Capítulo 23
Mía los encontró tan solo un minuto después. Se habían detenido a una distancia prudente pero sus voces cada vez más elevadas no tardarían en delatarlos.
—¡¿Por qué no podemos anunciarlo y ya?! —lo confrontaba Anabela—. ¡No quiero salir a tu lado en la foto de mi nieto y recordar lo hipócrita que eres cada vez que mencionen esta boda!
—¡De acuerdo! —estalló su esposo, señalándola—. ¡Les diremos pero quiero que admitas que este divorcio es tu culpa!
—¿Tú me apuñalas por la espalda y yo soy la mala? —Sonrió con veneno—. Olvidaba que eres un viejo de una época donde solo producían maridos cretinos.
—Deja de ser hipócrita, Anabela. Ambos sabemos que esa famosa traición que cometí es un delirio de tu cabeza. Inventaste una excusa para no sentirte culpable porque dejaste de amarme.
—¡No me trates como una loca! —gritó, sus ojos comenzando a empañarse—. Nadie me lo contó. ¡Lo vi con estos ojos! No necesité encontrarte en la cama con ella para comprobarlo. ¡La evidencia era suficiente!
—Las únicas mujeres que he llevado a casa han sido de la familia o del trabajo, y siempre en horarios decentes —gruñó—. ¡¿Qué demonios viste?!
—¡No fue en nuestra casa!
—¿Entonces fue en mi oficina de Tiempo Nupcial? ¿Alguien te envió un video o fotos alteradas?
—¡En... nuestra... cabaña! —Su voz se quebró pero mantuvo la barbilla levantada—. Vi esa maldita bikini. ¡No era mía!
—¿De qué bikini...?
—¡Era roja con arcoiris! Un maldito conjunto minúsculo. Estaba bajo nuestra cama el año pasado. ¡Lo viste también!
—No... —La comprensión se abrió paso sobre la confusión. El color abandonó el rostro del anciano. Su seguridad se tambaleó.
—¡¿Ahora lo recuerdas?! Pensé que alguien más había invadido la cabaña en nuestros meses de ausencia, aunque seamos los únicos con las llaves... pero tú lo reconociste. —Ahora las lágrimas fluían por sus mejillas arrugadas—. ¡Incluso lo guardaste en tu maleta y lo tiraste cuando creías que no te veía! Te pregunté si habías encontrado algo inusual pero lo negaste. Mentiste con tanta facilidad...
No había espacio para las dudas ahora. Ni esperanzas de salvación. Mía se sintió como una idiota al haber defendido a su viejo profesor.
Hubo un cortocircuito en sus ideales. ¿Podría considerar buena persona a alguien capaz de traicionar la confianza de su supuesto gran amor? ¿Cómo respetar a un ser tan desalmado?
—No es lo que crees... —susurró el anciano.
—No solo me engañaste. ¡Me mentiste en mi cara! ¡Te atreviste a llevarla a nuestra cabaña! ¡¿Cuántos insultos crees que puedo aguantar?!
—Yo nunca...
—Te pregunté también si habías invitado a alguien más alguna vez. ¡Juraste que no!
—Es cierto, no nos invitó —pronunció una voz masculina cerca de Mía.
La muchacha se sobresaltó. Milo y Jonás estaban ocultos contra la palmera vecina, igual de aturdidos.
Cassio se agazapaba tras otro árbol, asomando su cabeza con la curiosidad descarada de un felino ante un drama humano.
«Oh, no. ¿Cuándo aparecieron?», pensó la joven. Encontró los ojos de su compañero. Apretó los dientes, imaginando a esa condenada cobra cizañera trayendo a los novios para que fueran testigos del desastre.
Fue hasta él y clavó un dedo contra su pecho.
—¿Qué demonios estás haciendo? —siseó.
—Mi madre me dio la vida pero el chisme las ganas de vivirla —respondió al mismo volumen.
—¡Es nuestra culpa! —expresó un alterado Milo, llevando las manos a su cabeza. Mantenía su tono bajo para no alertar a su abuela—. ¡Te dije que era mala idea robarle las llaves!
—¡No pensé que te olvidarías algo! —Su prometido se cubrió el rostro con una mano—. ¡Dijiste que habías empacado bien! ¿No podías dejarte un bóxer en lugar de ese estúpido bikini?
—¡Tú lo compraste! Ni siquiera quería usarlo. Estaba apretado e incómodo.
—Si yo hubiera perdido la apuesta, no lo habrías dejado pasar...
—¡Habría elegido un disfraz pensando en tu comodidad, no solo en mis fetiches travestis!
«Estos tienen el don de Exequiel y Aitana para ventilar sus intimidades», pensó Cass. «Y un talento nato para arruinar matrimonios. ¿Debería ofrecerles empleo en Desaires Felinos?».
Para Mía, las piezas del rompecabezas finalmente cayeron en su lugar. Decidió intervenir antes de que la discusión derivara en una ruptura de compromiso.
—Si provocaron un malentendido, es hora de admitir la verdad.
—No conoces a mi abuela —soltó Milo con los ojos muy abiertos—. No atiende a razones cuando está furiosa.
—Y mi abuelo es demasiado reservado. No me dejaría intervenir.
—Es cierto —asintió su prometido—. No es de los que ventilan sus problemas a los cuatro vientos...
—¡¿Cómo sé que no fuiste tú la que dejó esa bikini para incriminarme?! —disparó Francisco.
Los cuatro jóvenes giraron sus rostros hacia esa voz, igual de incrédulos.
—¡¿De qué carajos estás hablando?! —explotó Anabela.
