaría ese parásito a mi cuerpo para fundirme en ella y hacerles daño.

—Ahora entiendo —razonó el joven de cabellos rojos—, era muy débil físicamente, y muy ágil para escapar, toda su forma ayudaba para su cometido.

—Desgraciada, lastimó mi cara... maldita chichona —bufó.

—Yo la vi normal —agregó su hermano.

—Perdón, señorita Violette, me encargaré que en su rostro no quede ninguna cicatriz, fue mi culpa por no investigar más a fondo, por confiarme y no tener mi magia activa siempre.

—Tranquilo, ¿Pero qué clase de magia debe usarse en esos casos? Porque si tú no bloqueaste tu mente y ella logró leerla... No entiendo.

—Generalmente es la magia blanca, pero mantenerla activa sin que se note, es muy difícil.

—Bueno, yo los dejo solos —intervino Landdis—, siento el ambiente algo incómodo.

—¿Y a dónde vas?

—A ver a nuestro hermano, me aseguraré de que esté bien.

Sus palabras fueron acompañadas con un grito desgarrador, no hacía falta buscar al responsable, tanto Landdis como Violette sabían que la voz provenía de Alexander.

La puerta se abrió de golpe, ambos hermanos estaban allí, junto a dos Brotes preparados para lo que sea.

—¡Alexander! —exclamó la capataz, observándolo sentado en el somier, con el corazón al cien, mientras el sudor evidenciaba su miedo y nerviosismo—. ¿Otra pesadilla?

—Sí... con ese dios.

—¿Con el Bufón? —cuestionó, cobijándolo.

—No, ese no es un dios, hablo del dios Braco. Está molesto. —Alex miró a su hermana con los ojos llorosos, recordando con terror la vívida imagen—. En su mano llevaba la cabeza del Bufón, y en su brazo pendía el cuerpo de una Arrastrasa, dijo que ya los quería.

—No es normal que lo sueñes de esa manera, pero ¿Te habla directamente?

—A veces... pero, para serte sincero, no le tengo miedo, sé que intenta cuidarnos, es solo que la cabeza cercenada de ese monstruo me dio terror.

—¿Pero qué clase de dios es para mostrarte esas cosas? —espetó su hermano mayor.

—Admiro tu valentía, joven Alex —añadió el mago—, sinceramente, con todo lo que está sucediendo, es probable que Barzabis esté ansioso por acabar con ellos. Estoy seguro que se comunica con más personas, sería conveniente preguntarle a Yaidev cuando regrese. —Violette sonrió instintivamente, la confianza de Velglenn era apabullante y eso le daba los ánimos suficientes para creerle—. Esas personas son únicas —prosiguió—: excepcionales; yo no sueño nada, ¿Y ustedes?

—No —sentenció el joven pelirrojo.

—Ni yo —agregó la capataz—, no obstante, creo que alguna vez pudimos verlo, es solo que no recordamos nada cuando crecemos.

—¿Crees que soñarlo sea una buena señal?

—No lo sé, Velglenn, pero por lo menos sé que no lo ha abandonado, claro, hemos sufrido más que todos, aunque... quizá le debamos algo de suerte.

—Él existe —aseguró, viendo hacia la nada.

—Y tú lo has visto.

—Sí... —El mago quedó ido, y negó con la cabeza para poder continuar—: Cuando estás frente a él, te extingue toda clase de poder y sentimiento, te sientes expuesto, desnudo. Si alguno de los que se proclaman dios llegase a subir, estoy seguro que lo haría pedazos, así que sí, ese es el bueno.

—Y tiene a los devotos más hijos de puta —sentenció Landdis—, yo también estaría molesto.

—Está bien, podemos hablar de eso afuera de la habitación, yo arroparé a Alexander.

Violette se dirigió a su hermano menor, que lucía cambiado, su pequeño cuerpo estaba distinto y supuso que la intervención de Velglenn y Fordeli, junto a la savia, habían hecho una terrible diferencia.

