Capítulo 18 - La Mujer, El Diablo Y El Traidor.
Regresaron a rastras, con las caras adustas y dolor en sus cuerpos. La puerta de color verde estaba abierta de par en par; arrebatada y golpeada.
A la orilla del mar, dentro del extraño agujero, Rénfira sanaba sus heridas gracias a los peces que arribaban a su boca de manera voluntaria, mientras Ágaros comía los insectos y diversos tipos de carne, para poder controlar los hoyos perpetrados por los Carnobius. El silencio los acompañó durante varias horas, salvo los quejidos de dolor y uno que otro suspiro comprimido.
—Esto parece peor que un velorio —espetó el mago, rompiendo el delicado cristal que dividía la incomodidad—. Creí que de verdad serías un dios, pero tras lo ocurrido con el estúpido de Naor, me doy cuenta de que no eres más que una Arrastrasa.
—No me faltes al respeto —intervino el animal, deteniendo el remolino de peces—, para ti sigo siendo un dios. De igual manera, de haberlo sabido, hubiera dejado que te murieras ahogado, como la docena de imbéciles que acallaron en el mar.
—¿De qué te quejas? Tú mismo dijiste ver potencial en mí.
—Y por eso tienes todas esas cualidades, reconoce, mejor, que sin mí y el don que te ofrecí, de nunca envejecer, jamás hubieras llegado tan lejos.
—¿De qué me sirve ahora? Mírate cómo luces, herido por un animal cualquiera.
—No me malinterpretes, mis heridas son superficiales, y esto sanará en cuestión de unas cuantas horas, pero lo tuyo...
—Pero bien que gritabas —interrumpió, molesto, rellenando sus agujeros con animales diversos.
—El don que te ofrecí era para que disfrutaras una vez llegado el momento, pero si no lograste conseguir tus metas siendo más joven, no intentes ganarlas ahora que eres un senil.
—Tú también estás viejo —sentenció—, no te preocupes, lograré mis metas con o sin tu ayuda.
—¿Y adónde planeas ir? Si ni en Prodelis e Inspiria te quieren. Aquí ya no eres bienvenido.
—Te demostraré que puedo conseguir aliados poderosos, y lograr lo que se me antoje, como solo yo sé hacerlo.
La enorme Arrastrasa levantó su cuerpo, provocando que Ágaros se alejara como reflejo.
—Tranquilo —musitó—. Me das lástima, Ágaros, al fin y al cabo, eres como un hijo para mí, así que, como último favor, toma una de mis hijas y que te lleve a cualquier parte.
—No soy tu hijo.
—Es bueno saberlo.
El ser se metió con brusquedad hacia el agujero, removiendo el agua con fiereza. El mago apretó sus labios, indignado, tomó a la bestia para salir de allí, pues su hogar en Prodelis ya no era seguro.
Betsara contemplaba desde su portal cómo la ciudad permanecía despierta, aun con los rayos del sol sobre ella. Había descansado lo suficiente, no era lo que comúnmente dormía, pero sabía que ella, al igual que los jefes de la mesa, eran los más reposados.
Daba sutiles órdenes a sus soldados, y cuando supo que todo parecía estar más tranquilo, pidió que descansaran.
—¡Descansen y duerman! Ahora los que quedarán despiertos son los hijos primogénitos, esos que se escondieron cuando la maldición atacó, se supone que deberían estar aquí, ¿No es así? —La mujer desvió su mirada hacia Jacsa y Daevell, junto a otros jóvenes de familias acaudaladas, escondidos entre las casas de campaña—. Los ramos de rosas, las palabras ofrecidas, no son más que habladurías —sentenció, moviendo su abanico.
Néfereth yacía acostado en una de las camillas, fue necesario juntar dos para que su cuerpo cupiera de manera correcta.
Velglenn y Fordeli seguían con los tratamientos. Habían permanecido allí las últimas horas de la madrugada, untando sobre su piel la savia de Adamas, junto a las pieles de un pescado llamado Regalix. Un pez de gran tamaño, de tonos rojizos y muy escaso.
—Esto funcionará —aseguró el médico—. Para un humano promedio, esta piel calma el dolor significativamente, pero para ti, podrá desaparecerlo por completo.
—Además —añadió el mago—, sanas increíblemente más rápido.
—¿Ya me puedo ir?
—Lo siento, pero no puedes, necesitas descansar, tus ojos siguen velados y es menester esperar.
—Puedo abrirlos.
—No —afirmó Fordeli—, te untamos la savia y parece ser que, con la mezcla de Velglenn, se hizo una pasta pegajosa, si los abres ahora, puedes reventar tus párpados.
—No lo entienden, si me quedo aquí por más tiempo, le perderé el rastro.
—¿Los Hijos Promesa pueden rastrear tan solo con el olor? —inquirió el hechicero bastante impresionado, pues ni ellos podían realizar tal hazaña.
—No, no todos, pero tiene un olor peculiar, huele a miel y a especias dulces.
—Vaya, es un chico bastante especial. —Velglenn guardó silencio y miró a Fordeli con complicidad, ambos arrugaron su entrecejo, incómodos y con vagas ideas de lo mencionado, podían intercambiar gestos dado que Néfereth tenía los ojos vendados. Sin embargo, quien parecía tener claro lo sucedido, era el doctor, que guardó una sonrisa algo incrédula, y llevó el dedo a sus labios para que guardaran el secreto.
—¿Alguien? —cuestionó el caballero, al percibir el silencio.
—Tan siquiera espera hasta el anochecer, Néfereth, y con gusto podrás ir por él.
—Solo les pido que cuando yo regrese, tengan preparado el antídoto, y que la sorpresa sea ver a su madre sana y salva.
—No puedo prometerte nada, Yaidev es muy importante para dicha realización, él es capaz de crear la magia verde, magia que solo puede salir de personas con corazones puros. Ni yo, siendo un mago experimentado, puedo hacerlo.
—Entiendo —musitó, resignado.
Afuera del hospital improvisado, Naula esperaba paciente, uniéndosele Violette, recién despertada.
—Hola.
—Señorita, un gusto.
—Déjame darte mi sincera disculpa por los jóvenes que estaban a tu cuidado.
—Oh, gracias... Es algo muy difícil de digerir, pero sé que tomaremos venganza de ello.
—No lo dudes, pero ¿Puedo hacerte unas preguntas?
—Claro.
—¿Desde hace cuánto tiempo conoces a Velglenn?
—Desde que se convirtió en consejero fui comisionada para su cuidado, y estuve con él incluso cuando no debía estarlo; su bondad me llevó a protegerlo.
—Agradezco que hayas estado con él —aseguró, sonriendo.
—Era mi deber, señorita, lo llevo en la sangre y mi apellido lo respalda.
—Y a todo esto, ¿Has tenido alguna relación con él?
—No, cómo cree —respondió, poniéndose completamente roja.
—¿Por qué? Se ven... enamorados, deberías aprovechar que tienes a alguien, solo mira a mi alrededor, los que me cortejan no están, es tanta su vergüenza, que ni siquiera han saludado como se debe. La valentía de los nuevos caballeros ha opacado lo poco que tenían de gallardía.
—Él... él siempre ha sido muy serio, muy apegado a su trabajo y, y, y no creo que esto sea posible —tartamudeó.
—Pues deberías intentar —animó, no obstante, la puerta del hospital se abrió, saliendo ambos caballeros de la recámara, para dirigirse a la habitación de Dafne.
Velglenn miró hacia ambos lados y le fue inevitable sentirse incómodo.
—Señora Dafne, buenos días.
—Fordeli, joven mago, buenos días.
—¿Cómo está?
—Tranquila, Maya ha estado conmigo, contándome historias de esos maravillosos libros.
—Me alegro, pero... tengo que decirle algo, mi ética no me permite ocultarlo. Su hijo, el día de ayer por la noche, fue secuestrado por un ser desconocido.
—Lo sé —musitó la mujer, cabizbaja—, no crean que esto me lo dice, ha estado más tranquilo últimamente, pero desde que está dentro de mi cuerpo, he sentido con más fuerza las cosas que suceden a mi alrededor, y mi Yaidev es una de ellas.
—Lo siento —agregó el mago—, pero Néfereth va por él y no debería preocuparse por nada, además, una vez de regreso, nos ayudará a crear la cura para lo que usted tiene, y será la primera en recibirla.
—¿Por qué yo?
—La verdad, señora Dafne, tanto Velglenn como yo, estamos muy avergonzados por el trato de nuestros reinos hacia el suyo, pero no es solo por eso, es una manera de redimir nuestras decisiones, nuestras creencias anticuadas e ignorantes. Es un pago merecido a la amabilidad de Inspiria, a la ayuda de su hijo, y al calor de su gente.
—Ustedes serán los héroes de aquí y de todas las provincias —musitó Maya.
—Gracias, pero no es así, esta gente, incluso tú, Maya, que has estado leyendo día y noche, forman parte de este logro, que yo sé que sucederá pronto.
—¡Buenos días, hermosa gente de Prodelis! —gritó, desde el corredor real, mirando a una comunidad expectante—. Ya sé que es raro que me vean aquí, pero para los que no me conocen, me llamo Argentum Lunaris, y sí, los Hijos Promesa han tomado el reino, debido a la inexistente intervención del rey durante las últimas semanas. No solo porque dejó a toda una ciudad a merced de una maldición, sino porque ha sido convencido de realizar actos atroces, guiado bajo la intervención de Ágaros, su nuevo consejero, que, por supuesto, tampoco permanece en este reino. Ha sucumbido a la maldad, ha decaído su voluntad, y por eso lo hemos entregado, como moneda de cambio, a la provincia de Inspiria, incluso, rescatando a la reina y a Leyval, ambos, cautivos de las garras del hombre al que le debían lealtad.
La gente comenzó a murmurar y pronto, la plaza se llenó de incertidumbre y disgusto, mientras otros se alegraban de la decisión. Tales personas consideraban que el reino de Prodelis debía ser gobernada por los Hijos de las Tutoras; su poder y misticismo, su magia y lealtad, harían del reino un mejor lugar.
