Capítulo 45
A la sombra del viejo árbol
Aldemar
Debajo de la sombra del viejo roble testigo de nuestro difícil encuentro la última vez que estuvimos allí, esperé por Elizabeth. Esta vez, algunos niños disfrutaban de los columpios y demás juegos; mientras yo no dejaba de echar rápidos vistazos a mi callado celular cada cinco minutos, después de que me di cuenta que la hora acordada había pasado.
El cielo lucía despejado esa tarde, una tenue brisa mecía las hojas de los árboles y los rayos del sol comenzaban a menguar un poco. Aún así, yo me sentía pegajoso e incómodo a pesar de vestir pantalones cortos y una ligera camiseta de algodón. Trataba de distraerme mirando a los niños correr y jugar entre gritos de alegría, pero realmente mi mente comenzaba a recrear posibles escenarios para la tardanza de Beth. Y cada uno de ellos era más inquietante que el otro.
Cuando el reloj digital de mi viejo celular marcó las tres y cincuenta y siete me dispuse a marcar su número de teléfono, cosa que estuve postergando porque no quería lucir como un impaciente.
Me puse de pie con el móvil en la mano a punto de marcar el número que sabía de memoria, aunque pocas veces lo había marcado. Dubitativo desvié la mirada del teléfono y oteé a mi alrededor con desesperanza, la inseguridad volvió a superarme.
Mas de pronto los inquietantes pensamientos, y mi estabilidad, fueron interrumpidos cuando tuve a Beth encima de mi abrazándome con fuerza, envolviéndome en su aroma a piña y frescura. Me sorprendí al no haber notado su cercanía y la sostuve entre mis brazos con todo y soportes de metal. Permanecimos abrazados por largos segundos disfrutando de aquel momento.
—Temía llegar demasiado tarde y que no estuvieses aquí —murmuro ella entre pequeños jadeos debido al esfuerzo realizado para llegar hasta allí. La alejé algo de mí para poder mirarla de frente, dándome cuenta de su frente perlada de sudor y algunos pequeños cabellos pegados sobre su piel—. Debo parecer un asco —añadió tratando de sonreír, aunque más bien le salió una chistosa mueca.
—Eso jamás preciosa —dije yo sin miedo a oírme cursi. Cuando se trataba de Elizabeth, ningún halago era suficiente para expresar lo hermosa que era a mis ojos y no tenía miedo a decirlo. Ella levantó una de sus manos para abarcar mi mejilla con ella, con su dedo índice acarició el comienzo de mi patilla cerca del lóbulo de mi oreja y yo cerré los ojos unos segundos, frotando la piel de mi mejilla sobre su mano para disfrutar del suave tacto sobre mi piel.
Entonces abrí los ojos nuevamente enderezando mi posición, buscando su mirada y sus labios con los míos. Elizabeth fue a mi encuentro y pegó su torso al mío mientras profundizaba el beso que comenzó con un leve roce de labios más escaló rápidamente hasta olvidarnos donde estábamos.
Me aventuraba con la punta de mi lengua buscando la suya, cuando un grito seguido de un pelotazo en mi cabeza rompió todo ambiente romántico y nos separamos un poco azorados. La pelota de Voleibol rebotó varias veces en el suelo cerca de mis piernas, siendo rescatada segundos después por un flaco chiquillo de cabello un poco largo.
—Mala mía—Con esas dos palabras, el chico pidió disculpa antes de alejarse corriendo a reunirse con dos muchachos más.
—¿Estás bien? —inquirió Elizabeth con tono preocupado y alejándose un poco con una de sus manos revoloteando vacilante sobre mi cabeza, pues no alcanzo a ver el lugar exacto del golpe — .¿Dónde te pegó?—Beth tenía las mejillas teñidas de un fuerte sonrojo, ya fuera por el calor o por aquel beso incompleto.
Luego de asegurarle que me sentía bien, ella se sentó sobre el banco y yo acomodé las muletas a su costado. Me desplacé hasta sentarme a su lado y de inmediato ella tomo mis manos entre las suyas, en tanto sonreía mirándome a los ojos. En esos instantes, me sentía perdido en su mirada y deseando volver a probar su boca.
La tarde ya caía sobre nosotros, los niños y adultos a nuestro alrededor volvían a los edificios del albergue, pronto se serviría la cena.