—Todo esto es un caos, señor —susurró, a orillas de una banca—, todos mienten, protégenos.

—¿De qué habla? —peguntó Árgon.

—Mi allegado más fiel... ¿Sabías que tu fe hace que todavía estemos de pie?

—No lo sé, ahora mismo estoy dudando y yo lo veo demasiado tranquilo.

—Estoy tranquilo porque confío en mi dios, y tú también deberías estarlo, ¿Acaso no recuerdas cómo te hundiste en la pila bautismal?

—Ahora mismo no quiero recordar nada.

—¿Estás triste? Confiesa tus pecados conmigo, recuerda que soy un sacerdote.

—Lo siento, es solo que me inquietan algunos sucesos dentro del reino, desde la aparición del Bogeyman, hasta la presencia de Yaidev en el castillo.

—Sigue, sigue —alentó Russel, tocando su hombro.

—¿Por qué el rey no ha hecho nada con él? ¿Qué pasó exactamente? ¿Qué?

—Entiendo, pero tus inquietudes no deberías confundirlas con curiosidades, solo sé que hay demasiado pecado detrás, pero yo no soy quién para decirte estas verdades, mejor dime, ¿Por qué te interesa tanto?

—No me deja pensar con claridad, pero eso solo quiere decir que le hizo algo malo, ¿No es así? ¿Estamos hablando de que es alguien que se parece, alguien del pasado? ¿Quién lo dejó aquí?

—Son muchas preguntas, hijo mío, pero se cree que es la misma persona que está organizando todo esto en contra de nuestro amado rey, ¿Tú crees eso? ¿Quién se atrevería?

—Medio pueblo, probablemente —aseguró, sincerándose ante la interrogante.

—Bueno —el consejero rio—, por eso quiere acabar con todos los pobres.

—Pero Russel... ¿No te has puesto a pensar que también puede ser uno de los ricos?

—No, no, no hijo mío, nunca pienses así, ellos, todos, sin falta, apartan su diezmo y comen de todo lo que el rey les ofrece, ¿Cómo pueden estar enojados?

—Es solo una suposición, pero en fin, aquí me siento bien, me siento en confianza, más ahora que me han aceptado completamente. —Ágaros se acomodó el costoso traje y sonrió—. Nunca creí asistir a un evento de esos, me siento halagado.

—Te lo mereces, hijo mío, nadie da sus propiedades ni tanto dinero a lo estúpido.

—Hablas raro, a veces... —Al mago se le borró la sonrisa, pues se sentía incómodo.

—Discúlpame, lo mundano se apodera de mí por momentos, no somos tan perfectos. Yo solo espero que lo que tú supones, no pase.

—Por supuesto que no convendría, imagínate, todo el plan de destrucción vendría desde dentro, sin embargo, no pensaré en eso, no quiero meterme con esas ideas, especialmente si involucran a su majestad.

—Entiendo, querido Árgon, y esa conclusión se la haré llegar al rey, porque te veo muy preocupado, encima eres un devoto preocupado por nuestro reino, maravilloso, te admiro.

—¿Así como sentía admiración por Vass'aroth? Porque al verle en ese estado, no vi ni una mueca en usted, y esa es mi última duda.

—Dios mío, ¿Qué has dicho? ¿Cómo que no hice nada? Recé tanto por su alma.

Mmm —bufó—, yo también recé por él.

—Entonces sí hicimos algo, hijo, ahora mismo debe estar en la gloria de nuestro señor.

—¿A dónde lo llevaron? —inquirió, enseriándose más de la cuenta—. ¿A ese lugar que tanto menciona? ¿A su sótano?

Oh, supongo que a estas alturas ya no es un secreto, pero la conocen como la Guardia Ciega; son muchos jóvenes secuestrados, entrenados y modificados con magia para este tipo de tareas. —Russel sonrió, seguro—. Tenemos mucha fuerza militar, pero todo está aquí abajo; algunos ricos lo saben, otros no, pero te cuento esto porque eres de confianza, lo veo en tus ojos.

—Sí claro, confianza... Solo espero que no me deje morir si al rey se le ocurre matarme en una de sus locuras, porque perdí un brazo, y tampoco hizo algo al respecto.

Ay hijo, si metía mi brazo también volarían el mío, solo date cuenta del tamaño de Ráskamus, pero no recuerdes eso, solo quiero mencionarte que el Comité de Magos y Hechiceros está desorganizado.

—Eso está claro, Vass'aroth está muerto o lo que sea que le hayan hecho, ¿Qué pretende?

—¿Por qué no los organizas tú? No como mago, por supuesto.

—Qué bueno que se adelanta, porque yo no soy mago.

—No, no, no —afirmó—, eso lo sé, pero transmites fe, esperanza, paz, y estoy seguro que se sentirían en confianza contigo, solo organízalos.

—¿En dónde están?

—En el edificio que parece templo, cerca del bosque.

—¿Cerca del bosque?

—Por supuesto, pero tranquilo, estás dentro de los límites, si tienes miedo, puedo pedir que alguien te acompañe, pero recuerda tu fe, esa increíble seguridad.

—La tengo —aseveró—, así que iré.

—Excelente, dispones de todo en ese lugar.

—Está bien, me gusta la idea, gracias, padre Russel.

—De nada, sacerdote Árgon, ¿Qué tal? ¿Suena bien? —El consejero sonrió satisfecho, dispuesto a salir del templo, sin embargo, un sonido se apoderó del reino, fue estruendoso, violento y severo, provocando en todos un reflejo por tirarse al suelo.

Ambos miraron directo al castillo, esperando lo peor.

—¡El rey! —exclamó Russel—. ¡Corre!

La trifulca entre soldados y citadinos no se hizo esperar. Detrás del castillo se alzaba una columna inmensa de humo, que solo al mitigar, dejó entrever una cruda imagen.

Parte de los almacenes permanecía destruido y aplastado, obra de una fuerza no natural, con sangre regada por el suelo, con trozos de carne colgando de las paredes.

Ágaros se entumeció en un segundo, ¿Cómo era posible todo aquello? No podía responderlo, ni mucho menos preguntarlo, estaba claro que nadie sabía de dicho acto.

—¡Mis niños! ¡Dios mío! ¿¡Por qué me has abandonado!? —gritó Haldión desde una carroza pequeña, mientras su guardia más leal le llevaba de prisa, pues no había nadie en el reino capaz de soportar su peso.

Los más acaudalados se ocultaron de inmediato, el miedo de que algo o alguien los perseguía —culpa de la paranoia del rey—, les carcomía la conciencia. Estaba claro que no se quedarían más tiempo, y que no se arriesgarían por unos cuantos adolescentes muertos.

—¡Ráskamus! ¿¡Acaso no viste al responsable!? —exclamaba aún, con los ojos llorosos y con las pieles expuestas.

—Lo siento, mi rey, pero no vi nada. —El guardia afiló su mirada, mientras un escalofrío carcomía su espalda—. Lo meteré dentro del castillo.

—¡No! ¡Ni lo intentes! —aseveró, pero dado su peso, no podía salir de su transporte, así que no pudo evitar que Ráskamus lo devolviese.

—Dios mío —susurró el consejero, llorando de la impresión, viendo cómo los soldados del reino acordonaban la zona—. Árgon, llora conmigo.

—Calma —espetó, incrédulo—, aún estoy procesando qué diablos fue eso.

—El monstruo de los cielos... lo escucho revolotear.

Ágaros se estremeció, y concentró toda su magia para dar con el sonido, hasta percibir el aleteo grueso y sutil.

—¿Cómo demonios lo escuchaste? —inquirió, mirándolo asombrado.

—Escucho el llanto de los muchachos —sollozó.

—Qué buen oído tienes...

—Es la fe, Árgon, ¿No lo entiendes?

