Capítulo 21
La buscó con la vista. Hacía tiempo había desarrollado un radar para detectar a Mía Morena. Podía hallarla en medio de una multitud. Su instinto de supervivencia entraba en guerra con su pasión por el peligro cada vez que la tenía cerca. Irremediablemente, siempre ganaba este último.
«Te encontré», pensó, clavando sus ojos en una figura curvilínea enfundada en un traje de baño verde manzana con estampado de flores. La recorrió con la mirada, deseando deslizar sus dedos sobre su piel suave, de un bronceado natural.
Su postura era impecable y su barbilla siempre se mantenía levantada con orgullo mientras conversaba. Mantenía el cabello recogido en una cola alta. Su bikini era un top deportivo con un cierre cruzado en la parte delantera, a juego con unos pantaloncillos ajustados tan pequeños que apenas cubrían sus abundantes atributos. Dejaba al descubierto sus largas piernas, las cuales terminaban en unas sandalias con cuerdas doradas que subían hasta las pantorrillas.
«Bonito, práctico y demasiado decente», pensó, divertido. En su humilde opinión, ella luciría preciosa con nada más que su sonrisa, en su cama.
Sonriendo ante sus propias fantasías, Cassio se quitó las gafas y pasó su camiseta sobre su cabeza.
Las dejó a un lado de la escultura, murmurando a los novios que se las cuidaran.
Entonces se acercó muy despacio hacia la joven, por detrás. Cuando la tuvo a un paso de distancia, la atrapó en un abrazo.
Mía Morena soltó un jadeo y trató de clavarle el talón en el empeine pero él consiguió esquivarla y hacerla perder el equilibrio. Entonces ella intentó clavarle el codo en el torso y se giró. Cass retrocedió a tiempo, su mano abierta deslizándose sobre el abdomen femenino hasta sujetarla por el costado, sin llegar a romper el contacto físico.
«Buenos reflejos», admiró Cass en silencio.
Cuando estuvieron frente a frente, un desfile de emociones atravesó el rostro de la joven. Desde la sorpresa al reconocerlo, a través de la frustración por no haberlo visto llegar y por último esa falsa indiferencia que era delatada por sus labios ligeramente curvados.
Él le apartó unos mechones de la frente y se inclinó hacia su oído, bajando la voz.
—Miamore, volviste a fugarte por la mañana sin un beso de buenos días —la acusó con una expresión lastimera, su boca contra su oreja—. ¿Eres un infierno por las noches pero te congelas al amanecer?
—Es que te veías tan lindo e inofensivo dormido que deseé que nunca despertaras —replicó ella con dulzura.
Cass soltó una risa en su oído. Se preguntó cómo reaccionaría si la mordía.
Ella debió haber leído sus pensamientos porque consiguió interponer un brazo entre ambos y escapar de su agarre.
Anabela observaba el intercambio con curiosidad.
—Nunca imaginé que el emisario del desamor se convertiría en un príncipe encantador.
—Príncipe del desencanto —corrigió Mía.
—En la vida uno desarrolla distintas personalidades como mecanismo de supervivencia —explicó Cassio.
—Los hombres se vuelven expertos en construir distintos rostros, supongo —suspiró la anciana—. Como sea, le recordaba a tu prometida que mañana será el ensayo de la boda. Será algo íntimo, solo con la familia directa... y ustedes, nuestros ayudantes.
Se alejó sin esperar respuesta.
Mía Morena respiró profundo. Entre indirectas afiladas y comentarios rencorosos, acababa de arrancarle información clave a Anabela.
Al parecer, Francisco tuvo una aventura extramatrimonial.
La revelación fue un balde de agua helada para la agente, pero decidió ofrecerle el beneficio de la duda hasta conocer la otra versión.
Según Anabela, la supuesta amante era una mujer de escasas curvas con inclinación a usar bikinis rojos muy reveladores.
¿Cómo obtuvo la anciana esa información? Vio la evidencia con sus propios ojos.
Eso fue todo lo que dijo. Mía habría conseguido el contexto preciso si no las hubieran interrumpido.
Se volvió hacia Cassio y apoyó una mano en su hombro. Resistió el impulso de recorrer con la mirada su torso desnudo. El adolescente desgarbado que había conocido definitivamente creció bien.
—Querido Caos, estoy ocupada en este momento. ¿Por qué no vas a nadar un rato a la zona de tiburones?
El hombre enarcó una ceja ante el nuevo apodo. Sus pupilas resplandecían en sus iris negros.
—No quiero dejarte más tiempo a solas con una mujer casada, Miamore. —Acarició la mejilla femenina con sus nudillos—. Si te comparte su maravillosa experiencia conyugal, terminarás cancelando nuestra boda.