—Miren hacia los lados —prosiguió—: platiquen con el suelo, sóbense el mentón y rásquense la cabeza, desde aquí los veo. Ustedes, los primeros en quejarse también son los primeros en huir cuando se les requiere, en alejarse cuando se les necesita, en decir no y apuntar sin disimulo, como si no tuvieran ninguna culpabilidad. Pagarán no solo los cobardes, también pagará el reino del norte —la gente enmudeció y lo escuchado resultaba tentador—, no es posible que dependamos de las decisiones de Haldión, que hayamos permanecido dormidos y en "paz" por culpa de un tratado, claramente injusto. La tierra de Drozetis nos corresponde.
No se había escuchado algo como eso, ni siquiera en los tiempos de Hected Aenus. Era cierto que la gente de Prodelis disfrutaba de la armonía, pero, al igual que Inspiria, todos odiaban los tratados con Haldión, firmados bajo las cláusulas que él mismo había impuesto, de otro modo, tales acuerdos no se llevarían a cabo, jamás. Aunque Prodelis tenía todo lo necesario para una guerra ganada, sus gobernantes nunca optaron por los conflictos, aceptando regímenes absurdos e innecesarios.
—Sé que los rumores correrán, que las noticias falsas volarán, pero nada de lo que ustedes digan será cierto. Hasta que las personas que se nos fueron arrebatadas, hablándose de Fordeli y Néfereth, no estén aquí, cualquier versión es errónea —continuó—: Todo lo que se ha mantenido oculto, no es más que una prevención, una recopilación de los hechos y, llegado el momento, se les dirá sin filtros, se les dirá la verdad. ¡Y recuerden! Los Hijos Promesa somos nosotros.
Argentum asintió y se metió al cubículo, dejando a una multitud enervada, llena de dudas, extasiada. Era extraño, pero la oportunidad de arrasar con Drozetis carcomía cualquier otro sentimiento.
El caballero descendió de las gradas, sumamente satisfecho, para encontrarse a Balvict, que lo esperaba en el descanso.
—Su majestad.
—Déjate de formalidades, Balvict, dime, ¿Qué te trae por acá? No te había visto desde la ejecución de Leila.
—Bueno, tuve otros percances... Pero vengo a darte un regalo.
—No quiero adivinar, dime, ¿De qué se trata?
—Tengo a Agaeth y a Ur, el primero llegó hacia a mí pidiendo protección y al segundo lo encontré escondido por ahí.
—Bueno, Agaeth nos viene de maravilla, pero ¿Por qué Ur?
—Como usted sabe, nosotros tenemos días indicados para estar con quien sea, ¿No es así, Álastor? —inquirió, lanzando la pregunta hacia el guardia detrás de su nuevo rey, incomodándolo en extremo—. Con mujeres, hombres y bueno, lo que se mueva, pero yo no los juzgo, en realidad, no me importa.
—Mucho drama, Balvict, solo suéltalo.
—Bueno, mi rey, Ur es el encargado de que Leila esté muerta, no solo fue el primero en cogerla, sino que fue el encargado de divulgar los rumores sobre Néfereth. No sé cómo le hizo para regresar, pero solo al llegar, llegó a los pies de Hecteli diciendo que nuestro líder se había cogido a Yaidev, ese chico que dicen es mago, vuela y lanza flores. Que literalmente estuvo presente, los vio, los olió. Debo aclarar —Balvict se aclaró la garganta—, que eso no me interesa, sus gustos me vienen valiendo un comino, pero estos dos imbéciles son los encargados de poner a todo el reino de cabeza.
—¿Cómo? —interrumpió Argentum, inclinando su cabeza—. Te creo la estupidez de Ur, pero ¿Néfereth homosexual? ¿Nuestro líder, homosexual?
—Oye, oye —espetó—, no es un santo, dejemos de querer poner nuestro reflejo de lo que no podemos ser, en alguien que no lo merece. Está llevando un peso que no le corresponde. ¿Por qué debería interesarme lo que le gusta? Solo mira lo que somos, más bien, lo que ustedes son, hombres bragados y poderosos, capaces de hacer lo que quieran cuando quieran. Recuerda que son leyes impuestas por hombres, mismos que se revolcaban con su mismo sexo, una vez llegado el momento de las fiestas. No idealicemos. Además —agregó—, ahora eres rey.
—¿Y eso qué? ¿Un vago alcohólico viene a decirme qué hacer?
—Yo puedo ser lo que quiera porque no tengo ese cargo, si yo lo hubiera deseado, te juro que no actuaría como ahora lo hago, pero tienes una reputación que mantener.
—Cómo sea, ¿En dónde están?
—En mi casa.
—¡Qué esperan, vayan por él! —ordenó, con una sonrisa de satisfacción, mientras los Hijos Promesa desaparecían para llevar a cabo su tarea.
Era el silencio más incómodo que había sentido en su vida. Sus muñecas estaban enrojecidas por culpa del fiero amarre y sus labios resecos por la mordaza. La recámara era lujosa, así que intuyó que se encontraba en una de las habitaciones reales. Sentado en el somier, miraba directamente hacia la pared, en donde yacían tres hombres puestos de pie.
—¿Y quién es él? ¿Por qué me ha llamado, su majestad? —inquirió Russel—. Parece que es un regalo de los dioses, ¿Verdad?
—Deja de jugar conmigo, imbécil.
—Pero ¿Qué he hecho? Es tal y como a usted le gustan.
—Tú bien sabes que mi pene no sirve ahora.
—Oh, señor —se hincó—, si por mí fuera, le entregaría el mío.
—Ya párate, Russel, deja de hacer el ridículo. Pon más atención y míralo de cerca.
El consejero se acercó, afilando los ojos.
—No... no puede ser... Hasta la ropa es idéntica, ¿No es así? Se parece a... no, no, no, ese nombre está prohibido aquí, señor, pero sin duda es un Harel.
—Esto lo hicieron de mala fe, de muy mala fe. Alguien conoce ese pasado y lo vistieron de la misma manera. Ráskamus —llamó—, quítale la mordaza. —Su guardia obedeció—. Yaidev te llamas, ¿No?
—Así es —respondió, recuperándose del jaloneo—, maldito viejo.
Los ojos de Haldión se agrandaron.
—Voy..., voy, voy..., voy —tartamudeó, comenzando a hiperventilar.
—Señor, ¿Está bien? Puedo matarlo aquí mismo.
—¡No lo toques, Ráskamus! Incluso su manera de hablar... ¿Cómo conseguiste esa ropa?
—Así me gusta vestir —mintió.
El silencio se prolongó más de lo necesario.
—Te ves vintage —agregó Russel—, ¿No es así? —Y miró directo a su rey.
—¿Me estás ayudando o me estás jodiendo?
—¿Qué quiere que haga, mi rey? Dígame.
—¡Solo quiero que alguien haga algo dentro de este maldito reino! ¿No lo entiendes, Russel?
—¿¡Pero qué hago!? ¿Le pego, lo veo?
—Quiero que vigiles a quien sea, que rastreen al hombre que lo trajo aquí, yo sé que es el mismo que aventó la canasta de joyas ese día. Están conspirando contra mí, y por eso quiero que reúnas a todos, diles que habrá una Junta de Barones.
—Señor, eso es demasiado...
—Russel —interrumpió, enseriándose—, solo hazlo, por favor.
—¡Claro, mi rey! —exclamó, saliendo de la habitación en ese mismo instante.
Haldión se acercó con mesura, sintiendo cómo su estómago se movía de un lado a otro. Había olvidado por completo aquellas sensaciones y estar frente a Yaidev, le provocaba y recordaba, cuán miserable era.
—Tus ojos, muchacho —musitó, viéndolo directamente—. ¿Eres un Harel o solo te pareces?
—Mi nombre es Yaidev Harel.
—Un familiar, señor —aseguró su guardia, desde el rincón de la habitación.
El rey no dijo nada, lo miró una vez más y dio una media vuelta. Era la primera vez, en mucho tiempo, que no sonreía. Salió de la habitación y antes de que Ráskamus cerrara la puerta, miró al intruso.
—Quien te haya traído aquí, es muy inteligente. —Y cerró tras de sí—. ¿Qué pasará, mi señor?
—Él será mi premio... Esa sangre está maldita, y trajo consigo la maldición a mi familia. Por su culpa soy así, por su maldita culpa —sentenció, llenándose sus ojos de lágrimas.
—Así, ¿Cómo?
—Así. —Guardó silencio, volviendo la mirada al suelo—. Desearía que me entendieras más, entender mi dolor, todo lo que llevo dentro.
Kendra llevaba horas afilando su espada, el sonido era similar a una melodía triste, pero, al mismo tiempo, sedienta de venganza. La luz del sol se reflejaba en la ya muy filosa arma.
—Señorita Kendra, lleva horas así, no me diga que planea irse sin Néfereth, ni siquiera ha comido —comentó Violette, acercándose.
—Ya comí, te lo agradezco, y sí, planeo ir y vengarlo, incluso se me hizo tarde, pero no te preocupes. —La mujer sonrió al notar que los demás le veían de lejos, no entendía cómo unas personas completamente ajenas, se preocupaban tanto. Ni en su tierra hacían algo por ella, solo al llegar de las guerras eran alabados y halagados.
—Déjeme prepararle el alimento adecuado para ustedes, yo sé lo que comen, y verá que en una semana recuperará la fuerza perdida durante todos estos días, pues no han descansado como se debe.
—Fordeli —intervino la guardia—, ya no sirves a ese reino, no te preocupes por eso, ahora tu hogar está aquí.
—Ahora también es el de usted —repuso.
—Es cierto, mi corazón y mi hermano murieron aquí, pero eso no evitará que lo vengue en la tierra que nos vio nacer.
—Esta tierra es de todos —añadió Velglenn—, solo es un pedazo de isla, que merece ser compartida.
—No evitarán que vaya —aseguró la Hija Promesa, sonriendo.
—No, señorita, por supuesto que no, pero Leyval nos habló de un tal Argentum, al parecer, él está a cargo de Prodelis ahora, y yo solo quiero saber si tú confías en él —inquirió la capataz.
—Es un excelente soldado, nunca se metió en problemas y siempre nos debió lealtad, mucha, diría yo, y por lo poco que conozco de él, sé que está muy molesto, es pragmático y disciplinado; neurótico, un poco, pero honra las leyes mejor que nadie.
—¿Por qué no le avisas que vas para allá? Puedo ofrecerte los Naele de guerra, son más rápidos —sugirió Violette—. Por favor, hágalo.
—¿Para qué?
