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Amanecí en tus brazos

Como un sueño era el tacto de sus labios por sobre las mejillas pálidas de su novio. La primavera se la encontró en su tímida voz y el sol una rosa pintó en su corazón cuando sus brazos encajaron a la perfección alrededor de sus cuerpos.

Un momento dulce y perfecto era en el que Itadori se encontraba eternamente adormecido al lado de Junpei.

El cielo se pintó de un oscuro solemne, las personas abandonaban sus trabajos para llenar las líneas del metro, esperando volver a casa para cenar y dormir. El frío en esa noche había perdido presencia, se había hecho uno con las estrellas allá arriba; casi imperceptible. Las luces del tercer piso de un complejo con buena reputación se encendieron y una figura se desplomó por sobre el sofá de la sala. El ambiente estaba protegido por un silencio tranquilo, delicioso; parecía que no había nadie en casa.

Itadori observó a su alrededor y con seguridad se animó a cerrar los ojos y encontrar calma con su alma cálida en una danza de dicha. El cansancio que cargaba por sus hombros lo comenzó a adormecer, a llevárselo como si estuviera en un río, llegando a sentir su cuerpo con soltura y un delicioso descanso.

—¡Has vuelto! —se presentó aquella voz que Itadori pronto adivinó como la mejor música que pudo haber escuchado en todo el mundo.

Estaba a punto de caer dormido, ya podía sentir la saliva formar un río por la comisura de sus labios cuando se obligó a levantar sus parpados. En sus retinas se dibujó la figura de un jovencito de estatura promedio, más delgado de lo normal y con ciertos movimientos tímidos.

Junpei le había esperado todo el día. Por la mañana le había avisado que su madre esa noche no llegaría a dormir, hicieron planes y después de que Itadori terminó con sus asuntos, se dirigió a casa de su novio para pasar la noche juntos.

Era algo así como un amor secreto; uno donde ambos encontraban cierto placer y emoción al tomarse de las manos a escondidas de la madre del azabache. Era divertido.

Itadori escrutó la figura de su novio y cuando se encontró con sus ojos, los mares dentro de su corazón se calmaron. Junpei nació con el poder de volver la sangre de Itadori de carmín a un blanco similar al de la espuma del mar o el pelaje de los conejos que habitan la luna. Se deleitó con la piel de su amado, blanca, pero con toques insanos que todavía lo preocupaban y su cuerpo, delgado pero fuerte cuando se trata de recibir sus caricias.

Ante el minuto de silencio, Junpei emitió una risita tan bella que Itadori pudo haberla confundido por el cantar de los gorriones. Esa sonrisa le iluminó el rostro y el castaño salió de su trance para devolverle el gesto. Se levantó del sofá para atrapar a Junpei en sus brazos, quien se encogió de hombros y en un murmuro llamó a Yuuji.

—Perdón por tardar —emitió Itadori, como un susurro. Y se inclinó un poco, lo suficiente para encontrar la marca de un beso que había dejado hace unas noches atrás en el cuello del azabache.

Yoshino sintió que su rostro se calentó. No podía evitarlo, Itadori se había apropiado de sus emociones la tarde en que pasaron el rato hablando de películas. Esa hermosa tarde en que se conocieron y que el río fue el primer testigo de aquellos genuinos sentimientos que tomaron sitio en su corazón.

El azabache negó con lentitud, después levantó la mirada y enredó sus brazos en la espalda baja de su novio. Era un secreto, pero adoraba la espalda de Itadori por lo firme que era y lo bien trabajada que estaba a pesar de contar con diecisiete años.

—No te preocupes por eso —le respondió con esa amabilidad tan respectiva de él. Era lamentable que la mitad de su rostro estuviera tapado por su flequillo, pero Itadori no dejaba de enamorarse de cada una de sus expresiones—. Venga, vamos a la habitación. Renté una película que no he visto, quiero verla contigo y así podemos criticarla ¿sí?

Itadori estaba cansado, los brazos le pesaban y las piernas no dejaban de gritarle lo mucho que se habían esforzado ese día, pero ¿cómo iba a negarse a la petición de Junpei? Esa carita libre de maldad y llena de una inocencia increíble para su edad lo ponían de rodillas.

Tomó aire y con un rostro emocionado aceptó. Yoshino dio un sutil saltito en su lugar y aprisionándolo del brazo, se lo llevó arrastrando dentro de la habitación.

El filme no había alcanzado más allá de la media hora, cuando Itadori ya había vuelto a dormirse, y soñó, y este fue su sueño;

Creyó que aquello no era más que la realidad y en la vida en que se encontró antes de cerrar los ojos era un sueño de verdad. Era el día en que se habían conocido, varios habían pasado tras este y las cosas no fueron sino para mal, pues su cuerpo no respondió ante la escena.

