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Capítulo 59




Capítulo 59

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EL REGRESO DE LA NIEBLA

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⊰─⊱Jeon Jungkook ⊰─⊱

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El sol se ocultaba dejando débiles ráfagas, vestigios de su candor. La sombra de los árboles desaparecía entre la oscuridad que se cernía rosácea y que nacía con la muerte del día. El frío se hacía más crudo con la víspera de la noche.

Durante el trayecto hacia el centro de los novatos, la Kumiho parecía un poco inquieta, mostrando un entusiasmo que me hacía dudar si aquella actitud era usual en ella o si tenía motivos ocultos para celebrar consigo misma. Aunque, a decir verdad, no tenía una jodida idea de lo que podía ser propio o no de una Kumiho, era la primera vez que interactuaba con una, al menos de cuya naturaleza estuviera enterado. De lo contrario, no sé si Jihyo podia contarse como una experiencia. Aun así, la dualidad que estaba mostrando Heena luego de acordar una tregua más con nosotros, me parecía demasiado incongruente con lo que se pudiera esperar de un ser como ella, o tal vez ya me había acostumbrado a su comportamiento salvaje mientras estuvo atrapada en la jaula de la piscina.

—Al fin voy a conocer al poderoso chamán de Full Moon —una voz gutural y la vez cantarina salió de su garganta haciendo que se me encresparan los vellos de la nuca.

Heena gozaba de un buen humor repentino, daba pasos gráciles y casi bailarines sobre la nieve mientras la observaba desde atrás, se movía con suma ligereza a pesar de que llevaba a un desmayado Namjoon a cuestas sobre su espalda. Ella era demasiado fuerte para mi gusto. No me parecía de fiar, por eso no le quitaba los ojos de encima.

"Jungkookie... ¿No has podido leer sus pensamientos?, ¿ni uno solo?".  A cada segundo recordaba la voz de Taehyung en mi cabeza. No hubo manera de entrar en la mente de la criatura por más que ambos lo intentamos.

Minutos atrás, cuando derrotamos a la Nueve Colas, Taehyung me había solicitado asaltar su mente para que así pudiéramos conocer sus verdaderas intenciones y quién sabía si un poco más. Para nuestra desgracia, la mente de la Kumiho era tan extrañamente impenetrable. Cada vez que intenté ingresar sentía como si un escudo me hiciera rebotar evitando que encontrara alguna brecha por cualquier medio. Desde aquella distancia entre nosotros y el domo, Taehyung tampoco podía. Todos los intentos que ambos hicimos por invadirla fueron inútiles.

Antes de arriesgarnos a hacer una tregua con ella, intentamos averiguar si había algún truco visible para tal impedimento.

"Debe tener algún talismán bien escondido. ¿Estás seguro de que la revisaron bien?".  Insistió Taehyung en mi cabeza. Aunque la habíamos revisado, él insistía en que encontráramos algún talismán en posesión de la Nueve Colas.

Estaba de acuerdo con Taehyung, Debía tener un buen truco para bloquear su mente de aquella manera tan contundente.  Pero no tenía nada, la zorra, de una manera desvergonzada, se mostró muy colaboradora con nosotros y nos dio permiso para que le despojáramos de todas sus prendas, ya que sabía bien que no le creíamos ni una sola palabra de lo que decía. Nayeon estuvo de acuerdo en desnudar a la criatura, pero yo me opuse a ello. De todas maneras, Heena lo hizo, se quitó todo, incluso las botas y la ropa interior, parecía encantada con su desnudes, a pesar del frio, mientras revisábamos cada prenda que se había quitado y Nayeon la revisaba a ella, como si la temperatura no afectara tanto su cuerpo expuesto.

—Entonces... eso que buscan no es que sea importante —Nayeon se cruzó de brazos y se alejó de la Nueve Colas, quien ya había recuperado brazos y piernas, pero no daba indicios querer más pelea desde que le perdonamos la vida.

No sé si era por causa del tal acuerdo que hicieran ambas, pero Nayeon parecía tolerarla de alguna extraña manera. Algo que en mi cabeza no le encontraba el sentido, pues con Jihyo, mi hermana tuvo una relación de puro odio a primera vista, pero con Heena, ella no veía, no medía bien el peligro que representaba cruzarse con ella.

«Jihyo». Un pensamiento iluminó mi mente. «¡Tienes razón, Taehyung, olvidamos revisar su cabeza!».

"¿Su cabeza?".  Preguntó Taehyung, sonando confundido. Y es que, con toda la conmoción de encontrarlo transformado en semejante forma, no había reparado en contarle lo que descubrimos en la cabeza de Jihyo.

«No es una larga historia, pero me saltaré los detalles. Jihyo tiene la carta del talismán tatuada en su cuero cabelludo, por esa razón nunca pudiste escuchar sus pensamientos y esto podría ser lo mismo para Heena».

Hubo un silencio total de parte de Taehyung, así que decidí continuar para no hacerle el trago más largo y amargo, porque sabía bien cuánto había amado a Jihyo antes de conocerme.

«Jihyo... Minho-hyung está seguro de que ella fue enviada como espía, Taehyung. Es una Kumiho, al igual que Heena, pero supongo que de una sola cola».

El silencio continuó y supuse que la noticia lo había abrumado.

"Así que, después de todo, tu tío abuelo, el señor Oh y yo fuimos tres borricos. Sobre todo, yo. ¿Cómo es que no fui capaz de verlo por mí mismo?".

Taehyun, más que abrumado, parecía frustrado y molesto.

