Capítulo 18
Después de un almuerzo tranquilo en un restaurante de mariscos y una parada en el supermercado, Mía decidió que era hora de regresar.
Encontró a Cassio nadando en los alrededores de la cabaña flotante. Este se acercó y descansó los brazos en el muelle.
—Me alegra que la cabaña no esté en llamas —suspiró Mía, aliviada, dejando la bolsa de tela ante la puerta.
—Fui un niño bueno —replicó él con una sonrisa traviesa. El agua goteaba de su cabello y se deslizaba por su cuello y hombros—. ¿Me trajiste un premio?
—Compré un montón de peras —lo provocó.
Él hizo una mueca.
—Tienes un don para recordar lo que odio.
Ella soltó una risita. Metió la mano en la primera bolsa y sacó una mandarina. Se la lanzó. Él la atrapó en el aire, la mitad inferior de su cuerpo todavía en el agua.
—¿Cómo puedes temerle al picante y amar los cítricos? —reflexionó ella.
—Reservo toda mi tolerancia al fuego para recibir tus llamas, mi bello dragón —murmuró mientras le quitaba la cáscara a la fruta y la dejaba sobre la madera.
Mía lo estudió un momento, los engranajes de su cerebro calculando cada paso de su plan. Se quitó sus sandalias y tomó asiento al borde del muelle. Sus pies conseguían sumergirse en el agua fresca, cristalina. Hizo su sombrero a un lado.
Ignoró la mirada de Cass recorriendo sus largas piernas. Casi podía leer su mente maquinando el modo de capturarla por los tobillos y arrastrarla a las profundidades.
—Ni se te ocurra.
—Estás demasiado cerca, Mía More —advirtió mientras se lanzaba el primer gajo de fruta a la boca y le ofrecía el segundo. Ella aceptó, rozando sus dedos con suavidad—. Y tienes esa falsa sonrisa de Yo no rompo un plato. ¿Qué estás tramando?
—Nada. —Ella tragó saliva, levantando la vista al cielo despejado, de un intenso turquesa con pinceladas níveas—. Solo quiero pasar un momento tranquilo con mi indeseado roomie, ¿no puedo?
—Un momento tranquilo, ¿eh?
—Hoy será un día caluroso —cambió de tema—. ¿Te pusiste protector solar?
—Siempre uso protección —ronroneó—. ¿Estás preocupada por mí?
—Vivo velando por tu bienestar.
«Es una pésima actriz», pensó Cassio, divertido. Nadó a su alrededor cual tiburón acorralando a su cena.
En un parpadeo, atrapó su pie más cercano. Ella soltó un jadeo e intentó huir lejos del agua pero él se posicionó adelante y la sujetó por ambos tobillos. Levantó la vista, encontrando esos ojos fríos, expectantes.
—Compórtate, gato problemático.
—¿Te estoy haciendo sentir incómoda?
—No.
Las pupilas de Cass resplandecían, sin apartarse de las suyas. Lentamente, fue deslizando las yemas de sus dedos por la piel femenina, a través de sus rodillas hasta hacer una pausa en sus muslos. Ella era suave, con curvas que lo invitaban a recorrerlas hasta el amanecer.
—¿Y ahora?
—Tampoco...
Subió lentamente hasta sujetarla por las caderas, apenas protegidas por ese enterizo muy corto. Trazó círculos con sus pulgares a través de la tela. Desde el agua, muy lentamente, fue cerrando la distancia entre sus cuerpos.
Ella contuvo el aliento, sin romper el contacto visual. Su pulso se había disparado. Un placentero cosquilleo recorría su piel. Se imaginó dejándose caer al mar, a sus brazos, y borrándole esa sonrisa perversa con sus propios labios.
—Déjate caer, Miamore —susurró con voz ronca.
Impulsiva no pertenecía al vocabulario de Mía Morena Luna. Desde pequeña, había sido la clase de persona que necesitaba analizar, sopesar cada una de sus opciones. Eso no la salvó de cometer errores propios de una idiota, pero la ayudó a convertirse en lo que era hoy en día.
Era perfectamente consciente de que estaba cayendo en un juego del gato y el ratón, y lo estaba disfrutando como el mejor error de su vida.
