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Ventos

Me gustaría decir que mi origen fue épico, legendario, memorable. Un milagro tras estar en peligro inminente de muerte. El resultado de siglos de duro entrenamiento. El secreto que se descubre después de toda una trama. Pero no. Mi origen ha sido el más extraño de todos los dioses que conozco.

El principio de mi historia es la única parte que no difiere del resto. Igual que algunos de mis compañeros, yo era un humano cualquiera. Mortal, efímero y olvidable, viviendo una vida que a pocos les interesaría. Quizá lo que más resaltaba era mi gran pasión por la literatura. Leía y escribía muchos cuentos y algunos poemas. El género fantasioso era en el que mi modesto talento se apreciaba mejor. Me sentía fascinado por esa aura que desprende lo inexplicable, lo irreal. Mis historias siempre estaban relacionadas a ello, y de manera más específica, a los cuatro elementos de los clichés de fantasía. En especial aquel con el que me identificaba por algún motivo, el que me intrigaba más y el que inevitablemente resultaba protagonista en todas mis obras: el viento.

Mi personalidad no era más interesante que mi vida, era una persona con pocas pasiones más allá de las letras; no destacaba por mi elocuencia, mi inteligencia o mi belleza, pero no era así en cuanto a mis personajes. Dedicaba horas y horas a crear sus cuerpos y sus personalidades. Escribía y reescribía con sumo cuidado sus historias, para que sus motivos fueran perfectamente razonables. Estaba obsesionado con que todo estuviera conectado, con que cada palabra fuera necesaria para que la historia se sintiera en armonía.

En uno de mis aburridos días cuando una idea que sentía brillante vino a mi mente. Apenas había obtenido mi título de licenciatura en letras, pero aún me faltaban muchos años para obtener un trabajo del que pudiera vivir que no fuera la docencia. Por lo que sostenía mis gastos con un puesto mediocre atendiendo una taquilla de cine, que a las nueve de la mañana estaba totalmente desierta. Comencé a desarrollar mi idea de manera errática en una hoja reciclada que había encontrado entre cajas que estaban arrumbadas en una esquina. Tres horas después, tras haber interrumpido mi flujo de creatividad dos veces para atender a un par de clientes extraños, tenía una trama completa que se había ganado mi adoración, y que no podía esperar para empezar a redactarse. Era perfecta... excepto que sólo tenía un problema: su complejidad era tanta, que plasmarla incluso en un cuento largo de quince o veinte cuartillas resultaba imposible. La solución llegó esa misma noche, mientras confundía precios y cobraba de más o de menos a los montones de gente que venían a ver el estreno de una película esperadísima.

Una novela. La idea era lo suficientemente elaborada para una novela. Pero nunca había escrito una. Y como cualquier novato, creí que quizá sería igual que escribir un cuento, sólo que más largo. Por supuesto, no fue nada parecido a eso. Once meses después, tras una infinidad de bloqueos creativos, capítulos eliminados y teclas desgastadas, a las cuatro de la mañana, escribía el último capítulo. Es difícil describir la sensación tan placentera que tenía. Me tiré en la cama, exhausto.

Mis ojos se sentían como plomo y mi cabeza daba vueltas como si estuviera ebrio. Comencé a perder noción del tiempo y la realidad, aún con los vestigios de adrenalina por escribir la última y más grandiosa batalla. Entonces fue cuando mi vida dejó de ser tan aburrida.

Desperté en otro lugar. Tardé unos segundos en reconocer dónde. Estaba en una habitación amplia, cuyas paredes estaban cubiertas por elegantes ventanales y por cuadros que alababan a una deidad imponente. Todos los muebles y los objetos en ellos estaban colocados de tal forma que construían una simetría agradable a la vista, con el gris como color predominante. Un sitio que conocía a la perfección, pero en el que nunca había estado. Era el dormitorio del príncipe del reino Ventum, Nodin. Lo sabía porque aquel lugar era mi creación. Nodin era el protagonista de mi novela.

Me pregunté si estaba soñando. Incluso en la actualidad sigo sin saberlo. Quizá aún estoy en un sueño. Sin embargo, todo allí se sentía muy real. Observé a mi alrededor. Me levanté de la lujosa cama y exploré la alcoba, temeroso. Acerqué mi mano a una copa vacía que decoraba una mesita de noche, como si esperara que sus trazos dorados se desvanecieran en la nada cuando mis dedos los tocaran. Pero eso no sucedió.

Todo estaba exactamente como me lo había imaginado. Me tomó mucho más que unos minutos asimilar lo que estaba pasando. Lo único en lo que podía pensar era cómo diablos esto era posible.

Mis pensamientos se interrumpieron cuando escuché pasos que se acercaban. Aterrado, busqué a toda velocidad un lugar para esconderme. Lo encontré demasiado tarde. La puerta se abrió y el príncipe Nodin entró. ¿De verdad era él? Mi mente se quedó en blanco y sólo me dediqué a mirarlo hipnotizado. Fiel a mi descripción. Piel pálida, cabello plateado, ojos grises intensos. La cara fina y la complexión atlética. Era él, no cabía duda.

Entonces, sus ojos se cruzaron con los míos. A pesar de que yo era su creador y lo conocía con absoluta precisión, no supe qué esperar. El príncipe tenía una personalidad soberbia, característica de la realeza de Ventum. Por un segundo, no vi expresión alguna en su mirada. No duró mucho, pues de inmediato, su presencia intimidante desapareció y se convirtió en una pila de miedo y sumisión.

—¡Fue mi error! ¡Lo siento! ¡Juro que no lo volveré a hacer! ¡Sólo por favor no me castigue! ¡Haré lo que sea!— exclamó, poniéndose de rodillas ante mí.