Efectivamente, encontré el tatuaje gravado en su cuero cabelludo.

Según la propuesta de Namjoon-hyung, antes de ir al Centro de los Novatos, íbamos a atar a Heena a un árbol y a dejarla allí para que no pudiera intervenir en nuestros asuntos, pero yo sabía que eso no iba a detenerla por mucho tiempo y como a Namjoon se le dificultaba más y más caminar con el paso de los minutos, nos atrasaríamos demasiado y tiempo era lo que Jung no tenía. Ahí fue que decidí que Heena podría servir para llevar al rubio a cuestas. Ella era fuerte y rápida y había mostrado que estaba bien haciendo una tregua más con humanos, aparentemente.

No obstante, como no conocía sus reales intenciones, no podía darme el lujo de confiar en ella.

Decidí hacer caso a la propuesta de Nam-hyung.

Me detuve para dejar a Jung con cuidado sobre la nieve. La Kumiho hizo lo mismo con Nam-hyung en cuanto me vio soltar la carga de Jung.

—Estamos llegando. ¿Por qué nos detenemos aquí? —Nayeon estaba confundida y molesta.

La comprendía. Estaba preocupada por el estado crítico de Jung. Ella y la Kumiho me observaban mientras tomaba la tela que parecía una cortina -la cual Nayeon usaba como una capa- y la cortaba en largas tiras.

—¿Harás lo que estoy pensando? —La
Kumiho no podía ser más suspicaz.

—La tregua sigue —dije cortante, soltando vaho de mi boca por el esfuerzo de querer hacer las cosas más rápido de lo que mi ritmo me permitía—, pero debo asegurar nuestras vidas primero.

—Asegurar nuestras vidas... —repitió la Kumiho con ironía— eso no incluye la mía. ¿Estoy en lo cierto?

Ella tomó una pose de defensa, sus orejas, sus colas y sus garras empezando a mostrase de nueva cuenta. Yo seguí cortando tiras como si no pasara nada, debía aparentar que estaba relajado, aunque, de ninguna manera, lo estaba. Mis ojos permanecían fijos en su cuerpo aún inmóvil, actuaría ante el mínimo movimiento suyo.

—Dije que la tregua sigue —reiteré con molestia—. No es necesario hacer nada estúpido.

La Kumiho empezó a bajar la guarda y vi como sus garras y todo lo demás se retraía con una lentitud tortuosa. No podía poner resistencia cuando la tomé de una de sus muñecas, la llevé hasta el árbol más próximo y empecé a atarla enseguida.

—Como vea que intenten abandonarme aquí, se los haré pagar con lo que más les duela.

Le entregué una mirada de odio ante su amenaza. Apreté los labios y la mandíbula con la misma fuerza que ataba los nudos de las tiras.

—Recuerda no hacer nada estúpido. Si Jung muere, tú mueres también —advertí cerca de su afilado rostro.

—Siempre y cuando no me abandonen, no haré nada, tampoco me das otras opciones.

—Todos me esperarán aquí y me estoy asegurando que tú también lo hagas.

—¿Piensas ir solo al centro? —Nayeon me miró asustada, cuando al fin comprendió la situación.

Estaba terminando de atar la penúltima tira cuando me detuve para mirar hacia Nayeon. Luego volví a concentrarme en atar bien la última de las tiras, entonces me encontré con el rostro de la Kumiho demasiado cerca del mío. Ella soltó una risita nasal, pero gutural cuando alejé mi rostro del de ella con un respingo.

—Iré por unas mantas, comida y un vehículo. No me tardaré —expliqué para mi hermana.

—Como me gustaría tener este momento contigo en otras circunstancias. —Con una sonrisa insinuante, la Nueve Colas estiraba su largo cuello tanto como las ataduras le permitían, intentando que nuestros rostros permanecieran cerca.

—Las cosas no siempre se dan como queremos —se burló Mark Tuan—. De cualquier modo, estás detrás de mí en la fila, querida salvadora.

Estaba tan concentrado en lo que hacía, que no le di importancia cuando Mark Tuan se acercó demasiado a la Kumiho para burlarse, pero tan pronto como terminó de hablar retrocedió trastabillando con sus propios pies y cayendo sentado sobre la nieve, hiperventilando. Puso una mano sobre su pecho y con cara de espanto resopló con gran alivio como si hubiese visto a la muerte, pues la Kumiho había reaccionado a su mala broma con un gesto tan agresivo que, por un momento, transfiguró su rostro al de una criatura inhumana y terrorífica.

—Uy, ¡Qué fea! ¿Así piensas quitarme a mi hombre? —Mark se estremeció desde el suelo.

Escuché la risa de Nam-hyung mezclarse con una tos seca, me alegré de saber que había regresado su conciencia, mientras observaba a Nayeon abrasarse a sí misma para darse calor -por lo poco que había dejado de la tela- e ir junto al cuerpo del aún inconsciente Jung.

—Quédense juntos, no tardaré —avisé poniéndome en marcha.



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Cuatro guardias custodiaban el portón de la edificación. Abrieron la puerta pequeña de rejas de metal bañado en negro en cuanto me identificaron como una guardia de alto rango debido al uniforme. El patio frontal estaba bien iluminado, algunos guardias de gris en sus puestos de vigilancia yacían estáticos, otros iban y venían, dando vueltas con sus naginatas a cuestas, sus filos apuntando hacia el cielo. El lugar estaba mucho más concurrido que la noche que estuve ahí por primera vez.