Sin embargo, necesitaba pensar en las consecuencias. Cassio Calico siempre dejaba una huella en la cordura de las personas que le abrían su corazón.
Además, era más que un rival de negocios instalado en la misma manzana. Sus familiares y amistades estaban conectados por las cafeterías de ambos. Desde el año pasado hasta su jubilación estarían frecuentado los mismos círculos.
No era un hombre que pudiera expulsar fácilmente de su vida si todo acababa terriblemente mal.
Aferrándose a ese último hilo de cordura, decidió posponer lo inevitable.
—No aún. —Unió su pulgar e índice y le soltó un golpecito en la frente, apartándolo.
Él parpadeó. La soltó.
—¿Aún? —repitió con incredulidad. Siendo honesto consigo mismo, nunca imaginó que llegaría tan lejos.
—Vístete. —Mía se levantó y se encaminó a la puerta. Recogió las bolsas de mercadería a su paso—. Los Casares-Amade nos estarán esperando en una hora. No vinimos a vacacionar.
—Cancelaron el plan de hoy. Anabela me envió un mensaje esta mañana. —Apoyó las palmas en la madera y se impulsó hacia arriba, abandonando el mar. Sacudió la cabeza como un perro.
—Acabo de hablar con el señor Francisco y decidimos una reprogramación.
—¿A dónde vamos?
Ambos entraron a la casa. Él, mojando el suelo sin preocupaciones. Había dejado su toalla sobre una silla. Procedió a secarse el cabello, ignorando el agua que caía por su pecho y brazos desnudos hasta perderse en su traje de baño con estampado de explosivos.
Ella lo miró por encima de su hombro mientras guardaba los víveres en la heladera. Fingió no notar los músculos bien definidos, ejercitados tras una vida escapando de problemas que él mismo causaba.
—Es una sorpresa.
—¿Debo vestirme de gala o al estilo vagabundo?
—Disfrázate de humano normal. —Se aclaró la garganta—. Necesito buscar una ubicación pero mi teléfono se quedó sin batería. ¿Me prestas el tuyo un minuto?
Él la miró con cautela. Levantó el aparato que había dejado sobre la mesa y lo desbloqueó con su huella pulgar.
—De acuerdo, pero leer mis mensajes está prohibido. Y si entras a mi galería encontrarás fotos que desearás nunca haber visto... porque no podrás sacarlas de tus fantasías.
Ella puso los ojos en blanco y extendió una mano, impaciente.
—¿Cómo me tienes agendada?
—Obviamente, como Mi vida. Y un corazoncito cursi.
Ella lo miró sin levantar el rostro. Buscó rápidamente en los contactos. Le tomó un minuto encontrar su número, bajo el cariñoso apodo...
—¿Dragón oscuro? —repitió, incrédula—. Y un emoji de corazón. ¿Qué demonios, Cassio?
—Quita tu nariz humeante de mis contactos. —Cass trató de recuperar su teléfono pero ella lo alejó de su alcance y le dio la espalda.
—Silencio. Estoy buscando la dirección para enviármela.
—Espero que sea una casa del terror.
Mía contuvo una sonrisa. «Oh, será un placer cumplir tus deseos por esta vez», pensó.
Le devolvió el celular con una mirada difícil de descifrar. Cass enarcó una ceja pero no hizo preguntas.
Fue a darse una larga ducha antes de salir. Mía lo escuchó cantar con descaro una canción sobre un buen chico de corazón puro loco por una mujer desalmada. Tenía una voz bonita, debía admitirlo. Profunda, hipnótica cuando se lo proponía. Como buen amante del drama, sabía hacer un juego de voces para expresar distintas emociones.
Llegaron justo a tiempo al punto de encuentro a la entrada del complejo Flotelo.
Iniciaron el viaje en furgoneta junto a los demás invitados. Se fueron alejando de las costas y adentrándose en una carretera asfaltada, bordeada por espesa vegetación y ocasionales carteles de señalización.
Finalmente, llegaron a una construcción protegida por murallas altas. El santuario.
Entre murmullos emocionados, se acercaron a la entrada bordeada por helechos. Un cartel gigante les daba la bienvenida a Habiaunave: Refugio de aves.
