Capítulo 13
Los ancianos no hicieron preguntas al verlos regresar con sus nuevos trajes de monstruos del pantano.
Mía notó que los hombros de Cassio estaban tensos, su caminar rígido en contraste con su sonrisa despreocupada. Recién cuando se lanzó en un clavado al Mar Dytos y sacó su cabeza pudo respirar otra vez. A la orilla del canal, mientras los demás navegaban cerca, ambos agentes se lavaron tanto como la naturaleza y nula privacidad les permitieron.
Haciendo alarde de su pequeña obsesión por la limpieza, Cassio tardó una eternidad. De su mochila, guardada en el compartimento para pesca del kayak, sacó un jabón sólido. No se limitó a enjuagar su cabello y extremidades. Llegó a sacarse la camisa y frotarla en el agua hasta que la mayor parte del barro estuvo fuera. Cuando Mía le advirtió que si se quitaba los pantalones le daría una patada acuática en el trasero, él se contuvo.
Los siguientes acertijos transcurrieron sin problemas. De un sitio a otro, navegaron tras los fragmentos del mapa hasta el tesoro. Fueron los últimos en llegar. El consuelo para los perdedores era una tarjeta con el mensaje: El mejor premio es el tiempo de calidad con tu amorcito.
Mía sintió que le temblaba el párpado al leerlo. Cassio soltó una carcajada y se guardó la tarjeta en el bolsillo, prometiendo conservarla para heredarla a sus nietos.
Agotados y hambrientos, regresaron a la cabaña pasado el mediodía. Se miraron ante la puerta del baño. Cass abrió la boca, pero ella levantó una mano con la palma hacia él.
—Si tu sugerencia es ducharnos juntos, vete al infierno.
Él cerró la boca. La sonrisa de sus ojos lo delataba.
—De acuerdo, nada de ahorrar tiempo y agua para cuidar a este pobre planeta. —Soltó un gran bostezo.
—¿Tiramos una moneda a ver quién va primero?
—Sé cuándo ceder. —La sorprendió al deslizar los nudillos por su mejilla en una caricia sutil—. Tómate tu tiempo. Prepararé algo para almorzar.
Ella entornó los ojos, estudiándolo con cautela.
—¿Por qué serías tan considerado?
—Para que pienses en mí mientras enjabonas tu cuerpo desnudo.
Le hizo un guiño, luego le dio la espalda mientras se dirigía a la cocina con su andar confiado.
Mía negó con la cabeza. En vez de enojarse, una pequeña sonrisa deseaba escapar de sus labios.
Mientras hacía danzar el tomate troceado en la sartén y, en otra olla, el agua hervía esperando por la pasta, Cassio mantenía la mirada perdida en la nada.
Se dijo que era por el cansancio de un día muy agitado. Y porque estar cubierto de lodo había puesto a prueba una obsesión por la limpieza que creía haber superado hacía años.
Por supuesto que no tenía relación con haber sentido el cuerpo suave de Mía Morena frotándose contra el suyo, ni la imagen que le brindó después de lavarse en el mar, con su ropa húmeda adherida a cada una de sus voluminosas curvas.
Él podía tener cierto astigmatismo y miopía pero incluso sin gafas reconocía que su némesis de la adolescencia se había convertido en una belleza. Irónicamente, si había algo que siempre lo había vuelto loco era su tendencia a llevarle la contraria.
Todos sus amigos acababan cediendo siempre ante sus ocurrencias. Desde entrar a una mansión abandonada en busca de fantasmas siendo preadolescentes, embriagarse en el parque poco antes de la mayoría de edad o infiltrarse en una funeraria para una misión detectivesca en su adultez, sus allegados se resistían a acompañarlo pero eventualmente aceptaban con docilidad.
Mía Morena Luna no.
Desde pequeña tenía uñas y un carácter difícil de doblegar. Siempre intentaba, en vano, detenerlo de jugar con fuego.