Mis pasos eran firmes y rápidos. Tomé la dirección hacia los baños comunes porque era la única ruta que conocía para llegar al garaje. No llegué muy lejos cuando uno de los guardias novatos me detuvo.

—¡Hey!, ¡señor! ¿A dónde se dirige?

Volteé a ver quién preguntaba, era un muchacho de no más de dieciocho años. Incluso lucía más joven que Soobin y Lisa. El chico tragó duro cuando mi mirada se cruzó con la suya. Resoplé algo divertido al notar que estaba un poco nervioso, si eso era con un simple guardia negro, no quería esperar a ver su reacción si se topaba con un rencor. ¿Cómo podía alguien verse tan asustadizo solo por hablarle a un simple superior?

—Necesito unas mantas, comida y un vehículo.

—Oh. ¿Perdieron su suministro y su vehículo? ¿Ustedes custodiarán la entrada del centro?

Debí responder ambas preguntas con una negativa, sin embargo, me limité a asentir. El chico no dudó en usar su radio para pedir tanto el auto como las mantas y la comida con carácter de urgencia.

Me hizo señas para que lo acompañara hasta el frente de la entrada principal del edificio más cercano a la salida.

—Todo llegará pronto, no se preocupe —indicó el joven mientras me solicitaba que tomara asiento en un banquillo junto a una jardinera, al cual le limpió la nieve diligentemente—. ¿Hay algo más que necesite?

—La comida debería ser al menos para un sexteto de personas —aclaré al tomar asiento para aparentar que estaba tranquilo.

El chico, cuyo nombre no quise preguntar, se quedó a mi lado mientras esperábamos los pedidos. En menos de tres minutos el auto llegó. El conductor, otro jovencito de uniforme gris, le entregó las llaves al primero y se quedó mirándome fijamente con mucho descaro mientras el primer chico me pasaba las llaves de inmediato.

—Usted es un GDE, ¿verdad? —El chico del auto sonreía con admiración mientras me repasaba con la mirada de arriba abajo, sin apartala ni para pestañear.

—¿No es eso obvio? —El primer chico revoleó los ojos con impaciencia—. Mira su uniforme, tonto.

—Sus espadas, están dispares —apuntó el novato del auto, provocando que me pusiera en alerta. Era demasiado observador para mi gusto.

El joven del auto iba a decir algo más, pero no terminó de hablar al escucharse pasos de un grupo de personas aproximándose desde el interior del edificio.

—¿Quién pide por nuestra comida y nuestros vehículos? —Por supuesto que conocía aquella voz altanera y prepotente, pertenecía a Lee Seungri, el maldito cabeza rapada que me acusó de usar drogas frente a todos.

Sin decir nada, me puse de pie con rapidez para encarar a todo el grupo que lo acompañaba. Seungri detuvo sus pasos en seco en cuanto me reconoció, causando que sus acompañantes chocaran contra su espalda y se amontonaran por no tener chance de frenar sus pasos a tiempo.

La cara de Seungri cambió de gesto, se puso más serio de lo que antes estaba y sus labios palidecieron al apretarlos.

—¿Tú? ¿Cómo te atreves a venir aquí?

—¿Cómo te atreves tú a cuestionarme? Maldito mentiroso.

Con pasos apresurados llegaron tres guardias con la comida y las mantas preparadas en bolsas de cartón.

—Aquí está lo que han solicitado, señor —dijo una voz que también conocía, era Soobin, quien miraba hacia Seungri con dos bolsas en las manos. Aún llevaba el uniforme nuevo, pero sin rastro alguno de armamento.

—¡Cállate, idiota! —Gritó Seungri con un aire de superioridad, sin perder el contacto visual conmigo—. ¿No sabes cuando estás interrumpiendo?

—Pero, señor —vaciló el chico, confundido.

Entonces Seungri echó una rápida mirada a los tres novatos recién llegados que llevaban dos bolsas cada uno.

—Devuelvan todo a su lugar. Trío de retrasados.

Soobin distendió el labio inferior en una mueca de confusión y miró a su alrededor detrás del grupo que acompañaba a Seungri, aquellos que le impedían el paso y la vista hacia afuera, mientras los dos chicos que lo acompañaban retrocedían hacia el interior con pasos inseguros y sus rostros llenos de miedo.

—Dejen todo sobre esa banca —exigí, mientras me abría paso hacia el edificio a través del grupo, pasando de largo al cabeza rapada.

Esto fue tomado como un intento de ataque por parte de Seungri, ya que no dudó en desenvainar su sable tras mi espalda.

—No des un paso más, te lo advierto —amenazó con lenta pronunciación de las palabras, provocando que me detuviera en el acto.

—!Jungkook-hyung! —exclamó Soobin al reconocerme—. ¿Vino por mí? —preguntó algo cohibido, pero feliz, alternando la mirada entre Seungri y yo.

Con una gran sonrisa sucando su rostro, Soobin corrió unos pocos pasos hacia mí, aún cargando las bolsas.

Los demás novatos se apartaron viéndose confundidos por la escena.

—Tú, maldito traidor. No eres bienvenido en full Moon.

Mientras Soobin corría a mi encuentro, yo miraba de soslayo al cabeza rapada, quien continuaba apuntando su arma hacia mí.

—Es cierto y esa fue mi elección —respondí caminando hacia unos de los chicos con bolsas para quitárselas de las manos—. Parte de esa culpa también es tuya. Debo decir que no me siento nada agradecido.

De pronto, los guardias empezaron a murmurar entre ellos:

—Es Jeon Jungkook.

—Es sobrino del señor Jeon, en persona.

