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Capítulo 36


Capítulo 36

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EL DOMO
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⚠️ Advertencia: ⚠️
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Leer con discreción
contenido +18 🔞
y posible
lenguaje inapropiado 🚫.


⊰─⊱ Kim Taehyung ⊰─⊱

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Con cierta mezcla de dudas e incertidumbre, me pasé horas caminando en círculos y escuchando el eco de mis propios pasos. Una corriente de nervios a flor de piel transitaba por todo mi sistema cada vez que miraba el reloj.

Nayeon y sus invitados se habían ido antes del medio día. Ella no se sentía bien desde el día anterior, sus horas después de la fiesta fueron terribles y al pasárse todo el domingo vomitando, prácticamente todo lo que comía, algunos pensaron que la cena le había hecho daño, yo particularmente pensé, al principio,  que tal vez se había emborrachado durante la fiesta, pero Jin-ssi me aseguró que no la vio tomando alcohol. 

Ella se dejó revisar brevemente por el doctor Um, quien mencionó que, según los latidos que escuchó a través de su estetoscopio, era muy probable que el embarazo fuera cierto, pero que necesitaba hacerle la prueba para confirmarlo. Él insinuó sacarle una muestra de sangre, pero ella se negó, asegurando que no era necesario porque era normal que una embaraza sintiera náuseas además de otros síntomas.

Si ella estaba realmente embarazada, ¿quién demonios era el padre?

Necesitaba saber qué pensaba Jungkook de todo aquello.

Miré una vez más el reloj que ya marcaba las 6:38 P.M.

Se acercaba la hora de saber si tenía que dejarlo ir de una vez o si él quería ser arrastrado por el causal desastroso de mis sentimientos.

Me encontraba en el estudio, esperándolo de pie frente al bastidor, contemplando y apreciando los detalles de la pintura a medio terminar que él había plasmado de mi desnudez aquella noche de Luna roja.

Reprimiendo la ola de emociones que me había invadido por dentro desde temprano, lo observé atravesar el umbral de la entrada del estudio.

—!Hola! —pronunció con toda la naturalidad y luego me entregó una
sonrisa que me sacó un suspiro.

Tenía que reconocerlo, me encontraba hecho mierda por culpa de ese niño.

Dio unos pocos pasos hasta quedar en medio del espacioso lugar. Solo se quedó ahí, dubitativo al principio.  Yo le di la espalda por completo a la pintura para devolverle el saludo y la sonrisa. Me quedé pasmado prestando toda mi atención a su cautivante figura.

Él, por igual, según mi perspectiva, me miraba de arriba hacia abajo, extasiado. En mi mente, me gustaba todo lo que insinuaba con aquella expresión. Me hacía sentir como si estuviera siendo atraído por la fuerza
vertiginosa de un vórtice gigantesco del que me dejaría absorber complacido.

—¿Es el retrato que empecé? —señaló el bastidor detrás de mí con cierto
interés.

—Eso es totalmente correcto —le corroboré tratando de parecer tan natural como él.

Se animó a continuar avanzando hasta estar lado a lado conmigo mientras contemplaba la pintura con un aire socarrón. Su perfume penetró mi sentidos provocando que inhalara con interés y deleite. Se cruzó de brazos con una media sonrisa.  Imitándome, también inhalando aire hasta que su pecho pareció inflarse.

—¿Te había dicho que eres hermoso? —. inquirió al liberar sus pulmones.

Sentí mi cara arder ante aquella inesperada pregunta, apenado, desvíe la mirada hacia cualquier parte mientras respiraba y atrapaba mi labio inferior con mis dientes, tratando vanamente de reprimir una sonrisa que luchaba por aflorar.

Él repitió la pregunta, insistiendo de manera juguetona en conseguir una respuesta y yo sin poder mirarlo a los ojos negué sacudiendo levemente la
cabeza.

—Pero sé que lo has pensado —aclaré mirándolo al fin.

—Eso es verdad, lo he pensado infinidad de veces a diario. Pero, ¿te lo había dicho?