El color abandonó el rostro de Cassio nada más leerlo. Permaneció allí, paralizado ante la casilla de recepción mientras Francisco mostraba sus entradas descargadas en su celular.
Cuando comenzaron a atravesar las puertas, Cass intentó retroceder pero Mía lo atrapó por detrás, sujetándolo por los hombros. Él dejó escapar un jadeo a través de los dientes apretados.
—¿Qué pasa, gatito problemático? —susurró en su oído—. ¿No eras un depredador entre los herbívoros? Estás temblando...
—Niego todos los cargos. —Él soltó una risa forzada—. Solo me parece aburrido. ¿A quién podría gustarle ver animales encarcelados?
—Las reservas se mantienen gracias al turismo. El setenta por ciento son aves rescatadas de contrabandistas o maltratadores. —Señaló un cartel junto al de Bienvenida—. No podrían regresar a su hábitat natural.
—¿Y el otro treinta?
—Cuando mamá y papá se gustan, —comenzó, burlona— papá mete su...
—Ya, ya capté. Igual no me agrada. Prefiero invertir mi tiempo en algo más dinámico.
Ella capturó su mano izquierda y entrelazó sus dedos con fuerza.
—Si tienes miedo, puedes quedarte en la furgoneta. —Ella abrió los ojos con falsa preocupación—. Les avisaré a todos que te asustan los pajaritos inofensivos.
—¿Me estás amenazando con destruir mi inexistente buena reputación?
—Quiero verte retorciendo en el suelo mientras ruegas por piedad y juras recibir educación emocional —siseó ella, destilando veneno.
—Tienes un lado muy sádico, Mía Morena Luna... —Inclinó el rostro para encontrar sus ojos y rozar sus narices—. Definitivamente eres mi tipo.
—¿Me estás coqueteando?
—Desde hace veinticinco años. Gracias por notarlo. Al fin.
Mía negó con la cabeza, divertida al verlo inquieto. Capturando su mano, lo obligó a avanzar. No había romance en ese gesto, se dijo la muchacha. Solo era para mantenerlo controlado, como un cachorro hiperactivo con arnés.
El suelo era de tierra, bordeado por abundantes plantas y árboles locales. Atravesaron una segunda puerta. Fue como adentrarse a un universo aéreo.
Una melodía de cantos diversos y aleteos salvajes inundó sus oídos. La vegetación era abundante y desprendía un intenso aroma a tierra húmeda. Desde gorriones monocromáticos hasta coloridos tucanes, algunos pájaros sobrevolaban entre los árboles. Otros descansaban sobre los incontables columpios instalados entre las ramas.
Una barandilla de troncos gruesos a la altura de su cintura separaba el sendero transitable del hogar animal. En puntos estratégicos, habían atado cucharas de madera con semillas y cuencos con agua. En ese momento una pareja de loros se alimentaba pacíficamente. No parecían nerviosos ante la presencia humana. Más bien curiosos o indiferentes.
—Mira, amor. —Milo tocó el hombro de su prometido y señaló un loro acicalándose—. Como los que tenía tu abuelo.
—Es cierto. —Abrió los ojos, sorprendido—. ¿Cómo era que les decíamos...?
—Agapornis —intervino el anciano con una sonrisa de añoranza—. Tenía dos igual de coloridos.
Mía estudió las aves de pico rojizo. Su cabeza tenía un tono naranja fuego que, al ir bajando, se convertía en un plumaje resplandeciente verde manzana.
—He oído que estas aves se emparejan de por vida —agregó ella con serenidad.
—Así es —asintió el anciano, dando un vistazo a su esposa—. Son muy cariñosas y leales con sus compañeras. Si una muere, la otra la sigue. Inseparables, les llaman.
—¡Los inseparables divorciados! —exclamó Jonás—. ¿Lo recuerdan?
—Les empezamos a decir así porque un día desapareció la hembra —agregó Milo.
—Fue muy gracioso. —El otro joven miró a Mía y al silencioso Cass para contarles la historia—. Pensamos que se habían divorciado pero una semana después también se fugó el macho.