—El jefe Lee quiere enfréntarlo, es una locura.

—Dicen que su espada brilla cuando la blande. Quiero ver eso.

—Si el jefe Lee sigue provocándolo, todos podríamos morir.

—¿Crees en todas las tonterías que nos ha contado Soobin?

Escuchaba todos los murmullos sin inmutarme, mientras enganchaba las cuatro bolsas que le había arrebatado a los novatos en mi brazo izquierdo. Soobin aún llevaba las que había preparado.

—¡Silencio! —gritó un rabioso Seungri.

El silencio de todas las voces reinó de inmediato, en el espacioso salón. Pero aún continuaba escuchando algunos pensamientos. Soobin hizo las bolsas hacia atrás de su cuerpo cuando intenté tomarlas, como lo hice con los otros dos novatos. Me brindó una mirada suplicante que comprendí de inmediato. Quería irse conmigo.

—No sé si sea mejor idea que te quedes o me acompañes —resoplé mientras escuchaba la respiración agitada de Seungri a mis espaldas.

—No irás a ninguna parte —acotó Seungri antes de soltar un grito que resultó bastante molesto para los oídos—. ¡Aaaaaah!

Puede anticipar el ridículo ataque de Seungri, el cual había tardado demasiado en aproximarse a mí. Me dio tiempo de hacer a un lado a Soobin a parte de mi propio cuerpo y le pegué un zape bien fuerte en la nuca a Seungri cuando me pasó por le lado blandiendo su sable.

Con ese simple golpe, el cuerpo de Seungri perdió el equilibrio y derrapó por completo sobre el interior de edificio. No le di tiempo para que se pusiera de pie y me dispuse a correr hacia el vehículo.

—¡Sígueme! —indiqué con prisa a Soobin.

Soobin tardó unos segundos en seguirme el paso, por lo que a Lee Seungri le dio tiempo de interceptarlo.

El filo de la espada de Seungri yacía amenazante junto al cuello de Soobin cuando volteé a verlo.

Dejé las bolsas en el asiento trasero del vehículo y regresé con pasos firmes  hacia ellos.

—Es un maldito traidor también. Te enseñaré que es lo que pasa cuando se es uno —Seungri me dedicaba una sonrisa desquiciada y una mirada triunfal.

Un hilo de sangre empezó a bajar por la carne de Soobin. Seungri sonreía con malicia y sus ojos me brindaban una mirada macabra. Disfrutaba aquel momento porque, de alguna forma, supo que Soobin me importaba.

Me impulsé y corrí con fuerza y cuando llegué a ellos, el filo de la espada se había enterrado lo suficiente como para que Soobin se empezara a desangrar. Solo bastó ese instante para que la rabia retomara el control de mi cuerpo.

Soobin cayó de rodillas con sus manos sujetando su cuello en un intento de detener el sangrado. No supe en qué momento me había abalanzado hacia el robusto cuerpo del maldito cabeza rapada. Esquivé su lento intento de herirme con el filo de su sable y lo desarmé de una patada con giro. Le pegué con ambos puños al mismo tiempo sobre el pecho y el impacto fue tan fuerte que su cuerpo traspasó el póster de la lámpara de luz que alumbraba el patio. Seungri quedó inconsciente.

Con lágrimas en los ojos, tomé a Soobin y lo cargué hasta el banquillo de la jardinera. Con manos temblorosas busqué dentro de una de las bolsas y saqué una manta. Colocando la tela sobre el costado del cuello del chico, en un intento muy pobre de detener el sangrado. Soobin alejó sus manos de la herida dejándome el trabajo de aplicar presión. Le vi buscar en uno de sus bolsillos con desesperación.

Algunos guardias asistieron al jefe Lee y muchos otros se reunieron rodeando el banquillo. Por la naturaleza de sus pensamientos supe que ninguno de los novatos tenía la intención de atacarnos.

Cerré los ojos rogando a las deidades que me iluminaran para saber qué hacer. Un sollozo salió de mi garganta cuando percibí que el cuerpo de Soobin había dejado de estremecerse sobre la dura superficie del banquillo. Había perdido el conocimiento. Entonces no supe qué hacer, más que soltar un grito desgarrador con el pensamiento de haberlo perdido. Las lágrimas no cesaban de desbordarse en mi ojos y los volví a cerrar para que se despejaran y poder ver con más claridad.

Los gritos habían llamado la atención, por lo que el número de lo guardias novatos que rodeaban el banquillo había aumentado. Observaban la escena, sin hacer nada. ¿Cómo culparlos de no actuar, si estaban tan asustados y si yo tampoco sabía qué hacer?

De pronto, el sonido de una tos debajo de mí, me hizo volver a poner los ojos sobre Soobin, quien volvía a estar consciente y su cara menos pálida. Me brindó una sonrisa que mostraba unos dientes sucios de tierra y sangre. Sus ojos tenían un brillo particular al que no le di importancia. Solo sonreí y seguí haciendo presión en su herida con aquella tela manchada de sangre.

Soobin se enderezó haciéndome retroceder y enderezarme por completo. Después de sentarse y acomodarse bien en el asiento ensangrentado, me volvió a sonreír con esos dientes sucios y sus típicos hoyuelos. Entonces dijo:

—¿Por qué mejor no nos vamos antes de que el jefe Lee se despierte?




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Seis personas y una Kumiho viajando en un solo vehículo, llegamos a la casa del Chamán pasando de largo la mansión. Hicimos un truco para que pareciera que habíamos capturado a Heena, pero no nos detuvimos lo suficiente como para que comprobaran la veracidad del hecho, porque necesitábamos salvar a Jung.

