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Capítulo 55



Nuestro adiós

Beth


Me recosté sobre los almohadones exhausta y cerré los ojos porqué me ardían de tantas lágrimas derramadas. Era tanto mi hastió, que me quedé dormida. Fue un sueño intranquilo, de búsqueda. La playa vacía, bancos de arena levantándose y golpeando mi rostro sin piedad. Yo buscaba a Aldemar que llegaba a difuminarse y confundirse con las nubes de arena.

—No, no... —Abrí los ojos, desorientada. No tenía conciencia sobre la hora, si era de día o de noche, me arrastré hasta el borde de la cama y allí volví a cerrar los ojos.

—Elizabeth...ELIZABETH...—Abrí los ojos con el corazón latiendo rápidamente y me incorporé emocionada apartándome algunos mechones de cabellos de los ojos.

— ¡Sal de tu castillo princesa! —Reconocería la voz de Aldemar en cualquier parte. Corrí a abrir una de las puertas de cristal y lo vi de pie al otro lado del portón cerrado, rodeado de la luminosidad proveniente de las lámparas de los postes en la calle. Experimenté una alegría tan grande que, estaba dispuesta a saltar a sus brazos desde ahí.

—¡Ahí estas, princesita de papá! Siempre protegida en lo alto de tu torre creyéndote con derecho a humillar a los demás y cogerlos de pendejos. —Lo vi alejarse hasta la motora para buscar una sencilla y común bolsa de plástico, de esas que dan en los supermercados.

—¡Baja a buscar esto, que es tuyo! —gritó agitando una bolsa plástica con violencia. Oí los perros, la voz de William y la de Micaela, no pasaría mucho tiempo antes de que mi padre saliera y sin vacilar llamaría a la policía—.¡Atrévete a bajar princesa de hielo! —Aún en la distancia pude ver sus ojos húmedos, su nariz roja, y su semblante desencajado.

Sin perder más tiempo, bajé corriendo las escaleras y casi colapsé con una intrigada Micaela a quien pude evadir.

—Es Aldemar —dije sin detenerme.

—Dios santo ¿qué hace ese muchacho aquí? —exclamó llevándose ambas manos a la cabeza.

Corrí a mi encuentro con Aldemar, ya no gritaba. Probablemente había dejado la bolsa plástica tirada frente al portón, marchándose luego. Sin embargo, cuando abrí el portón lo vi recostado de su motora, cabizbajo.

Aldemar levantó la cabeza para mirarme y permanecí de pie a cierta distancia mirándome en sus ojos tristes. La estaba pasando muy mal, su mirada me lo dijo, y yo me moría por abrazarlo, besarlo y confesarle que lo amaba. Pero la farsa debía continuar.

— Vaya que honor, por fin me regala con su presencia —dijo él en tono burlón haciéndome una reverencia— .Vine a regresarte todo esto. —Me ofreció la bolsa plástica alargando su brazo sin moverse de donde estaba.

—Son tus cosas...pensé que las querías de vuelta, porque son la prueba de tu relación con una especie de leproso...con un indeseable—añadió y medio sonrió.

Caminé hasta quedar a pocos pasos de él y extendí mi brazo para tomar la bolsa, no quería que se desprendiera de mis recuerdos, pero temí qué si no la recibía, en su rabia los tiraría en medio de la calle.

—Por favor Aldemar. —Ni siquiera sabía el por qué
de mi súplica. Aldemar dejó escapar una seca carcajada sin humor. —Dame eso, y vete —dije tratando de agarrar la bolsa plástica. Entonces fue cuando Aldemar no soltó su extremo, en vez de eso movió sus manos hasta mi antebrazo y halo de mí. En segundos estuve pegada a él, con la bolsa plástica entre nosotros.

—Vine porque aún me niego a creer lo que dijiste antes, quizás soy un iluso, pero no lo puedo evitar princesa. Te amo Elizabeth Velasco —dijo mientras me abrazaba y recorría mi rostro con sus besos. Luché por permanecer estoica, fría, aunque me ardía la sangre con solo sentirlo cerca y percibir su aroma.

