Capítulo 47
Déjate llevar
Aldemar
Los padres de Beth se fueron de viaje a Europa por dos semanas y ella logró convencerlos para no viajar con ellos, prometiéndoles que antes que comenzara el próximo curso escolar los acompañaría a New York. Según ella, la pareja deseaba disfrutar ese viaje al viejo continente como una segunda luna de miel y no insistieron en llevarla con ellos. Elizabeth me confió que mostró exagerado entusiasmo por el futuro viaje a New York en beneficio de su suspicaz padre.
—Casi salté en un pie y aplaudí como foca, solo para que él quedara conforme —comentó y ambos nos echamos a reír aliviados por esas dos semanas que sus padres estarían fuera de la isla, más aún cuando en pocos días Beth estaría libre de su molesto yeso.
Aquellos días pasaron entre visitas al albergue, pasadías a la playa y ocasionales paseos a través del interior de la isla.
—¿Puedo subir? —articulé mientras Beth me miraba desde arriba con el ceño fruncido, perpleja. Elizabeth no esperaba mi visita y mucho menos verme de pie bajo su balcón con extrañas intenciones.
—Estás loco...—murmuró ella inclinándose sobre el pasamanos en afán de verme mejor. Yo me encontraba al pie de su balcón, después de colarme por el portón peatonal que alguien dejó abierto hacia el interior de la propiedad. La noche comenzaba a cernirse sobre el cielo, hacía varias horas que sus padres habían emprendido su viaje y yo no quise esperar hasta el siguiente día para verla.
Me moví hasta quedar justo debajo del saliente de concreto y ladrillo. Y con una agilidad que no me conocía, sin pensarlo mucho me las arreglé para escalar ayudándome para apoyar los pies en partes de unos ladrillos que sobresalían de la pared. No me detuve hasta no estar dentro del balcón muy cerca de Beth, en ningún momento pensé en las consecuencias de un resbalón y posterior caída.
La expresión en el lindo rostro de mi novia gritaba a los cuatro vientos que apenas creía en mi osadía, pero eso no evitó que me atrajera hasta tenerme pegado a ella para unirnos en un abrazo que terminó con un lento y, intimo beso. En este punto, ninguno de los dos parecía cansado de besarse y acariciarse mutuamente.
—Valió la pena escalar hasta aquí —mencioné sobre sus cabellos mientras permanecíamos unidos en un abrazo.
—Todavía no lo creo, estoy realmente sorprendida con las muestras de esas habilidades secretas —dijo ella en tono de admiración, entre tanto recorría con su mirada mi rostro y sus manos apoyadas en mis hombros. Mi novia ya no tenía el yeso, pero en su lugar, portaba un inmovilizador el cual usaría por dos semanas más.
Acerqué mi rostro al suyo y deposité sobre sus labios repetidos y rápidos besos. Sin embargo, Beth se volvió a pegar a mi pecho y atrapó mi labio inferior con sus dientes de manera firme pero suave, succionando. Cerré los ojos y me dejé llevar en esa oleada de calor que recorría mi cuerpo cada vez que ella me besaba así. Llevé mis manos hasta su espalda para acariciar la suave piel expuesta de su cintura y oí su casi imperceptible gemido. Con bastante esfuerzo abandoné la suavidad de su boca y me separé, está vez procurando alejarme lo suficiente.
No era la primera vez que sentía la necesidad de poner algo de distancia física entre nosotros, porque no creía que ninguno de los dos estuviese preparado para llevar la relación a otro nivel. Tenía dudas y también miedo, pero no me animaba a hablar sobre aquello con Beth, aunque estaba consciente de que tarde o temprano se daría la conversación.
Elizabeth tendió una de sus manos y yo me dejé guiar hasta su cama donde nos sentamos uno al lado del otro, aunque yo me aseguré de que estuviésemos lo suficientemente separados porque cosas como aquella ponían mi cordura a prueba.
—No muerdo gente Aldemar —comentó Beth sonriente y buscando mi aprobación con la mirada, entre tanto palmeaba el colchón en clara invitación a que me acercara. Estaba seguro de que Beth percibía mis dudas y temores quizás porque ella sentía algo parecido, pero por otro lado, sospechaba que Elizabeth no veía las cosas como yo—. Acércate un poco más, no todos los días tenemos la oportunidad de estar solos. —A esa frase yo hubiese añadido, completamente solos.
