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Z 03762

La lejana música se había apagado hacía unas cuantas horas. Ahora todo estaba en silencio. Ni siquiera el sonido del aire acondicionado se podía escuchar.

A Yanny le hubiera gustado escucharlo una última vez. Era lo único que le traía cierta tranquilidad. Le recordaba a su infancia, a los pocos momentos felices de ella. En aquel entonces, los sistemas de ventilación emitían un ligero susurro en el que Yanny se perdía durante horas. Ahora, habían sido mejorados para no emitir ningún sonido, pues a los Originales les molestaba.

Siempre se trataba de ellos. Los Originales. Ellos son los que debían ser protegidos, los que importaban. Los demás sólo eran simples copias, respaldos que podían perderse, con los que se podía experimentar, sin importar las consecuencias. ¿Algún órgano comienza a fallarle? ¿Necesita un trasplante? No hay problema. Sólo basta con ir a su laboratorio más cercano y pedirle que le extraigan el órgano requerido a su clon. ¿Su clon falleció? Usted no se preocupe, podemos crearle otro.

Yanny era eso. Un clon. Su Original se llamaba Adéline, y era una actriz francesa a la que había visto dos veces en toda su vida: una para darle parte de su hígado, que la Original había dañado con alcohol, y la otra para darle uno de sus riñones.

Hubo una época en la que todos eran iguales, no importaba si nacían de manera natural o artificial. Yanny leyó alguna vez sobre ello. Se preguntaba cómo habría sido vivir en aquella época. Ahora, el mundo sólo estaba dividido en dos: Originales y Clones. Los Originales crecían de manera común: iban al escuela, se graduaban, conseguían el trabajo que más les gustara, quizá se casaban. Por el contrario, los Clones rara vez salían de los laboratorios, y cuando lo hacían, era para ejercitarse. Su único propósito era mantenerse en un estado de salud perfecto para cuando su Original los necesitara. Al inicio, cuando se descubrió el método para la clonación, allá por el 2085, los Clones eran tratados con sumo cuidado. ¡Eran el descubrimiento del siglo! Sus alimentos se seleccionaban rigurosamente, así como los lugares donde dormían y pasaban el tiempo.

Pero cuando algo deja de ser la sensación, el cuidado y atención se desvanecen como el humo de una vela recién apagada. Yanny vivía en la época en la que se comenzó a experimentar con los Clones. Tanto física como psicológicamente. Ya había sido víctima de unos cuantos experimentos. Uno de ellos fue probar cuánto tardaba el ser humano sin dormir. Se estremecía y el nudo en su garganta se formaba de sólo recordarlo. Dos semanas, sin un sólo minuto de sueño. Hubiera muerto, de no ser porque Adéline se enteró de que usaban a Yanny sin su consentimiento.

Así que pasaba su última noche mirando el techo, liso, blanco, vacío. Le hubiera gustado ver las estrellas, y la luna una última vez, pero su cuarto no tenía ventanas. Sólo quedaba revolcarse en la cama, maldiciendo a los científicos, a los Originales, a los Clones que accedían a la tortura, pero sin decir una sola palabra. Con el semblante tieso, forjado por el dolor.

Dolor. Todo: su vida, sus emociones, sus pensamientos. Todo lo que podía recordar estaba relacionado con el dolor. Yanny gritaba las palabras en su mente, pues no tenía permitido hablar, a menos de que se le solicitara.

Sólo había una cosa que había evitado que ella misma se quitara la vida. Creía en algo más. No de las religiones de los Originales, ni de sus doctrinas científicas. Era creyente de que había algo mejor, algo que le esperaba más allá de su propia existencia. Quizá todo era una terrible pesadilla de la que pronto se despertaría. No tardaría en saberlo.

Poco después, logró conciliar el sueño. Durmió tres horas, tal vez dos, ¿qué importancia tenía? Había pasado catorce noches seguidas sin dormir, una más no se veía como algo tan terrible.

El cielo estaba aclarándose cuando una de las enfermeras entró a despertarla.

—¡Hola Yanny! ¿Qué tal descansaste? ¿Lista para las pruebas de hoy?— dijo con su falsa alegría.

—Sujeto Z 03762, sesión en quince minutos.— oyó una voz masculina por los altavoces. Yanny en realidad no era su nombre. Era un apodo de cariño que las enfermeras le habían puesto. Su verdadero nombre era aquel número: Z 03762. Su número de identificación.

—Iré por tu desayuno. Vístete rápido y estaré aquí en cinco minutos. — dijo la enfermera con una sonrisa. Como si de verdad fuera algo bueno.

Eso hizo. Se vistió, desayunó una comida rancia y diez minutos después, caminaba hacia la sala principal. Adéline había dado autorización para que se usara a su Clon para el experimento más grande del siglo veintitrés. Su reputación se elevaría por los cielos. ¡Adéline Feraud había ayudado a dar un gran paso en la historia! Eso definitivamente iba a ser recordado. El experimento consistía llevar a Yanny unos segundos a la muerte y luego traerla de vuelta, para que respondiera a la pregunta de qué sucede después de la muerte.

Pregunta que se quedó en el misterio, pues pasada una hora, el cuerpo sin vida de Yanny reposaba sobre la fría y metálica camilla de experimentación.

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