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Capítulo 21


Capítulo 21

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HABLANDO EN LA CAMA

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⊰─⊱Jeon Jungkook ⊰─⊱

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Salí de la bañera con mi cuerpo resintiendo un frío inequívocamente causado por la fiebre. Sonreí al tiempo que exhalé un efímero y sonoro suspiro cuando encontré una pieza de ropa interior cuidadosamente acomodada sobre la repisa con espejo, un bóxer negro que no dudé en tomar entre mis manos. Mi sonrisa se fue borrando poco a poco al ver la etiqueta que aún no se había retirado de la prenda. ¿Cree que me importa si ya la ha usado antes? Me había hecho la loca ilusión de que la prenda no fuera nueva.

Me atreví a actuar según mis palabras, saliendo del baño solo llevando ropa interior y la toalla colgada a cada lado de mis hombros para evitar que se chorrearan aquellas gotitas que se escurrían de mi cabeza. A pesar de que sentía un poco de frio, tampoco me tomé la molestia de usar la secadora para el cabello, necesitaba una excusa para no acostarme de inmediato y usaría la de mi cabello mojado.

Él estaba esperándome de pie, cerca de la salida, con un vaso en la mano estando a la mitad de agua y con una pastilla en la palma de la otra. Su seño se arrugó tenuemente al fijarse en la notoria humedad de mi cabello. Puse la excusa planeada de que la fiebre tiende a prolongarse con lo caliente y él sonrió pequeñito asintiendo con la cabeza, intentando ser comprensivo.

—Solo debías poner el modo del secador en temperatura normal —me recordó, señalando la pastilla con un lindo gesto de cabeceo y acercándose para que yo la tomara.

Yo miré la pequeña cápsula con recelo ¿y si era un somnífero?

—¡Yah!, el aire normal me iba a dar más frio —rebatí con una risita infantil y juguetona tomando la pasilla de su mano y también el vaso—, la fiebre te vuelve un poco friolento, ya sabes —afirmé antes de echar el medicamento en mi boca y tomar un trago de agua mientras sostenía el pequeño bultito debajo de mi lengua, ni loco me iba a tragar eso. Necesitaba mantenerme despierto por un largo rato.

Cuando sus manos quedaron libres tomó la pequeña toalla que yo me había colgado alrededor de la nuca y me solicitó que lo siguiera mientras se dirigía con dirección hacia la butaca cercana a la cama la cual le gustaba ocupar, yo aproveché el momento para sacar la píldora de mi boca y lanzarla lejos, él hizo un gesto que sugería que yo debía sentarme para que él pudiera hacer el trabajo con la toalla, pero en vez de sentarme yo solo me le quedé mirando, totalmente inmóvil y embelesado, aquella belleza que esa cercanía me permitía apreciar mejor.

Era curioso, nuestras estaturas medían prácticamente lo mismo, de forma ideal ninguno tenía que alzar o inclinar el rostro para conectar miradas. Sin anular esa conexión que permitía mirar mi propia silueta en esos claros orbes, tomó la toalla por una de las puntas y la deslizó con suma lentitud, acariciando mi piel con ella.

«Dios, esto se siente tan bien. Debería buscar la manera de enfermarme todos los días».

Él miró hacia la butaca que estaba a poca distancia y a cambio me regaló una sonrisa cuando probablemente había entendido que yo no tenía intención de sentarme, solo quería quedarme por siempre cautivo de esa mirada, de esos hermosos orbes tan claros como la luna.

Como si escuchara mi pensamiento sus ojos volvieron a conectar con los míos, y podía decir que con una intensidad que amenazaba con robarme las fuerzas. Silencioso, se acercó un poquito más y empezó a masajear mis mojadas hebras con el lienzo, secándolo con cuidado. Un ligero, pero notorio escalofrío me recorrió de pies a cabeza, sin saber si el motivo fue la fiebre o si fueron todas esas sensaciones que su sola cercanía era capaz de provocar en todo mi cuerpo y mi ser.