—Porque quiero que esté enterado de todo, para que cuide de su viaje y de su encuentro, no quisiera que se repitiera ese atroz suceso.
—Créame que está muy molesto. —Leyval se acercó, cojeando de una pierna, que al parecer, ya habían tratado—. Rece para que impida que ese sujeto los mate, porque está como un diablo.
—No creo —aseguró la guardia—, y sé que me los guarda en algún rincón, sé que lo guarda para su hermana mayor.
—Está bien, Kendra.
—Ustedes no dejarán que la ira nos ciegue, ¿No es así? —cuestionó, riendo.
—Por supuesto que no, solo mire cómo se puso Néfereth, son eufóricos y puede ser peligroso, pero... si yo tuviera tu fuerza, también fuera así, a mí solo se me da bien hablar y liderar, y de lo último, no estoy tan segura.
—Y lo hace muy bien, señorita Violette —intervino el mago, mientras la joven de ojos violetas le miraba de reojo, no era común que aceptara tantos cumplidos, pero sabía que Velglenn era un buen hombre, no obstante, se abstuvo de contestar, pues Naula estaba a su lado, y aunque no le afectaba en nada, creía que podía ser inadecuado.
Cuando terminaron de hablar, la capataz amarró el papel en la pata del enorme Naele, y dejó que llevara el mensaje. La respuesta sería rápida, y esperaba que fuera gratificante.
Ágaros había llegado a su destino. Drozetis le recibía con los brazos abiertos, y rio para sus adentros. Estaba seguro que en ese lugar conseguiría más cosas que en su propio reino, aunque no fuese de Prodelis.
Se acomodó el traje y la venda que rodeaba su pequeño muñón. Al llegar al templo, observó a Russel moverse de un lado a otro, entregando papeles de manera discreta a hombres acaudalados.
—¿Me perdí de algo? ¿Qué es todo esto? —preguntó.
—Mi aprendiz más fiel —musitó el consejero, otorgando un gesto mustio—, estamos en graves problemas. El Diablo ha llegado a nuestras tierras y pronto moriremos.
—Tranquilo Russel, todo este tiempo de peregrinación, me ha ayudado a dilucidar mejor las cosas, y ahora, mejor que nunca, sé que todo tiene solución.
—Qué devoto, Árgon, pero esto se nos escapa de las manos.
—¿A qué te refieres? ¿De quién hablas?
—El mito, la leyenda, el innombrable...
—¿Quién?
—Yaidev... —susurró.
Sus ojos se llenaron de luz, y no pudo evitar sentir la emoción recorrer su cuerpo, podía hacer algún plan maestro.
—Es una broma, ¿No es así? Eso es muy importante para nosotros, ¿No?
—Así lo creí, Árgon, para el reino es como un regalo divino, pero para el rey es el Diablo.
—No entiendo el porqué.
—No puedo decirte nada por respeto a nuestro señor, pero sí te diré lo que estoy haciendo en estos momentos, por cierto, te daré una invitación, tendrás acceso a la Junta de los Barones.
—¿En serio? Para mí sería un gran honor, creí que ya no la hacían, según leí, solo se organizaba cuando estaban bajo amenaza de guerra, ¿Es eso cierto?
—Eres como un erudito, lees mucho.
—Demasiado —afirmó, orgulloso.
—¡Excelente! Eres todo un conocedor, pero, lo mejor de todo, amante de dios, ¿Qué haré con tanta devoción?
—Ayudar en lo que pueda, Russel.
—Te veo mejor del brazo.
—No, qué va, es peor de lo que pensé. —Y hablaba en serio, el consejero no podía saberlo, pero Ágaros ya no pudo regenerarlo a causa de su vejez, aunque, estaba seguro, sería más por culpa de Barzabis y su secuaz encargada de cortárselo.
—Peregrinar con un brazo puede ser peligroso, Árgon, pero míralo del lado positivo, lo has perdido por una buena causa. Será adecuado tomar precauciones por el demonio que te lo cortó.
—No, es solo una mujer, no tiene injerencia en ningún lado, es solo que estuvo favorecida por un dios.
—Por algo —refirió el consejero—, algo ve dios en ella. —Las palabras no sentaron bien en el mago, sintiendo un escalofrío—. Come lo que gustes, hijo mío, te veo desmejorado. Encontrarás la información en dónde reunirnos en la nota que te entregué.
—Gracias, señor Russel, comeré, me muero de hambre, pero ¿Dónde está el rey?
—No ha salido, debe estar dando vueltas en su alcoba, solo Ráskamus tiene acceso a su habitación... Quisiera contarte todo, pero sé que lo hablarán en la reunión. ¿Por fin te quedarás con nosotros?
—Sí, creo que mi peregrinaje ha acabado.
—¿En serio? Eso es perfecto, hijo.
La nota se movía en su mano por los fuertes vientos de Prodelis. El Naele ya había emprendido su viaje de regreso junto a una respuesta.
—¿Qué decía la nota? —preguntó un caballero.
—No agarres mucha confianza, de momento soy tu rey —bromeó—, pero la carta es de Kendra, nuestra hermana mayor.
—¡Tenemos carta de nuestra hermana! —gritó uno de ellos, haciendo que los que estaban dentro del castillo se acercaran.
—Quiere enfrentarse con Agaeth —musitó Argentum, guardando una carcajada—, ¿Qué opinas, Agaeth? —inquirió, viendo hacia el ensangrentado rincón.
El guardia yacía acurrucado sobre la esquina, con el ojo hinchado y la mejilla enrojecida. Habían bastado solo dos cachetadas para dejarlo así.
—Me vas a dejar amarrado para que me mate —rezongó, con difícil pronunciación.
—No —bufó—, aunque te diera un tanque de guerra no podrías hacerle daño, pero algo es cierto; te entregaré. Será el duelo del año, un bebé contra una Hija Promesa, pero tranquilo —sonrió, removiendo sus cabellos—, vas a morir por lo que le hiciste a Kimbra. ¿Qué crees? Revisamos tu arma, y al parecer, tu amigo Ágaros le aplicó magia. ¿Una bala invisible? ¿En serio? De suerte, y creo que estoy en lo cierto, solo puede camuflar cosas pequeñas, de no serlo, sería un gran problema. Qué asco, ¿No?
—Ya pedí perdón —vociferó.
—¿A quién? ¡¿A quién pediste perdón?! —Lo levantó de sus cabellos, azotando su rostro en la pared—. ¿A quién?
—¡Por favor! ¡No me envíes con ella, en cuanto regrese pediré perdón como se debe!
—¿Resucitarás a su hermano? ¿Crees que tu vida es un buen cambio? Yo creo que ni su brazo podrías levantar con tu alma, pero ya no importa, ¡Soldados! —ordenó—, báñenlo, prepárenlo, denle de comer y que escoja su arma del cuarto especial.
Sus caballeros obedecieron, quitándole las placas metálicas solo con las manos, mofándose de él. Lo maquillarían y le pondrían una armadura mortuoria, así, iría listo y directo a un ataúd.
—Pero esta armadura no es de combate.
—No importa cuál lleves, de igual manera morirás, ella vendrá con todo y no quiero imaginarme cómo se pone mientras está enojada.
—¿Te acuerdas cómo quedó la mesa? —preguntó uno.
—Cinco cervezas destapadas y cinco cabezas cercenadas.
—Tiene una fuerza descomunal —comentaron, hablando entre sí.
—Pero Mayuri también es poderosa, ¿No es así? Las mujeres Promesa son increíbles.
—Hum —murmuró la mujer, asintiendo ante la pregunta.
—Muda pero peligrosa.
—Mmju.
—¿Lo quieres matar?
—Mmju —afirmó, logrando que sus compañeros se rieran.
Cuando hubieron terminado, dejaron a Agaeth sentado sobre un taburete.
—Voy a volver —susurró, adolorido—, voy a volver victorioso, ¡Y se van a arrepentir!
Todos estallaron de risa.
—Vas a morir, entiéndelo —aseguró ahora su rey—, nadie le levanta la mano a alguien de nuestra raza, a menos que sea por las batallas declaradas por honor, y tú solo no fuiste honorable, usaste magia a traición, una magia que excede tus poderes, por lo menos si hubieras utilizado tu habilidad especial no nos hubiese molestado tanto, sin embargo, tampoco esperaste el tiempo correcto, en verdad creímos que saldrías detrás de nosotros dispuesto a pelear, pero mataste al que no era desde lo alto de una torre lejana, y encima dejaste que te hirieran el pecho para aparentar un ataque que nunca fue perpetrado, sin contar el hecho de que te embarraste de mierda para no brillar en la oscuridad, qué puto asco. —Argentum cerró sus ojos concentrándose para no matarlo, no obstante, Balvict salía del cuarto de armas, interrumpiendo la plática—. ¿Qué hacías allí?
—Vine a tomar las cosas que me corresponden, unas bellas ballestas.
—¿Pelearás junto a él?
—Pff —espetó—, iré a cazar Arrastrasas.
—¡Me vendiste, hijo de perra! Tú dijiste que me ayudarías para huir a Drozetis.
—Podría llevarte, aunque solo para vender tus partes —rio exagerado—, pero lo siento, no puedo vivir con un traidor, tú lo sabes, Ur lo sabe. —Y señaló hacia la otra esquina, en donde el aludido se encontraba amarrado y noqueado por los golpes—. Mejor me voy.
—Ese es un buen ciudadano —Argentum continuó—: alcohólico y medio loco, pero un gran ciudadano.
—¿¡Por qué no lo mataste!? ¡Él también fue un traidor, difundiendo chismes!
—A mi juicio es un héroe, pero seamos sinceros, por culpa de ustedes dos esto está así, aunque debo agradecerte, de no ser por ti, no hubiésemos descubierto a Ágaros. Gracias y hasta nunca. Llévenselo.
Sus guardias lo alzaron sin esfuerzo alguno y lo introdujeron en una carroza desgastada. Lo trasladarían al destino que Argentum había elegido, no sin antes hacer una parada. Le otorgarían el privilegio de una última cena en compañía de sus amigos, brindándole la oportunidad de despedirse como era debido.
—Gracias por dejar que hable con ellos...
—Son tus simpatizantes —interrumpió uno de sus verdugos—. Si mueres, también ellos mueren. —Agaeth agrandó sus ojos ante lo dicho y se retorció junto a la mesa.