—Olvidas que compartimos cuentas, Anabela. Puedo ver las transferencias bancarias que hiciste a cierta agencia que, convenientemente, ¡se dedica a destruir relaciones!
—Eso no es...
—¿Qué? ¿Acaso vas a negar que contrataste a Desaires Felinos para hacerme quedar como el villano de este matrimonio?
—¡Es una contratación reciente!
—El último pago ha de ser reciente. El único que encontré. Vaya a saber cuánto les has enviado desde el año pasado, cuántos problemas nos han causado desde entonces.
«Así debe sentirse el diablo, recibiendo el crédito por desastres que los mismos humanos causaron», reflexionó Cassio.
Decidió que era un buen momento para huir. Comenzó a retroceder con disimulo pero algo lo interceptó. Fue empujado contra una palmera y una mano fuerte aplastó su pecho.
Su primer pensamiento fue que los ojos cafés de Mía Morena lucían preciosos cuando estaba emputadísima. Se encontraba tan cerca que bastaría una inclinación para probar sus labios. ¿Ella respondería con otro beso o con una caricia de su puño en su mandíbula?
Definitivamente lo mordería si lo intentaba.
—Sabía que eras un maldito bastardo pero...
—Fui concebido y nacido dentro del matrimonio —corrigió él, despertando nuevas llamas en las pupilas de la joven—. Técnicamente soy un hijo legítimo.
—¿¡Acaso tu condenada agencia no investiga el terreno antes de sembrar explosivos!? —Lo sujetó por el cuello de su camisa—. ¡Arruinaste algo estable y saludable!
—¡Soy inocente! —Levantó ambas manos—. Todo ya estaba en llamas cuando aparecí. En serio, me contactaron poco antes de venir a la Isla Delamorir.
—Oigan, ¿de verdad nuestros abuelos van a separarse? —susurró el nieto de Anabela, su rostro mortalmente pálido.
Cass abrió la boca para afirmar lo evidente pero la mano libre de Mía lo acalló.
—No se preocupen. Lo solucionaremos pronto. Vuelvan al ensayo, será mejor que sus abuelos no los vean así. —Una vez solos, arrastró a su némesis hacia otra sección de la arboleda, lejos de los oídos curiosos. Entornó los ojos—. Empieza a hablar, maldito gato problemático. Quiero saberlo todo.
—Solo estoy tratando de ayudar a una vieja amiga —se defendió con serenidad— que decidió voluntariamente terminar su relación.
—¡Trabajas con seres humanos! —Exasperada, respiró profundo—. ¿Acaso no has aprendido que las personas no siempre saben lo que quieren?
Había perdido la cuenta de la cantidad de visitantes que habían intentado contratar los servicios de Dulce Casualidad, dando una larga lista de requisitos sobre su pareja ideal. Los test y la extensa investigación de sus agentes concluían que el perfil de pareja compatible era completamente diferente.
—Te estás contradiciendo, Mía Morena. —El hombre cruzó sus brazos, comenzando a perder la paciencia—. Siempre hablas del consentimiento y respeto a la voluntad de tus objetivos. Ahora quieres que imponga mis decisiones. Ya que estamos, ¿no te gustaría escribir las reglas de mi propia agencia?
Ella apretó los dientes. Tenía un buen punto, pero no quería admitirlo.
—¡Cada pareja es única, Cassio! Las relaciones humanas son muy complejas. No puedes simplemente destruir todas las caigan en tu buzón. ¿Qué sucede si llega alguien que simplemente tuvo una discusión fugaz con su pareja?
—Les ofrecemos un cupón para una cita de reconciliación en la catfetería. —Suspiró—. No somos idiotas. Realizamos una larga entrevista antes de aceptar misiones para el Escuadrón de gatas rompehogares. Valen es nuestro especialista en eso, ¿quién mejor que un empático para identificar los verdaderos sentimientos de su interlocutor?
—¿Valentín entrevistó a Anabela?
Las pupilas de Cass se desviaron a un costado. Se llevó una mano a la parte posterior del cuello.
—Bueno... nos saltamos un par de pasos esta vez, pero creo que es obvio que la directora de una academia para parejas tiene claro lo que quiere. ¡Las personas recurren a Desaires Felinos cuando están muy decididas!
—¡Y desesperadas! Nadie puede pensar con claridad bajo tanto estrés.
Una melodía insistente interrumpió la discusión. Venía del bolsillo de Mía. Frustrada, sacó su celular. El identificador mostraba el número de su oficina.
Consideró ignorarlo pero su gente no la llamaría a esta hora, sabiendo su itinerario, por una tontería.
—¡Miaw, descubrí algo! —comenzó Eira, sin aire—. Lo consulté con Ofelia para estar segura y admitió que tiene recuerdos vagos de...
—¿Es importante? —interrumpió, echando un vistazo a Cass—. Estoy en medio de mi primer homicidio.
Tres latidos pasaron.
—¿Te presto mi pala? La compré para el jardín y sirve excelente para cavar pozos tamaño Cassio.
—Ve directo al grano, Eira.
—Encontré un expediente a nombre de Anabela Amade y Francisco Casares.
—Sí, yo misma lo creé antes de venir.
—No, no ese. Otro. Tiene como quince años. Estaba entre los archivos clasificados.
Mía quitó el teléfono de su oreja y estudió la pantalla, segura de haber oído mal. Los datos nuevos caían demasiado rápido sobre su aturdida cabeza.
—¿Qué estás diciendo? ¿Quién los contrató?
—No hay registro.
—¿Qué equipo estuvo a cargo?
—La única cupido que jamás cometió un error al disparar sus flechas: Celestine D'Angelo.
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