—Si tienes frio, ¿no crees que eso contradice tu aversión a los pijamas? —su sonrisa me dejó claro que no me quería importunar con esa pregunta tan franca —a decir verdad, no tengo ningún problema con eso.

Yo le entregué una media sonrisa que sugería mi comprensión al doble sentido de sus palabras y él agachó la mirada, pero sin dejar de hacer lo suyo. ¿Avergonzado, quizá?

Creo que fue mi error el precipitar mis conclusiones interpretando sus palabras a mi absoluta conveniencia. Esa mirada que me atraía como un imán se posó sobre la mía y la sostuvo durante largos segundos, yo rompí ese mágico e hipnótico momento por la necesidad de ir en busca de la vista de sus apetitosos belfos y llamado por la necesidad de ellos ladeaba mi cabeza con suma lentitud mientras iba acortando la distancia que nos separaba, mi corazón se agitaba en una danza magistral y desesperada mientras mis hambrientos y deseosos labios estaban tan cerca de probar los suyos, tanto que hasta podía sentir el chocar de nuestras respiraciones. Pude percibir un tenue olor a alcohol en su aliento y de una forma repentina él solo giró su rostro hacia un lado, dejando su mejilla en lugar de su apetitosa boca que tan desesperadamente deseaba comerme. Se alejó de mí poniendo de forma natural cualquier tema de conversación.

—Hay que curar las heridas de tus muñecas —me recordó—. Tu cabello ya está lo suficientemente seco como para venir a la cama —era evidente su intento de disimulo.

Sentí que el poder abrasador de un tsunami pasó por encima de mí, arrasando con todo lo que en este corto tiempo habían construido mis sentimientos. Me sentí herido, rechazado y más incorrecto que nunca. En ese momento tenía esta pregunta presionando mi pecho haciéndome sentir sucio, indigno y culpable ¿Cómo pude actuar de esa manera con el prometido de mi hermana?

Fui avaro debido a que cuando lo veo quedo inevitablemente ciego por los destellos de su inefable perfección. Es todo lo que he soñado tener, es todo lo que he deseado poseer. Cuando lo tengo tan cerca quiero creer que no es imposible que ese sueño se haga real, y entonces me entrega esa forma tan suya de mirar que me hipnotiza y me hace un ser impensable, insensible a todo lo que no sea él, totalmente irracional, porque lo deseo con una intensidad incomparable. Al descubrir que cuando me miro en sus ojos me siento asfixiado por los sentimientos que florecen en mí, me invita a desearlo de una forma incontrolable, más que a nada en este mundo. Es por eso que su rechazo duele con la misma intensidad.

Cuando hubo terminado de poner un ungüento en mis muñecas, fue tranquilamente a apagar las lámparas que alumbraban con su tenue luz, dejando encendidas solo las dos que yacían a cada lado de la cama. Con pasos serenos y parsimoniosos se dirigió a la cama y luego de acomodarse sobre ella, palmeo ese espacio del colchón a su lado. Yo negué señalando el mueble que se encontraba en el extremo contrario, cerca de la ventana.

—Está bien, me sentaré por allá hasta que me de sueño —mentira, planeaba dormir allí mismo, aunque estaba luchando con el impulso de dejar su habitación y regresarme a la mía, pero no podía hacerle ese desplante aún mayor.

Él no dijo nada y me dejó ser, yo cambiaba posición al sentarme cada dos por tres, él en la misma medida daba vueltas sobre la cama. Creo que así debimos pasar alrededor de una hora, con la diferencia de que él estaba calientito bajo las sábanas y yo tiritaba de frío y tocía cada 15 minutos.

—Si vamos a estar despiertos por un buen rato, ¿no es mejor que la pasemos charlando sobre algo?

Le vi salirse de la cama y venir en camino hacia mí. Mi corazón retomó su anterior frenesí. Sabía que no debía ilusionarme o malinterpretarlo, pero era inútil, igual sentía la felicidad fluir como un río dentro de mi sistema.