En ocasiones, literalmente. Como la primera vez que compartieron una conversación en el jardín de infantes. Sonrió distraído al pensar en esa lejana mañana de la que apenas conservaba fragmentos fugaces...
Fue durante el recreo del primer día de clases. Los niños tenían un patio aparte de la escuela primaria, con un jardín pequeño lleno de flores y un árbol frutal.
Aunque su madre le había advertido a la maestra que lo mantuviera vigilado, la sonrisa brillante y los ojazos inocentes de ese pequeño Cassio le hicieron bajar la guardia.
Él aprovechó de recolectar todas las ramitas secas que encontró y las acomodó bajo el árbol. Luego sacó la lupa que su quinto hermano Teo le había regalado, la levantó para que le diera el sol al cristal y esperó. Su sexto hermano Merc le había enseñado ese truco quemando hojas secas, y le parecía de lo más fascinante.
Al principio empezó a salir humo de su pequeño montículo de ramas. Entonces una pequeña llamita cobró vida. Él sonrió emocionado al ver que había funcionado.
Hasta que un zapato desalmado aplastó todo su trabajo. Literalmente. Una niña morena de mejillas regordetas lo miraba con enojo.
Ella le advirtió que eso era peligroso. Él le preguntó si podía probar quemando su cabello, ya que tenía el mismo color de las ramas que había arruinado.
Ella lo llamó estúpido. Él le dijo fea.
Si era sincero, no recordaba quién dio el primer golpe, pero acabaron revolcándose por el jardín, jalándose de los cabellos y gritando con furia.
«Amor a primera vista, por supuesto», fue el veredicto de su madre, Ofelia, cuando la citaron junto a la madre de Mía Morena.
Hasta la maestra la miró como si se le hubiera escapado un tornillo. Debieron haber imaginado que sería una larga y muy estable relación... de rivalidad.
De regreso al presente, soltó una risa. Bajó a fuego mínimo la salsa de tomate y lanzó medio paquete de spaghetti a la olla con agua.
—Tienes una risa bonita para ser un villano.
Cass la miró por encima de su hombro. Ella se encontraba a unos pasos, frotando una toalla contra su cabello. Descalza, con una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos que permitían admirar sus largas y tonificadas piernas.
—Soy un antihéroe —corrigió mientras revolvía la pasta—. Salvo a pobres diablos de relaciones tóxicas que ellos mismos construyeron. La verdadera villana eres tú, Mía More, vendiendo promesas de amor eterno a víctimas incautas que están cómodas en su soledad.
Ella sonrió al verlo tergiversar la realidad a su favor. «Es demasiado inteligente para el bien de la humanidad», pensó.
—Dulce Casualidad no vende humo —replicó con calma, relajada tras su ducha—. Nos dedicamos a guiar a otros a desarrollar su amor propio. Recién cuando se sienten listos para compartir su soledad los reunimos con alguien compatible. Todo bajo el consentimiento de ambos.
«Aunque nuestros agentes se mueven en las sombras por pedido de terceros, y conseguimos el consentimiento de los objetivos con métodos un poco dudosos como contratos disfrazados de encuestas por internet. Aún estamos puliendo ese detalle», se abstuvo de decir. Dejó la toalla contra el respaldo de una silla en tanto buscaba platos y cubiertos en la alacena.
—Serías buena publicista.
—Participé en el diseño de la última campaña de marketing que hicimos por internet.
—Lo sé. Me llegó un reporte de tus movimientos.
—¿Reporte es la nueva forma de decirle al chisme?
—Y ni siquiera necesité pedirlo ni pagarlo —agregó con humor.
Sus agentes de Desaires Felinos siempre bromeaban diciendo que tenían fuentes de información infiltradas en Dulce Casualidad. La verdad era que la relación entre ambas agencias era muy estrecha porque sus integrantes confraternizaban en plan romántico, amistoso o eran parte de la misma familia.
Cassio sospechaba que esa elección de personal había sido intencional de parte de su tío, el fundador de Desaires. De este modo se aseguraba de que nunca se desatara una guerra directa y se acercaba a su fantasía de ver a ambas agencias fusionadas.