Al parecer cuando negué silenciosamente sin mirarlo, él tampoco me estaba mirando. Volví a negar con una menos ligera sacudida de mi cabeza, haciendo que mi cabello tapara por completo mi frente y bordeara mis ojos hasta el punto de ser casi molesto, pero no importaba, no perdía las ganas de sonreír y menos cuando él estiró su brazo hacia mi rostro haciendo rozar las yemas de sus dedos sobre mis cejas para retirar los molestos mechones con suavidad.

—N-no. No l-lo habías dicho —articulé con esfuerzo esperando que él no percibiera los ligeros temblores que provocaban mis nervios.

—Quisiera que hubiera podido haberlo dicho antes.

El corazón se me encogió al pensar que estaba a punto de introducir el tema de Mina o del embarazo de Nayeon. Su mirada perdida en algún punto detrás de mí, me hacía sospechar que era el momento de hablarlo.

—Está bien... —me sentí adormecer con las yemas de sus dedos acariciando detrás de mi oreja. No obstante, me percaté de que posiblemente estaba malinterpretando sus palabras y sentí la urgencia de rectificar las mías—. No, no está bien. 

Él hizo una mueca cansina, como si esperara lo que le acababa de decir. Su expresión era dominante y su mirada era tan profunda como la de alguien que proyectaba la seguridad de un rey joven, pero sabio, a decir  verdad era dificil de sostener.

Aquello debería sentirse incorrecto al cien por ciento, en cambio, odiaba que lo fuera del todo y necesitaba desesperadamente una justificación para equivocarme, aunque fuera intangible, así como se necesita del aire para respirar. 

Ante su silencio, desvié la mirada y me mordí el labio inferior con suavidad. Su perfume y su cercanía me estaban volviendo loco. Le digo que no está bien, pero al verle actuando de esa manera, no me dejaba mas opción que mirarlo con ojos de puro deseo.

—Sé lo que quieres decir —admitió rompiendo el silencio y alterando más mis nervios—.  Lo que quiero está mal, pero lo sigo deseando. Digo que me conformaría solo con mirarte, pero es que hasta la forma en que te miro está mal.

Ante aquellas palabras, sentí arder mi pecho, mi cuello y hasta mis orejas.

—Lo sé, también me pasa —admití mientras también se encendían mis mejillas.

—Sé que lo sabes —acotó con sinceridad. Entregándome una sonrisa tan genuina y tan suya. No tenía idea de cuanto amaba esa dualidad que se traía.

—Sé que sabes que lo sé —repuse acompañando mi declaración con una risita nasal. Con cada segundo que pasaba me ponía más y más nervioso.

—Sé que sabes que sé que lo sabes —respondió, provocando un poco de asombro en mí. Acabada de darme un dato curioso e inesperado.

—Oh, Eso no lo sabía.

—¡Algo que el señor Kim no sabía! ¡Finalyyyyy! —bromeó exagerando un poco aquella exclamación para hacer parecer nuestras confesiones como una conversación normal. Yo disfrutaba cada gesto risueño y juguetón siendo testigo de esa reacciones tan adorables.

Los dos empezamos a reír con esa simple ocurrencia y mientras más intentábamos calmarnos más risa nos provocábamos, no podíamos parar, simplemente al mirarnos a los ojos nos volvía a caer otro ataque de risas. A mí, por los puros nervios y a él, creo, que porque se contagiaba con mi risa.

Al final ya no sabía de qué nos reíamos tanto, pero amé experimentar ese tipo de felicidad, mi corazón estaba lleno de regocijo y calidez.

Cuando al fin conseguimos el cese de nuestro infantil comportamiento, él se encontraba recargado de la pared más próxima y yo me hallaba recargado sobre su pecho.

Tratábamos de recuperarnos y nuestras respiraciones se escuchaban como si hubiéramos hecho una actividad en la que pusimos un montón de esfuerzo físico. Nos quedamos mirando a los ojos hasta que pudimos ralentizar el sube y baja de nuestros pechos y regularizarnos.