Y no lo entendía, no comprendía nada y eso lo desesperaba. «¿Cómo? ¿Lo escuchó antes de descender? ¿Lo escuchó sin decir nada?», pensó, aterrándose.

—Señor, con todo respeto, no haga ninguna idiotez a partir de ahora —aseveró el guardia cuando hubieron llegado al castillo.

—¿Cómo? ¿Qué dices?

—Si usted... A ver, le explicaré mejor: si su amigo hubiera servido, y hubiese estado ahí como acostumbraba a escoger, usted estaría muerto.

—¡Son ellos, han aventado una bomba!

—No, no lo fue, no hay rastro de explosiones, los escombros están hacia adentro, algo cayó desde el cielo...

—¡La aventaron desde arriba!

—¡Piense!

—Dios... ¿Por qué tardan tanto en darme un veredicto? Necesito acabar con ellos rápido, nos matarán a todos a este paso.

—Está conmigo, no le harán nada, así que, por favor, cálmese y escuche, iré a verificar que no haya nadie merodeando, después de que maté a ese monstruo, no es de extrañar que enviasen a otro.

—¡Es ese muchacho, es un demonio!

—Él está encerrado bajo llave, usted mismo me lo dijo. Ahora regreso.

Ráskamus salió del castillo, mientras Haldión se dirigía directo a su recámara. Le costaba moverse, respiraba agitado, casi sin fuerza para seguir avanzando.

Los visillos y pabellones descendían del techo para dividir secciones dentro de su habitación, no obstante, una fina silueta le esperaba detrás de ellas. El rey abrió con cautela, y lo que miró le quitó la poca cordura que le quedaba. Ren le esperaba sentado en el somier, con las piernas cruzadas y su miembro viril al aire.

—Hola —susurró, demostrando su podrida y terrible dentadura.

—¡Ráskamus! —gritó, llenándose de un terror indescriptible.

El hombre frente a él gateó hasta levantar el colchón e introducirse en él como si fuese una puerta. El guardia llegó de inmediato, observando a su rey casi sin aire, morado y entumecido.

—¿¡Qué pasa!?

—¡Él está ahí! ¡Estaba en mi cama!

—Señor, Yaidev está en su recámara —aseguró.

—No, no, no puede ser, ¿Por qué estoy sufriendo tanto? ¿Qué he hecho? —preguntaba para sí, desmoronándose en llanto.

—Mi rey, es normal que a la gente buena le sucedan este tipo de cosas.

—¡Es Néfereth! —gritó un soldado, haciendo sonar la trompeta de plata.

La noticia se esparció cual cascada y cada Hijo Promesa se colocó su armadura, dispuesto a recibirle.

—¡Hermana, escucha! —Argentum descendió junto a Kendra, extrañados de que le esperaran de la puerta noreste del reino.

Las enormes y dobles puertas se abrieron al unísono, y el viejo Losmus bajó su velocidad, acompañando el semblante decaído, magullado y herido de aquel quien lo cabalgaba.

La gente le vio de nuevo y una mezcla de terror y admiración se reflejaron en sus ojos, actos y gestos. Todo el que le miraba parecía recobrar la memoria, pues hacía tanto tiempo que Néfereth ya no pertenecía a Prodelis.

El enorme hombre bajó del animal con calma, sintiendo el frío seco de su ciudad, los vítores de sus hermanos que le veneraban como a un dios y de los comentarios negativos de las personas a su alrededor.

No sabía cómo, pero Prodel se llenó de colores, flores y aromas, que le seguían su caminata hasta llegar al castillo real.

—¡Néfereth! —exclamó Kendra, viéndole en un estado que no reconocía.

—Kendra, ¿Cómo estás? ¿Estás bien? —preguntó, dándose cuenta de las vendas que aprisionaban su frente.

—Estoy bien, ¿Pero qué pasó? ¿Por qué estás así?

—Lo siento, pero no tengo tiempo para nada, Argentum —habló y el aludido se estremeció al escuchar su nombre—, ¿Cómo estás?

—Estoy bien, mi señor —aseguró, doblegando la mirada hasta sus pies, porque jamás le había podido ver a los ojos—. ¿¡Alguien tiene algo qué decir!? —espetó, esperando alguna acusación.

Cada Hijo Promesa se irguió como hace mucho tiempo no lo hacían, y aunque algunas miradas evidenciaban descontento, nadie se atrevería a señalarlo. Balvict también estaba allí, sonriente y despampanante al verlo de nuevo, satisfecho de que todos fueran unos cobardes.

El banquete se preparó tan rápido como pudieron, Argentum le ofreció las sillas más cómodas y hasta el trono de Hecteli, mientras decenas de soldados se aglomeraban a las puertas solo para escuchar.

—Hermano, ¿Qué sucedió?

—Un demonio me aventó de los cielos, cerca de la casa de los Hijos Promesa retirados.

—Conociste a varios...

—Sí y me dijeron cosas muy ciertas, han pasado por cosas difíciles.

—No —corrigió Kendra—, tú has pasado por cosas difíciles... Entonces no has podido ir por él.

—No, maldita sea, ¿Tú pudiste vengarte?

—Claro, acabé con él y dos de sus amores.

—Ya lo sabía. Argentum, ¿Qué tanto me ves? —inquirió.

—Estoy verificando sus heridas, señor, en un momento lo sanaremos.

—No hace falta, solo trae las cápsulas que tomamos en las batallas.

—Sí señor —contestó otro, saliendo casi levitando de la sala real.

—¿Cómo está Hecteli, lo viste? —preguntó el actual rey.

—Sí, pero ya no pertenezco aquí.

—¿Desertaste de nosotros? —Todos se pasmaron y cada boca se abrió de la impresión.

—Mira mi marca, ¿Tienes algo qué decir? —Néfereth demostró su sello.

—No señor, tiene sus razones... como las blasfemias sobre ti.

—¿Blasfemias? —preguntó.

—Díselo —agregó Kendra, cruzando sus brazos—. Háblale como se debe, de frente y sin tapujos.

—Los rumores decían que eres homosexual.

—¿Los rumores? ¿Así etiquetan a las personas? Me parece bien, lo que se diga en este reino ya no me concierne, no te mentiré que adoro el brillo de los ojos de toda esa gente que espera mi regreso, pero en estos momentos tú eres el rey, ¿No es así, Argentum?

—¡Claro que no! Ahora mismo lo eres tú.

—No estaría mal que buscaras al que suplantará el lugar de Hecteli.

—Serás tú o Kendra, ya está dicho.

—No, no, no me lo den a mí —aseguró—, Kendra se merece ese puesto, y no, yo sé que ustedes no me dieron la espalda, no me malentiendan, también se lo dije a Hecteli, creo que encontré un nuevo hogar.

—Entonces... ¿Por qué te quedarías allá, si aquí estamos todos nosotros?

—Los quiero, Argentum, pero tengo un motivo más importante y esa es la razón por la que voy ahora a Drozetis.

—Entonces no podremos convencerte. —Kendra rio.

—Así es, no vine aquí a relamerme las heridas, solo vengo a afilar mi espada y por una armadura, aunque me duelan las piernas y los pies.

—No entiendo qué te pasó...

—Un ente con mucho peso cayó sobre mí, me elevó por los aires y, de no ser por esta espada, habría caído en otro lugar.

—¿¡Y soportaste todo eso!? —inquirió, impresionado—. No puedo creer eso.

—¿Y si así fuera, qué?

—Y si así fuera nada, mi señor, Kendra me abrió los ojos, abrió las paredes de esta mente cuadrada y limitada.

—Vaya, esperaba otra cosa de ti, Argentum, así que gracias por tu respeto.

—¡Gracias, señor, gracias por existir! —E hizo una reverencia—. Pero quiero aclararle que todo este problema empezó por Ur.

—Qué tristeza —musitó—, no le tengo odio, solo tengo pena. —Balvict y sus acompañantes se miraron entre sí, extrañados—. ¿Y qué opinan ustedes de mí? —preguntó curioso.

