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Capítulo 41




Aposté a tu amor y perdí


Aldemar



Afuera el sol brillaba fuerte, mientras caminamos los tres por los jardines. Liliana le indicaba a Beth donde quedaba cada una de las dependencias, ella lucía muy interesada, hasta entusiasmada y quise pensar que de alguna manera aquella era una buena señal.

Llegamos al parque de juegos para los niños del albergue. Había cuatro columpios, una no muy alta chorrera y un sube y baja bastante desgastado. Además de varios bancos de madera bajo la sombra de algunos enormes y viejos árboles.

A esa hora no había niños jugando y supe porque Liliana nos condujo hasta allí. El lugar me parecio idóneo para la conversación que se avecinaba.

Mientras Liliana abundaba sobre la historia del albergue, mi mente divagaba y poco era lo que realmente escuchaba. Por un lado, deseaba que ella nos dejara solos para de una vez y por todas decirle a Elizabeth lo que tanto me atormentaba; pero, por otro lado, quería que la mujer permaneciera con nosotros y controlara la conversación hablando de temas inocuos.

La verdad era que desconocía cómo reaccionaría Beth cuando le hablara de mi enfermedad y había imaginado varios escenarios. En algunos, Elizabeth, después de la sorpresa inicial me abrazaba con fuerza asegurándome que me amaba y decía estar dispuesta a permanecer a mi lado sin miedo al futuro. Yo tenia esperanza en sus sentimientos hacia mí y en su comprensión ante mi silencio.

Sin embargo, también pensaba qué al momento de saber sobre mi condición de salud, Elizabeth se pondria de pie asqueada y trastabillaria en retroceso buscando alejarse de mí. En aquel aciago escenario Beth, se llevaba ambas manos hasta su boca para ahogar la exclamación de miedo que brotaba de sus labios entreabiertos.

Y existia algo más en lo que pensar y era la reacción de la familia de Elizabeth si llegasen a saber sobre mi condición. Aquella preocupación se escondía en un rincón de mi mente y, sería algo con lo cual bregar si ella y yo permanecíamos juntos como pareja.

Seguramente los padres de Beth se opondrían rotundamente a nuestra relación y siendo sincero, yo como padre también tendría mis reservas.

—Estoy muy contenta de tenerte por aquí hoy Elizabeth y espero que no sea la última vez —oí que mencionó Liliana— .Y ya que nuestro querido Aldemar parece haber olvidado los buenos modales, mi nombre es Liliana —añadió mientras echaba una mirada significativa entre Beth y yo.

  —Mucho gusto en conocerte, Liliana. Seguro que Aldemar y yo volveremos por aquí —aseguró mi hermosa castaña con una radiante sonrisa en el rostro.

Liliana le brindó un fuerte abrazo a Elizabeth antes de alejarse, yo me mantuve por algunos segundos más viéndola alejarse  muy consciente de que Elizabeth tenía su intensa mirada sobre mí.

El momento había llegado, no había vuelta atrás y de solo pensarlo sentí un vacío en la boca del estómago. No me percate de que miraba hacia el suelo hasta que vi en mi campo de visión una de las manos que Beth me ofrecía.

Alcé la cabeza, al tiempo en que aceptaba su mano en la mía, nos miramos y esta vez contrario a las veces anteriores no rehuí su verde mirada.

—No sabía de este lugar —mencionó Elizabeth y tiro de mí, vencido la seguí hasta sentarnos sobre un banco, el más apartado de todos a la benévola sombra de un viejo roble. Curiosamente, en mis tiempos como voluntario solía descansar mi almuerzo debajo de aquel árbol mientras leía alguna novela de aventuras.

Ahora me encontraba sentado al lado de Elizabeth, con las manos sudadas y el corazón desbocado mientras mis pensamientos parecían no tener contexto.

—Y me parece magnifico el trabajo que realizan aquí. Sinceramente desconozco bastante sobre la población afectada por el virus, pero...—Elizabeth detuvo su atropellada diatriba quizás al verme peinarme los cabellos hacia atrás, gesto que en mí era inevitable cuando me sentía inquieto y preocupado.