—¿Puedo confesarte algo? — preguntó ella con tono vacilante, el cual me indicó que lo que deseaba decirme la descolocaba un poco. Yo solo amplíe mi sonrisa e hice un gesto afirmativo con la cabeza sin despegar mi mirada de ella. La vi bajar la mirada, dejó escapar una risita para luego volver a mirarme.
—Hace días que solo pienso y deseo volver a besarte, ¿será que estos deseos se aplacaran con el tiempo? —¡Dios mío que manera más tierna de decir algo tan comprometedor!
Ante aquellas palabras que eran un reflejo de mis propios pensamientos, solo la acción me pareció válida y por respuesta me lancé otra vez a por sus labios que me esperaban ansiosos. Y mientras la tarde daba paso a la temprana noche, Elizabeth y yo comenzamos juntos nuestro aprendizaje sobre el arte de besar, sintiéndonos con cada uno de nuestros sentidos bajo aquel viejo árbol.
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Ninguno de los dos deseaba decir adiós. Queríamos quedarnos juntos, si fuera posible toda la noche compartiendo palabras, besos y caricias. Sin embargo, Elizabeth fue la primera en despedirse cuando su amiga Yesenia pasó a buscarla.
Antes de dejarla ir, me llevé una de sus manos a los labios para besar su dorso, luego besé su palma y uno a uno sus dedos. Ella cerró los ojos y dejó escapar un suspiro.
—Me encanta cuando me acaricias así —murmuró y parpadeó repetidas veces.
—Estaría toda mi vida besándote —respondí yo aún con su mano atrapada en la mía.
—No más que yo— dijo Beth antes de echarme los brazos al cuello para acercarme a ella y depositar sobre mis labios un rápido beso. Un agudo bocinazo se oyó dos veces seguidas, una impaciente Yesenia esperaba.
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Beth
El albergue se convirtió en nuestro lugar de encuentro. Aldemar y yo decidimos dedicar unas horas al día como voluntarios, pero indudablemente la idea de estar juntos influyó mucho en nuestra iniciativa. La señora Liliana nos recibió con agrado y los participantes nos aceptaron con facilidad.
Algunas tardes después de nuestra labor voluntaria en El Manantial, nos perdíamos juntos ya fuera a caminar por nuestro lugar favorito, la playa o simplemente Aldemar tomaba el control del carro de sus tíos y recorríamos millas y millas sin rumbo fijo. En uno de esos paseos, Aldemar me contó a fondo sobre el romance de sus padres y su triste final.
Hablamos muchísimo, aprendiendo mutuamente y conociéndonos, yo sentía que nuestra conexión se hacía más fuerte. Le confíe que estuve días buscando información sobre su condición de salud, asegurándole que la misma nunca sería motivo para alejarme de él. Aquello dio pie a que el tema de mis padres se hiciera presente.
—Creo que por el momento mis padres no deben saber que volvemos a vernos —dije y enseguida vi el cambio en el semblante de Aldemar —Hey, ¿qué pasa? —pregunté, aunque podía imaginar algo de lo que él podía pensar.
Nos encontrábamos sentados sobre la cálida arena de frente a la playa, donde las tranquilas olas del mar rompían en la no muy lejana orilla. La tarde caía y los rayos del sol se sentían tibios sobre nosotros.
—¿Qué dirán tus padres cuando se enteren sobre mi condición? —Aquella era una pregunta retrospectiva, teniendo en cuenta lo que sucedió hace meses con mi padre y su rechazo hacía Aldemar.
—Por ahora no tienen porqué saberlo, Aldemar —Una leve sonrisa curvo mis labios.
—Tu amiga lo sabe —mencionó él conectando a Yesenia con mis padres.
—Yesenia siempre supo sobre tu condición y no dijo nada, ni siquiera a mí —apunté con lógica. Ambos sabíamos que Yesenia no lo veía con buenos ojos; sin embargo, yo estaba segura de que no mencionaría nada sobre mi relación con él ni siquiera a Sergio, su papá—. Yesenia no le dirá nada a mis padres —aseguré apoyando mi cabeza sobre su hombro. Aldemar levantó una de sus manos y con ella acarició mi mejilla.
Segundos después, unimos nuestros labios en un beso íntimo, descubriendo poco a poco el interior de la boca del otro como nunca. Su boca me supo a frescor y menta. Y no por primera vez, sentí despertar mi feminidad bajo sus delicadas caricias.
