Capítulo 43
Si amas algo déjalo ir, si vuelve a ti es tuyo, sino vuelve nunca lo fue.
Aldemar
Hacía varios días que había recibido un emoji de un corazón fracturado, lo envió ella después de más de una semana de silencio. No voy a negar que recibirlo provocó un vacío en mi estómago, seguido de un subidón de adrenalina.
Después de nuestra conversación o más bien monólogo, puse todo mi esfuerzo en disimular ante mi familia que tenía los ánimos por los suelos. Asumí que engañaba a mis tíos, aunque realmente me di cuenta de que especialmente con mi tía no fue así, pero debo decir que en ningún momento me abordó a preguntas.
Al coraje que sentía le sobrevino la desilusión, luego hubo momentos de profunda tristeza, incluso por dos o tres días apenas salí de mi cuarto. Después, pensé mucho en que hubiese sido mejor mantenerme alejado de ella y jamás revelarle mi condición de salud, de esa manera nunca me hubiese enfrentado a la dura realidad de su rechazo.
Y fue precisamente cuando mis esfuerzos por salir airoso de la tempestad que dejó su indiferencia parecían dar frutos y ya no sentía tan fuerte ese dolor en el alma provocados por el despecho y la desilusión, que ella intentaba de alguna manera hacerse presente de nuevo en mi vida.
Y no era justo.
Demás está decir que, luego de recibir el mensaje estuve distraído y más huraño que de costumbre. Nuevamente volvía a pensar en ella continuamente, repasando nuestro último encuentro y rompiéndome la cabeza buscando una buena explicación para su intento de comunicación. Pasé horas preguntándome ¿por qué no me llamaba al celular?, también me cuestionaba si debía ser yo quien la llamara. Aquello último, fue una idea con la que tuve que luchar para no llevarla a cabo.
Y cuando me encontraba en el negocio, fueron varias las ocasiones que mi corazón dio un vuelco en mi pecho al ver llegar a Sergio; porque, siempre me imaginaba que Beth lo acompañaría. Sin embargo, pasaron varios días antes de tenerla nuevamente de frente.
La tarde en que la volví a ver estuvo lloviendo muchísimo, era un día nublado y húmedo. Recuerdo que salí a sacar dos bolsas plásticas con los desperdicios que generó el negocio, para dejarlas en el contenedor de basura detrás del edificio. No estaba seguro en volver al trabajo o simplemente subir a la casa, darme una buena ducha para después dedicar unas horas a ayudar a la tía en la cocina. Hacía días que tenía antojo de una buena pasta en salsa blanca con pollo y brócoli.
Cuando llegué a la esquina, estaba seguro de que la segunda opción era la mejor y me dispuse a abrir el portón que llevaba a la escalera hacia mi hogar.
Sin embargo, un carro pequeño, de un llamativo azul y, vagamente conocido que estaba estacionado frente al negocio captó mi atención y con la llave en la cerradura del portón me detuve a mirar a Yesenia bajar del vehículo. Miré a mi ex compañera de clases acercarse para abrir la puerta del copiloto, y fue allí cuando aún sin verla supe por mis acelerados latidos del corazón y el tan conocido vacío en el estómago que era ella, que Beth estaba allí a pocos pasos de mí. Y lo más importante, que si estaba allí era porque había venido a verme.
Retiré la llave de la cerradura y la dejé caer en uno de mis bolsillos, mientras tanto no sabía si dar algunos pasos atrás para esconderme en las sombras.
Pude ver a Yesenia tenderle una mano a Elizabeth para que pudiera salir del carro y ponerse en pie, y me sorprendió ver su pierna derecha enyesada y sentí angustia al no saber que le había sucedido. Incluso, tuve que frenar los deseos de acercarme presuroso a brindarle mi ayuda. Me dije que debía calmarme y no precipitarme.
A la distancia miré a las amigas hablar, obviamente no podía oírlas, pero por los ademanes de ambas podía inferir que estaban poniéndose de acuerdo. Yesenia se desplazó para abrir una de las puertas traseras del auto y sacar dos muletas que entregó a Beth.
Elizabeth las colocó bajo sus brazos y buscó acomodarse dando pequeños saltitos con su pierna sana, mientras yo volvía a sopesar la idea de correr a ayudarla.
Su amiga pareció querer asegurarse de que se encontraba bien antes de irse y se colocó de frente a Beth, fue entonces cuando la pelirroja miro más allá de ella y nuestras miradas chocaron.
La morena intuyó que la atención de Elizabeth no estaba en ella y giró en mi dirección, más mi mirada estaba sujeta a la de Beth.
Inicié el camino para acercarme a Elizabeth mientras me fijaba poco en su amiga, aunque si la vi de reojo encaminarse hacia el carro para ocupar el asiento detrás del guía.
Elizabeth volvió a dar saltos hasta posicionarse frente a mí, me detuve a unos cuantos pasos de ella, y el carro donde llegó se alejó con Yesenia al volante. Yo no podía alejar la mirada de Elizabeth, me parecía que no la veía hacia años y admiraba cada mechón de sus cabellos, sus ojos verdes algo cristalizados que parecían no encontrar lugar donde posarse, su boca de labios rosados que ella no dejaba de humedecer con su lengua y morder con sus dientes.
La percibí tan indefensa y vulnerable apoyada en esas muletas, pero no solo era su impedimento físico, fue algo más en la expresión de su rostro.