—¡No le debe interesar nuestra opinión, mi señor! ¡No existimos!

—Yo te recuerdo, Balvict, siempre metiéndote en problemas.

—Tenemos nuestros límites, señor, nosotros hacemos desmadre en la paz —corrigió, tragando saliva—. Nos divertimos, pero en la adversidad no podemos darnos esos lujos, es más, he de confesarle que no llevo ni un gota de alcohol desde que comenzó esta locura.

—Me alegro por ti, pero tengo que partir.

—¿No verá a Ur, mi señor?

—Solo cinco minutos.

—¿¡Lo matará!? —preguntaron al unísono.

—¡Podemos jugar con su cabeza!

—No somos salvajes —sugirió—, solo quiero saber cómo está.

La multitud le siguió de cerca hacia un establo de madera, esperando, ansiosos, la reacción de su hermano mayor.

—¡Aquí estaba! —exclamó Argentum, viendo en la pared un agujero, hecho con prisa, pues sangre y parte de su piel colgaba de las orillas—. Lo que puede hacer la vergüenza... No sé a dónde irá a morir.

—¿No irán tras él? —cuestionó Néfereth.

—No.

—Y tampoco les diré que vayan por él, pero, por favor, no hagan de esto una costumbre; nosotros no torturamos. Ahora sí, tengo que irme, no se preocupen, los visitaré.

—No hará falta, mi señor, usted siempre estará en Prodelis.

—¿De qué hablas, Argentum?

—Así es, usted siempre pertenecerá a Prodelis, porque planeamos conquistar todos los reinos y no dejaremos que los humanos pudran lo último que queda, los Hijos Promesa gobernaremos, como siempre debió ser.

—¿Pretendes gobernar Inspiria?

—Pues sí... porque, ¿Quién mejor para gobernar que nosotros? ¿Cómo podemos convivir con ellos? ¿Con lo que ha hecho Haldión?

—Inspiria no es Drozetis, todos somos diferentes —sentenció—, y ahora yo vivo con ellos y tendrás que esperar, porque mientras yo viva, nadie tocará ese reino. Y los quiero —repitió—, pero ahora nos aqueja otro mal; lo que hagan después, piénsenlo, pero nosotros no pensamos así, Argentum; fue la humildad la que nos trajo hasta acá, la que nos dio esta fuerza.

—Claro, mi señor. —Argentum asintió sin decir otra palabra e inmediatamente ofreció el banquete, junto a una atención médica brillante.

Corría sin mirar atrás, sintiendo —sin ser perseguido— la presión de sus pisadas. El terror se apoderó de su mente, dejando lágrimas en todo su trayecto. El cuerpo le dolía, consecuencia de la tremenda golpiza propiciada por los Hijos Promesa. Pero, pese a todo lo sucedido, tenía esperanza de llegar a Drozetis.

La tierra bajo sus pies cambió de textura y el frío comenzó a extinguirse, entrando en una zona pantanosa y de fuerte olor.

El fango abrazaba sus piernas y Ur escuchaba cómo algo se introducía una y otra vez al agua.

—Por favor, déjame, si eres esa cosa, déjame en paz porque yo te ayudé —clamó, pero el sonido no disminuyó, al contrario, se acercó más de la cuenta, hasta que el guardia dio la vuelta.

Medleo salió del lodo, con la piel arremangada hasta sus piernas, podrido y desecho casi en su totalidad.

—Ur... él está muriendo y yo también... pero no quiero dejar esta vida.

—¡Aléjate! —gritó desesperado, corriendo con la fuerza que él creía que tenía, sin embargo, la piel de su rostro se desprendía, dejando entrever sus dientes.

—¿A dónde vas? —preguntó Medleo, sosteniendo las piernas de su compañero, con las manos que salían de sus entrañas.

—¡Déjame, por favor!