Sus brazos se rozaron cuando ella fue por las copas que se secaban en el escurridor junto al lavatorio. La joven desprendía un dulce aroma a manzana y canela a causa de su jabón, su cabello húmedo resplandecía cual chocolate.
¿Por qué de repente sintió el impulso de morderla? Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos.
—¿Vino o limonada? —preguntó ella, estudiando la botella que encontró en la alacena. Era una cosecha antigua, de primera calidad.
—¿Me estás invitando a embriagarnos hasta perder la vergüenza y amanecer en la misma cama?
—No puedes perder algo que nunca tuviste. —Con un encogimiento de hombros, decidió soltarse un poco y optó por el alcohol. Le echó un vistazo, divertida—. Además, a diferencia de ti, ebria soy bastante hostil e intocable.
—Aguafiestas.
—Soy Cupido, no Baco. ¿Sabes por qué me gusta mi profesión? Porque el amor es una de las fuerzas más poderosas que mueve al ser humano —continuó ella con naturalidad.
—También la venganza, el dinero y el poder.
—El dinero es importante. Lo demás solo trae arrepentimiento a largo plazo. El amor es el único factor que motiva a las personas a crecer y construir un mundo mejor, sin aplastar a otros en el camino.
Mía Morena Luna como defensora del amor era una ironía. En su adolescencia ella juraba que se volvería una mujer independiente y despreciaba la idea de enamorarse. Él no se sorprendía de verla convertida en jefa de su propia agencia, pero el rubro en el que terminó sí era inesperado.
—¿Realmente crees en el amor? —se escuchó a sí mismo preguntar.
—No en el amor romántico idealizado que nos venden los medios de comunicación —admitió—. Ni en las almas gemelas. Ni en un único amor para toda la vida.
Él contuvo una sonrisa.
—¿Eres un párroco ateo?
—Creo en un tipo de amor más lógico. —Aplastó la botella sobre la mesa y procedió a descorcharla—. Que se construye con esfuerzo, respeto, tiempo y compañerismo. Pienso que todos tienen derecho a desear algo así y es un placer ayudarlos.
—¿Qué pasa si te equivocas y las parejas que tanto te esfuerzas en unir terminan divorciadas?
—Tratamos de ayudar para construir bases sanas y sólidas, pero si a largo plazo se contaminan... Eso depende de ellos.
—Cuando tenías quince años, me dijiste que odiabas al amor porque solo destruía todo lo bueno de las personas.
Ella se detuvo en la puerta de la heladera, donde buscaba queso para rallar. Giró el rostro para verlo. El condenado tenía buena memoria cuando le convenía. La sacaba a relucir en los debates.
—No lo recuerdo pero...
—... suena como algo que podrías haber dicho.
Habiendo crecido en un hogar disfuncional cuyos padres deberían haberse divorciado hacía décadas, era de esperarse que estuviera harta de Cupido. Sin embargo, durante sus años como organizadora de eventos, estudió en directo las relaciones interpersonales. Fue testigo de discusiones hostiles tras bambalinas, o de encuentros furtivos en los jardines. La hipocresía de fingir ser un matrimonio feliz y la sinceridad de un cariño evidente.
Conoció otras realidades. Salió de su burbuja oscura.
—Sí —admitió, honesta—. Siempre supe que el amor de pareja, cuando se corrompe, puede causar un daño terrible. Lastimar a los implicados y a todos a su alrededor, convertir un hogar en un campo de batalla... —Respiró profundo—. Pero el amor genuino puede sanar. Cerrar heridas, ayudar a superar miedos. Permite crecer e inunda de luz dos vidas.
—¿Habla la voz de la experiencia o la de la espectadora?
Ella lo observó en silencio. ¡Qué forma retorcida de preguntarle si alguna vez se había enamorado! Estaba descubriendo que este detective tenía diversos métodos de interrogación.