Permanecí en silencio, confundido. ¿Acaso me confundió con el rey? No era posible. Ni siquiera él podía controlar a su hijo rebelde . ¿Quién era yo en ese mundo? Sin percatarme, supuse que quizá era un personaje nuevo, un trozo del escenario más que una persona en sí. Pero Nodin parecía temerme en extremo. ¿Por qué? Nunca me había visto

¿O tal vez sí? Miré el espejo en el que ya había visto mi imagen antes de que Nodin llegara, esperando ver una especie de cambio. Quizá había entrado en el cuerpo de algún personaje al que Nodin le temiera. Pero no. Seguía teniendo mi rostro mundano, incluso la ropa con la que me había dormido. ¿Qué se supone que debía hacer?

Por suerte, no necesité preguntar. Al ver que yo no respondía, dijo:

—Por favor, le suplico que me perdone, gran señor Ventos.— y entonces todo cobró algo de sentido.

Ventos era uno de los cuatro Dioses de aquel mundo. Terra, Aqua e Ígnis eran sus compañeros y juntos eran los dominantes supremos de los elementos. Debido a mi preferencia por su elemento, Ventos era el más poderoso, con una personalidad heroica y humilde. Era el maestro más sabio, el castigador divino. No obstante, en toda la novela, Ventos era el único que jamás reveló su forma física. La había imaginado parecida a la concepción artística de Zeus, pero nunca la describí en mi historia. Los personajes sólo podían oír su voz y ver sus ojos. Unos bellos ojos grises como el cielo nublado e imponentes solo dignos de un dios. Pero los míos eran marrones, aburridos y tan comunes como los coches en la ciudad.... ¿cómo? Miré de nuevo el espejo. Entonces vi el cambio. Mis ojos eran idénticos a los de Ventos.

¿Yo era la forma física de Ventos? Qué decepción se iban a llevar.

Nodin aún esperaba una respuesta.

—Yo... no vengo a castigarte.— fue todo lo que salió de mi boca.

Su expresión cambió radicalmente. Pasó a ser confusa, pero aliviada. —¿No?

¿Y qué tenía que decir ahora? Comencé a desesperarme. Cuando escribía la novela y me quedaba sin ideas para un diálogo, podía tomarme una pausa, estirar las piernas, ir a tomar algo y regresar con la mente despejada. Pero ahora tenía sólo un par de segundos para responder antes de hacer un ridículo.

Lo primero que se me vino a la mente fue decirle la verdad, pero pude imaginarme la escena:

—Lo siento, te equivocas. Yo no soy el señor Ventos, soy... el autor de una novela en la que tú eres el protagonista. No sé cómo llegué aquí ni porqué.— diría yo.

Entonces Nodin me miraría como a un loco y ordenaría que me encerraran en el calabozo por intrusión en el palacio. Descarté la idea; creé los calabozos del reino un día en el que vi una película de terror y se me ocurrió hacerlos inspirados en los monstruos que salían allí. No pensaba enfrentarme a eso. Tuve que pensar en otra cosa.

—No.— dije. Una idea se me vino a la mente para saber qué estaba pasando sin que Nodin lo notara. —Sé lo que hiciste, pero... yo no soy un Dios injusto. Quiero oír lo que tienes para decir. ¿Qué fue lo que realmente pasó?

Intenté ponerle todo el tono calmado que el sabio Ventos tenía, rogando para que me dijera todo, temiendo que mi voz hubiera sonado nerviosa. Por fortuna pareció no notar eso último. A los pocos momentos del diálogo de Nodin, me alivié al saber que su error era parte de la historia que yo había escrito. Lo había cometido al principio de la novela. Una noche, en la que se había escapado para irse de fiesta con la princesa del reino Aquarius, divisaron un barco que venía del quinto reino. El de los neutrales, gente que no pertenecía ni adoraba a ninguno de los cuatro elementos. Un equivalente a los humanos. Nodin decidió hacerles una broma que fue demasiado lejos. Usó sus poderes para crear una tormenta junto con Nami, la princesa del agua. Nodin no pudo controlar la velocidad del viento y sin querer hicieron que el barco que hundiera, matando a la mitad de los pasajeros. La mitad que sobrevivió llegó a las cuatro islas elementales, y habían comenzado a cometer crímenes de venganza en las ciudades. Ígnos, reino del fuego, había reportado varios robos y atracos, en Terraria hubo algunos asesinatos, y en Aquarius se había mandado una alerta porque poco después del incidente del barco, Nami había desaparecido. Nadie sabía aún que Nodin era el causante de todo aquello.

Viví mi propia novela desde ese momento, hasta el final. Todo el tiempo siendo el gran señor Ventos, que ayudaba a los nobles de corazón de su reino, y castigaba justamente a los que no lo eran. Desde los primeros crímenes, hasta la guerra que se arma entre los cuatro reinos a lo largo de la novela. Todo se vio tan real. Fue como estar dentro de la película basada en mi novela con la que siempre soñaba. En los ratos que estaba solo, probaba los hechizos y movimientos que yo mismo había imaginado para controlar los elementos. Y funcionaron eventualmente. Aprendí a controlar el viento casi a la perfección. Incluso llegué a conocer a los otros tres Dioses. Me he hecho buen amigo de ellos. Tal vez esté enamorado de Ígnis.

Pero nunca he vuelto a saber de mi vida anterior. Tampoco he descubierto cómo llegué aquí. He pensado en muchas posibles formas de saberlo, pero no tengo la valentía para probarlas. Quizá es que estoy muerto y esta es la siguiente vida. No lo sé y no tengo idea si lo sabré algún día. Por ahora, mantengo mi verdadero origen en secreto. ¿A quién le alegraría saber que el gran señor Ventos en realidad es un escritor mundano que trabajaba en un cine?

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