—Él vivirá —aseguró un compañero—, confiamos en él.
—Tiene lo necesario para sobrevivir —añadió el segundo de cinco caballeros.
—Haz lo que quieras, nosotros solo hacemos lo que nos dicen y nos parece una muy buena decisión. —El guardia cerró la puerta y Agaeth rompió en llanto.
—No me dejen, por favor... acompáñenme, vayan conmigo, llevaremos escopetas, por favor, se los suplico, no me dejen morir.
—No llores, estoy contigo hasta el final, recuerda que yo quería ser un gran tirador como tú —mencionó el sujeto de barba mal cortada y de aspecto delicado—. ¿Cómo es posible que te estén castigando por hacer lo correcto? Ellos estaban mal, simplemente no me puedo perdonar haber adorado a un homosexual y estoy seguro de que Argentum es igual, ¿Cómo puede tolerar todo esto?
—¡Sí! —agregó el segundo, regordete y de mentón amplio—. Siempre lo sobrevaloraron, pero lo siento, tendremos que matar a Kendra, los entrenamientos podrán ser individuales, pero esto es un tres contra uno, no te preocupes, seguiremos el carro, aunque yo sé que dos guardias te estarán escoltando.
—Estás en lo cierto, Brantalis, la carroza irá muy rápido, y ustedes también tendrán que serlo.
—Descuida, somos rápidos.
—En cuanto bajes, Kendra morirá, regresarás victorioso y nos cargaremos uno por uno a estos imbéciles. Todos somos Hijos Promesa, ¿Quién se creen que son?
—¡Vamos Agaeth! Muéstranos un poco del valor que siempre tienes.
—Cierto, Fendril, yo le rompí la boca a la reina, maté a Kimbra, uno de los tres más fuertes, sí... ¡Sí!
—¡Eso, inyéctate de valor! —secundaron Fendril y Brantalis, quienes le acompañarían.
—Los demás esperen, que regresaré con la cabeza de esa mujer. —La puerta se abrió tras de sí y Agaeth se comprimió en su asiento, emitiendo un quejido de miedo.
—¿Ya acabaron? —inquirió, inclinándose un poco para poder ver, pues era muy alto.
—Sí... sí —tartamudeó.
Era un cuarto amplio, cómodo y muy elegante, era cálido y estaba rodeado de libros y cortinas en tonos rojos. El bombillo amarillo le daba un toque hogareño y el somier era gigantesco, sin embargo, en la pared se erguían trofeos de diversos animales y una que otra capa llena de pelos de distintas especies, junto a un montón de armas de diferentes formas.
Selena observaba todo de manera detallada, extrañada de la inusual combinación. Sus heridas estaban sanadas casi en su totalidad, pues, aparte de no ser tan graves, sabía que Fordeli y Velglenn le habían ofrecido una digna atención.
La mujer dio un respingo cuando, desde su ventana, contempló la silueta de un hombre.
—¿Qué hace usted ahí? —recriminó, no siendo consciente del tiempo que estuvo observándola.
—¿Yo? —preguntó, abriendo la ventana corrediza—. Así que usted es la reina, la mujer que Hecteli secuestró.
—Así es... secuestrada. Maldito sea, ¿Ya lo ejecutaron?
—Vaya, qué brava, pero no, todavía no, supongo que se resguardará para cualquier momento crucial, además, por lo que me cuentan, parece que está entrando en razón, la verdad tampoco lo he visto, digo, para evitar golpearlo, pero ¿Quién la dejó así?
—Ese sujeto.
—Golpea mujeres entonces...
—No lo hacía.
—No, no, no —interrumpió—, lo hacía. Su secuestro fue sonado.
—¿De verdad hicieron noticia de eso?
—Sí, aunque dijeron que había muerto, en el periódico usaron otro nombre; Mirna, pero curiosamente coincidió con la fecha en la que Hecteli presentó a su joven, muy joven esposa, es usted, ¿No es así?
—Eres perspicaz.
—Soy Naor, en el nombre llevo la sabiduría.
—Y... ¿A qué se debe el que me observes por la ventana? Porque es de muy mal gusto.
—No se preocupe, suelo dar rondas por varias casas, así evito que cualquier fulano quiera sobrepasarse con algún niño o alguna mujer, fungimos como la policía también... aunque este es uno de mis cuartos.
—Ya veo, tú eres el que asesinó a sus hermanos, eres famoso, un sanguinario y despiadado hombre.
—Así es. —Sonrió orgulloso—. Si no fuera un hijo de puta no me tendrían miedo, y podré ser todos los adjetivos que quiera ponerme, pero eso sí, yo no golpeo mujeres, todos mis hermanos eran varones, tuvieron su oportunidad para matarme, pero la desaprovecharon, mejor dígame, ¿Tenía historia antes de venir aquí?
—Nunca fui feliz, ¿Para qué mentirte? Llegué a creer que podía amarlo, que podía mentirme, pero, al final, solo estuve con él por la vida que le prometió a mi hijo, y porque era una insolente.
—¿Insolente? Yo lo llamaría: "ser menor de edad", pero no sabía que tenía un hijo... Vaya, de lo que uno se entera. —Naor sacudió su cabeza, incrédulo—. ¿Dónde está su hijo ahora o qué le prometió?
—Que no lo mataría.
—A ver, a ver... ¿Esa fue su promesa? He de suponer que su primer pareja fue asesinado por él, ¿Verdad?
—Lo dejó muy herido, pero vivo porque vine por voluntad, después me enteré que no sobrevivió ante los golpes, era un soldado increíble... No sé por qué te estoy contando esto, muchacho.
—¿Muchacho? La verdad es que yo tampoco sé por qué le estoy preguntando. Nos vemos, señora. —El cazador cerró la ventana y se fue sin mirar atrás.
—Está loco —musitó la mujer, viéndolo alejarse.
La plaza lucía tranquila, la mayoría de los involucrados aún descansaba del incesante trabajo realizado la noche anterior.
A las orillas del lugar, en un pequeño campo de cultivo, Naula caminaba junto a Velglenn. Contemplando el hermoso atardecer que se apresuraba por las montañas.
—Anhelaba venir aquí, contigo... pero al fallar en mi comisión, no tenía la cara para presentarme frente a ti.
—Está bien, no te martirices más, todos fallamos, además, yo tardé en llegar hasta acá, las cosas que vi y sentí son indescriptibles, pero aquí soy feliz, nunca pensé que estar en este reino sería tan placentero, solo mira estos paisajes, me llenan de paz, ¿Cómo te sientes tú?
—Mal, me siento mal por los niños.
—Solo dime una cosa, ¿Fue rápido?
—Sí...
—No te culpo por huir, Naula. —Suspiró.
—Eres muy comprensivo, pero yo soy una guardia, mi apellido me respalda, lo traigo desde nacimiento, y... no, no puedo —musitó la mujer, abrazando al mago con fuerza.
Velglenn no sabía qué hacer, quiso alejarse un poco, pero su guardia no cedió, así que solo se limitó a darle palmadas en la espalda, pues no podía cargar con su timidez.
—Se ven bonitos, ¿No? —cuestionó la capataz, viéndolos a lo lejos.
—Oh, no sabía que el moreno tenía novia, pero ¿Qué ganan con eso o qué?
—También me lo he preguntado, Landdis, pero debo admitir que Naula tiene valor.
—Yo creo.
—A veces pienso que solo somos nosotros los hermanos y Maya, porque no veo a ningún joven por acá.
—Por Dios, Violette, tienes a la mitad del reino queriendo contigo, es solo que no te tomas el momento para verlos, además, todo el tiempo estás ocupada y tu cara no da mucha opción de cortejo, es cierto, son unos inútiles, perdónalos por no tener el don de mando como tú, por no tener nada que ofrecer, solo son hijos de personas ricas, son como la caca de alguien, y ya.
—Lo describiste muy bien, hermano —respondió, riendo sinceramente—, eres una mierda cuando quieres.
Ambos giraron para contemplar a Alexander, quien se encontraba cómodamente instalado en su novedoso asiento, cuya forma recordaba a la de un capullo floral. Fordeli había dedicado esfuerzos en perfeccionar su diseño ergonómico, logrando desarrollar un modelo innovador con la ayuda del mago. Este, a través de su magia blanca, había conseguido que el asiento flotara, liberando a Alexander de cualquier molestia y, gradualmente, corrigiendo su postura.
—¿Cómo te sientes, cariño?
—Me siento bien, mi columna ya no duele tanto, el doctor me dijo que esperará a que mis huesos se alineen más, para ponerme esa savia de Barzabis... Yo he soñado con él.
—Ojalá no lo hicieras, y de verdad espero que, por lo menos, sean buenos y bonitos. —Violette siguió viendo a Velglenn y compañía, sintiéndose incómoda por el comentario de su hermano menor. —Vaya tórtolos —musitó, tratando de desviar su atención.
—Pero el moreno no se ve muy convencido, mal por él.
—El experto Landdis, el experto.
—Por supuesto, soy un experto en esos temas, pero qué importa, déjalos de ver, quizá quieren ir al monte para ya sabes qué.
—Eres un grosero, pero bueno, ¿Con quién te irás, Alex?
—Quiero que me lleve Landdis al corredor de la señora Betsara, me lo prometió, quiero ver el mar.
—Es cierto, tiene una vista increíble, ya tiene mucho tiempo que no subo.
—¿Crees que me deje pasar? —preguntó el joven.
—Sí, al fin y al cabo, fue la aliada más valiosa de todas, y la más respetuosa. ¿Landdis?
—Ya lo llevo, ya lo llevo.
Fordeli y Priscila se paseaban por el hospital improvisado, pues algunos hombres y soldados resultaron heridos por el asalto de los enfermos.
—Ya casi acabamos, señor —exhaló la médico, cansada y recogiendo por quinta vez su cabello—. Le di sus medicamentos a Hecteli, pero ese hombre es un grosero, aunque... la verdad me da mucha tristeza verlo así.
—También a mí, ¿Pero sabes qué?
—¿Qué?
—Qué chingue a su madre.
—¿¡Doctor!?
—No puedo ser hipócrita. Maldito viejo.
—Señor, es raro verlo así.
—Lo siento, Priscila, es solo que, de todo el reino de Prodelis, las únicas personas que valen la pena son ustedes, mi equipo.
—Yo siempre estaré a su lado, doctor, siempre. —La joven sonrió, despampanante, provocando en el médico un ligero sonrojo.