—Cabalgarás conmigo para siempre, no te preocupes, porque siempre bailamos, porque siempre sonreímos, muere junto a mí, Ur.

El guardia cortó los brazos con una pequeña navaja, escondida dentro de su bota, dándole tiempo para huir.

Observó un acantilado, y brincó sin siquiera ver el fondo ni la altura, pero su cuerpo quedó suspendido en el aire, sostenido por una enorme cola que salía de la montaña, ahorcándolo lentamente.

Y cuando el aire se le escapaba de sus pulmones, supo entonces, que la cuerda sobre su cuello había hecho su trabajo.

Sus pies se columpiaron silentes, pues todo su recorrido solo habría servido para huir de su amigo, de la mirada que lo juzgaría para siempre, del miedo de morir en sus manos, de la vergüenza que se aprisionó en sus hombros. Y allí se suicidó, a las faldas de un árbol frondoso.

—¡Sal de allí! —ordenó, jalando los cabellos de Yaidev, mientras este último emitía unos quejidos de dolor—. ¡Mira maldito, tú no sabes lo que me hicieron! ¿Quién te dijo que dijeras esas cosas? ¡Dime!

—¡Nadie, viejo asqueroso! —El joven quiso dar un golpe, pero pasó de largo a causa de los pesados grilletes.

—¡Nadie ha podido hacerme nada! ¿No lo entiendes? Soy intocable. —Haldión tomó todas sus fuerzas para encestar una cachetada, pero el botánico tomó su muñeca antes de tiempo, haciéndola crujir de inmediato. El grito de Haldión no pudo escucharse, porque la otra mano tapaba su boca.

—Cállate —comentó con una voz ajena—, ¿Cómo que no te han hecho nada? Si te he atravesado el culo muchas veces, podría contarte todos los pliegues que tienes por detrás. —Y sonrió descarado, mientras sus ojos amarillentos le observaban de cerca.

—¡Ráskamus! —trataba de gritar, pero nada salía de sus labios.

—Un error traer a tu guardia deforme, pero antes de que me extinga, gordo de mierda, te diré lo que vas a recitar. —Un grito se escuchó lejano, pero esta vez era el botánico que parecía sufrir por la posesión—. En el revés —continuó la voz—: que sufran tus ojos, en el revés de mi canción, lo dicho se cumpla, solamente con mirar una mueca, cualquier viajero, cualquier silueta, con el hecho de saber, que esto revierta; que nadie goce, que sufran y cuando sufran, les sea abierta la puerta, y me acompañen hasta el infierno. ¿Entendiste, maldito rey?

—No diré una mierda —espetó, tratando de zafarse del agarre.

—Hijo mío —intercedió una cuarta voz—, ¿Por qué dejaste que muriera?

—¿Es la voz de tu madre, no es así?

—¿Cómo sabes eso? ¿¡Cómo sabes eso!?

—Sé dónde murieron, y es más cerca de lo que crees... Aquello que rechina en las noches no es la madera de tu castillo, es tu hermana tambaleándose por los pasillos. —Ren se acercó tanto a su rostro, que Haldión pudo percibir el pútrido olor de su aliento—. ¿Crees que tu padre no supo lo que les pasó? ¿No te has preguntado por qué se mataron las dos?

El rey lloró amargamente, recordando con terror a aquel hombre que todas las noches entraba a su habitación.

—Hoy te toca —le dijo, tapándole la boca, tal y como ahora lo estaba haciendo.

Inspiria lucía tranquilo, la mayoría de los rezagados habían llegado a Real inspiria, ofreciéndoles un lugar especial.

—¿Qué demonios es eso? —inquirió Fordeli, sin más, al mismo tiempo en que unos gritos se hicieron presentes.

Una plasta grisácea y de siete metros caía directo hacia la cúpula, sus alas se extendieron como sábanas y nadie podía creer tal aberración. El impacto fue severo, logrando que el cristal se cuarteara, no obstante, dicha bestia comenzó a golpear la zona afectada, fracturando, aún más, el resguardo de la ciudad.

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