Dejé escapar una carcajada que significaba más nervios que diversión, mientras ella tomaba la iniciativa de pegar su pierna izquierda a mi derecha. La vi dejar caer una de sus manos sobre mi muslo y acomodar su cabeza sobre mi hombro.
—Adoro los momentos como este ¿tú no? —murmuró mientras yo no podía negar que disfrutaba de su calor y su rico olor corporal. Nuevamente su cercanía comenzaba a hacer estragos en mis emociones.
—Sabes que sí —dije con todos mis sentidos puestos en ella.
Elizabeth se impulsó sobre la cama de manera tal que, sus labios rozaron mi cuello enviando una oleada de placer a través de mi espalda y que fue a terminar en mi entrepierna. Ya antes había experimentado el despertar de mi masculinidad, pero no de aquella forma tan rotunda y uno de mis pensamientos fue que no quería que ella se diera cuenta de lo que sus suaves besos estaban haciendo en mí.
Y es que sentía hasta cierto punto, pena de la reacción de mi cuerpo hacia sus caricias y besos, aún cuando sabía que era natural y que probablemente Beth se sentiría halagada de provocar semejante respuesta en mí. Y como ese momento hubo muchos y, cada vez resultaba más difícil para ambos detenernos, la atracción física entre nosotros era intensa.
—¡Espera Beth, no podemos continuar! —Era común oírme decir aquella frase, entretanto me alejaba de Elizabeth tratando de calmarme aún cuando mi osada novia confesaba no querer que nos detuviéramos.
Y era yo que insistía y le repetía a Beth que éramos muy jóvenes e inexpertos, que debíamos madurar la relación antes de tener intimidad cuando lo cierto era que, la verdadera razón por la que buscaba postergar el asunto era el temor que sentía de contagiarla con mi enfermedad.
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Beth
Amar a Aldemar y ser amada por él colmaba mis días de ilusión. En el día a día de cada encuentro íbamos descubriéndonos y conociéndonos, no solo sobre aspectos como gustos y disgustos; sino intelectualmente. Nuestra manera de pensar de ciertos temas y como nos veíamos en el futuro también era tema de conversación. Y puedo decir que en muchas cosas mi novio y yo éramos muy parecidos, si tomamos en cuenta nuestros valores y creencias, pero había algo que a mí me costó hablar al comienzo donde teníamos discrepancias; el sexo.
En esos momentos cuando las caricias y los apasionados besos nublaban nuestras mentes deseando más, Aldemar siempre era quien detenía el avance enarbolando por excusa nuestra juventud, pero yo sabía que no era solo eso e intuía que se debía al temor que él sentía de enfermarme. Mi novio parecía experimentar pavor al pensar en contagiarme y, no entendía que para evitar algo así existían métodos. Llegó incluso un momento en que Aldemar huyó de mi como el diablo a la cruz y aquello fue frustrante.
Por semanas evité hablar directamente sobre ese tema que aún para mí, admito que moría por experimentar junto a Aldemar aquel todavía ampliamente desconocido mundo de nuevas sensaciones, resultaba delicado e incómodo. Y la tarde que me animé a ello Aldemar y yo terminamos discutiendo bastante fuerte, podría decirse que fue nuestra primera pelea.
Cuando salí del apartamento donde convivía con su familia lo hice maldiciendo por lo bajo, pues sentía que no lograba hacerle entender a mi novio mis sentimientos y lo que esperaba de nuestra relación. Frustrada abrí la puerta del carro sentándome de frente al guía dispuesta a irme. Encendí el motor del auto, pero antes de mover el carro para integrarme al tráfico me dio por mirar por uno de los retrovisores, no sé si esperaba ver a Aldemar tratando de alcanzarme, mas no era Aldemar quien caminaba la acera sino Limarie.
Pensé que ella entraría al negocio, pero no fue así, la chica se dirigía directo hacia mi carro y se detuvo justo frente a la cerrada ventanilla del lado contrario a mí. Fue más que evidente que ella quería hablarme y yo no podía estar más sorprendida, pues mi pasada interacción con ella era casi nula. Intrigada bajé el vidrio de la ventanilla un poco.
—No muerdo —La oí decir, al tiempo que se separaba un poco del carro con una sonrisita de lo que me pareció superioridad distendiendo sus labios. Por un momento pensé en ignorarla e irme, pero más pudo la curiosidad por saber que quería decirme que mis dudas sobre si era buena idea o no.