«Ya te diste cuenta de que el matrimonio Amade-Casares no es ideal, ¿verdad?», pensó ella. Era inevitable. Cassio era demasiado inteligente como para pasar por alto una debilidad ajena.
A este ritmo era un milagro que los prometidos no lo hubieran notado. Les echó un vistazo. Jonás debió haber sentido su mirada porque levantó sus pulgares en apoyo.
Mía regresó su atención a su némesis. No sería malo para su tapadera actuar con más cercanía, se justificó. Pasar tiempo con Cassio no perjudicaría su misión. Más bien conseguiría el beneficio de mantenerlo lo suficientemente distraído como para evitar que sacara su lado cizañero, analizó.
Seguía siendo una profesional. No estaba buscando excusas para pasar tiempo juntos, por supuesto.
—Cada vez que mencionas nuestro fraudulento compromiso, pienso... ¿Cuánto cobra Desaires Felinos por rescatar a una novia del altar? —lo provocó—. ¿Me harían un descuento si el novio fuera el jefe?
—Conociendo a mis subdirectores, te darían un cupón de regalo. —Le rodeó la cintura con sus brazos y la atrajo con suavidad—. Te ves preciosa. ¿Te he dicho que el verde es mi color favorito?
Mía notaba su propio corazón latiendo agitado contra el de su compañero, la piel desnuda que entraba en contacto se sentía más sensible que nunca. Sus labios estaban separados por un suspiro.
—Llevo usando trajes de baño de este color desde que el hada de las curvas me visitó.
—Lo sé. Alterabas mis hormonas cada vez que viajabamos con mi familia al río.
Sus narices se rozaron cuando ella negó con la cabeza, divertida.
—Tú, en cambio, lo único que alterabas era mi paz mental.
—En estos diez años separados... —Su mano se deslizó hasta la parte baja de la espalda femenina, despertando un agradable cosquilleo— ¿alguna vez pensaste en visitarme?
Las pupilas de Mía se perdieron en esos iris oscuros que la transportaban a través de sus recuerdos. Cuando Exequiel se fue de Villamores para perseguir sus sueños en la capital, Cassio y Mía perdieron la excusa que conectaba sus caminos.
Aunque vivieran en el mismo pueblo, el destino decidió que no se encontrarían. Quizá lo hicieron en algún momento, pero ambos estaban demasiado ocupados en sus propios mundos como para notarlo. Persiguiendo sus sueños individuales, a veces de la mano de otros amores.
Irónicamente, fue el regreso de Exe y la aparición de Aitana el año pasado lo que los regresó a un mismo círculo de amistades. Sumado a la relación que iniciaron Eira y Valentín, la distancia se convirtió en algo imposible. Las citas dobles en las que Cassio y Mía se convertían en la quinta y sexta rueda pasaron a formar parte natural de sus viernes por las noches.
—A veces me preguntaba en qué cárcel o accidente prematuro habías terminado —respondió ella finalmente.
—Qué poca fe me tenías, Mía More. Yo te imaginaba como una empresaria despiadada y sexy. —Habló contra su boca—. Soltera, por supuesto. Tienes un verdadero don para ahuyentar hombres.
Ella dejó escapar una risa, sin negar la verdad. Levantó la vista, estudiando su rostro expresivo con líneas afiladas en sus pómulos.
Su cabello lanzaba reflejos rojizos y dorados bajo la luz del sol. Los mechones despeinados como si acabara de levantarse acentuaban su estilo juvenil.
En un impulso, ella levantó una mano y lo acarició. Era muy suave y espeso, apenas rizado en las puntas. Realmente le recordaba a un felino, especialmente por esos ojos magnéticos.
—Un golpe bajo desde temprano, ¿eh? —murmuró él, sus párpados cayendo ante esa muestra de afecto.
Le gustaba demasiado, y no le avergonzaba admitir que era del tipo cariñoso con aquellos a quienes quería.
—Técnicamente, sería un golpe en la zona superior de la cabeza —se burló Mía, descansando la palma contra su mejilla—. Y ya es más de mediodía. ¿Dormiste bien anoche o te desvelaste rompiendo la regla de no darte amor propio en mi cabaña?
—¿Te he dicho cuánto me gusta tu lado malvado? —ronroneó, bajando lentamente su mano por su espalda hasta alcanzar su traje de baño.
—Alguien necesita hundirse en el Mar Dytos para controlar su temperatura.
—Buena idea. —En un parpadeo, se agachó y la atrapó por las piernas. La levantó del suelo.