Por un momento mis manos se deslizaron por encima de la tela de su polo, sintiendo la firmeza de sus pectorales, ambos nos percatamos de que terminamos invadiendo el espacio personal del otro, pero no me importó mi descaro, pues en ese preciso instante lo único en lo que podía pensar era en que la piel firme debajo de mis palmas y de aquella tela se sentía extremadamente bien y tenía fuertísimas ganas de ir por más.

Me quedé idiotizado con la imagen de su mandíbula afilada sus labios entreabiertos con ese lunar justo debajo de su belfo inferior, desde aquel ángulo, era la mejor vista que hubiera podido disfrutar en mi arcaica y larga vida.

Lo siguiente que supe fue que sus manos se ciñeron a mis costados, tomándome por la cintura, al mismo tiempo en que mis labios fueron presionados por los suyos.

Mi corazón palpitaba con la fuerza de un huracán. Mis labios sonreían y respondían a sus deliciosos besos al mismo tiempo.

Mis manos pasaron de su pecho a los laterales de su esculpido y pálido rostro.  Esa noche me aferraría a su compañía, esa noche le entregaría todo lo que quisiera y le placiera tomar de mí.  Esa noche al fin podría ser suyo.



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Lo tomé de la mano y lo halé con poca sutilidad.

—Ven conmigo, hay algo que quiero mostrarte —le pedí sonriéndole mientras lo arrastraba hacia el espacio del estudio dedicado a la creación de esculturas.

—¿Creaste alguna pieza nueva? —preguntó sonriéndome devuelta y luego mirando alrededor con curiosidad.

Cuando llegamos a la pieza que buscaba, la escultura de un metro y medio de alto con la figura del abuelo de Jeon; le pedí a Jungkook que empujara el escroto de la pieza hacía arriba para que se hundiera.

—¿Qué? !No pienso hacer eso! —se negó con total seriedad.

Me crucé de brazos sin poder evitar reírme.

—Pues sí no lo haces, no podrás conocer el Domo.

Sus ojos se agrandaron con sorpresa y asombro. ¡Dios! Esos cambios de expresiones me traían al borde de la locura.

—¿Es en serio? —Sus ojos se ensancharon con desmedida, en total sorpresa al alternar su atención entre la pieza y yo.

—Sí, está es mi entrada —aclaré señalando la pared detrás de la escultura—, además de esa hay otra en la planta baja, detrás de una gárgola dorada con forma del halcón. Es para uso de Jeon y los demás, está solo la utilizo yo.

Él se quedó por un instante observando las formas genitales de la escultura, antes de apretar y empujar.

—Lo siento mucho, señor...

—Jeon... es el señor Jeon Hyungmin, tu tatarabuelo.

—Perdóneme, abuelo —se disculpó rápidamente. Hizo varias reverencias hacia la pieza mientras la puerta del pasadizo de abría dejando paso a unas escaleras—.  Esto era necesario, perdón.

Yo solté varias carcajadas por lo adorable de su comportamiento, él iba en serio con la disculpa.

Sus ojos brillaron con emoción al observar la entrada abierta.

—Después de ti —dije y no terminé bien  la frase cuando él ya se encontraba bajando las escaleras.

¿Cuándo se volvió más rápido?

Bajamos un piso y otro más, encendí las luces dejando ver un espacio de grises paredes construidas con el mismo concreto reforzado propio de las bóvedas de un banco. Las luces continuaron encendiéndose en una larga fila mostrando un interminable y lúgubre pasillo.

Recorrimos el largo túnel subterráneo de 10 kilómetros en un carrito de Golf que él quiso conducir, hasta llegar a la trampilla que se hallaba a unos pocos metros de nuestras cabezas. Era la entrada hacia el Domo.

Bajamos la escalera plegable y lo dejé subir primero.

—Después de ti —repetí divertido.

"No existen las palabras"

Era una frase evocada por su expresión maravillada. No cerraba la boca ni se borraba su sonrisa sorprendida al pisar las alfombras que cubrían el suelo del Domo.

Por encima de nosotros se alzaba con esplendor hacia el firmamento la gran burbuja de vidrio templado a prueba de misiles, la cual mostraba la vegetación que la rodeaba tal cual como si no estuviéramos encerrados en lo absoluto, como si nos encontráramos al aire libre en medio de la naturaleza, con la luna y las estrellas más cerca y brillantes que nunca.