—¿Crees que ahora vuelen juntos en libertad? —sugirió la agente, optimista.
—Seguramente ya los devoró un depredador —intervino Anabela en tono casual—. No eran aptas para vivir fuera del cautiverio.
Francisco soltó un suspiro. Milo y Jonás intercambiaron una mirada.
—La verdad es que... —confesó el segundo, mirando a su abuelo—. No escaparon. Nosotros las liberamos. Nos dio pena verlas encerradas.
—No fue nuestra idea más inteligente —agregó Milo.
—Lo sospechaba —admitió el anciano con un encogimiento de hombros y una mirada de advertencia hacia su nieto—. Desde pequeño has tenido el hábito de tomar prestadas algunas cosas de mi casa, sin pedir permiso.
—¿Sabes que te quiero mucho, abuelito? —Jonás apoyó el brazo en los hombros del anciano, dejando un beso hosco en su arrugada mejilla—. Eres mi maestro, mi ejemplo a seguir...
—No te daré mi cabaña como regalo de bodas.
—Cuando me convierta oficialmente en director de Tiempo nupcial, haré un desfalco y compraré el complejo Flotelo.
—Desde la cárcel podrás ver los videos de la familia vacacionando allí mismo.
Aunque Francisco fingía severidad, una pequeña sonrisa lo delataba. Adoraba a su nieto menor y futuro sucesor. Le tenía una paciencia eterna.
Cassio permanecía mudo, avanzando con cautela de la mano de su falsa prometida. Sus ojos se mantenían fijos en las escasas aves que deambulaban libres. A la defensiva, se tensaba cuando alguna pasaba cerca.
La mayoría se encontraba tras un alambrado. Incluso el techo era una malla inmensa que dejaba entrar a la perfección los rayos de sol y daba la ilusión de perfecta libertad.
—Me gusta cuando callas porque estás como ausente... —recitó Mía, un brillo satisfecho en sus ojos.
Cass apretó la mano femenina. Le dirigió una mirada lastimera.
—Aprendí la lección —musitó, bajando el rostro cual niño arrepentido—. ¿Ya podemos irnos?
—¿Qué lección? —Ella entornó los ojos, desconfiada.
Cass hizo una mueca pensativa, olvidada su máscara de buen chico.
—¿No debo permitir que elijas dónde será nuestra luna de miel? —sugirió.
Ella respiró profundo y soltó el aire muy despacio. Necesitaba tenerle paciencia.
—¿Sabes siquiera por qué estoy enojada contigo?
—Es tu mecanismo de defensa para no admitir que eres mi alma gemela.
La paciencia comenzó a resquebrajarse cual hielo fino.
—Eres cizañero, no piensas antes de hablar ni de actuar y tienes la empatía de un psicópata —comenzó sin dejar de caminar a su lado—. Sé que no puedo cambiar tu esencia. Lamentablemente, es parte de tu encanto. Pero me parece justo que recibas un poco de tu propia medicina.
Habían llegado a la zona de animales más grandes. El camino de tierra se convirtió en un gran puente con un lago debajo. Allí nadaban un par de patos curiosos.
—¿Crees que soy cizañero? Aún no has visto nada. —Armándose de valor, levantó la voz—. Hablando de inseparables, ¿nunca ha habido un divorcio en sus familias?
El grupo entero giró el rostro para verlos con sorpresa.
—La verdad es que no, por suerte o por perseverancia —respondió Jonás.
—Tanto mis padres como mis primos y yo hemos asistido a clases forzadas en CoRazón —agregó su prometido—. No digo que eso nos asegure un matrimonio perfecto pero las posibilidades aumentan.
—¿Cómo reaccionarían si... —La mirada del agente era intrigada, inofensiva cual colmillos de serpiente— algún familiar anunciara su separación?
—Eso... sería inesperado. —Milo intercambió una mirada insegura con su prometido.
—Sería raro. —Jonás buscó con la mirada a una pareja de mediana edad que fotografiaba a un pavo real que transitaba el puente—. ¡Mamá!, ¿quieres mandar al diablo a papá?
—¡Hoy no, cielo! —respondió a gritos la mujer—. Pero pregúntame durante su siesta cuando empiece a roncar.