—Te lo agradezco —susurró, después de verla por unos breves segundos—. Tú siempre has estado aquí. —Fordeli chasqueó su lengua y miró hacia al frente, algo frustrado.
—¿Qué pasa?
—No es nada...
—¿Le preocupa algo?
—Solo espero salir vivo de aquí. —Suspiró—. De no ser por Néfereth, por Naor, y todos estos guerreros, ya estuviéramos muertos.
—Pero si no fuera por nosotros —Priscila tomó su mano, apretándola con fuerza—, ellos no podrían seguir peleando.
—Somos importantes, ¿Verdad?
—Por supuesto. —El silencio los envolvió, sin embargo, la joven no desistió del agarre—. ¿Le dijeron algo sobre Jax?
—Sí, uno de los cazadores de Naor me dijo que está bien, está estable, nuestras máquinas funcionan a la perfección, y que los enfermos que no lograron salir del almacén siguen allí, como apagados, la gente está más tranquila y salen con más regularidad, eso sí, sin tanta felicidad. Pediré permiso para ir por él, yo lo traje, yo lo sacaré de aquí.
—Deje que lo acompañe.
—No, Priscila, eso no.
—Lo acompañaré —afirmó, sin ni un ápice de duda.
—Sigo siendo tu jefe —respondió, sin sonar grosero.
—No, ya no, lo seguiré. —Y se colocó frente a él—. ¿Qué hará? ¿Me sacará a la fuerza?
—Está bien, está bien. —La observó de nuevo y sonrió.
—Vamos. —Ambos caminaron hacia uno de Los Brotes, que permanecía de pie a la puerta del hospital.
—¿Es usted sargento? —inquirió Fordeli.
—Sargento Manji, a sus órdenes.
—Quisiera pedir una escolta hacia el pueblo Amathea, tengo un amigo allí y necesito de recursos para poder traerlo, pues está en coma.
—Ahora mismo informo. —El susodicho se alejó rápidamente, hasta entablar conversación con Betsara.
—Es una mujer muy poderosa —musitó la joven, viéndola a lo lejos, empapando sus ojos de admiración. No obtuvo respuesta, pues el soldado se devolvió con ligereza.
—Han dado autorización, señor, iremos con usted.
—¿De verdad? ¿Es adecuado el momento?
—No hay problema, señor, estamos en perfecto orden, además, los Colmillos están al acecho.
—¿Colmillos? —preguntó la médico.
—Así es, señorita, así que podemos estar tranquilos.
Sonrieron y prepararon una pequeña maleta con todo lo necesario para Jax y su regreso.
Se sentó en la camilla, aún con la venda en los ojos. Los rayos del sol tocaban su piel, dándole una nimia iluminación. Trató de escuchar algo a su alrededor, pero sabía que dentro de su habitación no se encontraba nadie.
—¿Alguien? —exclamó con fuerza, irrumpiendo en la tranquilidad de la plaza, escuchando unos tacones presurosos descender hasta su recámara.
—Menudo hombre eres... Madre mía. —Betsara movió con más intensidad el abanico al ver los músculos descubiertos y su increíble estatura—. No logras ver nada, ¿Verdad?
—No y no se le ocurra nada, por favor.
—Ya se me ocurrió —respondió la mujer, riendo—, pero no lo haré.
—Me puede... —Se avergonzó—. ¿Me puede solicitar una audiencia para ver a...? ¿Audiencia? No, ¿Me puede llevar ante ese imbécil de Hecteli?
—Estás en todo tu derecho.
Con ayuda de sus guardias lo encaminaron hacia una enorme puerta. Eran conscientes de la ineficiencia de dicho hombre, pero, a pesar de todo, seguía siendo un rey, así que los tratos eran más que respetuosos, aunque no lo mereciera.
—¿Néfereth? —inquirió, temblando de terror.
El caballero frente a él se sentó en un pequeño banco a los pies del somier, no obstante, Hecteli lo vio ocupar toda su recámara, alargarse el pasillo detrás y sentir cómo la visión se le nublaba a su alrededor. Percibió los latidos de su corazón hasta su cerebro y el sudor emanó estando como en un maratón.
—Dígame, ¿Qué le hice a usted? —El silencio se apoderó de todo, convirtiéndose en un vacío que tragó todo sentir, todo latido—. ¿Qué hicimos para que nos abandonara así? ¿Qué fue lo malo? ¿Cuál fue el error? Dígamelo.
—Yo..., yo no sé, yo... —tartamudeó—, Néfereth yo quiero que...
—Dígamelo, por favor.
—Nada, no hicieron nada. —Guardó silencio, uno que le costó tragar—. Tus ojos...
—Mis ojos están abiertos desde que llegué aquí. Cuidé su espalda, cuidé su reino, su gente, maté por su nombre, entrené junto a mis hermanos, y asesinaron al que más quería, porque usted no supo ser rey, porque no tuvo la voluntad de resistir; porque prefirió creer en las palabras de un traidor, porque se le hizo fácil abandonar el legado de su padre.
—Perdóname, Néfereth.
—Está perdonado, rey... perdono su memoria, a esa persona con la que pude platicar y tener una amistad, pero no puedo perdonar el abandono, no a mí, sino el abandono a mi fidelidad. —El Hijo Promesa suspiró, exhalando su dolor—. Eso es lo que más me duele. ¿Qué importa a quién ame, con quién esté? Mi lealtad era solo para usted.
—Merezco la muerte, hijo. —Y se desgajó en llanto—. Mátame, ellos lo harán.
—Esta gente no es como usted —sentenció, deteniendo de súbito las lágrimas en los ojos de su rey—, esta gente le pondrá calzado, un harapo y un azadón en la mano, le devolverán su vida. —Néfereth se levantó la venda y abrió su ojo derecho a la fuerza, provocando un sangrado—. Aquí aprendí mucho y no se preocupe, todo el daño que ha hecho, lo repararemos entre ese muchacho, toda esta gente y yo. Solo vine a decirle que he dejado de ser su caballero.
Néfereth sacó su espada y procedió a marcarse la piel, dejando los símbolos al rojo vivo, seguido de tomar un mechón de su cabello y cortárselo con desdén. Siguió el trayecto hasta que hubieron caído al suelo y sintió la libertad correr por su ser. No era una libertad que anhelara, era dejar atrás la vida que arrastraba, los recuerdos y sentimientos que, siempre supo, no pertenecían a él.
—¡Néfereth, espera! —gritó con todas sus fuerzas, pero no se devolvió, ni siquiera le entregó una última mirada.
Cerró la puerta, mientras Leyval le esperaba afuera de la habitación. Él sabía que no debía decir nada, así que solo lo miró y asintió.
Solo se escuchaba la respiración y las pisadas del Losmus. Su caminata era lenta, pues esperaba la respuesta del Naele. Pese a todos los consejos de sus compañeros, Kendra decidió adelantar su venganza.
Cuando el Naele aterrizó sobre su brazo y esta leyó las palabras de Argentum, aceleró a toda velocidad, en busca de lo que tanto estaba esperando.
Era un salón pequeño a comparación de las demás pertenencias de Haldión, no obstante, era discreto, elegante y estaba protegido de todas maneras.
Al centro de la mesa, se erguía una montaña de tono rosado, que más bien, era un seno. Para el rey, todo debía tener tales formas, dándole la importancia y simbolismo a la fertilidad y virilidad.
«Naces, mamas, creces y las ideas florecen», solía decir su padre.
El lugar estaba repleto de personas acaudaladas, con túnicas y máscaras. Murmuraban, intercambiando chismes e información. No estaban exentos de lo que pasaba a las afueras del castillo, pero no sabían de los planes macabros que rondaban en la mente de Haldión.
—¡Ciudadanos! —gritó solo al entrar, alzando sus brazos flácidos con sumo esfuerzo—. Los he reunido porque son lo más importante que tengo ahora, son mi familia, junto a mis hijitos que guardo allá abajo, y a los que resguardo cerca de mi cuarto. Todo esto lo podemos perder por culpa de esta amenaza que nos rodea. —Guardó silencio, escuchando el incremento de las voces a su alrededor—. Habrán de veinte a treinta personas en este sitio, los más adinerados, con quienes comparto las fiestas, los panes, los coños, somos hermanos de leche... Por eso pido su entero apoyo, porque no he tenido sucesor, pero lo que más me duele, es saber que mi pene se está muriendo... Y por si fuera poco, me han dejado una amenaza más grande. Alguien sabe de mi pasado y lo está usando para atormentarme. —Rápidamente sacó de su túnica una foto.
La audiencia se impresionó.
—El mago.
—¿El que vuela?
—Escuché por ahí que él propagó la peste.
—Es un mago temible.
—¡No es nada de lo que dicen, imbéciles! —espetó—. Este muchacho es un descendiente de los Harel, aquella familia que hizo tanto daño, los malditos que fueron repudiados, está escrito en nuestros libros y yo sé que muchos de aquí los conocen. Alguien quiere asustarme y tomar mi lugar, no olvidemos, tampoco, la amenaza del golpe de estado. Pero —se enserió—, tengo una idea y necesito de su ayuda.
Se miraron expectantes, nadie podía verse las caras, pero estaba más que seguro que todos estaban ansiosos y asombrados.
—Los pobres son el problema —continuó—: siempre lo han sido, y debemos erradicarlos.
—¿¡Y de dónde sacamos nuestros impuestos!? —replicó uno, levantando la temperatura.
—¿¡De dónde vendrán nuestros ingresos!?
—Miren cuántas personas quedan, no puede hacer eso.
—¡Tranquilos, tranquilos todos! —interrumpió Russel—. Hay que dejar que el rey termine de hablar, debemos escuchar, además, solo piensen, podemos crear una sociedad solos con los más importantes y esclavizar los reinos aledaños con los regalos que tenemos allá abajo. Contamos con la milicia más fuerte y la armada más capaz. Pero este hombre quiere hablarles. —El consejero asió de Ágaros para colocarlo frente a la multitud—. Es un hombre tocado por dios, fiel devoto. ¡Árgon, el sumo pontífice, en versión humana, del dios Barzabis!