Junto ahí me percaté de la presencia de mis padres, los oí discutiendo a medida que se acercaban a nosotros.

—¿Se puede saber que sucede aquí? —La actitud de mi padre buscaba intimidar a Aldemar. —¿Podrías quitarle tus manos de encima a mi hija? —Aldemar dejó caer los brazos a sus costados liberándome.

—Beth...no me hagas esto —murmuró.

—Elizabeth ¿hay algo más que quieras decirle a este joven? —preguntó papá mientras su mirada iba de Aldemar a mí. Me separé de Aldemar y luego de una pequeña vacilación él caminó hacia su motora.

—Vete por favor y no vuelvas a buscarme —Quizás aquello no era necesario. Aldemar alzó la vista y nuestras miradas se encontraron.

Mantuve la mirada fría y altiva aún cuando vi en sus ojos un mudo reflejo de mi dolor. Esta era nuestra despedida, un adiós que yo misma provoqué, pero si él se hubiese girado para volver a mirarme solo unos segundos hubiera visto las lágrimas que eran el silencioso testigo de mi propio dolor. Mas Aldemar no me dedicó otra mirada.

Un fuerte y descontrolado llanto se apoderó de mí. Los gritos abandonaban mi garganta, desgarradores. Perdí el balance y caí al suelo de rodillas, con la bolsa plástica apretada a mi pecho.

—¿Cómo voy a vivir sin él? —grité desesperada. Leonor se arrodilló a mi lado, y extendió sus manos hacia mí queriendo quizás apoyarme y evitarme un golpe. La sentí tratando de levantarme, pero yo lo único que quería era quedarme allí echada, lamentando cada instante que lastimé a Aldemar ganándome seguramente su odio.

—Levántate, hija...—suplicaba mamá, pero yo me sentía como una muñeca rota—. Ignacio, Elizabeth no reacciona—añadió ella preocupada. Ante aquello oí como llamaba pidiendo ayuda a Micaela y demás personas en la casa.

—Ya son muchos problemas con esta niña...pero esto se acaba aquí, mañana mismo te vas con tu tía a Europa— lo oí decir.

—¡Bah! tanto llanto por alguien que no vale la pena —agregó con desprecio.

Yo no dije nada, pero al oír su comentario mi llanto se intensifico. Entonces, mientras era consciente de ser cargada en brazos por alguien a quien no le vi la cara, pero que cargaba de mi con entereza, mi mente decidió que merecía un buen descanso de todo el drama que rodeaba mi vida últimamente. Así sin más, la oscuridad tomó el control y ya no escuché o sentí nada más.


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El recuerdo de esos días después de la forzada despedida se convirtió en algo confuso. Sí, recuerdo como si hubiese sido ayer la intensa y casi incapacitante tristeza que me embargaba por aquellos días. También llegan a mi memoria retazos de conversaciones entre mis padres, como si realmente yo no existiera, sobre mi próximo viaje a Inglaterra. Papá quería desterrarme lejos de Aldemar, a un lugar lejos.

—No crees que nuestra hija no está para viajar —comentó Leonor uno de aquellos días.

—Este es el mejor momento ¿qué vamos a esperar?, que se escape con el tipo ese —contestó él.

  — ¿Por Dios Ignacio, no tienes sentimientos? —Mamá se oía al borde del llanto, pero aparentemente a mi padre no le importaba eso y mucho menos mis sentimientos por Aldemar— .Dejémonos de estupideces, yo decidí que Elizabeth se va con Antonella por algunos meses y punto, después ya veré lo que más le conviene. Deja de llorar mujer, esto nos conviene a todos, dentro de unos meses toda esta situación será un mal recuerdo —finalizó.

   —Eres tan cruel —  murmuró mamá.

   —Soy como soy —recalcó él orgulloso.

Segundos después, lo oí salir de la habitación dando un portazo.

Editado 09/14/2023


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