Mía no quería admitir que sus relaciones habían sido tan poco significativas que llegó a pensar en sí misma como un ente incapaz de experimentar ese tipo de amor. Además, sus estándares eran demasiado altos. ¡Estaba en su derecho ser exigente! No tenía por qué conformarse con alguien sin chispa; no le temía a la soledad.
—¿Qué hay de ti? —disparó en cambio—. ¿Alguna vez te has enamorado?
Él enarcó las cejas. Apagó la primera hornalla. Se dispuso a quitarle el agua a la pasta. Luego la agregó a la salsa y cocinó un poco más sin dejar de revolver.
Ella dio por hecho que no respondería. Lo vio venir. Él era muy descarado pero tenía su lado reservado cuando...
—Sí —la sorprendió al contestar, una sonrisa melancólica en su voz—. Me enamoré como un idiota una vez... y pasé años añorando una oportunidad que nunca recibí.
A ella se le escapó una carcajada. Se apresuró a cubrirse la boca. «Debes ser respetuosa cuando otra persona te hable de sus sentimientos», se reprendió. ¡Pero la imagen de alguien tan atrevido como Cassio esperando pacientemente o amando en secreto desde la distancia era surrealista!
—Adelante, puedes decir lo que estás pensando. —Cass le dio permiso con un gesto indiferente de su mano.
—¿Te arrastraste por alguien y te rechazaron?
—Yo nunca me he arrastrado. —Frunció el ceño, pensativo—. No por amor, al menos. Por algo más valioso como la última porción de postre, tal vez. Por ayudar a mis amigos, un par de veces.
—¿Qué fue de tu amor platónico?
—No puedo decirte. Firmé un contrato de confidencialidad conmigo mismo.
—Dame una pista. ¿Era mujer, hombre o no especificado?
Los hombros de él temblaron al imaginar la lista de opciones para registrarse en una aplicación.
—Te faltó preguntar por la nacionalidad, fecha de nacimiento y correo electrónico.
—Venga. —Le dio una patadita con su pie descalzo en el tobillo—. Fuiste detective, debiste haber encontrado sus redes en algún momento. ¿Se casó y tuvo hijos con un mejor partido?
—No existe alguien mejor que yo, Miamore —señaló con naturalidad, mientras servía el almuerzo tardío en platos y los dejaba sobre la mesa—. La mayoría de nuestros compañeros fueron por ese camino del matrimonio y los hijos. —Se mordió la lengua para no reír—. ¿Crees que se nos esté pasando el tren?
—Está evadiendo mi pregunta, detective. —Lo señaló con el tenedor, desde el otro lado de la mesa—. ¿Acaso tu gran amor está de novio con una pelirroja y a punto de irse a vivir juntos?
—¡Nunca vi a tu hermano de esa forma!
—Gracias al cielo. Habría sido un infierno ser cuñados.
—Al fin algo en lo que estamos de acuerdo.
Para disimular su sonrisa, ella probó un bocado de su plato. Nada mal. La pasta estaba en su punto junto. La salsa a base de tomate fresco cortado a cuchillo siempre le había encantado pero rara vez tenía tiempo de hacerla por sí misma. Era más cómodo abrir una lata de conservas.
Se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que estaba relajada. Aunque la mañana había sido un completo desastre, debía admitir que fue divertida.
Incluso en sus vacaciones, tendía a crear todo un cronograma con los sitios que visitaría y el presupuesto disponible. A lo sumo se desviaba unos minutos más contemplando la arquitectura o comprando algo en un puesto callejero.
En la Isla Delamorir era como un barco a la deriva. Nada iba según lo planeado pero se sentía más libre que en toda su vida.
Levantó su copa y aprovechó de darle una mirada a su acompañante. Este hacía equilibrio enrollando la pasta en el tenedor con ayuda de una cuchara, un hábito extraño que había adoptado en su adolescencia. Su concentración era graciosa.
Tal vez, admitió en secreto, había extrañado tener en su vida a Cassio Calico.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro