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Capítulo 44


Nuestro nuevo y torpe inicio


Beth 


El murmullo apagado del motor del abanico eléctrico, y los ocasionales ruidos provenientes del exterior eran lo único que por largos segundos percibí.

Aldemar mantuvo su cabeza baja, con sus brazos sobre las rodillas y las manos unidas de frente a él, por un momento estuve casi segura de que no escuchó lo último que dije. Sin embargo, pudiera ser que Aldemar escuchara muy bien mi tonta confesión de amor luego de que, seguramente estuvo semanas pensando sobre lo que se pudo interpretar como desprecio aquel día en el albergue. Y ahora solo estuviese pensando de qué manera, tranquila y sin dramas podría decirme que me fuera por el mismo lugar que vine.

Con el paso de los segundos, me convencí de que justamente eso era lo que sucedía, al punto de que terminé deseando salir corriendo, si mi pierna lastimada lo hubiese permitido, de aquel lugar.

Imposibilitada para moverme sin la ayuda de mis muletas que quedaron olvidadas al pie de la escalera, por un momento no supe que hacer o decir en tanto le echaba rápidas y cortas miradas al chico sentado cerca. Entonces Aldemar atrapó con su mirada la mía y, me vi incapaz de pensar coherentemente, mi atención se encontraba en cada uno de sus movimientos al ponerse de pie y acercarse. Cuando lo tuve frente a mí, tomé entre mis manos las suyas ya que él me las ofreció.

Aldemar jaló de mí con cuidado, pero firme y quedamos de frente, muy juntos, perdidos mutuamente en nuestras miradas con las manos unidas a nuestros. Emocionada, recorrí con la mirada su rostro lentamente y volví a quedar prendada de su perfecta imperfección. Sus ojos azules grisáceo de pestañas tupidas, enmarcados con un par de pobladas cejas, el puente de su nariz salpicado de pecas y su boca un poco grande de labios finos. Y fue precisamente allí donde ancle la mirada, porque, con esos labios fantaseé muchísimo y ansiaba que fueran ellos los primeros en probar los míos.

Dejé escapar un suspiro espontáneo y subí la mirada nuevamente para encontrarme sus bellos ojos, dueños de un brillo especial que nunca vi antes y que me provocó el hormigueo de la anticipación ya que, intuía que estaba por experimentar algo totalmente nuevo. 

—¿Puedo...besarte? ¿Me permites? —Su tibio aliento abanicó mi rostro al preguntar y ante su indecisión, sentí un cúmulo de alegría y fue como si mi corazón diese un vuelco.

—No lo preguntes, solo hazlo —dije dejando escapar una risita al tiempo que él abarcaba mi rostro con sus manos y acercaba sus labios a los míos con sus ojos atentos, como yo, sin deseos de perdernos este momento que estaba segura era importante para ambos.


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Aldemar


Sus suaves labios entreabiertos tenían sabor piña, eran pequeños y cálidos. La sentí temblar bajo mi tacto, fiel copia de mi reacción ante su cercanía.

Era la primera vez que besaba y, aunque moría por dar el primer paso con Beth, no podía negar que temía hacer todo mal y ser un torpe baboso. Porque besar era un arte que no todos dominaban, se necesitaba práctica así que, pensando en eso decidí tomarlo con calma a pesar de que deseaba continuar succionando sus labios un poco más. Reacio me alejé de su boca y, coloqué mis manos sobre sus hombros para mirarla juntar sus labios en un intento de débil sonrisa.

Nos miramos y rompimos a reír. No supe de ella, pero yo estaba nervioso y todavía algo confuso ante el caudal de emociones que su visita y declaración me dejo.

    —Tenía tanto miedo de ser rechazada por ti. —La oí decir sin aliento, al tiempo que llevaba sus brazos alrededor de mi cintura y arrimaba su rostro a mi pecho ocultándolo allí. Deslicé mis manos hasta abarcar su espalda y estrecharla un poco más. Se sentía tan bien, que hubiese podido permanecer así por largos minutos, percibiendo su apacible respiración y aspirando el fresco aroma de su cabello.

—Aldemar cariño ¿por qué no me dijiste que no volverías al negocio?—. Estaba tan ensimismado que no oí a tía Mercedes subir la escalera y, me percaté de su presencia al oírla hablar cuando ya se encontraba en la sala. Si Elizabeth y yo nos sorprendimos, la expresión en el rostro de mi tía al encontrarnos abrazados fue un poema—. Ya veo porqué no volviste al colmado...—añadió dándole un tono alegre y pícaro a su comentario mientras se acercaba a Beth. Justo entonces, pareció darse cuenta de la pierna lastimada de la chica.

—¡Oh Virgen Santísima!¡¿Qué te sucedió en la pierna, niña?!—exclamó entre curiosa y preocupada, al tiempo que aprovechaba mi actitud vacilante y los dos o tres pasos hacia atrás que di para colarse entre nosotros y abrazar a Beth que le devolvió el saludo. — .Seguramente tuviste un accidente de carro...

Tía Mercedes no paró de especular por varios segundos más, colocándome a mí en un incómodo momento, pues no sabía como escapar junto con Beth del parloteo de mi amada pariente. Aunque debo decir que, mi amiga lucia muy sonriente y hasta a gusto siendo el centro de atención.

Pronto, me encontré en la cocina, picando en cuadritos sobre una tabla las pechugas de pollo que Mercedes planeaba utilizar para confeccionar la cena de esa noche; mientras tanto, Elizabeth ocupaba un lugar en el sofá de la sala con la tía junto a ella, contándole lo majadero que me comporté el mes pasado con el tema de la graduación y el posterior baile.

—Al final tuvo que ir a los dos eventos porque yo no iba a perder el dinero del depósito —La oí decir con seguridad—. Además, uno no se gradúa de cuarto año dos veces en la vida —añadió aquella frase que no era la primera vez que escuchaba.

Miré a Elizabeth sonreír y a mi tía ponerse de pie después de ofrecerle algo de beber e invitarla a comer con nosotros.

La tía pareció entender que había monopolizado a Beth lo suficiente, entonces me entregó el vaso lleno de limonada helada para que fuera yo el que se lo llevara, mientras ella se encargaba de terminar la cena. Yo no lo pensé dos veces para soltar el cuchillo, lavarme las manos y dirigir mis pasos fuera de la cocina.

—No puedo quedarme a cenar Aldemar. Yesenia ya viene por mí, tengo que regresar a casa —comentó ella apenada una vez me tuvo a su lado nuevamente y, quedamos de vernos al día siguiente en el albergue. Ambos necesitábamos tiempo a solas para hablar y aclarar las cosas. Yo estaba consciente que ella debía de tener decenas de preguntas, en tanto a mí me urgía estar seguro de sus sentimientos.

Esa noche después de hablar un rato con Beth por teléfono, mientras trataba de conciliar el sueño dando vueltas sobre el colchón en la calurosa noche, me di por vencido y no encontré mejor manera para pasar el tiempo leyendo un artículo en internet: «Como besar bien; los diez consejos infalibles»

Y poco a poco el cansancio me venció tratando de memorizar para poner en práctica con Beth los útiles consejos del artículo de aquella conocida revista.

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No fue hasta dos días después que Elizabeth y yo pudimos vernos, ella dependía de que su amiga Yesenia manejara por ella su carro. Beth me comentó que Yesenia estaba enferma, pero yo sospechaba que su amiga trataba de sabotear nuestro encuentro negándose a movilizarla hasta el albergue para verme.

Dada mi naturaleza amable, o extremadamente pendeja según el caso y la opinión de algunos, no quise cuestionarle a Beth la actitud de Yesenia y la veracidad de sus dichos, pero lo cierto fue que, mientras ella alegaba estar enferma sin ánimos de dejar su casa, yo la vi dando vueltas por el barrio en el vehículo nuevo que manejaba uno de los hijos del dueño de la lavandería.

Aún así, decidí callar; pues después de todo, las chicas eran amigas de años y no veía justo que yo, un recién llegado a la vida de Beth, provocara problemas entre ellas. Además la alegada adversidad que parecía sentir la morena hacia mi no era nada nuevo.

Así las cosas, fue que después de varios días excusándose con Elizabeth, mi ex compañera de clases se presentó al tercer día sin previo aviso por la casa de Beth dispuesta a acercarla hasta el albergue. Y esa tarde, Elizabeth me llamó al celular y quedamos de vernos después de las tres. Demás está decir que me sentía muy emocionado, feliz y a la expectativa de nuestro nuevo encuentro. Y no voy a negar que mientras me alistaba para salir, no dejaba de repetir en mi mente como un mantra aquello que leí sobre aprender a besar bien.

Al besar se requiere tener alerta los cinco sentidos. Porqué besar no solo implica el tacto sobre los labios del otro sino que nos permite acercarnos y captar el olor de nuestra pareja, sus gemidos, la mirada y hasta el gusto.

Y puedo asegurarles que yo estaba más que dispuesto y ansioso para lanzarme de cabeza en estas novedosas lindes del amor.

Editado 09/09/2023


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