El emperezó a explorar los rincones del lugar con intrepidez y curiosidad, mientras yo encendía algunas luces y el aire acondicionado.

—Es... Es...

—Hermoso, lo sé —le ayudé porque parecía no encontrar las palabras para describir lo que veían sus ojos—. Es lo más hermoso que alguien pudiera ver.

—¡Eso no es del todo cierto! —me contradijo con el ceño fruncido.

Por un momento me miró como si le hubiese ofendido lo que dije. Pero luego sonrió con picardía.

—No existe algo o alguien que pudiera ser más hermoso que tú —Su rostro y la forma en que me miraba decía mucho más que aquellas palabras, había adoración y fascinación en sus expresión.

No pude evitar sonreír como un tonto adolescente enamorado ante sus palabras y la cadencia de su mirada.

«Definitivamente tú lo eres». Pensé antes de dejarme llevar por mi deseo de besarlo y lanzarme hacia sus fuertes brazos.




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Nos besamos hasta que nuestros pulmones desesperaban por un poco de aire. No supe en qué momento nos habíamos tirado a la cama.

Él se sentó sobre las sábanas que antes estuvieron arregladas con pulcritud y luego de nuestra invasión empezaron a descomponerse. Se quedó contemplándome mientras yo continuaba acostado de costado apoyándome sobre mi codo derecho y luego empezó a trazar líneas con las puntas de sus dedos, desde mi cuello hasta mis clavículas que sobresalían a la vista por mi posición.

Sentí que mi ropa le estorbaba a sus manos para poder llegar a mi piel. Me senté tal como lo hizo él. Tomé el borde inferior de mi polo y lo empecé a subir con la intención de quitármelo, sin embargo, sus manos me detuvieron en el acto.

—No te lo quites —me frenó de golpe haciéndome sentir muy avergonzado—. Quiero hacerlo yo —aclaró ante mi mirada confundida por el shock.

Me sacó toda las piezas hasta dejarme ropa interior. Él también se quitó todas sus prendas excepto dos de ellas. Una era su bóxer negro que resguardaba su notable hombría, un enorme bulto que me llenó de expectativas y me provocó morder mi labio inferior más de una vez; y la otra se trataba de algo que me dejó ligeramente asombrado, pero al mismo tiempo confundido. Era uno de esos talismanes. El pañuelo estaba enroscado en por encima del su tobillo de su pie derecho.

Él se percató de que una vez que puse mis ojos en la prenda, no pude volver a desprenderlos.

Él empezó a titubear un poco antes de darme una explicación. Cuando le miré el rostro para prestar la debida atención me devolvió una sonrisa que podría calificarse como culpable.

—Espero que no te moleste que lo use. Es que tío abuelo se quedó con mi colgante y decidí usar este pañuelo porque también me lo regalaste tú.

No supe qué decir, la verdad fue un poco decepcionante, pero su justificación no debía hacerme sentir de esa manera, pues era muy cierto que yo mismo se lo di. Sin embargo, él sabía cuanto me molestaban esos talismanes y aún así lo estaba usando. Quería creer en su excusa, pero era inútil no dudar.

—¿Taehyung? —me llamó por mi nombre acaparando toda mi atención.

Me había quedado pensativo frente a él y le encontré mirándome con preocupación en sus expresiones. Sin saber que al llamarme por mi nombre despertó un torbellino de emociones que me hicieron mandar al diablo todo el asunto del talismán.

Aquella noche era una oportunidad que estaba esperando con todas las ansias de mi ser, no debía desperdiciar ni un segundo en cosas que tenían importancia en segundos planos. De todos modos, ya no era capaz de escuchar los pensamientos de nadie, ni siquiera en los días que Nayeon estuvo devuelta en la mansión. Así que, ¿qué caso tenía?

—Uhm —le regalé una sonrisa coqueta antes de halarlo hacia la cama, provocando que yo cayera con la espalda contra el colchón y él sobre mí.