El silencio se alargó entre nosotros, en tanto alrededor el mundo continuaba girando ajenos a nuestros sentimientos e inseguridades. Mi mente no cesaba de dar vueltas en torno a lo que debía decirle. Por un lado, ansiaba darle un abrazo y preguntarle que le sucedió, el porqué de su pierna lastimada, sin embargo, admito que una chispa de enojo se prendió en mí cuando las memorias de la tarde en el albergue me asaltaron, ese momento donde me sentí miserable y rechazado.
Me sentía muy confundido y necesitaba saber porqué estaba ella allí. ¿Qué la hizo venir a buscarme?
—¿Cómo estás? —Su pregunta me sacó de mis cavilaciones, aprecié su tono vacilante. Quizás Elizabeth se preguntaba que hacia allí o si hizo bien en venir.
—Estoy bien, gracias por preguntar, y tú, ¿cómo estás? —
—Ahora un poco cansada —dijo echando un rápido vistazo a su pierna y dejando escapar un suspiro — .Por razones evidentes —añadió volviendo a bajar la mirada. Me sentí como un desconsiderado, por supuesto que estaba cansada de estar de pie tratando de sostenerse lo más derecha posible con todo el peso de su cuerpo en la pierna izquierda.
Consideré rápidamente las alternativas, que resultaron ser casi nulas, para ofrecerle a Elizabeth un lugar donde sentarse lejos de la humedad sofocante.
—Vamos arriba, yo te ayudo a subir la escalera—dije invitándola con un gesto a adelantarse. Elizabeth vaciló unos segundos antes de desplazarse frente a mí y, una vez al pie de la escalera me buscó con la mirada y volvió a dudar dejando escapar un suspiro. No negaré que tuve segundos de incertidumbre pensando la manera más segura de servirle de apoyo para subir la escalera pero opté por algo rápido como levantarla en brazos y sin más dilación llevarla hacia arriba.
Elizabeth dejó escapar un grito de sorpresa ante lo inesperado de mi acción pero luego soltó unas risas y ocultó el rostro parcialmente en mi cuello. Yo mantuve el paso y los músculos de piernas y brazos firmes, mientras su aroma envolvía mis sentidos y su cálido aliento se expandía sobre mi pecho.
Al llegar a la cima y después de dejarla con cuidado sobre su pierna sana, agradecí no perder el aire y haber tenido la suficiente fuerza para que mi despliegue de fortaleza no terminara en un fiasco, con Beth mal sentada sobre uno de los escalones antes de llegar arriba y yo a punto de un soponcio.
Después de dejarla cómodamente sentada, fui a buscar sendos vasos con agua helada y de paso encendí el abanico eléctrico direccionándolo hacía nosotros para refrescar el ambiente. Cuando tomé asiento en el sofá, me dediqué a beber un poco de agua mientras ella hacía lo propio.
Me repetía que no debía hacerme ilusiones por su presencia, mientras no me animaba a ser yo quien iniciara una conversación porque realmente no sabia que decir. Pensaba que era ella quien debía tomar la palabra, aunque yo bien podía ser directo y preguntarle a que había venido arriesgándome a mostrarme rudo.
Y mientras mis pensamientos iban de un extremo al otro, con la mirada en cualquier lugar menos sobre ella, escuché sus tenues sollozos. Más que confundido llevé la mirada a ella que mantenía gacha la cabeza mientras estrujaba sus manos una con otra.
La oí sorber por la nariz y la miré llevarse la mano derecha sobre el rostro buscando quizás barrer lejos sus lágrimas. Sin pensarlo, me levanté presuroso en busca de una servilleta para tendérsela, ella la acepto, murmuró algo que no entendí, pero no me miró. No me gustaba ver llorar a nadie, me sentía inútil.
—Perdón por no reaccionar aquel día como esperabas, Aldemar. No tengo excusas, tampoco tuve palabras esa tarde y lo único que parecía poder hacer era pensar, pensar y pensar —Sus palabras me cogieron fuera de base y casi brinco sobre el mueble— .Así estuve por horas, sin hablar y cuando me di cuenta de que te dejé ir llevándote la peor impresión de mí ante lo que me dijiste, me dio mucho miedo volver a acercarme, temía tú reacción, lo que estarías pensando de mi... —Nuevos sollozos y gemidos la atacaron mientras se llevaba ambas manos a la cabeza.
Así que era eso, Elizabeth se sentía culpable por su reacción de aquella tarde y había venido a tratar de explicarse y pedir perdón. Y yo la entendía, pero no por eso dejaba de experimentar el peso de una nueva desilusión. Porqué, por más que desde el minuto uno me propuse no ilusionarme al verla allí, también desde el minuto uno fue un esfuerzo en vano. Yo la amaba y verla llegar forjo nuevas esperanzas que, en ese instante, como quimeras comenzaron a difuminarse en el aire.
Bajé la cabeza mientras la percibía poco a poco más serena, solo el ocasional sonido al aspirar y luego soltar el aire escuchaba. Justo allí, desee que no hubiese venido, su presencia que minutos antes alteró mis sentidos y dio alas nuevas a mi alma, ahora amenazaba con descontrolarme. Incluso me sentí burlado, iluso e idiota.
—Aldemar te amo, estoy enamorada de ti y necesitaba que lo supieras.
Editada 09/06/2023
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