Los guardias negros nos dejaron ir y luego celebraron nuestra falsa hazaña, los vítores se escuchaban a lo lejos cuando nos alejamos de ellos, mientras tanto, sobre el techo del auto, Heena soltaba unas cuantas carcajadas de burlas por lo fácil de engañar que son los humanos.

La habíamos atado al techo del vehículo, mientras que Soobin, Namjoon y Mark habían ocupado el asiento trasero con Jung acostado sobre sus regazos a todo lo largo del asiento, sus piernas dobladas; Nayeon en el asiento del copiloto y yo al volante.

Pensábamos que nos retrasaríamos cuando pasáramos con el supuesto cadaver de Heena por la ruta que rodeaba los alrededores de la
mansión, pero ese simple truco funcionó, además de que las obvias condiciones de Jung sugerían que llevábamos prisa para tratar de salvarlo.

Así de fácil nos dejaron seguir el paso.



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El interior de la casa estaba en silencio,  sin embargo, un sonido muy apagado, como si surgiera debajo de la misma tierra se escuchaba tintinear cuál cascabeles.

Conocía ese sonido.

Mark y yo cargábamos a Jung, yo por los hombros y él por los pies.

—¿Escuchan eso? —A Heena le salieron sus grandes y peludas orejas, mientras ladeaba la cabeza.

La Kumiho adoptaba una mueca de concentración, como si intentara agudizar aún más sus oídos. El sonido de los cascabeles la puso en alerta.

—¿Qué cosa? —Namjoon miraba hacia todos lados, también alerta, tomahawkers en mano.

Soobin lo imitó, levantando los puños y, entonces, Mark soltó los pies de Jung para correr a colocarse detrás de mí. Los res sondeaban todo el lugar. Ninguno de ellos podía escuchar lo que Heena y yo.

—Yo no escucho nada. Deja de asustarnos, mujer —Nayeon tiró al suelo algunos libros y trates que yacían sobre el mueble antes de echarse sobre el. Ella tampoco escuchaba.

Su vientre estaba más hinchado de lo que recordaba. En su estado, toda aquella odisea debía ser muy estresante y cansada para ella.

Con todo el peso del cuerpo de Jung me dirigí a una habitación para depositarlo sobre la cama.

—¿Y ahora qué va a pasar con Jung Hoseok? Esta casa está más vacía que un cascarón. Realmente el Chamán nos abandonó —Mark se lamentó desde el marco de la puerta de la habitación—. Llegamos tan lejos solo para ver morir a Jung en una cama.

Él me siguió devuelta a la sala y encontramos a Heena revisando la nevera; a Namjoon observándola, desconfiado, desde uno de los muebles pequeños.

—Enciendan la calefacción, por favor —solicitó Nayeon cerrando los ojos y acariciando su vientre —¿Alguien me puede quitar las botas?

—Baek, ¿dónde estás?, te necesitamos —Bromeó Namjoon, revoleando los ojos—. Ahora voy entendiendo a qué se debe tu sutil malhumor.

Mark estalló en carcajadas de inmediato. Soobin apretaba los labios en un intento de reprimir una sonrisa, aunque el chico estaba lejos de comprender el chiste, ya que no conocía a la dama Baek.

Baek era la dama de compañía de Nayeon. Yo dejé salir un gruñido por lo bajo, porque no me gustó que Nam-hyung insinuara que la dama Baek la estuvo pasando mal a causa de estar al servicio de mi hermana.

—Usted es tan desconsiderado —Nayeon miró a Nam con enojo—, ¿no es capas de ver que no puedo alcanzarlas? —agregó señalando su calzado.

Nayeon se estiraba y las manos no llegaban más lejos de las pantorrillas. Una muestra de que su abultado vientre le impedía quitarse las botas ella misma.

La sonrisa se le borró a Nam-hyung enseguida y, entonces, él la observó con seriedad.

—Tiene mucha razón, me disculpo. Mark, haz el favor de ayudarla con sus botas.

—Para que te enteres, no soy guardia de utilería —se me quejó Mark yendo hacia Nayeon—, soy muy sofisticado para andar haciendo mandados.

—Cierto, el límite de los inútiles es saber hacer nada o, a lo sumo, una sola cosa, como en tu caso.

—Al menos yo puedo ser más empatico que tú con una mujer embarazada.

Namjoon-hyung trangó duro ante aquella respuesta y no volvió a abrir la boca.

—Todos aguarden aquí— dije, luego de aclararme la garganta—. Traeré al chamán.




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Me aseguré de que nadie me siguiera al llegar a la habitación del chamán. Cuando logré verme completamente solo, abrí la trampilla que yacía bajo la alfombra junto a la cama, al bajar las escaleras vi las luces de unas velas parpadear.  Un olor a carne descompuesta y otro a orina me golpearon los sentidos, haciendo que arrugara la nariz. El chamán permanecía de espaldas, sentado de piernas cruzadas sobre el piso de madera.

Lo rodeé y noté que aún tenía las marcas de la golpiza que le había propinado el tío Sangjoong. Mantenía una mano sobre su pecho y la otra ondeando en círculos su sonajero de cascabeles. Hacía largas respiraciones y dejaba salir una entonación muy baja con sus labios sellados. Lejos de sonar como una canción, más bien, parecía el mugido de una vaca.

Mientras lo observaba, así lo interpretaba, un hombre mugiendo en medio de un trance, como si estuviera entre dormido y meditando.

—Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuhm. Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuhm.

Frente a él, había un espacio montado con una mesa repleta de múltiples frutas y alimentos, a los lados, una vasija que contenía la sangre de una gallina que yacía muerta en un rincón del sótano el animal era lo que desprendía el olor a carne podrida. Parecía celebrar una ceremonia en solitario.

—Señor Oh —hablé en voz muy baja para no sobresaltarlo.

Inútilmente, Llamé su nombre varias veces. Sacudí mis manos frente a su rostro y tampoco funcionó. Sus ojos permanecían cerrados y eso dificultaba que se percatara de mi presencia. Gruesas gotas de sudor sobre su frente. Debía llevar mucho tiempo en aquella especie de trance.

Los hedores picaban en mi nariz y hacían estragos en mi estómago.

—Por favor, necesito su ayuda. Alguien va a morir si no me escucha.

Entonces esas palabras surtieron el efecto esperado, sus ojos abriéndose de par en par.

Sus labios resecos se abrieron despacio, la carne se estiraba como sus finos belfos estuvieran despegándose. Soltó un largo suspiro y me miró a los ojos al tiempo que bajaba sus brazos.

—¿Debo imaginar por qué no llevaron a esa persona al hospital?

—Es Jung, señor. Está malherido. Fue una Kumiho.

El anciano ensanchó los ojos y sus cejas también se elevaron en sorpresa.

—Estamos en desventaja, no puedo tomarme ningún descanso, no por mucho tiempo.

El anciano intentó ponerse de pie, pero se resbaló.

—Será mejor que me cargues, muchacho. No hay tiempo que perder.




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—Conozco un té y un ungüento de yerbas que puede ayudar mucho a recuperar algo de su vitalidad, es un procedimiento eficaz, pero muy lento y no dispongo de tiempo para ello.

»Habría que saber que tan profundo ha llegado la putrefacción de su carne, la única manera de que tenga esperanza de sobrevivir es que el daño no haya llegado a afectar alguno de sus órganos, mas, si es solo la piel y no curamos la carne en descomposición, no podemos salvarlo.

—Entonces cortemos la carne que ya está negra —propuso Nam-hyung.

—¿Cortar? ¿Te das cuenta de lo que dices? ¡Míralo!, ¿qué se supone que vamos a dejar de él una vez que empecemos a cortar?

Nam desvió los ojos desde Nayeon hasta el cuerpo de Jung. No respondió nada, mas, hizo una mueca de comprensión que valía más que las palabras.

—Solo hay una manera para revertirlo sin recurrir a la cercenación. Lamidas de una Kumiho. Su saliva tiene el poder curativo para la maldición de sus garras. Así se curan cuando pelean entre ellas mismas, siempre y cuando las heridas estén al alcance de sus lenguas.

Todos volteamos a ver a Heena, unos con cara de incredulidad, otros con la mirada llena de cólera y rabia.

Desde lo más profundo de su garganta, Nayeon soltó un grito de rabia tan agudo y enfurecido, que para mí fue casi ensordecedor. Su rostro ensombrecido, las venas en su frente y en su cuello estirado marcadas con un alto relieve, haciéndolas parecer que amenazaban con encontrarse a punto de estallar en aquel momento.

—¡Maldita! Pudiste detenerlo, siempre lo supiste... pudiste salvarlo desde el principio, pero tú...

—No serviría de nada más que para acelerar su muerte, porque es un simple humano. Las heridas quedarían abiertas y el sangrado sería imparable. Al menos la infección evita que despierte y sienta dolor, además de perder toda la sangre.

Los ojos de Nayeon se dilataron mientras su rostro enfurecido se tornó más y más carmesí. Soltó otro grito en el instante en que quiso abalanzarse hacia la Kumiho de forma violenta.

Entonces, justo antes de alcanzarla, ella perdió sus fuerzas y se desvaneció. Corrí hacia su figura, pero por más que me esforcé supe que no llegaría a tiempo antes de que se desplomara, sin embargo, la Kumiho la sostuvo antes de que su cuerpo impactara de lleno contra el
Piso. La arrebaté de sus brazos, extrañamente agradecido con aquella criatura que, al mismo tiempo, aborrecía.

La mujer zorra evitó mis ojos y sondeó a los demás presentes.

—¿Qué? ¿Por qué me miran así? —rezongó Heena, acariciando de más el mechón de su largo flequillo y acomodándolo delante de la oreja—. Ella hizo algo bueno por mí, además, está embarazada —añadió, pareciendo contrariada.

Llevé a una casi inconsciente Nayeon a otra habitación, aquella que una vez compartimos Taehyung y yo, durante la última luna roja. Ella estaba despierta, pero se encontraba muy pálida y débil. Le pedí a Soobin que la acompañara mientras ella descansaba y él se comprometió a avisarme si algo iba mal.

Cuando regresé con el grupo, el chamán iba de salida, arrastrando sus pasos por la habitación. El viejo parecía no haber tomado un baño durante todas esas horas, apestaba a puro sudor y suciedad.

—Esa mujer es una Kumiho —me dijo el viejo, señalando hacia Heena—, debiste decirme que la trajiste contigo. Ella es una criatura muy peligrosa, pero, sin duda, es la mejor cura para el señor Jung. Dejo todo en tus manos, yo debo volver a mi trabajo, Jungkook-ssi.

