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Capítulo 8


Control de emociones

Beth



Me dejé llevar y recosté la cabeza sobre su hombro por unos largos segundos, y hubiese permanecido asi de no haber sentido su cuerpo tensarse.

Sin decir palabras, nos separamos y el íntimo momento pasó.

—¿Estás bien? —preguntó él atento, escaneándome el rostro con preocupación evidente. Mi cuerpo comenzaba a liberar la tensión acumulada.

Nuestras miradas hicieron contacto, él era alto, yo casi tan como él.

Un grupo de ruidosos abrió de un golpe la puerta metálica del edificio entre gritos y palabras soeces. Aldemar llevó su mano derecha a mi hombro e hizo algo de presión, gesto que yo interpreté moviéndome unos pasos hacia el lado izquierdo.

Justo en ese momento, el grupo de adolescentes bajo las cortas escaleras hacia la acera pasando a nuestro lado encaminados calle abajo.

Eran tres chicos y cuatro chicas, al parecer todos habían bebido de más a pesar de que legalmente la edad para consumir alcohol fuese los veintiuno.

No era un secreto que muchos jovencitos comenzaban a beber desde temprana edad, hecho que se convirtió con rapidez en otro problema social más en la larga lista. Me di cuenta de que uno de los chicos se detuvo unos segundos y miró a Aldemar con reconocimiento. El muchacho sonrió:

—¡Mi pana Aldemar, que bueno verte por aquí! – gritó antes de continuar caminando junto a sus amigos. Más adelante los oí estallar en carcajadas.

Aldemar pareció arisco y no volvió a mirarme de frente. Al contrario, se movio unos pasos para alejarse de mi mientras echaba un vistazo a la puerta metálica del edificio.

—Lamento mucho el mal rato que Carlos y Joel te hicieron pasar —dijo en tono avergonzado—. Si sirve de algo, te pido perdón por ellos —añadió. Aquello último fue, a mi juicio, un gesto único, mas no supe que decir.

—Desgraciadamente mi primo no va por buen camino —Lo oí agregar, volvió a mirarme breve y rápidamente mostrando una tímida sonrisita. Aún se me hacia difícil asociar a Aldemar con el delincuente de su pariente.

Tampoco quería parecer entrometida con preguntas sobre su primo.

—Que mal. —Me limite a decir, entre tanto caminaba para estar más cerca —. Ya estoy más tranquila, pero tremendo susto que me llevé. —De mi boca se escapo una risita nerviosa que me hizo sentir pueril.

—Tranquila Beth, cualquiera en tu lugar estaría temblando todavía —comentó Aldemar con su voz ronca y suave. Al oírlo, no quería apartar la vista de su rostro deseando que su mirada hiciera contacto con la mía. Nadie antes acorto mi nombre de origen Hebreo, nadie antes me llamo Beth.

No exagero cuando digo que, después de sus ojos azul grisáceo con aquel aire de tristeza inexplicable, me atraía su voz masculina y ronca—. Estás allá arriba en el cumpleaños de Marialejandra. No debiste salir sola, esta zona es muy peligrosa.

Era claro que no tenía necesidad de preguntar, probablemente él conocía e incluso iba a clases con la mayoría de las personas en la fiesta.

Sin embargo no me gusto su consejo. En ocasiones, me mostraba algo sensible cuando las personas sugerían de manera directa o indirecta mi ignorancia. Lo tomé como un regaño que, evidenciaba lo ingenua que yo era en muchos sentidos.

—Se cuidarme sola, no soy un bebé — le contesté en tono cortante y enseguida lo lamenté. Si había una posibilidad de que extendieramos la conversación desapareció en ese momento.

—No dudo que puedas cuidarte sola en otras circunstancias pero te aconsejo que subas con tus amigos, Carlos y su amigo no son los únicos peligrosos por aquí —dijo levantando ambas manos y ladeando un poco la cabeza.

Después de emitirla, mi contestación me pareció fuera de lugar. Estaba más que probado que no podía cuidarme sola de tipos como su primo.

—Adiós Elizabeth, ya estamos a mano —dijo. Ya no era Beth.

Aldemar dio media vuelta alejándose.

Por un momento, no entendí a que se refería con eso de ya estamos a mano, pero de inmediato comprendí que hablaba sobre la mañana cuando nos conocimos en el almacén y la ayuda que le presté.

Aldemar no miro atrás, se puso el casco y trepo a su motora con agilidad. El motor rugió fuerte cuando lo encendió, seguido del potente ruido al acelerar para marcharse.

Algo parecido a la frustración me sobrecogió mientras lo veía partir. Unos segundos después, sentí una presión sobre mi hombro que fue suficiente para que soltara un grito.

—Elizabeth, amiguis ¿qué paso? —Yesenia intuyo enseguida, con solo mirarme, que algo extraordinario había pasado.

El tenerla de frente desato mi llanto y le conté todo en medio de un tartamudeo. Sin embargo, curiosamente no mencioné el nombre de Aldemar.

Y hasta el día de hoy, no sé el porqué.

—Dios mío y yo allá arriba bailando. ¡Gracias a Dios que llego el tipo de la motora!

Antonio y Roberto insistieron en que les diera una descripción detallada de los delincuentes pero aquello fue algo que también evadí. Lo único que deseaba era irme a la seguridad del apartamento de mi amiga.

Esa madrugada, mientras buscaba quedarme dormida sobre el colchón de la cama de Yesenia oyendo sus suaves respiraciones, no podía sacar de mis pensamientos a Aldemar y sus bellos ojos tristes.


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