—Sé que no me conocen —agregó, aclarando su garganta—, pero es menester que yo les avise sobre esto. Haciendo mi peregrinación por los reinos, he escuchado algo en Prodelis que me ha dejado espantado... Un hombre loco ha tomado el reino y el rey Hecteli ha sido entregado a Inspiria. —La multitud se conmocionó, incrédulos ante la noticia—. Y estoy seguro que planean atacarnos. Necesitamos golpear nosotros antes, y hay que hacerlo rápido.
—¡No! —respondieron algunos al unísono.
—¡Lo Hijos Promesa nos matarán!
—¡Ni dios podrá meter sus manos!
—Tranquilos —clamó—, hay que ser inteligentes, entiendan, sería como nuestro segundo país, solo necesitamos colocar a alguien apto y lleno de sabiduría, así tomaríamos sus negocios, sus lujos, solo lo mejor. —Guardó silencio, irguiendo su postura—. Yo podría tomar ese puesto con mucha responsabilidad.
—No me fío de ti, no sé ni quién eres —bufó uno desde el rincón.
—Lo sé, señor, pero le aseguro que pronto sabrá de mí.
—Confiarle algo como eso a un extraño, sería como regalarle el terreno al enemigo.
—Lo siento, no te conocemos.
—Apoyaremos la idea de acabar con la prole —sentenció otro—, pero si no obtenemos nuestras ganancias en poco tiempo, ¿Quién garantizará nuestras inversiones e ingresos? ¿A quiénes creen que explotamos? Exacto, a los pobres.
—Yo tengo plantas eléctricas, ¿De dónde sacaré todos mis trabajadores? ¿Cómo proporcionaré la luz?
—¡Tranquilos! —intercedió el rey—, estamos ofreciendo soluciones, temo por todos nosotros, pero si me dan su voto de confianza podré contra todo, poniendo el reino a mi hombro. —Y se golpeó el pecho—. Yo no sabía de esa exclusiva, Árgon, Prodelis es peligroso, pero de algo estamos seguros, la peste de la risa ya terminó, lo peor fue hace unos días y se solucionó gracias a lo que ustedes ya conocen. Por favor, cuídense y no digan nada de esto a nadie, en una semana mi plan debe quedar listo. Cuando eso ocurra, serán los primeros en ser evacuados a mi búnker privado, para que la Guardia Ciega termine, de una vez por todas, con todo lo que nos ha hecho tanto mal. ¿Quién será el maldito pobretón que lo está orquestando todo?
—¡Maten a ese pobre! —gritó un seguidor.
—¡Que los maten a todos!
La reunión terminó y como era de costumbre, beberían y comerían hasta saciarse, sin embargo, esta vez sería diferente, pues ninguno tenía las ganas de quedarse más tiempo, no obstante, en los tejados alejados del inmueble, el Bogeyman esperaba paciente, siguiendo el rastro de Yaidev hasta uno de los cuartos reales. Subió la pared como una araña, hasta llegar al hermoso ventanal, inhalando con fuerza, oliendo el perfume delicado del botánico.
—¡Muñequito de miel! —gritó, provocando un respingo en el joven mago que ya se había puesto de pie, alejándose de los cristales. El monstruo lo rompió de un solo golpe y entró sin mucho esfuerzo—. ¡No te salvarás esta vez, maldito!
Se detuvo de súbito al percibir, en una de las esquinas, la presencia sobrehumana de un hombre. Afiló sus ojos para verlo con más claridad. Dos pupilas se encendieron de color rojo y una enorme mano se posó en el pecho del botánico, resguardándolo detrás de él.
—¿¡Quién eres!?
—Esto es preciado para el rey... Pero qué feo eres.
El ser gritó mostrando sus terribles fauces, sacando sus tripas para aterrarlo, escupiendo ojos y cientos de vísceras que ya no tenían forma, no obstante, el caballero frente a él le sonrió y le propició una patada que lo hizo romper la pared, cayendo sobre la calle central.
Ráskamus dio un brinco y aterrizó cerca, el estrago había llamado la atención de los miembros de la mesa y unos cuantos salieron despavoridos ante dicha aberración.
Yaidev se asomó desde donde antes era su ventana, contemplando el muro completamente desgajado y al hombre que yacía al centro.
—Qué fuerza tiene —musitó para sí, aterrado—, es como él...
—¡Maldito! —gritó la malformación, distrayendo los pensamientos del joven—. ¡Será otro día! —Corrió a una velocidad tremenda, sin embargo, Ráskamus ya había lanzado una de sus hachas enastadas, cercenando todas sus patas.
El animal arrastró su panza por el suelo de la plaza, y se recuperó para lanzar ácido a su rival. El guardia detuvo el líquido con la capa de su espalda, sonriendo al verlo.
—Oye, monstruito, ¿Quién te envía? ¿Eres de la maldición?
—Soy un general de la peste —afirmó, regenerando sus extremidades—. No sé quién seas, maldito guardia, pero ese muchacho me corresponde y me lo llevaré.
—No, es del rey.
—¡Morirás entonces! —Reacomodó la bolsa de su espalda hasta colocarla cerca de su estómago, agrandando su tamaño, para luego aventarse hacia su enemigo.
Desde el fondo, escondidos como alimañas, se encontraban Russel y Ágaros, observando la descomunal escena.
—¡No salgas, que no te vea! —pidió el consejero, persignándose de todas formas—. Que mi dios Barzabis me proteja.
—Ese es el Bogeyman... y lo van a matar.
Ráskamus lanzó su segunda hacha, enterrándose en su pecho, y cuando el cuerpo llegó hasta su posición, tomó su deforme mandíbula y la bajó hasta el suelo, para después aplastar su cabeza con una fuerza garrafal, saliéndosele sus ojos.
—¡Espera, espera! —clamó.
—Eres suave, ¿De qué estás hecho?
La distracción del caballero fue suficiente para que el Bogeyman quebrara sus patas, ensartándolas en el duro peto del guardián, sin embargo, no pudo traspasar nada, ni siquiera pudo moverlo de lugar y eso lo aterrorizó.
—Lleguemos a un acuerdo —razonó, pues sabía que no le haría nada.
—Está bien, ¿Qué quieres?
—Si me das al muchacho, te digo quién lo trajo hasta aquí.
—Esa idea me gusta, nos vamos entendiendo, monstruito. —Sonrió para enseriarse un segundo después—. No creo.
El brazo de Ráskamus comenzó a brillar de un tono escarlata, y una luz viajaba como si fuese lava. Tomó su hacha que seguía ensartada en el pecho ajeno, y la dejó caer, logrando que el arma aumentara en tamaño.
Ambas mitades cayeron al suelo, desparramándose sus entrañas, que más bien eran animales diversos, que corrieron despavoridos hacia todas direcciones.
El gigante hombre dio unos pasos hacia atrás, aplastando unos cuantos, no obstante, Ágaros llegó solo para quemarlos con su magia, estaba seguro que aquellos bichos le concederían una segunda oportunidad y no lo permitiría.
—Es como la corteza de un árbol —aseguró el guardia, contemplando el cuerpo del ser—. Qué raro animal, ¿Qué clase de maldición puede hacer esto? Jamás vi algo así. Gracias, mago.
—A sus órdenes, señor Ráskamus, es un héroe ahora.
Las pocas personas aplaudieron por la demostración, sintiéndose seguros. El susodicho sonrió, pegando un brinco que lo devolvió al cuarto donde estaba, parándose frente a Yaidev, este último se sentó en el suelo de madera, aterrado de su presencia.
—Tranquilo, muñequito de miel —musitó, soltando una risa macabra. Caminó y pasó por encima de su protegido, despeinando sus cabellos con la armadura de sus piernas.
—Eres un Hijo Promesa —afirmó el botánico, reteniendo su respiración sosegada.
—¿Quién te dijo eso? —inquirió, mirándolo de reojo.
—Peleas como ellos.
—Era —sonrió—, era. —Y desapareció en las sombras.
El rey Haldión ni siquiera pudo enterarse. La habitación de la reunión estaba unos pisos bajo tierra, y subirlas era un simple martirio.
Kendra llegó a un chatarrería de carrozas destrozadas y basura de otros objetos pesados. El lugar era frío y alejado de la ciudad de Prodel.
Bajó de su Losmus y de inmediato observó a dos de sus caballeros, teniendo de rodillas a Agaeth.
—Hermana nuestra, tenemos tu premio —comentó uno.
—Eldrian, Seraphel —saludó—, les pido que no me digan nada.
—Para nada, conocemos de qué va esto. —Le desató las manos y las piernas, para luego darle una patada que lo aventó hacia el centro del lugar—. Regalo de Argentum.
—Usará escopeta —agregó el segundo—, ya sabes, armas que no son bien vistas.
—No importa. —La mujer sacó su estoque y la punta brilló por el filo, a pesar de no haber sol. —Agaeth, ¿Quién iba a pensar que el mugroso enfermizo, me iba a quitar a Kimbra? Hubieras muerto ese día, es una lástima que Fordeli te haya salvado la vida.
—No pediré perdón, vengo dispuesto a pelear contigo.
—¡Qué valiente! —gritó Seraphel, burlándose.
—Y después iré con ustedes. —Ambos guardias rieron a carcajadas.
—Déjate de estupideces, tus bromas han ido demasiado lejos. Es todo tuyo. —Hartos, se retiraron del lugar.
—Estás confiado, ¿Crees que sobrevivirás solo porque trajiste a tus amigos? —Kendra miró hacia su lado izquierdo y continuó—: Sal, Brantalis de mierda. —Luego giró su rostro al lado contrario—. Tú también, Fendril.
Brantalis, el sujeto más regordete salió primero, enojado por su actitud.
—Siempre tan prepotente, vamos a ayudar a nuestro amigo a salir de esta. ¿Qué se sintió ver a tu hermano morir?
—Parecido a cuando se murió tu madre. ¿Recuerdas cuánto lloraste? Y tú Fendril, ¿Qué mierda haces acá?
—Siempre quise ser como uno de ustedes, pero ahora que sé que Néfereth es un homosexual, no lo puedo permitir, y tú estás peor, solapando esas blasfemias.
—Dices eso por tu pito chico, la envidia te carcome los huesos porque él puede darse el lujo de comerse lo que quiera, mientras tú esperas a que te escojan.
—¡No lo tengo así!
—Por Dios, Fendril, eras la burla en los vestidores y más de uno lo corroboró, pero déjense de estupideces, ¿Los tres llevan armas? —cuestionó, girando su estoque.
Los hombres sacaron sus escopetas, respirando pesado.
—¡Ahora! —exclamaron, escondiéndose entre los escombros.
Se escuchó el primer disparo, interceptado por la espada de Kendra. Fendril jaló el gatillo, dando el segundo proyectil que, de igual manera, fue desviado. La recarga resonó en el lugar y la mujer se deslizó hasta alcanzar su mentón, aventándolo unos veinte metros hacia los árboles. Agaeth se alejó para imbuir su arma, esperando que la bala perforara la armadura.
—Usarás tu poder especial... —Los ojos de Kendra brillaron, captando un atisbo del objeto. Su habilidad única le permitía esquivar y anticipar cualquier eventualidad. Sin embargo, su visión solo podía servir hasta que ella lo activara.
El perdigón fue partido a la mitad, logrando que una de las partes se incrustara en el hombro de Agaeth. Este último sacó de sus botas una pistola más pequeña y comenzó a disparar, no obstante, la mujer las detuvo con las placas metálicas de sus piernas, pues eran las más resistentes, sin mencionar que los tres líderes de los Hijos Promesa, llevaban una armadura de exquisita calidad.
Brantalis salió de su escondite, colocando el arma en su sien. El disparo sonó terrible, la munición rebotó en el casco, y el retroceso levantó su brazo, sin embargo, Kendra ya sostenía su mano, alzándolo por los aires sin ningún esfuerzo.
—¿Quién te crees que eres? —reclamó, haciéndolo girar para soltarlo a gran velocidad. Rompió árboles, quebró escombros, hasta desaparecer de la vista de todos.
Una luz azul cubrió el cuerpo de Fendril, permitiéndole correr con extrema fuerza, destrozando todas las carrozas a su paso. Kendra se preparó endureciendo su rodilla, para recibirlo con una letal embestida. La hilera carmesí brotó sin pena, y la guardia golpeó la misma sangre para enterrarla en la frente de Agaeth, que ya se acercaba para atacarla.
Comenzó a gritar por el ardor y su vista se nubló por culpa del líquido. Solo sintió otro golpe y el choque de su cuerpo con el de su compañero, saliendo ambos volando hacia atrás.
El hombre más grande aumentó, aún más, su masa muscular. Tomó un tronco caído, y comenzó a girarlo, seguido de aventarlo a su dirección.
La Hija Promesa corrió y se deslizó por debajo del fuste, alcanzando a perpetrar una patada en la espinilla ajena. Provocó una fractura expuesta, y el grito fue aterrador. Brantalis se dejó caer en la tierra, mientras Kendra tomaba su cabeza para meterla en su propio hueso. La tibia cruzó sin esfuerzo y la víctima dejó de luchar al instante.
Los dos compañeros sobrantes se aterrorizaron por lo avistado, y se retorcieron en el suelo.
—Suéltame Agaeth —pidió Fendril, forcejeando con su amigo, que no lo dejaba ir. La ira le nubló su mente y encestó un puñetazo, rompiendo su labio.
—Eres un traidor —vociferó, sobando su mentón.
—Está loca, nos va a matar, ¿En dónde está? —inquirió, buscando como desquiciado por todo el lugar.
Agaeth se arrastró lo más lejos que pudo después de verla descender detrás de su acompañante. La mujer replicó el movimiento de las tutoras: levitando sobre la tierra, danzando y cortando con facilidad.
Las partes de Fendril se separaron lentamente, flotando sobre el lugar.
El último escolta preparó su escopeta y apuntó a su cabeza.
—Dispara —ordenó, viéndolo a los ojos.
El casquillo cayó al suelo, Kendra dio el cabezazo y el impacto desprendió parte de su cuero cabelludo. La mano de su rival se fracturó, introduciéndose en su propio brazo por culpa del golpe y el retroceso. La cabeza de la Hija Promesa nunca se detuvo y aterrizó de lleno en el pecho de Agaeth, sacando su corazón de un solo movimiento. Todo, en tan solo dos segundos.
Kendra se tiró, sangrando, cansada y muy triste. Miró hacia el firmamento, contemplando a sus madres tutoras, cerró los ojos y cuando los abrió, juró haber visto a una de ellas parpadear.
—Párpados —musitó, llenándose de incertidumbre.
—Señorita, ¿Está bien?
—Qué madriza.
Se levantó al percibir el contoneo de una carroza y el frío recorrer sus huesos. Había olvidado por completo el clima de su reino.
—¿Dónde estoy?
—Estamos a unos metros de llegar a la unidad médica.
—¿Dónde están?
—En bolsa —respondió Seraphel, riendo.
—Todo un espectáculo, hermana, ¿Qué sintió?
—Tristeza... Ustedes conocieron a mi hermano.
—Así es, un grande, el segundo al mando.
—Sí...
—Con honor, hermana mía, con honor. —Eldrian levantó su brazo fuera de la carroza y tiró una bengala de tonos plateados, declarando su victoria, una valerosa y sin trampas.
Argentum vio la hermosa iluminación, sonriendo de placer.
—Ya se sabía —agregó Balvict, acomodándose en su asiento en el corredor real, tirando un montón de cartuchos de escopeta. Sabía que Agaeth escogería dichas armas, así que optó por cambiarle las balas a unas no mortales. No lo había hecho para que muriera injustamente, él mejor que nadie, conocía de los proyectiles repletos de doble pólvora, y entendía que, con su habilidad, haría el triple de daño, daño que no le correspondía, pues la energía no le alcanzaba para tal hazaña.
Agaeth siempre engañó a sus combatientes en los entrenamientos, imbuía sus armas de chile y veneno, dañando a sus compañeros. Kendra podía detener la furia de su trampa, pero estaba tan dispuesta por su venganza, que no le importaba morir para cumplir su cometido, pero Balvict no lo permitiría.
—No vayas —pidió la capataz, afuera del baño en donde Néfereth se encontraba.
—No vayas, no estás sano aún —comentó Velglenn, mientras el caballero comía en el comedor.
—Néfereth, debes esperar hasta mañana —sugirió el médico, viéndolo preparar su espada.
—Deberías considerarlo, ¿Qué quieres, morir? —inquirió Naor, mientras Fordeli le suministraba la dosis exacta para recuperarse por completo de sus heridas—. La última vez no la pasaste nada bien con ese crustáceo, claro, yo luché contra un dios.
—Nadie te vio —respondió.
—Bueno, en eso tienes razón, pero está bien, te deseo suerte. Uno de mis cuartos estará listo para cuando regreses.
—Agradezco tu confianza, pero yo diría que es certeza. Lo traeré de vuelta, cueste lo que me cueste.
—No lo dudo. —Naor sonrió, y se fue de la recámara.
—¿Ha considerado llevar Brotes? —preguntó Betsara, a las orillas de la plaza, pues el Hijo Promesa estaba pronto a irse.
—No quiero nada, gracias Inspiria. —Y se alejó de la ciudad.
—Néfereth.
—Corres rápido —afirmó, viéndola a su lado.
—Algo, pero tampoco has avanzado mucho.
—Voy descansando, aunque no lo creas.
—Eres un monstruo, pero con un corazón noble. Él sabe que vas por él, ¿Verdad?
—No tengo idea.
—Y tosco como un Zarzaluz.
—¿A qué se refiere? —preguntó, mirándola.
—El Zarzaluz es un árbol común en Inspiria, su tronco está allí, rodeado de espinas, nadie puede tocarlo, pero sus ramas gozan de un frondoso follaje y ofrece su sombra a muchos metros lejos de él, concediendo, también, las frutas más exquisitas.
—Me incomoda, señorita.
—Siempre, pero cuando uno conoce el corazón de otra persona, es aún más incómodo, más vergonzoso.
—¿Por qué sentiría vergüenza?
—No pierdas tiempo, Néfereth, ¿Y si morimos todos? Yo no tengo la suerte de tener a alguien tan obstinado, tan valiente.
—No la entiendo.
—Sí entiendes. Tienes tiempo y él está joven.
—¿Qué insinúa? Yo no... nada, ¿No?
—No sé tú, yo solo sé que te mueve, te llama, por eso te fuiste sin armas, por eso vas por él.
—Le debo mucho.
—Y él a ti. —La capataz suspiró al ver al enorme hombre bajar su mirada—. Todos te debemos.
—También yo les debo... pero te prometo que lo traeré de vuelta.
—Eso no lo dudo, prométeme mejor, que aprovecharás el tiempo. Todos hemos estado cerca de la muerte, y tú no sabes cómo está Yaidev ahora. —Néfereth alzó su vista y corrió despavorido, perdiéndose en el bosque—. Cómo corren estos soldados.
Violette sonrió, devolviéndose a la plaza.
—Disculpa que te haya traído aquí —musitó, avergonzada, descendiendo por una escalera helicoidal.
—Aquí es donde guardan los vinos —afirmó el mago, suspirando el magnífico olor del licor.
—Sí, pero es un poco más privado.
—Entonces ¿Qué quieres decirme? Me dijiste que era la verdad sobre los niños, pero no entiendo, ¿Es peligroso? ¿Por qué no puedes contarlo?
Al regresar, la joven de ojos violetas los vio bajar.
—¿Qué ves, hermanita?
—Nada, nada... —Sonrió, viendo a Alexander detrás de ella.
—¿Qué le dijiste a Néfereth? ¿Le encargaste algo, tortillas?
—Que chismoso eres Landdis, te crees gracioso, ¿No?
—Sí, soy gracioso.
—¿A dónde lo llevará? —inquirió la capataz, apuntando con su vista hacia el hangar de vinos.
—Tú eres la chismosa. —Landdis cubrió su estómago porque sabía que recibiría un golpe y así fue—. Déjalo ser, ya evolucionó del monte al depósito.
—Esa mujer no me agrada —musitó Alex, provocando que sus dos hermanos voltearan a verlo.
—¿Por qué lo dices?
—No sé... desde que llegó, la siento como la presencia del hombre del saco, como el monstruo de la casa.
—¿Lo sientes ahora?
—Sí...
—Landdis, llévatelo.
—Pero ¿Qué vas a hacer?
—Iré a ver.
—Pero quizá estén... ya sabes, ocupados.
—Landdis, esto no es un juego, ahora regreso.
La joven caminó silente, temerosa.
—No es nada malo, solo quería decirte que los dejé a buen recaudo.