Me aclaré la garganta y trate de sonreír.

—Liliana dijo que solías servir de voluntario. ¿Por qué dejaste de venir? —Aquella pregunta me pareció venir de la nada. Elizabeth pudo continuar elogiando el trabajo que hacia Liliana en el albergue, sin embargo, se desvió y se mostraba interesada en mi tiempo como voluntario y el porqué dejé de serlo.

«Muy buena pregunta Beth y creo que es la manera perfecta para iniciar la conversación que quiero tener contigo» —pensé y busqué su mirada con la mía.

Por mucho tiempo pensé, incluso cuando volví a ver a Liliana hacia menos de una hora atrás, que dejé mi trabajo como voluntario por aburrimiento. Nada más lejos de la verdad, en este lugar la pasaba muy bien y me divertía bastante.

Justo en ese momento, pude darme cuenta de que renuncie a ser voluntario para escapar, aunque fuera un poco de la realidad, de mi realidad.

—No vine más porqué necesitaba escapar de mi realidad, Elizabeth. —Hacia dos años decidí que no quería estar cerca de personas enfermas como yo, por eso dejé de dedicar mis veranos a ser voluntario en aquel lugar y  escogí ayudar a mis tíos en su negocio.

Al momento de decir aquello último enfoqué la mirada por sobre el hombro de ella, pero al escuchar su silencio quise atibar en su mirada. Elizabeth me miraba con extrañeza.

—En aquellos tiempos desarrollé una especie de intolerancia a este ambiente, donde veía tantas personas enfermas como yo, sufrir porque no tuvieron mi suerte al nacer dentro de una familia que siempre me ha apoyado. Por eso no quise continuar viniendo y de esa manera según yo echaba a un lado, aunque fuera un poco mi realidad, al menos podía ignorarla. —Hablé rápido, deseando y al mismo tiempo rechazando ser comprendido por ella. Elizabeth no me saco los ojos de encima y yo tuve la sensación de perder la audición cuando lo único que escuchaba era una especie de pitido cada vez más intenso.

—¿Enfermos como tú? —No alcanzaba a oírla, pero si pude leer sus labios, también pude ver su incrédula expresión. De pronto, sus enormes ojos verdes se cristalizaron y la vi jadear en busca de aire con una de sus manos sobre parte del cuello.

—Mala mía por no decírtelo antes Elizabeth, tenía miedo, aún tiemblo de miedo porque no sé qué puedas pensar de todo esto, pero es algo que forma parte de mí, parte de mi realidad. —No sabía que más debía decir —Soy parte de esa población que no tuvo elección, que nació con el virus...

Elizabeth se puso de pie mientras gruesas lágrimas abandonaban sus ojos verdes. Por mi mente paso lo que podría suceder en cuestión de segundos, las dos posibilidades.

Yo también me puse de pie con mis ojos irritados formando ardientes lágrimas que no tardarían en deslizarse por mis mejillas.

—Debí alejarme de ti antes de sentir esto que siento, pero no pude. Debí ser sincero y contarte sobre mi condición de salud, pero el miedo me ganó —Sin pensarlo extendí una de mis manos con la intención de apretar una de las suyas, pero la miré dar un paso atrás, lejos de mí y luego otro, y otro más.

Y un sollozo profundo y vergonzoso abandonó mi garganta acompañado de las primeras lágrimas.

La vi llevar sus manos sobre su rostro e inclinarse hacia el frente mientras sus hombros se sacudían.

—Elizabeth...—Mi voz se quebró en la última sílaba y me dejé caer de vuelta al banco de madera y hierro donde mantuve mi cabeza baja. Me sentía derrotado por una honda tristeza, aquel escenario donde Beth se alejaba de mi asqueada se hacía realidad poco a poco frente a mí.

Ella lloraba, percibí su llanto sobre el lejano pitido que por unos minutos dominó mi audición. Los segundos pasaban y yo no me animaba a levantar la cabeza, solo buscaba limpiar la humedad de mis mejillas. Pude apreciar su cercanía y vi parte de su cuerpo cuando la tuve a mi lado sobre el banco. La escuché sorber por la nariz y toser, también vi el movimiento de sus brazos al quizás, igual que yo antes, limpiar las lágrimas de su rostro.