Nuestras pieles calientes tan juntas que sobresalía a simple vista el contrate de sus picmentaciones, él era tan blanco y pálido como una pieza de porcelana, que me hacía parecer de raza occidental por el sutil bronceado de mi tonalidad.

El rió suavecito y me giró sin esfuerzo y con la ligereza de una pluma. Era fuerte y me excitaba mucho que me moviera a su antojo. Resentí la falta de su peso sobre mí cuando me encontré estando encima de él.

Le di un poquito en los labios antes de sentarme sobre su pelvis, provocando el roce de nuestras partes íntimas por sobre las telas de nuestra ropa interior. Sentir su dureza me hizo jadear bajito.

—Jungkook —articulé con voz suave y airosa por la excitación.

—¿Sí? ¿Me dirás lo que deseas? —preguntó con voz ronca y profunda moviéndose suavemente y provocando cierta fricción que me sacó un gemido involuntario.

Él acariciaba cada parte de mí que sus manos podían alcanzar, llevándome a un universo donde podía flotar en el aire. Mi piel ardía por donde quiera que él dejaba la estela de sus trazos. Sus caricias ya eran mi perdición.

—Quiero que me hagas tuyo.



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El sucumbir al acto más elevado del pecado se sentía tan correcto porque él me trataba como si yo fuese una pieza tan delicada y frágil como el cristal, como la persona más valiosa que existiera en todo el radio del cielo a la tierra.

Sus ojos me veían con aquella adoración, no con la que se sirven las deidades, sino con la fuerza que te atraía y te decía a gritos mudos que eres aquella persona destinada para el dueño de esos orbes.

Con él no solo me sentí deseado, pues mientras me llenaba, me transmitía sus propias emociones con el lenguaje de su cuerpo y de sus expresiones. Su piel pálida cubierta por el sudor, cada simple gesto, cada contorsión que se formaba en su precioso rostro, cada toque sublime y vertiginoso de sus habilidosas manos, el compás del movimiento rítmico y cuidadoso de sus caderas, cada embestida lenta y deliciosa, su respiración errática, los jadeos y gruñidos involuntarios que se formaban en su garganta, cada fibra de su ser junto a esa forma única en inigualable de mirarme.

Me volvía loco con aquella manera de tocar todo mi cuerpo. Como quien rendía un sublime tributo a mi entrega total, como si yo fuera algo que no mereciera tener, como si aún estando nuestros cuerpos convertidos en uno solo en ese instante no lo pudiera creer.

Era fácil dejarme llevar por él, sintiéndome flotar y casi al estallar por tantas emociones juntas.

Era evidente que todo cuanto practicábamos bajo la luz de aquella luna, no era simple necesidad, no era un simple acto sexual, lo que estábamos haciendo era mucho más que una vana búsqueda de plenitud. Nunca sentí estremecer mi cuerpo de esa manera tan poderosa una vez tras otra.

No podía negarme a mí mismo que ya era suyo, solo podía ser suyo y de nadie más.

Yo no era el único que se entregó esa noche. sentí como si me estuviera rindiendo todo de sí mismo, haciéndome saber que me pertenecía, que no solo yo era suyo, sino que también él también era mío, que nos
pertenecíamos.

—¿Te... he hecho daño? —su voz ronca y preocupada me sacó de mi
obnubilación.

El cese de los movimientos de sus caderas provocó que todo de mí, desde adentro hacia afuera, lo resintiera en sobremanera. No quería que se detuviera, pero lo hizo porque en algún momento, unas lágrimas se empezaron a deslizar por mis sienes hasta morir en mis cabellos y orejas.

Mis ojos eran una pequeña fuente brotando, más aquellas lágrimas no surgían por algún dolor, sino de pura y genuina felicidad. Nunca me había sentido más feliz y pleno, nunca en mi larga vida.

Le entregué una sonrisa comprensiva y luego hice un aegeo de molestia fingida. Necesitaba que siguiéramos y no me atrevía a decirlo con la misma facilidad con la que él dice ciertas cosas.

—Claro que no, bebé. Mis lágrimas son bonitas porque son de felicidad —yo me removí y me eché hacia arriba haciendo que él se volviera a hundir dentro de mí, provocándole una media sonrisa que fue creciendo hermosamente hasta que sus ojitos se llenaron de preciosas arruguitas a su alrededor.

—Sí, seguro —respondió viéndose más tranquilo.

—Por favor, sigamos, no pares, bebé, no quiero detener esto —me atreví a pedir impaciente, sintiendo mis mejillas arder.

Arqueó una ceja de forma socarrona y pensé que empezaría a burlarse de mi obvia necesidad de él.

—Debería molestarme cuando me llamas así, pero eres tú y no soy capaz de enojarme contigo.

No se burló de mí como esperaba.

«¿Se afectó porque le llamé bebé?».

Sonreí con picardía ante el pensamiento.

—Me gustaría hacerte enojar un poco, bebé. Te ves tan caliente cuando estás serio y demandante—confesé sin pensar antes de morderme los labios.

—¿Ah sí? —inquirió levantando una ceja y con una sonrisa maliciosa al salir de mí. Se puso de pie y
me ordenó mediante señas para que yo hiciera lo mismo—. Alguien lo pidió y alguien lo tendrá.

Me encontraba caminado hacia uno de los espacios donde no había muebles, uno de los dejaban al descubierto la gran vidriera de la estructura desde su cimientos. La vista hacia el oeste, era una de mis favoritas, me empujó con suavidad hacia la pared y luego casi me aplastó entre el frío cristal y su ardiente cuerpo dejándome sentir su respiración ruidosa desde atrás.

Empezó a repartir besos por mi nuca erizando cada vello y poro de mi cuerpo. Quise extender una de mis manos hacia atrás para alcanzar su cabellera, pero él me lo impidió interceptándola y colocándola al frente, quedando apoyada en la fría pared.

—Pon la otra mano de la misma forma —su voz ronca tan cerca de mi oído me alteró la presión arterial y dejé salir varios jadeos bajitos sin ninguna vergüenza —, necesitarás apoyarte.

Con su brazo izquierdo rodeó mi cintura y con la mano derecha me tomó por el mentón haciendo girar mi rostro hacia un lado, estiró su cuello para alcanzar mis labios y me besó de una manera intensa y diferente.

Succionó mis labios como si de una bebida con pajilla se tratara, mordió con dulce suavidad y lamía de forma sensual después de cada mordida.

Cuando dejó de jugar con mi labios volvió a mi nuca, dejando allí, y a los lados de mi cuello, varios chupetones que de ser yo una persona normal seguramente dejarían marcas que durarían por varios días.

—¿Listo para obedecer a tu bebé? —solicitó con voz ronca y demandante, pero entrecortada por la irregularidad de su respiración.

La excitación en mí era exorbitante, me traía loco, tanto que me convertiría en su esclavo de por vida, no me negaría a nada, estaba dispuesto a complacerlo en todo lo que me pidiera.

—Eso no se pregunta, me tienes como quieres —respondí sintiéndome estremecer por la cercanía de su desnudez con la mía.

Lo quería llenándome otra vez, lo necesitaba, pero no iba a decir nada porque en ese instante tenía que aguantarme y limitarme a obedecerlo. Me excitaba tanto seguirle el juego.

—Quiero que te muevas para mí —exigió con un susurro rasposo y excitado. ¡Por los Dioses de la montaña¡, era tan sexi—. Que te muevas rico para tu bebé.

Apretó más su agarre sobre mi cintura, siñendo su brazo para pegarme a él, su carne dura, caliente y goteante rozándose contra mi retaguardia. Mi vientre ardía y mi espalda se arqueó en el acto. tomó el tronco de mi palpitante falo con su mano derecha mientras su rostro descansaba sobre mi hombro, escuchaba su respiración irregular y me llenada más de deseo que nunca, su mano en mi miembro no se movía y me quedé esperando ansioso a que
lo hiciera.