Bajé del auto para acercarme a ella y no pude evitar echar un vistazo hacia el negocio de los tíos de Aldemar.
—¿Nunca has considerado que sea yo quien te muerda? —No pude pasar por alto su intento de bromista, algo que suele decirse en broma y en serio. Me fijé que ella no esperaba la pregunta—.En fin, ¿quieres decirme algo? —agregué y enarbolé una tenue sonrisa buscando quitarle algo de rudeza a mi actitud anterior. Aunque, a decir verdad, a Limarie no pareció importarle ni una cosa ni la otra.
—Quiero tratar de hacerte entrar en razón o en su defecto decirte lo que pienso sobre tu relación con mi amigo Aldemar. —Al oírla tan segura y según ella dueña de la verdad no supe que decir y ni siquiera si reír, llorar o enojarme. Quedé muda por varios segundos.
Crucé mis brazos y la miré de frente.
—¿Y qué tengo que hacer para según tú entrar en razón? —Mientras hacía la pregunta, con mis manos gesticulaba unas comillas. No sé porqué escogí ese momento para fijarme detenidamente en ella, en su físico.
Limarie era muy guapa, no muy alta y delgada, como yo jamás llegaría a serlo. Tenía rostro en forma de corazón, ojos grandes y oscuros y una boca de labios finos. La chica llevaba un corte moderno de cabello sobre sus delgados hombros. Cuando alcé la vista y nuestras miradas se encontraron me percaté que ella también me analizaba a mí.
—No te estoy buscando para discutir Elizabeth, solo...
Levanté mi mano derecha mostrándole la palma en un claro gesto de que se detuviera y ella así lo hizo.
—Tú y yo no tenemos nada que hablar o discutir —mencioné, sin embargo, pensé que quizás Aldemar le había pedido que hablara conmigo sobre el asunto que había provocado nuestra reciente discusión, que hablara conmigo sobre los riesgos de intimar con una persona VIH positivo. Aquella posibilidad encendió mi enojo al mismo tiempo que trataba de convencerme de que no podía ser cierto—. ¿Aldemar te pidió que hablaras conmigo? —pregunté reacia. La miré negar con un movimiento de cabeza y sentí alivio.
—No, Aldemar y yo casi no hablamos desde que es tu novio —manifestó sin ocultar su despecho— . Esto es cosa mía y lo hago porque él me importa mucho. No lo quiero ver sufrir cuando tú lo dejes...—Limarie dejó en suspenso aquella oración, aquel vaticinio.
Solté una risa amarga.
—Eso último es lo que esperas con ansias, ¿no? —dije con sorna, la vi acercarse más a mí, casi invadiendo mi espacio personal, su mirada era desafiante.
—Lo es, estoy enamorada de Aldemar y creo firmemente en que si no fuera por ti nosotros estaríamos juntos —aceptó ella sin ocultar sus celos. A punto estuve de decirle que no creía que Aldemar la miraría con interés romántico, aunque yo desapareciera de su vida. Decidí callar, solo deseaba irme de allí.
—Tú dices amarlo, entonces déjalo e impide su sufrimiento. Su noviazgo no tiene futuro porque tarde o temprano, tus padres sabrán sobre su condición de salud y los separaran —continuó, buscando quizás que yo le diera la razón. Realmente no sabía que pensaba ella o que esperaba de mi aparte, seguramente que saliera corriendo lejos de Aldemar y eso no pasaría. Lo que si estaba pasando era que mi molestia ante sus dichos se tornó en verdadero coraje.
—No vuelvas a pedirme que me alejé de Aldemar, es más no vuelvas a dirigirme la palabra —dije señalándola con el dedo índice de mi mano derecha—.Mi relación con Aldemar no es de tu incumbencia y mientras más rápido lo entiendas será mejor para ti —añadí antes de dar media vuelta para alejarme, pues juzgué que le permití decir suficiente, era demasiada confianza para alguien a quien a penas conocía.
—¡El tiempo me dará la razón!—La oí decir a los gritos, llamando la atención de algunos peatones.
Yo suspiré aliviada estando ya dentro del carro y lista para marcharme de allí. Sin embargo, mientras manejaba no pude controlar las lágrimas que salían de mis ojos en clara respuesta no solo al coraje que sentía, sino también a la incertidumbre y frustración que me presentaba el futuro.
Editada 09/12/2023
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