—No sé qué decirte —La oí decir con voz ronca.

Volví a llevarme los dedos entre mi cabello para peinarlos, luego la pase sobre mis ardientes ojos moviendo la cabeza con lentitud y aclaré mi reseca garganta.

—No es necesario que digas nada, Elizabeth —Me di cuenta de que ella no usó mi nombre. Esperaba que ella dijera algo más, aunque en realidad ni siquiera intenté imaginar que, para mí ya no había más que decir entre nosotros.

El silencio se prolongó, podía oír su pausada respiración y ocasional suspiro mientras yo mantuve la mirada baja, distraído con un grupo de trabajadoras hormigas que marchaban sobre el agrietado cemento.

Se lograba oír y apreciar en la piel el rumor del viento, y los rayos del sol del mediodía dejaban escapar su ardiente calor que amenazaba con sofocar el ambiente, pero nuevamente una brisa acariciante como una suave pluma buscaba menguar la ardiente resolana.

No supe cuanto tiempo exactamente pasamos allí sentados antes de que me decidí ponerme de pie. Desde mi altura, mientras ella permanecia sentada miré detalladamente sus cabellos que ocultaban su rostro, sus manos cruzadas frente a si estrujándose una con la otra y el bailoteo de uno de sus pies sobre el cemento, aquello último señal de lo ansiosa que se encontraba.

Era hora de terminar aquello que apenas comenzaba.

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Dejé escapar un hondo suspiro antes de dar la vuelta y caminar tratando de orientarme en un lugar que conocía muy bien, pero que ahora me parecía casi un laberinto. Atrás quedo Beth, en silencio.

Por unos instantes tuve la estúpida idea de que al verme partir Elizabeth saldría detrás de mí para detenerme y lanzarse en mis brazos, pero nada de eso sucedió.

De vuelta en el carro me concentré en la carretera, más no tenía un rumbo fijo. No quería ir a casa, ni al negocio. No deseaba ver a nadie conocido y mucho menos verme asediado con las más sencillas preguntas. El enojo y la desilusión remplazaron parte de la tristeza que me embargaba.

—Seguramente soy un egoísta de mierda, pero esperaba, realmente esperaba, otra reacción de tu parte Elizabeth —dije al vacío mientras manejaba. Y era cierto, aun cuando tenía conciencia de que Beth podía decidir alejarse de mí, yo inconscientemente apostaba a sus sentimientos, a ese amor que llegué a ver cuando me miraba.

—Tranquila, sin rencores Elizabeth. Poco a poco llegara el olvido —murmuré y continúe manejando.

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Como siempre que me sentía desanimado entre otras cosas, evite a mis tíos. Después de estacionar el carro subí directo al apartamento y una vez allí dediqué la próxima media hora a bañarme. Necesitaba una buena ducha de agua caliente para aliviar la tensión en mis músculos, y antes de salir una buena dosis de agua fría.

Cuando me senté sobre el colchón, mi mente divago por los acontecimientos del día y un caudal de emociones nuevamente me agobiaba.

Desengaño, tristeza, rabia, arrepentimiento y culpa. También me sentía como un idiota al ser tan iluso.

¿En qué momento llegué a pensar que Elizabeth sentía por mi sentimientos profundos y a prueba de balas?

Un hondo pesar me atenazó el pecho y busqué ponerme cómodo sobre la cama añorando el alivio momentáneo del sueño pero lo cierto era que buscar dormir a las seis y pico de la tarde resultaba algo casi ridículo. Mucho más cuando la mente insistía en repasar lo que sucedió horas antes y que tanto me marcó.

Sin embargo, acostado boca arriba, con uno de mis antebrazos sobre los ojos perdí la noción del tiempo y llegó para mí el ansiado olvido, aunque durara solo unas horas, del terrible día en que Elizabeth Velasco me rompió el corazón.


Editado 09/06/2023

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