Su carne dura buscó mi entrada a tientas, por mi parte me hice hacia atrás para ponérsela fácil, fue entrando sin necesidad de usar sus manos como si nuestros cuerpos se reconocieran y todo fluyera con la naturalidad del caudal de un río que termina desembocando en el mar.

Una vez que estuvo por completo dentro de mí rozó su pronunciada nariz en todo lo ancho de mi espalda alta y repartió besos dulces que luego se convirtieron en excitantes chupetones y húmedos dibujos con el pincel de su lengua.

Mi carne palpitaba en la estrechez de su mano.  Sentía que iba a enloquecer por tanta excitación y deseo.

—Ahora, quiero que te muevas despacio, que no se salga nada ni
Delante ni detrás.

Tan solo de pensar en lo que pretendía,  mi cuerpo entero se estremeció y me fue inevitable dejar salir un fuerte gemido mientras cerraba los ojos y me mordía el labio inferior para ocultar una sonrisa.

—Hazlo para tu bebé.

Más gemidos se formaron en mi garganta y los estuve dejando salir al mismo tiempo que echaba mis caderas hacia adelante, mi miembro duro se deslizó suave y apretado por el interior de su mano, mientras mis nalgas se separaban de su pelvis dejando esa sensación de vacío en mi entrada, también esa sensación deliciosa mientras casi salía todo de mí.

Él me invitaba a repetir el acto, indicándome que lo siguiera haciendo lento, lento, muy lento.

Cada repetición me hacía estallar la cabeza. Mis brazos, que se apoyaban en la pared, pronto comenzaron a temblar; mis piernas luchaban por no flaquear, era demasiado, más de lo que podía aguantar. Cada sensación era torrencial y estimulante. Me incitaba a querer más.

Deseaba, necesitaba ir más rápido, pero tenía que obedecerlo. Era tan placentero seguir su juego, pero al mismo tiempo tan torturador y desesperante que me hacía poner los ojos en blanco por el exuberante placer.

Se sentía delicioso, verdaderamente rico, pero también aumentaba la urgencia de que él me embistiera. Me provocaba que lo necesitara más, de una forma irrevocable y alucinante.

Mis labios y mi boca estaban resecos de tanto jadear y gemir. Abrí los ojos y lo descubrí deleitándose con las expresiones y contorsiones de mi rostro mientras me observaba a través del reflejo de la pared cristalizada. Le sonreí con sorna a su reflejo y luego me relamí los labios hasta que los sentí bien hidratados. Todo sin parar el movimiento lento y enloquecedor de mis caderas.

De pronto soltó un gruñido poderoso, me hizo hacia atrás sin ningún esfuerzo, haciéndome quedar en una posición bien encorvada, y luego empezó a embestirme exactamente como tanto lo había deseado.

Los fuertes gemidos no se hicieron esperar. Mi imagen a través de la pared lo había provocado y yo me sentí más que agradecido de que ese simple gesto fuera suficiente para lograr lo que quería.

Mirando hacia la alfombra, mi corazón se sacudía ruidoso, el palpitar de mi vientre era ruidoso y se extendía ramificando estremecimientos por todo mi cuerpo.  Aquel momento era tan idílico que no había forma de describirlo. Sentir sus manos fuertes apretando mis caderas mientras me llenaba de un placer explosivo y enloquecedor. El sudor de nuestros cuerpos mezclándose, el olor delicioso envolviendo el aire y llenando mis pulmones con cada inspiración forzosa, su respiración excitada y salvaje y mis gemidos incesantes armonizando con el sonido de nuestras pieles chocando continuamente.

En ese momento todo desapareció, no existía nada ni nadie más que él y yo, nosotros y nuestros sentimientos desbordados y envueltos en una bruma pasional, nosotros y nuestro innegable amor. Porque estaba seguro de que lo nuestro era algo más que atracción y si lo que sentíamos y lo que significaba nuestra mutua entrega no era amor ¿entonces que maldita cosa era?


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Por favor, no me digan nada. Sé que soy un verdadero desastre escribiendo y soy más decepcionante todavía cuando se trata de estos temas.

Les prometo que hice lo mejor que pude. Tengan piedad y no sean duros conmigo. 😭

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