»Ven conmigo —más que una orden, su voz aterciopelada parecía emitir un ruego bajito y sutil—. Es evidente que terminarás quedándote dormido ahí.

—Es cierto, no tiene sentido quedarnos despiertos solo en silencio. Pero hablemos aquí —propuse haciéndome a un lado, encogiendo mis piernas que había subido al mueble para crear un poco de calor.

Me arrepentí de no haberme tomado el medicamento o aceptado el pijama, probablemente la fiebre hubiera bajado y no estuviera sufriendo esos escalofríos.

Él no se sentó sobre el mueble como yo esperaba, se agachó frente a mí, acercando su rostro peligrosamente al mío, una tristeza casi tangible me abordó, mis ojos se cristalizaron sin que yo lo pudiera evitar.

«Puedo tenerte así de cerca pero no tengo ningún derecho de tocarte, besarte, abrazarte, acariciarte».

Puso una mano sobre mi cabeza.

—Está totalmente seco —informó sobre mi cabello revolviéndolo con suavidad y brindándome una tenue sonrisa triste —. Pero tu fiebre no ha bajado.

Sus dedos se habían deslizado por mi frente.

Su expresión mostraba real preocupación cuando de repente empezó a hablar muy rápido y dijo que pensaba que no me había dado la dosis correcta de acetaminofeno y quizá debían ser dos píldoras en vez de una. Segundos después, repetimos el medicamento, esta vez tragándolo de una.

En sus manos traía dos rollitos de vendas nuevas con las que volvió a cubrir mis muñecas.

—¿Listo para quedarnos despiertos por largas horas hablando en la cama?

«Seguro elegirías mejor tus palabras si supieras qué lenguaje es el que en verdad deseo que hablemos en la cama».

Casi al instante yo me encontraba a su lado, esta vez sin canalización y sin sedantes de por medio, al menos esta noche sí tendríamos una llena de plática, dolorosamente para mí, como cuñados.

Para empezar, me pidió que le contara en qué cosas soy muy bueno. Yo mencioné: el boxeo, las artes marciales y algunos otros deportes como correr, arco y flecha y Taekuondo, de hecho, tuve un trabajo de medio tiempo en este último enseñándole a niños de 6 a 10 años, allí fue que conocí a Jimin. Él, en cambio, dijo que es muy bueno también en artes marciales y esgrima, igual en ajedrez, pintura en óleo y cerámica. Así descubrí que muchas de las pinturas que están colgadas en las paredes y algunas de las piezas decorativas que había en todos lados de la casa fueron creadas por las manos de la obra viviente más impresionante de todas.

—Hablando de obras y objetos valiosos, mañana desde que despiertes iremos solo tú y yo a buscar eso que perdiste, no lo olvides.

—Ok, sir.

Yo asentí para confirmar su recordatorio mientras él me revolvía el cabello, ya se le estaba antojando como una manía. No sabía cuál era el misterio que encerraba el dije de mi colgante, pero por nada en el mundo me perdería de ir a aventurarme en su búsqueda junto a Kim, pasaría más tiempo con él al día siguiente debido a eso, era todo lo que importaba para mí, total, entre nosotros y esa vieja moneda no podía haber nada que él no supiera de antemano, ya que él estuvo ahí cuando me apropié de ella hace 10 años.

—Háblame de tu vida pasada —me instó.

—¿De mi historia? —intento confirmar, tímido, pero tratando de no parecer retraído.

Él asintió gustoso.

—No hay mucho qué decir, todo se resume en que Nayeon y yo quedamos en custodia del hermano pequeño y solterón de papá cuando él y mamá murieron en un accidente de auto. Yo tenía 8 años y Kakita 5, muy cerca de cumplir 6. El tiempo que vivimos bajo su techo nos hizo trabajar en su negocio de lavado de autos y le importaba un rábano si íbamos o no a la escuela. Yo hacía la parte del trabajo que le tocaba a Kakita para que ella no perdiera sus aprendizajes, mientras tío Heechul se gastaba todo el dinero del seguro en sus vicios de juegos de azar, alcohol, cigarrillos, droga y mujeres. Con lo estrafalario que era, tenía que pagar bien para que le hicieran caso, no por su apariencia a pesar de ser cojo no era nada feo, sino por su irritante forma de ser y de su cruel manía de humillar y maltratar a los que le rodean.