El señor Oh, seguía arrastrando su pierna derecha luciendo muy agotado. Sus ojos hundidos y ojerosos ya no sonreían. El ojo izquierdo permanecía con la hinchazón y los moretones se habían extendido. Me dolía verlo así, parecía que había perdido la cabeza, tal vez la golpiza que el tío Sangjoong le había propinado días atrás, estaba haciendo estragos en él.

—¿Puedo saber en qué está trabajando, señor Oh?

—Claro que sí, si me cargaras como hace rato, todos te lo agradecerían. Debo darme prisa en regresar a mi puesto.

Llegamos al sótano tan rápido como pude, tal como el señor Oh había pedido con insistencia. Le vi tomar su sonajero en cuanto llegó y luego sentarse en la misma posición de antes cuando lo encontré.

Me le quedé mirando con una interrogante silenciosa.

—Estoy trabajando para disolver la niebla, muchacho. Al hacer esta larga pausa, de seguro que todo el entorno de Full Moon y más allá de las barreras, ya debe estar cubierto otra vez por la bruma siniestra. Ahora prácticamente tengo que empezar desde cero y tomará su tiempo para que se disipe.

Y entonces comprendí, el anciano no estaba enloqueciendo como creí, estaba peleando solo toda una guerra por nosotros, debió ser gracias él que aquella niebla había desaparecido durante todo el día. Él solo, había impedido que las hordas de rencores se acercaran otra vez a Full Moon. Aquello me hizo preguntarme porqué el tío Jeon no era capaz de ver la lealtad de aquel hombre hacia Taehyung y hacia Full Moon.

Le vi buscar a tientas y tomar una manzana a la que no dudó en pegarle un par de rápidos mordiscos antes de volver a lo suyo.

Me preguntaba cuánto tiempo y esfuerzo le tomaría volver a contrarrestar el hechizo de la niebla. Sentía lástima y, al mismo tiempo, mucha admiración por él. En cuanto tragó los bocados de la manzana, le escuché elevar sus extraños rezos mientras alzaba los brazos y sacudía su sonajero.

No había mucho que pudiera hacer por él en aquel momento, pero sí había una    última cosa que podía intentar hacer por Jung.

Apreté los labios y salí del sótano dejando al chamán atrás para encarar a Heena.

Namjoon se aferraba a las piernas de la Kumiho cuando llegué al pasillo de las habitaciones. Sus garras, Colas y orejas estaban a la vista una vez más.

—¿Se puede saber qué hacen? —pregunté.

Nam-hyung se enderezó con dificultad, quejándose de su pierna adolorida, soltando a Heena y tratando de ponerse de pie con mucho esfuerzo, explicó:

—Ella quería seguirte, yo se lo estaba impidiendo. Estoy seguro de que quiere  saber dónde está el escondite del chamán.

—En mi defensa —Henna se cruzó de brazos, entregando una lacónica mirada despectiva a Namjoon—, esta vez no ordenaste que nadie te siguiera. Asumí que ya no importaba echar un vistazo.

Sin decir palabra, tomé la muñeca de la mujer zorra y la arrastré hasta la habitación donde estaba postrado Jung. Cuando estuvimos frente a su lecho, la miré a los ojos con intransigencia mientras desenvainaba uno de mis sables.

—Hazlo —exigí.

Ella tardó solo unos segundos en comprender de qué se trataba mi exigencia, negó plegando sus facciones con asco.

—Te dije que, si Jung muere, tú también lo harás. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Ella me miró con un gesto de desprecio, luego adoptó una expresión de súplica cuando reparó en que yo seguí firme en mi posición con una mirada que trataba de infundir, más que advertencia, amenaza.

Levantó los brazos y hombros en rendición.

—Esto lo empeorará, luego no me culpes —advirtió con voz queda mientras su rostro y el resto de su cuerpo se transfiguraban a voluntad hasta culminar en su forma animal.

Un zorro como el que habíamos atropellado el día anterior, solo que el tamaño era casi tanto como un triste normal y el número de colas tenía ocho de más. El color, tanto de su pelaje como el de sus ojos, eran distintos a los del zorro de una cola. Las puntas de las orejas, patas y sus colas contrastaban con el color rojizo del resto de su pelaje, eran de un marrón oscuro, mientras que sus ojos eran rojos como la sangre.

Una vez completada su transmutación, hizo varios quejidos de súplica cuál cachorro triste y con una mirada severa, le señalé el cuerpo tendido de Jung con la punta del sable.

Ella subió a la cama, ligera como pluma, no obstante, por un momento temí que el mueble pudiera desplomarse bajo su peso. Pues con todas esas colas, Heena se imponía como una zorra mucho más enorme y poderosa, dejando una sensación distinta a la que provocaba la de una cola, la cual creía no equivocarme en suponer que se trataba de Jihyo.

El uniforme de Jung solo cubría la mitad de su cuerpo, ya que se le había despojado previamente para que el Chamán pudiera echarle un vistazo a sus heridas y, hasta entonces, permanecieron descubiertas. Me vi desviando la mirada hacia la puerta cuando la forma animal de Heena inició la labor de su encomienda.  Mientras lamía las heridas infectadas, tuve repentinas arcadas. Era una escena realmente grotesca, asqueroso de ver.

Eventualmente salí al pasillo porque no soporté mucho más estar ahí. Nam-hyung esperaba sentado sobre el piso, cerca de la puerta de la habitación, trató de enderezarse en cuanto me vio, pero resbaló debido al dolor en su pierna, su rostro no estaba pálido, parecía sudar frío cuando elevó la mirada hacia mí.

—Descansa —recomendé poniendo una mano en su hombro—. Tu turno es el siguiente.