—¡Tus padres tienen una relación encantadora! —Mía forzó un tono alegre—. Tienen ejemplos muy motivadores.
—No es saludable tener expectativas de pareja inspiradas en algún tercero —intervino Cassio con un encogimiento de hombros—. Si de repente ese ejemplo a seguir terminara su relación, ¿acaso seguirían el mismo camino?
Anabela contuvo el aliento, sus ojos expectantes al encontrar una brecha para dar su anuncio. Francisco lanzó una mirada de auxilio a Mía.
Apretando los dientes, la muchacha soltó la mano de su falso prometido y la introdujo en su propio bolsillo.
Unos segundos después, oyeron un graznido de origen indefinido. Cerca. Muy cerca.
El pavo real, en ese momento a unos pasos, levantó su cabeza azulada, alerta.
El titeo se repitió, más insistente. El enorme animal dio un paso hacia ellos, manteniendo una distancia prudente pero lo suficientemente cercana para incomodar a Cassio.
—¡¿Por qué se está acercando?! Mía More, ¿cuál es el opuesto a pss-pss versión pájaro?
Levantó las manos en señal de rendición. No le apartaba los ojos de encima y se movía con sutileza hasta escudarse tras la muchacha.
—No hablo idioma pavo, gatito. —Ella dio un paso hacia el lado del puente opuesto al ave, bloqueando la única salida del joven.
—¡Shu, shu! ¡Vete! —Cass intentó soplarlo o hacerle un gesto con las manos pero el pavo seguía cerrando la distancia entre ambos con su andar orgulloso—. ¡Estoy por encima en la cadena alimenticia, no me intimidas!
El muchacho respiraba agitado. Sus manos temblaban mientras se sujetaba a la barandilla a su espalda.
Sus ojos alertas buscaban algo con lo que defenderse. Encontró una cucharita de madera con semillas a la altura de sus ojos, a su derecha. Descartó la idea al instante.
Mía consideró hacer un comentario sobre encontrarse entre el pavo y la pared pero estaba ocupada reprimiendo la risa. Las lágrimas casi saltaban de sus ojos. Se mordió el labio.
El llamado animal continuaba, cada vez a un volumen más fuerte. Venía de las cercanías. Como una feromona, era lo que estaba atrayendo a esta condenada ave.
Una gota de cordura atravesó el pánico de Cassio. Desesperado, buscó el origen en sus propios bolsillos. La vibración de su teléfono había sido desactivada, pero no el sonido.
La pantalla reveló una llamada entrante de Mía Morena. Ella se había puesto un pavo hembra con falda y varios corazoncitos a su alrededor como imagen de contacto.
Unió las piezas de ese rompecabezas. Sus ojos se entrecerraron con furia.
—¿Qué carajos...? —Miró a su falsa prometida.
Rechazó la llamada, cesando con ese maldito audio. Estaba a punto de apagar el celular para eliminar cualquier posibilidad de repetición, pero ese mismo instante eligió el pavo real para desplegar su cola.
El agente soltó una maldición, dejó caer su celular y saltó sobre la barandilla. De su garganta escapó un chillido absolutamente masculino: agudo y entrecortado.
—¡¿Qué mierda es eso?! —gritó al ver esos incontables ocelos verdeazulados.
Una inmensa explosión de color en forma de abanico se atravezó en su línea de visión. El cuello esbelto, de un azul eléctrico, se convertía en plumas verde manzana antes de fusionarse en esa orgullosa cola. Una maravilla de la naturaleza.
Desde su perspectiva, era como una araña extendiendo sus patas peludas.
El pavo abrió y cerró con suavidad sus plumas, emitiendo glugluteos desde lo profundo de su garganta.
—Parece que alguien está siendo cortejado... —canturreó Mía. Aprovechando que el teléfono terminó a los pies de su compañero, volvió a llamarlo.
El mismo tono se reprodujo.
—¡Mía Morena, ya fue suficiente! ¡Aleja esa cosa de mí!
—Pero si permanece en el mismo lugar. Ni siquiera te persigue. Son aves asustadizas. —Se llevó una mano a la mejilla, su boca abierta con sorpresa—. Quizá quiere aparearse contigo pero teme que le rompas el corazón. Recházalo con gentileza.
Sus compañeros de grupo soltaron risas disimuladas al pasar cerca, la mayoría ignorando la situación y más interesados en continuar su paseo. Una de las ventajas de ser una pareja de raros era que nadie se sorprendía si los veía actuando extraño.
El celular a los pies del joven continuaba emitiendo el llamado de una hembra al pavo macho.
—Mía Morena Luna —gruñó, sus dientes apretados—, corta esa llamada.
Ella le apuntó con su propio celular, como si fuera una espada. Su barbilla levantada en desafío.
—Lo haré si te rindes.
—¡Nunca me rendiré con lo nuestro! ¡Estamos destinados desde que robaste mi primer beso cuando teníamos catorce!
«Todavía tiene energía para soltar estupideces», pensó Mía, frustrada. Frunció ligeramente el entrecejo. Cortó la llamada por el momento. Un vago recuerdo de ambos siendo adolescentes se deslizó por su mente. En una casa a reventar de compañeros de colegio fiesteros, el idiota sugirió jugar a la botella, se sentó justo frente a ella y...
Se llevó la palma a la frente. Qué evento más vergonzoso. No podía creer que él se acordara.
—Ni siquiera fue mi primer beso —bufó ella.
—¡¿Eras una mujer experimentada y te aprovechaste de mi inocencia?!
—¡Deja de hacer una escena y promete controlar tus impulsos viborescos!
Él abrió los ojos con incredulidad. Lo pensó un momento. Sus pupilas se movían al ritmo de los engranajes de su cerebro. Sus pies se aferraban a la barandilla como si el suelo fuera lava.
—¿Por qué mejor no le pides peras al olmo? —replicó, con una media sonrisa.
Mía apretó el celular. Consideró llamarlo otra vez pero una nueva idea reemplazó esa. Con sus iris fríos, caminó hasta posicionarse detrás del pavo real. El animal se asustó, desconfiado, y dio un paso instintivo hacia adelante.
Cassio soltó un jadeo y perdió el equilibrio desde su altura. Cayó de espaldas. El lago detrás estaba tibio y la distancia entre el puente era menor a un metro.
Ante el escándalo de agua salpicando, el pavo optó por salir huyendo.
Mía se acercó a la barandilla. Mantuvo los dedos contra su boca para fingir preocupación y ocultar su sonrisa.
—Oh, mi amor, ¿estás bien? —La actuación fue pésima pero el mensaje llegó a la perfección—. Si querías nadar tenemos todo un mar rodeando nuestra cabaña...
Cassio yacía sentado en el agua poco profunda. Sus rodillas flexionadas y manos hundidas. Su cabeza permanecía agachada, el agua deslizándose por su cabello.
Levantó lentamente el rostro. No estaba avergonzado. Ni arrepentido. En absoluto. Sus ojos negros prometían una dulce venganza.
—¿Ese fue tu mejor golpe? —Soltó un bufido—. Te falta odio, Miamore.
Mía apretó los dientes. Descubrió una cuchara de madera con semillas a un brazo de distancia.
—Ups... —Disimuladamente, sus uñas empujaron todas, las cuales cayeron sobre la cabeza de su compañero.
Cass parpadeó. Al instante una bandada de patos nadó hacia él. Ahora sí abrió enormes los ojos, la alarma de sujeto perseguido por zombis se disparó en su sistema. Corrió hacia tierra firme, entre maldiciones y tropezones.
Mía se giró al grupo, quienes la observaban atónitos. «Gato en celo ahuyentado», pensó, satisfecha.
—¡Qué lugar precioso! —Recuperó su energía como si nada hubiera pasado—. ¿Había venido antes al santuario, señora Anabela?
—No... —murmuró la anciana.
—¡Eso es fantástico! —Unió sus palmas en un aplauso silencioso—. Todavía quedan infinitas actividades nuevas para experimentar con su compañero de vida. ¿Continuamos con nuestro paseo?
—Tu prometido...
—No se preocupen. Él estará bien. —Le restó importancia con una sonrisa profesional—. Le gusta jugar duro. Vive rogándome que lo castigue.
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