Nuestro tío Chul siempre que trataba de castigarnos se desesperaba porque yo resistía todo sin quejarme y lo retaba para que los castigos de mi hermana los desplegara sobre mí, sin embargo, cuando descubrió que Kakita es mi debilidad, todo lo que...

»¿Q-qué? —quedé alucinado por lo que escuché, pero necesitaba escucharlo una vez más para comprobar que no lo imaginé.

—¡Q-qué! Solo dije que Nayeon también es mi debilidad, ella es muy tierna, tú sabes a lo que me refiero, no me mires así.

Yo ladeé la cabeza, mi boca ligeramente abierta porque aún no salía del shock. Estoy casi seguro de que mis oídos no me engañaron cuando él pronunció muy bajo, pero con la suficiente claridad: "Y tú la mía".

—Siento mucho que tus padres murieran cuando aún ustedes eran tan jóvenes.

Sospeché que interpuso ese tema delicado para conducirme a dejar pasar por alto lo que acababa de oír. Pese a que esas cuatro palabras se repetían haciendo un eco armonioso en mi cabeza, concordé con él, porque creí que era lo más apropiado no insistir, ya que era evidente que lo seguiría negando y yo solo haría el ridículo por creerme algo así.

Una vez que un hombre niega algo, su ego lo empujará a seguir negándolo hasta el final.

—Yo también lo siento —dije aún con el corazón sacudiéndose frenéticamente—, no sabes cuánto. Pero no hubo nada que pudiera hacer.

Mis palabras llevaban doble sentido de tristeza. Y creo que a él no le gustó el camino que estaba tomando la conversación, agachó la mirada y sus dedos comenzaron a juguetear con las sábanas. No parecía querer animarse a decir algo más, así que yo proseguí.

—¿Dónde están los tuyos? —me miró como si mi voz lo acabara de sacar de un trance—. Tus padres.

—También murieron —dijo lento y un poco cortante volviendo a agachar la mirada.

—Lo siento, yo...

Yo me senté recostando mi espalda en el respaldo de la cama. Esta vez me devolvió la mirada abriendo los ojos un poco más grandes de lo usual.

—No te preocupes, eso fue hace mucho tiempo —me sonrió pequeñito desde abajo, una demostración de que todo estaba bien—. Y en realidad no me molesta hablar de ellos contigo.

Sonreí a lo grande porque me emocioné al interpretar que me daba permiso para preguntar sobre su familia.

—Cuéntame de ellos, quiénes eran, qué hacían —mi entusiasmo regresaba.

Él sonrió bonito devolviéndome el gesto, se acomodó mejor subiendo un poco la almohada detrás de su espalda y recostando su cabeza en mi hombro se acomodó para empezar a relatar la historia de su familia desde el inicio.

—La fiebre bajó —mencionó con su mejilla apoyándose sobre la piel de mi hombro.

En verdad me transmitió ese sentimiento cálido y gratificante de que no le molestaba hablar de ese tema tan personal conmigo y una sensación acogedora y arrulladora envolvió mi corazón, abriendo mis sentidos para poner completa atención a lo siguiente que iba a escuchar.

—Mi madre era japonesa, venía de una familia noble y mi padre era un inmigrante surcoreano que servía a la milicia de Japón en la división de infantería, era especialista en combate, numerosas veces condecorado. Debido a una baja que tuvo mi padre cuando fue herido estando mamá en cinta de mí, a los pocos meses yo nací y nos vimos tan afectados económicamente que mi madre tuvo que vender la casa para pagar sus deudas y mudarse con mi hermano y conmigo a un pueblo costero. Vivíamos en una estrecha choza donde el techo no era lo suficientemente apto para retener la humedad y las goteras en tiempos de lluvia o de nieve. Ella no sabía hacer prácticamente nada para trabajar y sobrevivir, así que mi hermano mayor de 12 años, consiguió empleo como ayudante en un puesto de frutas en el mercado.