Mía soltó un jadeo al sentirse en el aire. Lo aferró por los hombros.
—¡Ni se te ocurra! —chilló, sacudiéndose al verlo atravesar la arena con ella a cuestas—. ¡El agua está helada!
—Yo te daré calor.
—¡No me gusta nadar!
—Mentirosa —rio entre dientes cuando el agua ya le llegaba a los tobillos. Se hundían con cada paso—. No sabes nadar.
—Conozco la técnica y creo poder aplicarla en casos de emergencia, pero no he tenido tiempo de adquirir suficiente experiencia.
—Oh, querida, ¡acabas de describir a la mayoría de los hombres en la cama! —exclamó una de las tías mayores que justo pasó cerca para recuperar una pelota.
Ambos jóvenes le echaron un vistazo, divertidos, antes de que regresara al juego en la costa.
Cass continuó arrastrando a su compañera a las profundidades.
—No te preocupes, yo tengo suficiente experiencia por ambos y puedo enseñarte... a nadar.
Mía entornó los ojos. Los cerró cuando una ola bañó su cabeza. El cambio brusco de temperatura le arrancó un jadeo. Apretó los labios a medida que el agua la envolvía. Cassio se detuvo cuando dejaron de sentir el suelo bajo sus pies.
La joven se aferró a él para evitar hundirse. Deslizó los brazos por sus hombros, entrelazando las manos en su nuca. Sus piernas desnudas se rozaban con el vaivén sutil de las olas.
Cass aprovechó de sujetarla por la cintura, pegándola contra su pecho. Una de sus manos subió hasta tomar con suavidad un puñado de su cabello y desarmar su peinado.
—Tú y yo tenemos un asunto pendiente, Miamore —susurró contra su boca húmeda—. Te traje aquí porque no quiero que huyas otra vez.
—No pretendía escapar —se defendió, acariciando sus labios con los suyos. Sentía el calor de sus brazos en contraste con el agua fría—. Solo aprovechaba tu ausencia para sembrar la paz que tú nunca...
Cassio interrumpió esas palabras con su propia boca. Sus labios duros en un primer instante, más gentiles al oír un gemido.
Sus cuerpos se presionaban con el vaivén sutil de las olas, el agua salpicaba sus rostros. El joven soltó un murmullo de aprobación al sentirla envolverlo con sus piernas bajo el agua. La aferró por los muslos, sus manos memorizando la suavidad de la piel femenina a través de ese insignificante trozo de tela.
Él había soñado despierto con este momento infinitas veces el último año. Cada vez que la veía desfilar por el subsuelo de Dulce Casualidad, como una reina en sus dominios dispuesta a ejecutar a cualquier invasor, con su mirada gélida y esa lengua afilada, era suficiente para encender un infierno en su sistema.
Ella se enorgullecía de ser una profesional pacifista, dueña de un autocontrol perfecto... pero todo se iba al diablo cuando lo veía sentado en la mesa de su oficina, conversando con los demás cupidos y anunciando descaradamente que venía a robar su trocito diario del hielo que la jefa tenía por corazón.
Él siempre supo que ella besaría con la misma pasión con la que le exigía regresar al infierno. Enterró los dedos en su cabello e invadió su boca con su lengua.
Mía inclinó la cabeza, dándole la bienvenida. Sus uñas se clavaron en la espalda de Cass, pero el sonido que él dejó escapar distaba mucho de ser dolor.
Sus bocas se separaron un momento, en tanto recuperaban el aliento. Los labios de Cassio viajaron por el rostro de su compañera, dejando un rastro de besos a través de su mejilla hasta alcanzar su cuello.
—Cass... —jadeó ella, sintiendo una corriente sutil recorrer su columna— vas a hacer que nos presenten la cárcel de Delamorir.
—Me estás matando muy lentamente, Mía More.
—Esa es una fantasía que cumpliría con gusto.
Dejó escapar un chillido al sentirlo morder el lóbulo de su oreja. Los hombros del hombre temblaban, tentado por la risa.
Ella le dio una palmada en la espalda a modo de castigo.
—Compórtate. Seguimos en un lugar público.
—Me ofende que todavía conserves algún pensamiento lógico. Pero, ya que lo mencionas... ¿Te gustaría perderte en un rincón oscuro de la isla conmigo? —susurró, muy cerca de su oído.
Mentiría si negara que estaba tentada a aceptar. Sin embargo, le gustaba tomar cada desafío con calma. Un salto a la vez para no perder por completo la cabeza. Pretendía calcular cada riesgo aunque, ambos lo sabían... siempre estuvo destinada a caer.
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