—¿En serio? ¿Lograste salvarlos? ¿Con quién están? ¿Pero por qué me diste esa noticia?
—Por favor, están bien, pero solo vine hacia ti porque no puedo olvidarte.
—¿De qué hablas? —Velglenn dio un paso hacia atrás cuando vio a Naula acercarse, mientras se quitaba los botones de la blusa—. Naula, por favor, no seas así.
—Has tenido otras mujeres, ¿Verdad?
—Aunque no lo creas, algunos magos somos muy castos.
—Quizás por eso no desarrollaste del todo tus poderes. —La mujer alejó las manos de sus muñecas y el mago sintió una fuerza no propia.
—Qué fuerza tienes...
—Deberías entender que soy una caballero y que mis deseos son muy fuertes. —Dejó caer su vestimenta, mostrándole sus senos. Velglenn dio un respingo y tapó sus ojos de inmediato—. Déjame tocarte, abre tu boca —pidió, desnudando al caballero.
—¡Basta, Naula! —exclamó, generando un impuso de aire y empujándola.
—Eres un imbécil.
—Naula, adjudicaré esto al momento de tensión... No te conozco, y yo...
La mujer sacó cuatro brazos más y los alargó para sostener a su víctima, seguido de aventar su lengua para introducirla en la boca ajena.
—¡Bésame! —ordenó el ser, que más bien era como un pulpo.
Velglenn se retorció del asco, pero jamás esperó contemplar aquella escena. Era muy tarde, pues ambas bocas se habían unido.
—¿¡Qué mierda eres!? —gritó la capataz, observando todo entre las barricas de vino.
Naula aventó una de sus extremidades, rompió todo a su paso y alcanzó el cuerpo de la joven, envolviéndola con estruendo, pero la susodicha tomó su estilete a tiempo y cortó el horrible tentáculo. A pesar del dolor, no desistió, intentando ingresar al estómago de su primera víctima, sin embargo, el hechicero había logrado petrificar su propia lengua, impidiendo su paso.
—¡Déjame penetrarte! —exclamó, golpeando con más fuerza su garganta.
Violette se levantó e intentó pedir ayuda, no obstante, la voz no le salió. Jorōgumo le mostró la punta de uno de sus tentáculos, dejando caer un líquido amarillento, supuso, entonces, que había dormido su boca y sus cuerdas vocales, afectando, incluso, todos sus movimientos. Trató de silbar, pero fue delicado y sutil.
Las aves entraron rodeando la escalera y una de ellas aterrizó directo hacia la bestia, dejando, por fin, al mago. El sonido fue gutural, y el aleteo intenso.
Velglenn quedó inmóvil, con la piel repleta de mordidas, baba y sangre.
—¡Velglenn! ¡Velglenn! —tarareó, mientras sus aves revoloteaban dentro del almacén, levantando el polvo y rompiendo los barriles repletos de vino. La cosa endureció su brazo y traspasó el cuerpo de un Naele, tirándolo sobre el suelo. La segunda ave se alejó, conociendo el peligro. Violette se aventó, enterrando su estilete—. ¡Maldita perra! —gritó, sabiendo que su animal estaba muerto, no obstante, gritó más fuerte cuando el ojo que había sido herido se removió de lugar.
Jorōgumo la lanzó con fuerza y el frágil cuerpo chocó con la pared, quedando casi inconsciente.
—¡Yo te voy a matar! —Se acercó con rapidez, sin embargo, Lanndis encestó una patada, evitando la muerte de su hermana—. ¡Maldito, tienes fuerza!
—¡Déjala! —Landdis miró a Velglenn, que yacía inmóvil, pero recitaba unas palabras desde su posición.
El ser amorfo se abalanzó de nuevo, pero un muro de tierra apareció frente a ella. El impacto fue grotesco, no obstante, se desvaneció entre los conductos de ventilación, para salir en otra dirección. Solo al aparecer, Landdis le disparó cuatro veces, el sonido fue fuerte y la pistola era hermosa.
—¿Y esa arma? —preguntó Violette, recuperándose.
—Es de papá, me la regaló.
—¿Pero por qué te dio una pistola? —inquirió, sabía que no era el momento, pero en verdad estaba sorprendida, eso solo significaba que Disdis lo estimaba más de lo que aparentaba.
—Hay qué pedir ayuda a Naor.
A las afueras del hangar, el revoloteo de unas enorme alas sobrevoló toda la ciudad, la sombra se esparció por las casas y los Colmillos estaban dispuestos. Cada uno tomó sus bestias y siguieron la silueta que se marcaba a lo lejos, en dirección a Prodelis. Naor lideraba el escuadrón y los animales corrían terriblemente rápido.
—No llamarás a nadie —sentenció la mujer, oscureciendo todo el depósito—. Acto tres: Profunda niebla. —La melodía de un carrusel se escuchó disipada, junto a unos cascabeles.
Los hermanos fueron testigos de cómo la habitación se alargaba y los alejaba uno de otro. La risa viajaba por todos lados, y Violette sintió un latigazo de uno de los tentáculos golpear su mejilla, reventándole sus labios, para después seguir con Landdis, aunque este último no se quejara del dolor.
—Estamos solos, mi amor —musitó Jorōgumo, encima de Velglenn—. Abre tu boca.
El mago fue obediente y desató una luz que aventó a todos, iluminando y cegando al animal. La distracción fue suficiente.
—¡Naor! —exclamó Landdis, pero no hubo respuesta.
—¡Maldito! —gritó, creciéndole una segunda cabeza, comenzando a golpearlo sin miramientos, pero el pelirrojo no cedió, permaneció de pie cortando la piel babosa con una navaja. Su hermana también lastimaba la segunda cabeza, aunque no pudiera herirla como quisiera.
El mago se levantó a lo lejos, sin embargo, Jorōgumo sabía que era peligroso, por lo que lanzó un tentáculo, que fue petrificado al llegar a su destino.
—Polvorea —susurró, y un haz de luz rojiza reventó todo su cuerpo. De Jorōgumo no quedó nada, salvo el ojo que salía de su cuenca para esconderse.
—¡El ojo! —Landdis disparó, pero su sorpresa fue mayor al ver la retina desprenderse.
—¡Maldita! —Esta vez, Violette lanzó su estilete, acertando a su objetivo.
—Yo... yo... —vociferó el ser—, yo di mi función, ¿Te gustó? —Se derritió, desparramándose por la habitación.
—¿Está bien, señorita?
—Sí, sí, aunque nunca me habían pegado así, lo maté, ¿Lo viste?
—Yo te ayudé.
—Y peleas bien, Landdis.
—Entreno, además, no podía desperdiciar la oportunidad de usar el arma de mi padre.
—Estaría orgulloso de ver cómo la usaste.
—Gracias, mago.
—Perdón, les debo una disculpa, casi mueren por mi culpa y caí.
—Por calenturiento —espetó la joven.
—No, no, señorita, no piense eso de mí, yo no...
—¿Entonces qué fue? Porque esa cosa estaba muy a gusto.
—Ella quería decirme algo, me trajo con engaños. —Se avergonzó y arrugó su entrecejo de tristeza—. Yo no, yo...
—Está bien, estoy jugando. —Los tres rieron, desencajonados.
—Naor no vino. —Landdis se extrañó.
Las siete bestias se detuvieron al ver cómo la silueta aceleraba a una velocidad que no pudieron seguir.
—Desapareció, ¿Lo vieron?
—Así es, y para serte sincero, creí que nos estabas mintiendo.
—Está enorme —agregó un tercero.
—Regresemos rápido porque esto no es normal, si era tan rápido, ¿Por qué no huyó antes? ¡Rápido! —ordenó Naor, devolviéndose a la ciudad.
Ráskamus lo llevaba sobre su hombro, mientras Yaidev se pasmaba del horror, estaba muy convencido que cualquier acción precipitada, si bien no lo mataría, sería muy, muy dolorosa.
Lo dejó frente a Haldión, en un recinto hecho exclusivamente para él, la cómoda olía a incienso y perfumes fuertes, a lociones toscas y a especias amargas, supo al instante, cuáles y de qué tipo eran.
—Estoy consciente de que no eres él —aseguró, después de verlo por infinitos minutos—, también sé que no eres el culpable, pero tu estirpe está maldita, incluso ahora causas problemas.
Yaidev cerró sus ojos, tratando de sacar la maldad que él sabía, era inexistente. Les pedía a los dioses, a cualquiera que le ayudara. Apretó sus labios retomando valor, inhalando con asco los olores de la habitación, tratando de no pensar en el dolor que se posaba sobre su sien.
—Este maldito gordo, este maldito hombre inició todo, es peor que la peste —recitaba para sí, convenciéndose—, este pútrido lugar. —En un segundo su temple cambió, su mirada se sosegó y sus ojos parecieron afilarse—. No soy él, pero lo conozco... Ren se llama, ¿No es así?
—¡Tú no puedes saber eso! —gritó el rey, nervioso y asustado.
—Claro que sí... Te gustaba y gritabas mucho. Se te arrebató todo, por eso haces lo que haces, traumado de mierda. ¿Sabes que se acerca tu fin, no es así? —Y Yaidev sonrió.
—¡Cállate, cállate!
—Me espiabas cuando cogía a tu padre y te masturbabas pensando en mí.
—No, no, no, no. —Haldión comenzó a llorar—. ¿Quién te dijo eso?
—Soy yo, reencarnado, y vengo a destruirte, maldito inútil, ¿Ahora sí irás por tu hermana y por tu mami? —Sus ojos se afilaron más de la cuenta, volviéndose sus escleróticas amarillentas, mientras sus pómulos salían cada vez más, el color de su piel cambió, su quijada tembló en extremo y en la habitación emanó un olor a azufre y amoniaco. Yaidev despertó de súbito, sin tiempo para esquivar el golpe que viajaba directo a su rostro. Reventó sus labios, y el movimiento fue brusco, sangrando también de su nariz.
—¡Cállate basura, conoce tu lugar! —gritó el guardia, sintiendo ardor, dolor y picazón en la zona de su mano.
Néfereth alzó su vista hacia el firmamento, con una presión en su pecho, como si las tutoras le hubiesen enviado una señal.
—No, no —repitió, percibiendo el impulso de correr.
Se quitó las placas metálicas más pesadas de sus piernas y obedeció a su intuición, perdiéndose en la oscuridad del bosque.
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