La voz de Kim de súbito se fue apagando dentro de mi cabeza. Sin saber por qué un recuerdo vino a mí interrumpiendo mi atención en las palabras que fluían de sus labios. La historia de su vida anterior me resultaba familiar. No, la historia de su hermano, casualmente se asemeja a lo escuché en aquel casete de ese cuarto misterioso.

»Mi madre, por otro lado, secretamente empezó a vender su cuerpo para conseguir una vida mejor para nosotros y ahorrar para comprar una pequeña casa. Así de pobre era mi familia.

Yo forcé mi mente para que emergiera y continuar prestando absoluta atención. No podía quedarme sumergido dentro de mis cavilaciones. Después haría esas conexiones que me carcomían la curiosidad. Él apenas me estaba regalando su confianza no debía arruinarlo apresurando conclusiones.

—Y si tu familia era tan pobre, ¿cómo es que ahora eres dueño de un grupo de empresas y de Full Moon?

—Con sangre, dolor y lágrimas.



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Mis ojos se abrieron perezosos mientras mi cuerpo era ligeramente sacudido.

—Jungkookie, despierta —Él estaba de pie fuera de la cama, pero tan inclinado hacia mí que su aliento refrescante con olor a dentífrico chocaba contra mi rostro.

Yo estaba un poco desorientado, pero escuchaba voces lejanas que se entendían con claridad al tratarse casi de gritos.

—Si no me dejas pasar te juro que lloraré frente a mi prometido y le diré que has intentado besarme —¿esa era mi hermana? Mis ojos se abrieron de par en par.

—Perdón por despertarte, pero es Nayeon. ¿Escuchas? —se enderezó viéndose preocupado—. Debes salir de la cama antes de que Jung la deje pasar.

Solo me dio tiempo a pestañear un parde veces cuando la voz de Kakita irrumpió en la antesala de la habitación.

—Taehyung-ssi, soy yo. Voy a entrar.

En movimientos tan precipitados como desesperados él y yo intercambiamos de lugar. Lo vi señalar hacia la puerta del closet, pero ya no había tiempo para alcanzarlo sin que ella me viera, el escondite más cercano era debajo de la cama y me metí sin pensarlo dos veces.

Tuve que reprimir fuerte la risa cuando escuché los falsos ronquidos de Kim.

—¿Ya se te pasó la borrachera? —preguntó Kakita con voz susurrante y dulce. Desde mi posición alcanzaba a ver sus pies con claridad. Le vi soltar sus pantuflas antes de tirarse en la cama junto a Kim. Jamás en mi vida me imaginé vivir una humillación como esta y menos con mi propia hermanita.

El peso de la cama volvió al mismo volumen y los pies de Kakita reaparecieron sobre el piso, a los pocos segundos sus ropas caían esparcidas también.

«¡¿Qué demonios?!».

Sus pies volvieron a desaparecer dejando la ropa tirada, sentí que su peso se volvió a sumar sobre el colchón y Kim se hizo el recién despertado cuando ella dejó de moverse y luego empezó a reír con júbilo. Abrí los ojos con sorpresa cuando ella insinuó que había dormido toda la noche junto a Kim. ¿A caso estaba delirando? El debió estar tan sorprendido como yo porque dejó que ella continuara sin decir una palabra.

Tuve que llevarme una mano a los labios cuando una descarada Kakita mintió acerca de que anoche ella y Kim habían tenido intimidad.

—La noche de anoche será inolvidable para mí —se escuchaba convincente, tanto que, si yo no supiera que no fue así, hubiera salido de mi escondite para encararlos a ambos—. Dijiste que no serías capas de tocarme y por eso nunca pensé que me harías tuya antes del matrimonio.