Aquellos grandes y bellísimos ojos de Junpei se habían apagado. Las lagrimas no eran suficientes para traerlo devuelta y los ahogaban; Itadori quería salvarlo, lo amaba y no lo perdería para nada, pero sus deseos se quedaron en un punto de partida en donde jamás despegaron; presenció la deformación de cuerpo y alma del hombre de su vida.

La piel de Junpei se estiró, el chico que era antes se borró para dar paso a una bestia que le imploraba, lo matara. Itadori enloqueció, lo había perdido para siempre y lo supo, pero su cuerpo y alma todavía se negaban.

Junpei ya no era él mismo. A causa de esos miedos y rencores que calló y que Itadori no se esforzó en conocer, sus vidas habían sido separadas y el amor que ambos pudieron compartir, asesinado desde la garganta.

Podían ver como la sangre del corazón que pudieron compartir gorgoteaba.

Itadori no dejaba de pensar. Su cabeza se llenaba de ideas locas e irreales por salvarlo. La hechicería no serviría de nada; la solución era la muerte, su descanso obligado.

Fue entonces cuando lo escuchó.

—Itadori...—era la voz de su dulce Junpei emanando de ese cuerpo deforme y triste—. Mi amor, oye...

Como si hubiese sido castigo suficiente, siendo presa de la desesperación y con sus brazos quietos, la escena fue llenándose de oscuridad. Todo el mundo se apagó y de pronto, Itadori abrió los ojos con el aliento casi muerto.

Estaba sudando frío. El cuerpo le advirtió de la fuerza que el sueño le había robado y tras ver que "El señor de los anillos" seguía reproduciéndose, llevó su mirada a un costado. Se encontró pronto entre los brazos de un Junpei preocupado.

—Estabas quejándote —le dijo el azabache con la frente arrugada. Colocó su diestra por sobre el pecho de Itadori—. Quise despertarte ¿estás bien?

Pero Itadori no respondió. La ventana le decía que todavía era de noche, pero las ojeras en Junpei le contaban del sueño que ya lo estaba dominando. Entonces lo rodeó de la cadera con fuerza, como si tuviera miedo de perderlo. A lo que el contrario respondió con un suspiro de sorpresa.

—¿Una pesadilla? —preguntó Junpei, formando una media sonrisa.

Ahora lo notaba, Itadori no volvió a responder, pero ya no era por miedo, sino por la sorpresa de encontrar a su novio con el flequillo atorado tras su oreja. Pudo ver su rostro completo y tal vez se perdió tanto en él, que Junpei se atemorizó y llenó de inseguridad por la marca de su frente, más, sin embargo, Yuuji embelesado lo admiró con cuidado, con deseo y amor.

Aquella marca que tanto se empeñaba en ocultar ya era parte de él y eso aumentaba su perfección. Itadori amaba cada imperfección con dedicación y a las perfecciones les dedicaba su admiración.

—Di algo o voy a pensar que...

En la cabeza de Itadori las palabras de Junpei no cobraron mucho sentido, simplemente con su boca uniendo sus labios en un beso lento. Tomaron aire, el cual bien podían recuperarlo por la nariz, pero a Itadori le encantaba ver los labios de Junpei tras atacarlos; y volvió a besarlo, pero esta vez de una forma más exigente, como si quisiera comprobar que esta vida no era un sueño y que el sabor de esos labios eran tan reales como el canto de su corazón en ese momento.

Junpei lo siguió, pero cuando sintió sus labios adormecidos, terminó con todo. Por el cuello abrazó a Itadori, montándolo a la vez que hundiendo la cabeza del contrario en su pecho.

—¿Qué soñaste? —preguntó directo, pero no menos preocupado.

Itadori dudó un poco. Tenía miedo a confesarlo, y que, pasados otros días, ocurriera en verdad.

El calor del cuerpo de Junpei le dijo que todo estaría bien, que ni la misma muerte podría acabar con aquello, porque los dos eran muy fuertes.

—Que te perdía —confesó, sintiendo un frío asaltar su cuerpo.

Yoshino enmudeció unos segundos, pero después deshizo el agarre y se sentó por sobre la pelvis del castaño. Lo tomó por el mentón, obligándolo a mantener mirada y qué rosa más bonita encontró Itadori en los labios cansados de Junpei.

—No me voy a ir a ningún lado —le dijo con seguridad y esa dulzura palpable en la agudeza de su voz—. Así que no te preocupes ¿sí? Olvida ese mal sueño y vayamos a dormir.

Dicho esto, Itadori asintió. Apagaron el televisor acordando retomar la película dentro de unas noches y se metieron debajo de las sabanas, en donde Junpei se aseguró de ser bien agarrado por Itadori para que este no tuviera el miedo al abandono. Y así pasaron muchas, muchas horas. 






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