Mark salía de la habitación de Nayeon y me asusté cuando me dijo que ella tuvo un pequeñito sangrado, pero luego respiré aliviado al escucharlo decir que ella ya se sentía mejor.

—Pero... ¿y la bebé? —inquirí exaltándome de repente, causando Mark diera un fuerte respingo.

—Soobin dice que está muy seguro de que se encuentra bien. Hiciste bien en traer a ese chico lindo, él hubiera sido buen médico.

Al cabo de tres minutos, la forma animal de Heena se asomó por la puerta de la habitación de Jung y yo la hice retroceder.

—¿Ya terminaste? Deja que compruebe.

Cerré la puerta solo con nosotros dos y un sangrante Jung. Mientras Heena se transformaba, mi mirada horrorizada pasó del torso del paciente a la zorra. La sangre corría a borbotones cubriendo el cuerpo de Jung.

Ella se encogió de hombros. Me miró con una media sonrisa maliciosa que pareció una imagen macabra en torno a su rostro ensangrentado desde la nariz y mejillas, hasta la babilla.

—Te lo advertí —me recordó mientras se vestía.

Mark entró a la habitación y casi nos dejó sordos con su grito aterrado y muy afeminado.

Nam entró preocupado, arrastrado la pierna herida, en cuanto escuchó el aparatoso escándalo de Mark. A los pocos segundos también aparecieron Soobin y Nayeon agitados y confundidos.

Esa vez, Nayeon se desmayó y desplomó sobre el piso en cuanto visualizó el estado de Jung.

—¿¡Por qué la dejaste sola!? —grité hacia Soobin, enfurecido.

El chico retrocedió lentamente ante mi reclamo, titubeante y asustado.

—No es el momento —intervino Namjoon-hyung—. Soobin lleva a la señorita Nayeon devuelta a la otra habitación.

Observé cómo Soobin se apresuró a cargar todo el peso de mi hermana en brazos y perderse con ella hacia el pasillo. Un solo toque de Namjoon-hyung sobre mi antebrazo bastó para devolverme a la realidad de la habitación. Jung estaba agonizando, empezaba a ahogarse con su propia sangre, que ya salía a través de su boca.

—Tu hermana estará bien. Pero no creo que Jung...

Me apresuré a blandir mis sables hacia la Kumiho, quise rebanar un trozo de su cuero cabelludo, pero ella bloqueó mi blanco con su una de sus extremidades, cercenando su brazo derecho, que cayó a un lado de su cuerpo encogido, con un golpe sordo.

Su grito de dolor hizo eco en toda la habitación, pero su sufrimiento no me inspiraba ningún sentimiento de lástima, ni de piedad, ella no merecía misericordia. Así que, seguí dispuesto a ir por su talismán, no me importaba si ella sufría, se merecía hacerlo tanto como estaba sufriendo un convulso Jung, el cual había recuperado la consciencia a fuerza de tanto dolor.

—Espera, aún no he terminado —anunció Heena casi sin aliento y cubriendo su cabeza con la mano que le quedaba, logrando que mi sable se detuviera en el aire en pos de ella—. Solo estás retrasando el proceso y empeorándolo todo. Si él muere, será tu culpa, no mía.

Sus palabras rápidas se escuchaban como un recurso desesperado. No obstante, igual sentaron un precedente en mi conciencia.

—¡Entonces haz algo para detener el sangrado! —le apremié con rabia.

Sus palabras se repetían dentro de mi cabeza... aquellas palabras acusadoras y torturadoras... "si Jung moría, sería por mi culpa", quedaron resonando como una canción fantasmagórica y retorcida que porfiaba mi juicio y me llenaba de desasosiego. En ese instante estaba a punto de perder la cabeza.

Clavé la punta de uno de mis sables en el piso de madera y dejé caer el peso de mi cuerpo sobre ella, apoyándome del mango y sobre una de mis rodillas.

—Muéstrame —mascullé lleno de frustración, angustia e ira, mucha ira.

Ella había dejado de sangrar, porque su brazo ya estaba formándose con nuevos tejidos que lucían asquerosos. A pesar de su dolor, se acercó resignada al lecho de Jung, tomando su rostro con la mano buena para aplacar los espasmos en cierta medida y, entonces, fue acercando su rostro al de él como si planeara besarlo o sorber la sangre que borboteaba de su boca.

Me puse de pie en cuanto creí entender que una de aquellas eran sus intenciones, pero, de inmediato, la mano de Namjoon-hyung me detuvo, antes de que intentara detener a la Kumiho. Luego vi un extraño halo salir de los labios de Heena y, así mismo, entrar por la cavidad de Jung, era como aliento luminoso que se trasladó de una cavidad a la otra.

El agonizante Jung agrandó los ojos y su cuerpo se arqueó apuntando hacia arriba, dejando de convulsionar al instante de recibir lo que sea que haya sido eso.


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La naginata (なぎなた, 薙刀) es un arma de asta  y una de las muchas variedades de hojas japonesas de fabricación tradicional (nihonto).​ La naginata fue utilizada originalmente por la clase samurái del Japón feudal, así como por los ashigaru  (soldados de infantería) y los sohei (monjes guerreros).​ La naginata es el arma icónica de la onna-musha, un tipo de guerrera perteneciente a la nobleza japonesa.

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Hola mis quierid@s amig@s wattpadian@s!!!!

Espero que este 2024 sea un año mejor que los anteriores para tod@s ustedes. 


Gracias, de todo corazón, por toda su paciencia y por haber llegado hasta aquí conmigo.

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