Sentí el movimiento brusco, pero no era nada de lo que yo pensaba. Ella se bajó de la cama, recogió sus prendas y luego de un par de minutos en los que no se cayó hablando de lo que según ella pasó anoche, se despidió y salió de la habitación como si nada, dejando la puerta corrediza abierta y mi cerebro tratando de precisar qué diablos fue todo eso.

Yo salí de la cama perplejo y Kim, que iba camino hacia la salida, chistó poniendo un índice sobre sus labios en señal de silencio antes de que yo pudiera decir algo. Lo seguí en silencio hasta casi llegar a la puerta.

—¿Como te fue con ellos? —inquirió Jung a mi hermana desde el otro lado del pasillo. El aire se contuvo en mis pulmones.

—¿Cómo que con ellos? —indagó Kakita haciendo énfasis en el pronombre.

«Ay, no».

—Q-quiero decir con el sr. Kim y... y... su enojo —con ese intento tan patético de Jung, me había olvidado de respirar porque pasaron suficientes minutos antes de escuchar lo consecuente.

—Mi futuro esposo no se enojó para nada, al contrario, se puso muy feliz —después de afirmar aquello le hizo prometer a Jung que apoyaría su mentira acerca de lo de anoche. Supe que se retiró porque escuché el tarareo de una canción de su grupo favorito mientras se alejaba. Ella era la que estaba feliz.

Recordé que en la anoche sentí que el aliento de Kim olía un poco a alcohol cuando estuve a punto de besarlo.

—¿Por qué está tan segura de que estabas borracho? Tú no estabas borracho anoche —acoté mientras nos alejábamos de la salida.

—Lo estuve. Pero eso fue muy temprano, muchísimo antes de que llegaras. Pero te juro que nunca le he tocado ni un solo cabello de tu hermana.

—Lo sé —yo reí por dentro por lo hilarante de su declaración, claro que le creía—. ¿Sueles emborracharte con frecuencia?

—No, claro que no.

—Bien, porque no pareces del tipo —le sonreí y él me devolvió la sonrisa con un suspiro de alivio.

—No, no soy alcohólico, pero sí soy un par de cosas más que no parezco.



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Eran casi las seis de la tarde, el sol estaba en un punto sublime y la hierba aun olía a mojada. Estábamos solos en el páramo cerca de la Nave industrial tratando de encontrar mi colgante, mientras Jung nos esperaba junto al auto en las afueras de la entrada. No pudimos ir más temprano porque había estado lloviznando en la tarde, así que decidimos pasar tiempo en su estudio de pintura y luego saldríamos a aventurarnos en la búsqueda cuando no hubiera señales de que fuera a seguir lloviendo.

Como todo en Full Moon, aquel estudio era impresionante, una parte de la sala dedicada a la cerámica y la otra a las pinturas. El lugar estaba repleto de obras y retratos que no tenían ninguna rareza del cuello hacia arriba. Me maravillé cuando encontré tantos rostros conocidos, Eunwoo, Nam, Minho, la dama que siempre acompaña a Nayeon y a muchos otros que no pude reconocer.

Había dos rostros particulares que se repetían en un gran número de piezas, Jin-ssi y también una chica de ojos grandes y avellanados, era muy hermosa.

Había, al menos 5 o 6 retratos de cada uno.

—¿Por qué hay tantos retratos de Jin-ssi? —inquirí curioso, sin quitar la vista del precioso rostro de aquella desconocida que fue pintado con tanta delicadeza.

—Porque es el rostro más perfecto y exquisito que he visto en mi larga vida —respondió mirando hacia cualquier lado, sus labios curvados en una sonrisa mientras sus ojos brillaban mirando uno de los retratos de Jin.

—¿Quién es ella? —no me pude contener e indagué interesado, pero esperando no tener una respuesta agradable para mi gusto.

Él miró hacia la pintura que yo señalaba. Su sonrisa desapareció de inmediato.