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De ahí en adelante, fueron días llenos de emociones desconocidas que afloraban en nuestros jóvenes corazones y empapaban nuestras almas de dichas y anhelos. Aldemar y yo solo nos separábamos cuando cada uno marchaba a su respectivo hogar, y siempre pensando y contando las horas para nuestro próximo encuentro. Me sentía plena y dichosa, dicha que reflejaba con una enorme sonrisa sin importar donde me encontraba o con quién.
En casa, mis padres continuaban viviendo su vida y Aldemar parecía no figurar entre sus preocupaciones. Eso sí, mamá insistió en varias ocasiones con el tema de Diego y su ausencia. Diego y yo no nos veíamos desde aquel día en la playa, tampoco hablábamos.
—Hace semanas que no veo a Diego por aquí, Elizabeth —comentó. Nos encontrábamos en mi cuarto, mamá fue a buscarme para hablar un rato conmigo. — .Supe que viajó en estos días a Miami —añadió mientras yo hacía un movimiento afirmativo con la cabeza desde mi posición frente al escritorio. Me disponía a enviarle un mensaje a Aldemar cuando ella entró.
—¿Hablas con él a menudo? —mencionó con aquel tono de insistencia que tanto me molestaba. Empezaba a sospechar que ella sabía lo que sucedió en la playa con Aldemar, que seguramente Diego la había llamado para comentarle.
—¿En serio mamá? Diego y yo hemos hablado de vez en cuando —dije y me alcé de hombros despreocupada al tiempo que buscaba acomodar mi pierna enyesada fuera del mueble preparándome para ponerme de pie. No niego que contuve el aliento en espera de su reacción y alistándome mentalmente para refutar cualquier alegato.
—Ya él regresó y no sería mala idea que lo llames, quizás puedan salir al cine. Tu padre piensa que le dedicas mucho tiempo al albergue —Aquello último era claramente una advertencia. Mamá no sabía nada sobre mi encuentro con Aldemar en el balneario, Diego no le mencionó nada y dejé escapar el aliento aliviada. El verdadero asunto, era el afán de papá por verme saliendo con el hijo de su amigo y tal vez el desacuerdo que sentía al verme realizando labor voluntaria para los más necesitados.
Terminé prometiéndole a mi madre un balance entre mi labor voluntaria y mi vida social, o los que ellos pensaban que necesitaba, para evitar que papá comenzara a indagar sobre el albergue y de alguna manera descubriera no solo la presencia de Aldemar como voluntario; sino aspectos de su vida que prefería se mantuvieran lejos de sus oídos.
Más tarde, tuve la oportunidad de llamar a Aldemar y comentarle la conversación entre mamá y yo. Mencioné que tendría que hacer algo más que trabajo voluntario si no quería tener problemas con mi padre.
—Aquí el tema es que tus padres insisten en que salgas con Diego —comentó Aldemar y yo no supe si reír o llorar ante su tonito celoso. El silencio se propago entre nosotros. De Aldemar solo oía su respiración y contuve el aliento mientras pensaba que decir, no quería una discusión entre nosotros.
—¿Aldemar? —
—Todo es tan complicado —lo oí decir con tono cansado— .Nunca seré aceptado por tu familia, Beth. Nunca es poco —añadió hastiado.
—Aldemar...
—Odio cuando Diego aparece en escena, porque sé que él es mejor para ti y no sé qué hacer. Y llegara el momento en que tu familia se entere de todo este embrollo y temo al día en que sea el doble de doloroso separarme de ti. —Sentí un sentimiento de desesperación naciendo en mi pecho y, miedo a que Aldemar estuviese dando por terminado lo que aún no comenzaba. Y entonces sus próximas palabras fueron un reflejo de mis temores.
—Elizabeth creo que es mejor dejar las cosas así antes de que terminemos más lastimados, un poco de cordura en estos momentos nos haría muy bien a ambos —Aldemar hablaba rapidísimo, tanto que no comprendí de inmediato todo lo que decía. Me puse de pie con el celular pegado a mi oreja y el corazón latiendo a mil.
—¿Qué dices? —pregunté con un nudo en la garganta.
—Descansa preciosa, que duermas bien. —Estuve varios segundos anonadada oyendo el sonido vacío de una conversación terminada. Y silencio, solo silencio.
Editada 09/09/2023
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