—Era alguien sumamente importante para mí, era mi novia —explicó cambiando bruscamente su expresión. Su aura transmitía pura nostalgia y aunque claramente dijo "era", algo se revolvió en mi estómago, como si aquello amenazara con lastimarme, como si lo que pudiera significar esa mujer más allá de las palabras doliera tanto como la misma Nayeon, con la diferencia de que a ella ya la empezaba a odiar.

—¿Era? ¿acaso es alguien que murió?

—Dije "era" porque ya no está conmigo —su voz se había alterado ligeramente de la nada—, probablemente aún vive —agregó, cabizbajo, en un murmullo.

Decidí no preguntar más porque sentí que el recuerdo de esa mujer le afectaba mucho más de lo que yo podía soportar. Sentí envidia de lo mucho que ella pudiera significar para él. Era abrumadora la tristeza que se ceñía en sus ojos. Mi corazón dolió por él y se llenó de un sentimiento negativo y abrumador hacia ella.

Desde ese momento, el rostro de esa mujer no salía de mis pensamientos. Aún cuando la tarde estaba pasando junto a él, aun cuando disfrutaba de su gloriosa compañía, que cada vez se hacía más agradable, aun cuando ya nos encontrábamos en el páramo rondando el lugar donde tuve mi patética pelea con Jung en busca del colgante perdido, su imagen percutía en mi cabeza como algo muy negativo.

—Lo encontré —anuncié después de un buen rato de búsqueda. Metiéndolo inmediatamente dentro del bolsillo de la sudadera con la esperanza de que Kim no fuera a pedirme que se lo mostrara.

Error. Eso pareció despertar más su curiosidad.

—¡Oye! Vine hasta aquí para ayudarte a buscar esa cosa —dijo con el ceño fruncido, pero a la vez reprimiendo una sonrisa—. Creo que tengo derecho a ver cómo es.

Una sonrisa maliciosa fue lo que le entregué cuando empecé a caminar devuelta hacia el auto donde nos esperaba Jung. Me sorprendí cuando fui atacado por la retaguardia, unos brazos aprisionaban mi torso rodeándome desde atrás. Me quedé paralizado, más por todas las emociones que se arremolinaron en mi interior que por la propia sorpresa. Fue un momento inmensurablemente feliz para mí. Sentir ese contacto tan íntimo, su cuerpo tan pegado al mío, su calidez, su respiración agitada chocando contra mi nuca y su risa divertida acariciando mi oído. ¿No era demasiado para mi corazón?

—No te dejaré ir hasta que me dejes ver ese objeto —Dios, su voz y su acento habían cambiado, sonaba más como un niño consentido que como el Kim austero, imperturbable, serio y a veces delicado que casi siempre solía ser. No podía ver su rostro desde mi ángulo, pero casi estaba seguro de que había un pucherito formándose en su deslumbrante rostro.

Quise voltear para no perderme de aquella vista, pero no me lo permitió. Sus brazos arremetían con más fuerza y yo no sería capaz de usar la mía contra él.

—Si repites eso de la misma forma y mirándome de frente, lo pensaré —intenté hacer parecer que tenía la batuta en mi intento de negociación, pero la verdad es que hubiera entregado hasta lo que no tenía por ver esa expresión.

Él iba a decir algo más, pero yo le solicité silencio con un simple chisteo y una señal de mi mano. Vi la espalda de alguien que posiblemente nos estuvo observando de cerca e intentaba retirarse sin que lo pudiéramos notar. Kim me soltó por completo, el debió haberse percatado de algo también. No dudó en colocarse su gorra y cubrebocas antes de seguirme cuando me puse en marcha de inmediato.

Tenía que comprobar si ese era el mismo maldito que me delató con el tío Canas el día que me encontré con Jimin, por su culpa él está en aquella situación. No iba a permitir que me metiera en otro problema, no si el asunto incluía a Kim.



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Fiore está un poco enfermita, pero publicó porque prácticamente el capítulo estaba listo.

Perdonen las faltas...


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